No todos los cuentos terminan igual

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Alguien me persigue, puedo sentir su aliento mordiendo mi cuello, puedo ver cómo sus ojos se clavan en mi espalda y la hieren, está cerca.

Trato de caminar lo más rápido posible, aun cuando mi vida está en riesgo, me apena que la gente me vea corriendo como una lunática, porque nadie va tras de mí, o eso es lo que dicen, yo sé que me persiguen, todo empezó hace unas semanas.

Iba cruzando la calle para llegar a mi trabajo cuando lo vi, ese hombre grotesco estaba parado en la acera mirándome fijamente, me miraba a mí, estaba tan desconcertada que no escuché el ruido de la moto acercándose que casi me atropella, le eché la culpa a ese hombre aunque me había dado cuenta que sólo a mí se me ocurre detenerme a mitad de la calle, entré a mi oficina y me senté, pero no dejaba de pensar en ese hombre y en cómo me miraba, de repente sentí que alguien presionaba mi espalda, un escalofrío recorrió mi cuerpo y empecé a temblar: era mi jefe. No es precisamente el hombre más aterrador del mundo, aun siendo mi jefe, pero juro que me dio el susto más grande de mi vida. Empezó a hablarme de unos proyectos y de otras cosas que no quise escuchar, solo asentía levemente para que pensara que le estaba prestando atención, recuerdo que en un punto de la conversación el me pidió que fuera a mi casa, supongo que debí parecerle enferma o algo parecido. Cuando llegué a mi casa supe de lo que hablaba me miré en el espejo y estaba pálida, tenía los ojos rojos y cansados, mi cabello al igual que todo lo que soy ahora había perdido el brillo y estaba reseco, sin pensarlo dos veces me tiré a la cama y cerré los ojos. Esa noche ni mis sueños fueron dulces conmigo, volví a soñar con ese hombre, sentí sus manos cubriendo mi boca, abrí los ojos y sus manos seguían allí, eso es todo lo que recuerdo antes de quedar inconsciente.

Cuando desperté estaba justo donde había presentido: el típico sótano nauseabundo de las películas de horror, y yo con las manos y los pies atados sin poder defenderme, por alguna razón el hecho de que fuera tan predecible me dio un poco de risa, a mi agresor no le pareció importarle y comenzó a golpearme y yo me reí más fuerte porque sabía que me iba a torturar, eso lo enojó y me siguió pegando y yo seguí riendo aunque sentía un dolor horrendo no podía parar de reír, él se dio por vencido y subió al piso de arriba a descansar para venir a torturarme mañana. Típico.

(Esa mujer es extraña, se la ha pasado riendo toda la noche aunque sabe que la voy a matar, debe tener alguna enfermedad mental o algo así, qué importa, hoy yo le corto la boca para ver si se sigue riendo)Me dispuse a levantarme para continuar torturando a esa perra, hace mucho que no dedicaba tiempo a mi verdadera afición: Homicidios, pero antes de que pudiera moverme sentí cómo unas manos de mujer rodeaban mi cuello y empezaban a presionarlo, muchos pensamientos pasaron por mi mente en un solo instante, entre ellos que no era posible que esa perra se hubiese escapado, pero me reconforté pensando: no podrá, es demasiado débil, pero pensé eso antes de sentir el frío y afilado cuchillo atravesando mi tráquea, inmediatamente me empezó a faltar la respiración y quedé inmóvil, lo último que escuché fue la voz de la mujer diciendo: "parece que eso no te lo esperabas", quedé sorprendido, esa mujer había leído todo de antemano, borró el final y lo reescribió.

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