Capítulo dieciséis.

20.4K 1.3K 109
                                    

Capítulo dieciséis.


—Creo que no deberías interrumpir a una chica cuando come —gruñí luego de haberme limpiado los restos de salsa que decoraban mi boca.

—¿Siempre tienes ese ánimo tan apetecible? —mostró una sonrisa, ¿siempre tiene ese ánimo tan radiante?

—Creo que si, y si no te importa, seguiré comiendo. —lo admito, dije que tendría un nuevo comienzo pero es que, ¡el se ha metido con mi comida! Eso es sagrado. Dios santo...

—Esta bien, pero si no te importa me sentaré contigo. —acto seguido dejo caer su cuerpo en la silla que estaba frente de mi persona.

—Si me importa —pero el no se inmutó, en cambio, llamó al mesonero y pidió un batido— ¿no has escuchado? Si. me. importa —mi tono de voz sonó fastidiado al momento de decir cada palabra transmitiendo la sensación de estar hablado con un niño pequeño. Aunque por su comportamiento, parecía uno.

Al darme cuenta de que fui ignorada totalmente seguí la misión de comer mi delicioso plato sin perder la emoción. Un par de ojos hicieron que subiera la mirada, Alexander me observaba curioso.

—¿Qué? —inquirí.

—Comes como una vaca. —me fue imposible no rodar los ojos, un comentario como ese estaba demás. Este nuevo comienzo no me estaba empezando a agradar.

—Pues gracias —bajé la mirada e introducí el último bocado de pasta en mi boca. Luego suspiré y llamé al mesonero, este se acerco muy amable— ¿me podría traer la cuenta?  —el chico asintió y luego miró a mi compañero, que digo, al irritante hombre que tenía en frente. El mesonero al verlo se sorprendió y lo saludó alegre.

—¡Señor Fiorelli, bienvenido a Italia! ¿Cuándo llegó? —le preguntó el moreno que me atendió. Alexander, por otro lado, se limitó a sonreírle y contestar con cosas precisas para al final terminar la conversación con...

—Rafael, yo pagaré la cuenta de la chica. —sentí como mis labios se separaban significativamente y después como fruncí el ceño. No pude ni decir una palabra ya que el mesero, conocido como Rafael, salió disparado para atender otra mesa. Miré extrañada a el catire, quien me devolvía la mirada acompañada con una sonrisa.— ¿caminarías conmigo? —Vaya, esto me tomó por sorpresa.

—Hmmm... no debería...

—No le hace mal a nadie, es sólo caminar. —suspiré resignada.

—Esta bien, vamos.

Alexander me guió hacia la salida, la cual ya conocía, y no encontramos con el exterior. El frío era muy intenso y la chaqueta que tenía no me cubría lo suficiente. Estábamos caminando en silencio, las calles estaban poco pobladas y al parecer, llovería. Las nubes oscuras cubrían parte de la ciudad y los vientos fuertes iban y venían avisando la llegada del agua. Mi compañía y yo nos dirigimos a un pequeño parque que se situaba cerca de la manzana donde mi tío vivía, así que no tuve problema con ello. Descubrimos unos bancos bajo techo donde nos sentamos, aún callados.

No era la única que disfrutaba el silencio. Mis ojos se cerraron inconscientemente e inspiré el gélido aire de Italia para luego soltar un sonoro suspiro que llenó el ambiente. Lo único que podría escuchar era nuestras respiraciones, no era capaz de interrumpir un momento tan relajante, no lo quería admitir pero disfrutaba la presencia de Alexander.

—No debiste pagar mi comida.

—¿Vives aquí? —ignoro completamente mi comentario.

—Tal vez.

—¿Por qué eres tan desconfiada? —respire profundamente, es verdad, debo dejar de ser tan desconfiada.

—Si, vivo por aquí cerca. —respondí con tono de arrepentimiento. Él me regalo una mirada y luego volvió a desviarla hacia el cielo, acto seguido yo repetí su acción— ¿y tú? ¿Vives aquí?

Deja de llamarme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora