Pausa para comer

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La sirena hizo salivar a las dos prisioneras. Sea, sentada al escritorio, tecleó un comando de apagado rápido y cerró la tapa del portátil al instante. Acier se incorporó rebotando en la cama, donde estaba tumbada y se acercó a la puerta de la celda.

— ¡Qué hambre, por Dios! — exclamó Sea, poniéndose al lado de Acier.

— Tú siempre tienes hambre. Y cuando digo siempre, me refiero a que por las noches te oigo hablar en sueños y susurrar "hamburguesa, helado, pan con chocolate...". — Acier miró con escepticismo a su amiga. Sea le devolvió la mirada frunciendo el ceño, sin saber si lo que acababa de decirle era una broma o de verdad hablaba mientras dormía. Porque recordaba vagamente haberse levantado esa mañana con un sabor dulce en los labios y la imagen de una suculenta tarta Sacher grabada en su mente.

— Puessss... podría ser. Lo siento si te molesta, pero ya sabes que si peco de algo es de gula.— Sea sonrió tímidamente, sonrojándose al tiempo que se encogía de hombros.

— ¡AJÁ! Así que sí que sueñas con comida. — Acier se echó a reír, claramente satisfecha de que Sea hubiera picado.

— ¡Calla! ¡Que oigo pasos!— dijo Sea, entre enojada y asustada.

Acier se calló, y ambas pusieron su cara más inocente (Sea con más éxito que Acier) mientras cuadraban los hombros y enseñaban las muñecas.

Al cabo de un par de minutos, Acier también escuchó el eco de unas botas de suela metálica resonar por el pasillo.

Un guardia fornido y ceñudo les abrió la puerta, y rápidamente las esposó. Sus ojos azules, esquivos, se movían inquietos de un lado a otro. Tenía una mandíbula muy marcada que se le movía al hablar, en la que despuntaba una barba incipiente.

—¡Andando! Y no quiero truquitos.

Acier no pudo evitar poner los ojos en blanco, y Sea asintió obedientemente mientras salía al pasillo.

Los tres pasaron en silencio por delante de innumerables celdas vacías, hasta llegar a una gruesa puerta de metal, donde su captor (de alma azul oscuro) puso la mano abierta. Al reconocer al guardia, la puerta se corrió hacia los lados, y Sea y Acier entraron en el comedor.

La primera vez que las habían llevado allí, Sea se había sorprendido de lo similar que era al del HNH. Las mesas estaban muy separadas unas de otras, y eran de color blanco. Las había redondas y rectangulares, pero todas estaban fuertemente atornilladas al suelo de hormigón. Unos halógenos llenaban la estancia de luz fría e impersonal, y a un lado de la sala había una barra donde varios presos servían las comidas al más puro estilo Ikea.

Sin cruzar una palabra, Acier y Sea se unieron a la cola de malhechores y cogieron sendas bandejas. Aceptaron sus raciones y dieron las gracias educadamente, para luego sentarse en una mesa lo más alejada posible del resto de presos.

— Esto está muchísimo mejor que la comida del HNH. — dijo Sea, mientras engullía su plato de judías verdes.

— La verdad es que sí. No pensarás quedarte aquí solo por la cocina ¿verdad? — preguntó Acier, levantando una ceja. Después procedió a atacar su primer plato.

—Mmmm— Sea se llevó una esposada mano a la barbilla, e hizo como si reflexionara — Sintiéndolo mucho no. El ambiente no es el ideal. Les vendría bien un poco de música.

—Bueno, la verdad es que la compañía es mejorable. — Acier echó un vistazo a la panda de maleantes reunidos en el comedor mientras se rascaba las muñecas.

La mayoría tenían cicatrices en los brazos o en la cara. Muchos presentaban tatuajes, y todos llevaban al menos un piercing en la oreja o en las cejas. Había individuos de toda edad y sexo, y en una mesa un joven afroamericano de mirada zorruna charlaba con un anciano de aspecto asiático. A su lado una mole de más de 100 kilos masticaba con la boca abierta mientras miraba descaradamente a una mujer rapada y con tatuajes tribales en la cara. Esta lo ignoraba deliberadamente y le echaba el ojo a una joven menuda de pelo morado que estaba en una mesa contigua.

Justo cuando la mirada de Acier llegaba a la puerta por la que habían entrado las dos, un chico de unos 18 años atravesó el umbral. De la misma altura que Sea, era muy atlético y tenía espalda de nadador. Los músculos se le marcaban a través de la camiseta, y su cara era realmente atractiva. Sus pómulos ligeramente estaban marcados, la barbilla no era excesivamente prominente y sus labios eran simplemente perfectos. Además, estaba bronceado y sus ojos eran del mismo tono amarillo ámbar que su pelo.

—Retiro lo dicho, esta compañía es perfecta. — Acier sonrió ampliamente a la vez que señalaba con disimulo al recién llegado.

Sea lo observó en silencio. Sin duda era físicamente impresionante, pero dudaba mucho de que su intelecto estuviera a la altura de su aspecto. Tras reflexionar un poco, Sea le guiñó el ojo izquierdo y contempló su alma. Abrió mucho el ojo derecho, y le pegó un codazo a su amiga:

—¡Una bonita alma verde! Le doy un 10. Precioso, en serio, un tono esmeralda...

—Deja de guiñarle el ojo, subnormal, que viene hacia nosotras.

Ciertamente, el alma de Luuk era de un verde profundo y sedoso, cálido a la par que intimidante. Igual de cierto era que el joven se estaba acercando a la pareja de mutantes, con su bandeja de comida.

La tensión mientras las dos observaban al recluso acercarse se podía mascar como un chicle. Cuando finalmente se sentó, después de atravesar todo el comedor hasta llegar a la esquina donde se se encontraban, dejó la bandeja y les sonrió. Sus deslumbrantes dientes prácticamente hicieron cerrar el ojo derecho a Sea, que seguía guiñando el izquierdo.

—Bueno, ¿qué habéis hecho vosotras para estar aquí?

Sea y Acier se miraron, estupefactas.

Mar aceradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora