Me arrodillé sobre la roca resbaladiza acercando mis manos al río a ciegas y con cuidado. El frío era espantoso y por eso, la temperatura del agua, amorataba mis manos pero aun así conseguí lavarme la cara y los brazos.
Me dolía inhumanamente cada centímetro del cuerpo pero me desnudé, tiritando, y metí mi vestido para enjuagarlo. Los rayos de luna atravesaron las nubes descubriendo en mis ropas mucha sangre. Llorando se la fui quitando y también los pelos hasta dejarlo casi blanco. Me lo apreté hacia el pecho cuando vi que estaba rasgado.
Grité asustada y harta en medio de ese claro del bosque. Estaba desorientada y abatida. Me abracé a mis rodillas porque no encontré consuelo.
El cielo se despejó y la luna llena iluminó toda la tierra. Levanté la mirada hacia ella agradeciéndola el consuelo. Fue entonces cuando escuché los ruidos de los animales. Me sobrecogieron y me pusieron en un estado de nerviosismo. Me incorporé buscando la dirección por donde venía el sonido.
Miré en el agua mi reflejo, mi desolador aspecto. Vi mi transformación y entendí que aullando encontraría a la manada.