Capítulo diecisiete.

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Capítulo diecisiete.

Ya han pasado quince días desde que llegué a Italia, aparentemente tengo una vida normal, o así lo creo. Les contaré brevemente que ha pasado, mi relación con Alexander fluyó naturalmente, nos llevamos muy bien, me trata bonito, me saca muchas sonrisas y yo a él. Hablamos casi todos los días, salimos a pasear y todo ese tipo de cosas que hacen los amigos. Por otra parte esta mi tío, muy poco se la pasa en casa pero cuando lo hace, me trata como a su propia hija. A mi parecer, tomé una buena decisión al venirme de Portland. Obviamente, mi trauma no ha cesado, a veces siento que me observan o me persiguen, otras veces por las noches lloró por todo lo que ha pasado y eso hace cuestionarme si debería ir a un psicólogo o no. Por las noches tengo pesadillas, en donde me siento vulnerable y sola, raramente cuando me despierto el sentimiento huye. Aunque tenga a Alexander y a mi tío, aún me siento sola.

Me encontraba en mi cama observando el techo, estaba lastimandome conscientemente solo con el hecho de recordar aquello pocos días que estuve con Darren. Mi cabeza no puede asimilar la idea que esa persona tan hermosa que conocí haya matado a casi toda mi familia, es que era imposible. Darren no congeniaba con el perfil de un psicópata, era de locos.

"... Pareces una muñeca de porcelana, tan frágil y delicada, cada vez que te veo me entran unas ganas de cuidarte..." Me había dicho una vez, en ese entonces me pareció la cosa más tierna del mundo, en cambio ahora, sólo pienso: ¡que cliché!

Cerré mis ojos y visualicé a Darren, él estaba corriendo detrás de mi. Corríamos en el bosque mientras mis risas resonaban por el lugar, sus manos capturaron mi cintura y me apegaron a él, su boca, tan cerca de mi oído susurraron aquellas palabras que veía tan lejanas en este momento...

"Dime que me quieres o ya verás..." —mi debilidad era el cuello, y el lo sabía.

"No diré una sola palabra" —solté una risa para luego acompañarla con muchas carcajadas ya que Darren comenzó a hacerme cosquillas, me revolcaba en el pasto inquieta mientras sus manos no dejaban descansar mi piel y mis risas no cesaban en ningún momento. No me había reído tanto en mi vida, y se sentía bien. Se sentía bien porque pensaba que esa era mi vida, se sentía bien porque era una imbécil que creyó en él cuando eran puras mentiras. Se sentía bien porque por mi mente nunca pasó que el fuera tan desgraciado. Sin darme cuenta una lágrima escapo de mi ojo haciendo que me diera cuenta lo mucho que me lastimaba este tema aún.

Mi teléfono comenzó a sonar alertandome sobre un nuevo mensaje. Un suspiro escapó mientras tomaba el aparato en manos y luego de desbloquear al mismo, sonreí porque era un mensaje de Alexander.

"Alex.
¿Qué haces, linda? ¿No quieres dar un paseo?"

Mis dedos teclearon una respuesta afirmativa corta y me dispuse a arreglarme un poco, tomé el maquillaje que había comprado y comencé aplicándome base para luego del proceso terminar con color en los labios. Por ultimo me coloqué mi chaqueta y después salí de casa con dirección al parque donde siempre nos encontrábamos. Ya era una rutina, siempre que salíamos nos encontrábamos aquí. A lo lejos, visualicé la figura de mi catire amigo, estaba de pié con el hombro apoyado en un árbol que se encontraba a su lado, mientras su vista estaba en el hermoso lago que estaba opuesto a él.

Subí la velocidad de mis pasos y en unos instantes ya estaba abrazando al catire por detrás en señal de saludo. Al voltearse me encontré con sus hermosos ojos verdes, y una sonrisa deslumbrante, la cual correspondí. El chico me saludó con un bello en la mejilla y luego me dio un vuelta para finalizar diciendo...

—Estas hermosa. —Estúpido. En su mano tenía una delicada rosa que me entregó, no sin antes acariciar mi perfilada nariz con aquella suave textura. Mis mejillas ardieron y bajé la mirada hasta sus pies esperando que no me viera, ya que era bastante alto.

—Gracias, Alex. ¿Te parece si vamos por unos helados? —sugerí.

—Me encantaría... pero no. ¿Qué te parece si te invito un almuerzo en mi casa, hecho por mi? —realizó la cara de perrito abandonado más tierna que había visto en mi vida. Sus labios se tornaron más apetecibles de lo normal y claramente, no podía decirle que no.

Deja de llamarme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora