Capítulo 15

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Iba caminando en la oscuridad, no veía nada. Me toqué las manos, el cuerpo, el cuello, la cara... seguía estando ahí, viva. Pero no veía nada. Tampoco podía dejar de caminar, pero solo había más oscuridad. Un túnel tan negro que asustaría al monstruo más temido nunca, tan negro que consumía cualquier luz que intentara abrirse paso. Tan negro que comencé a temblar.
Cuanto más caminaba más oscuro era, menos aire sentía y más me constaba respirar. Y, sobre todo, más rápido me latía el corazón. Tenía la sensación de que algo malo iba a pasar, que algo malo estaba pasando.
De pronto se abrió un trocito de luz al final de ese túnel. Una luz radiante que cegaba. Caminé cada vez más deprisa hasta llegar a correr. Y por fin estuve bajo esa luz. Al mirar arriba vi que era un cielo celeste, sin una sola nube, y el sol brillaba de tal forma que me hizo llorar. No sabía cuánto tiempo me había llevado sin ver la luz, pero lo echaba de menos tanto como si me faltara una parte de mi cuerpo.
Una escalera de cuerda salió de la nada, colgaba del cielo. Ninguna persona, ningún árbol o ningún techo sobre mí donde se sujetara. Simplemente cayó ante mis narices. Sin pensarlo dos veces comencé a subir, tambaleándome en la cuerda al subir los peldaños.
Cuando saqué la cabeza me encontré saliendo a un campo verde, sin árboles alrededor. Todo era verde del césped y azul del cielo. Terminé de salir y tropecé, entonces me di cuenta de que llevaba un vestido blanco muy vaporoso, como si fuera un camisón de época. Lo miré extrañada, no recordaba llevar eso hacía unos minutos. Tal vez hora, no sé cuánto tiempo estuve allí abajo. Me levanté y caminé descalza sobre la hierba, dejando que me rozaran las flores que iban creciendo al mismo tiempo que yo andaba.
Ante mí fueron apareciendo árboles, cada vez más. Más cantidad, más altos, más oscuros, más terroríficos. De pronto me vi atrapada en un bosque en el que la luz no atravesaba las copas de los gigantescos árboles. Y entonces lo oí. Un grito. Alguien gritaba, pero no entendía qué decía.

- ¿¡Hola!? -grité-. ¿¡Hay alguien aquí!?

Los gritos volvieron a oírse, esta vez más desesperados. Gritos desgarradores que me estremecieron. No imaginaba como de desesperada podía estar una persona para hacer esos sonidos. Grité más asustada, más alto.

- ¡Quiero ayudarte! ¿¡Dónde estás!?

Pero la única respuesta que se seguía oyendo eran los gritos. Pero ahora ocurrió algo diferente: reconocí ese grito, reconocí la voz. Brenda. Eché a correr. No tenía que meditarlo, no tenía que sopesar las opciones. Brenda estaba en peligro y tenía que ayudarla. Pero al comenzar a correr los árboles me arañaban los brazos, el cuerpo, las piernas, la cara... todo. Me impedían el paso, pero no me dejaba vencer. Aunque poco, seguí caminando como pude. Notaba la sangre manando de las heridas, por toda la cara, los brazos... el vestido comenzaba a pegarse al cuerpo, sudor y sangre hacían que se empapara y me dificultara la movilidad. El vestido estaba intacto, no tenía ni un solo roto, ni un desgarre, pero yo sí los tenía.
Los gritos no cesaban y yo no llegaba a ellos. Sentía una impotencia tan grande que quería dejar de caminar y llorar. Lloré, lloré mientras luchaba con las ramas que me hacían sangrar, pero no me detuve.
Empujé fuerte una de las barreras de ramas, tanto como pude, pero de pronto se separaron y me dejaron caer al suelo. Y los árboles adquirieron su forma natural, sus hojas verdes, sus troncos inertes y el sol atravesaba las copas. Ante el repentino cambio me quedé quieta en el suelo, mirándolo todo. Ya no se oían los gritos. En realidad no sabía cuándo habían dejado de oírse, y eso me hizo estremecerme.
Me puse en pie tambaleándome y seguí andando. Y, tras varios metros, se abrió un claro en mitad del bosque. Y en mitad de ese claro había algo, como un bulto. Al acercarme distinguí la forma de un cuerpo. Frené de golpe. Y eché a correr. Me arrodillé a su lado y le busqué el rostro. Cuando lo vi sentí cómo mi sangre se congelaba. Era Brenda. Ya no gritaba. Ni siquiera parecía tener miedo, estaba... en paz.
Las lágrimas salieron solas al ver el rostro sin vida de mi amiga. La abracé y dejé salir todo lo que había estado reprimiendo. Grité y grité, y empecé a oír mis propios alaridos. Comencé a oír mi nombre, alguien me llamaba, pero yo no podía soltar a Brenda. Le había fallado, no había podido salvarla.
Mi nombre se oía más fuerte y con más insistencia a cada segundo. No me importaba. No iba a marcharme sin Bren. La abracé, me aferré a ella y lloré. Y cuando la voz se hizo insoportable, a mi lado apareció un puñal. Sin dudar lo cogí y lo clavé en mi pecho.

(I'm) Yours: In love?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora