Hermosa cena...

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Ricardo reía con gusto mientras acomodaba una rosa en el florero de la mesa donde iba a dar una cena importante para él. Hace unas semanas había conocido a una linda chica de cabello rojizo, la cual le encantó desde el momento en que la vio. El problema con ello era que, después de salir una que otra vez, la fémina no daba ni siquiera una muestra de querer enredarse con él. Pero todos esos problemas se iban a deshacer hoy, tenía en su poder una maravilla, una pequeña pero potente pastilla que si la dejaba en la bebida de la chica, ella dormiría plácidamente para que él pudiera hacer lo que quisiera con su cuerpo. Sería divertido y, además, no había problema, ya que la chica no denunciaría. «Un cadáver no puede hablar», decía entre sus pensamientos arreglando su ropa, ya teniendo aquella droga en la copa que sería de su acompañante, para después escuchar cómo el timbre sonaba de forma suave. Rápidamente, fue a la puerta abriéndola, viendo a la dama que portaba una ropa discreta y un gorro que tapaba su cabeza, y cómo no hacerlo, si hacía frío.

-Hola linda, no sabes cuántas ganas tenía de verte -dijo mientras le hacía un ademán para que ella entrara a la casa-. Hoy te ves como una reina.

-No digas esas tonterías, Ricardo, me veo como siempre y lo sabes -respondía acariciando su cabello mientras caminaba-. Me gusta tu casa, es muy linda y espaciosa.

-Algún día será tuya, aunque eso depende de ti y lo sabes. -Reía un poco en tanto cerraba la puerta y se dirigía a la mesa.

-Esto es solo una cena, no creo que alguien consciente se quiera casar con una persona que conoció hace poco. Eres alguien muy rápido. -Se sentaba como si nada, sonriéndole, para hacerle entender que era una pequeña broma.

-Tienes razón -respondía secamente dándole aquella copa, ni siquiera había empezado la cena y ya estaba todo mal; lo mejor que podría pasar era que acabara eso de una buena vez-. Debes estar sedienta, hermosa. -Se sentaba frente a ella con una copa en su mano.

-Un poco, caminé bastante para llegar hasta aquí, eres muy lindo. -Le guiñaba, para después tomar de un jalón su bebida, pero, al hacer eso, inclinó su cabeza hacia la mesa poniendo su mano en su rostro.

-¿Te pasa algo? -Se sorprendía, ya que pensaba que era la pastilla, pero era imposible, no podía ser tan rápida.

-No pasa nada, solo que lo tomé de golpe. -Se levantaba, pero un pequeño mareo hizo que se detuviera. Acariciaba su frente tomándose de la silla, tratando de no caer-. No, no estoy bien, no aguanto la maldita cabeza.

-Duerme, hermosa, ya cuando despiertes habrá terminado todo. -La tomaba suavemente de la cintura, mientras que la cabeza de ella se apoyaba en el hombro de él y así acomodarla en el suelo ya inconsciente.

-Fuiste una chica muy difícil, pero eso ya no importa. Hoy te mueres, maldita puta. -Se subía en ella, admirándola, acariciando sus mejillas, para después abrirle la boca; observaba aquella lengua tan rosada, tenía unas ganas de comerle aquella linda lengüita o por lo menos arrancarla, pero quería esperar un poco más. Le empezó a besar el cuello mientras bajaba el cierre de su bragueta para sacar su miembro, el cual no podía soportar estar más dentro del pantalón. Su noche sería muy divertida, a pesar de un pequeño dolor que le había dado en su cuello por un mal movimiento.

Días después se reportaba el descubrimiento de restos humanos en un rancho cercano a la ciudad. Aquellos restos se encontraban en una bolsa negra a medio abrir por animales carroñeros; el hedor que emanaban era insoportable, obviamente por el estado de putrefacción avanzado que ya tenía, además de que se veía una que otra prenda de ropa, entre ellos un gorro manchado con un líquido desconocido. Los peritos correspondientes tomaron los restos para tratar de aclarecer lo que había sucedido, eso sí, primero los periódicos habían tomado fotos que serían la portada del día siguiente.

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