La entrada del espejo

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No le había gustado nunca ir al colegio, pero desde que Jesús llegó a su clase cambió todo. Gracias a este nuevo amigo ahora tenía alguien con quien conversar sobre películas y libros, tenían gustos muy similares. Lo malo es que al igual que Daniel, Jesús no era muy popular entre el resto de los compañeros; y ahora que estaban pasando juntos la mayor parte del tiempo, las bromas pesadas aumentaron en dirección a ambos.

En el recreo se volvía más notorio, al par de amigos les gustaba quedarse en el salón leyendo y comentando libros. Daniel ya había aprendido a ignorarlos pero a Jesús esto se le hacía más difícil. Cuando llegaban sus compañeros a la sala y empezaban a molestarlos y arrojarles cosas Jesús se paraba y les gritaba de vuelta insultos en distintos idiomas, lo que resultaba peor para ambos ya que las risas burlonas solo aumentaban.

Un día viernes, Daniel llegó emocionado donde Jesús y le dijo que ya habían reparado la biblioteca del colegio, la cual no estaba lista cuando llegó él y que por tanto no conocía. Emocionados fueron allá en el recreo, este podría ser su nuevo santuario. Mientras Daniel se paseaba por los pasillos y revisaba qué libros nuevos habían añadido, llegó Jesús entusiasmado con un viejo y sucio libro en sus manos. "Lo he encontrado en un pequeño rincón de la estantería", dijo. Como sonó la campana y debían ya volver a clases, Daniel no alcanzó a preguntarle siquiera de qué trataba ni quién lo había escrito. Luego de la clase de Historia se le olvidó definitivamente del libro y se fue a casa sin volver a conversar con Jesús.

Pasó el fin de semana y había que prepararse para la escuela. La madre le había cocinado arroz con pollo a pesar de que Daniel odiaba el arroz. En vez de pelear con su madre, se escondió en el bolsillo unos sobres de kétchup que habían en la cocina, con kétchup lograba tolerar fácilmente el seco arroz de su mamá. Al llegar al colegio notó que Jesús estaba sentado ya en su banco pero se veía muy extraño. Su rostro se veía muy cansado y hasta juraría que estaba más delgado. Se le acercó y Jesús le contó que se había llevado el libro del otro día a su casa, y que se había pasado todo el fin de semana leyéndolo y descifrándolo. Daniel se sorprendió mucho, pues recordaba que se veía muy largo el libro y le dijo a su amigo que le contara de qué era en el recreo, en la biblioteca. Jesús no lo dejó terminar, solo se negó y le dijo que se vieran en el baño esta vez, que ahí le contaría.

Daniel se quedó un minuto hablando con el profesor sobre un trabajo que le estaba trayendo problemas, y al volverse al banco de su amigo notó que ya no estaba. Fue al baño de hombres y vio dos chicos alejándose de manera extraña. Al entrar por la puerta encontró a Jesús temblando, hablando para él mismo y dibujando en el espejo de la pared. Hizo un círculo grande y escribió dentro palabras inteligibles. Cuando vio a su amigo se le acercó, cerró la puerta que Daniel había dejado abierta, apagó la luz y volvió al espejo.

- ¿Qué estás haciendo? -preguntó Daniel curioso.

- Vamos a irnos a un lugar donde esos malditos idiotas no puedan molestarnos -dijo sin quitar la vista del espejo.

Jesús sacó un cuchillo de su mochila y se hizo una gran herida en la palma de la mano, no mostró ninguna mueca de dolor.

- Ahora tú -le dijo a Daniel pasándole el cuchillo-. Sin acobardarse.

Él no quería hacerlo pero el rostro que mostraba Jesús indicaba que si no se hacía él la herida, entonces se encargaría personalmente. Con una mano temblorosa cogió el cuchillo de la mano ensangrentada de Jesús. Justo ahí se le ocurrió una idea de seguirle el juego sin herirse de verdad. Sacó la bolsita de kétchup, la rompió con cuidado para que Jesús no se percatara de lo que estaba haciendo. Hizo una falsa mueca de dolor y le mostró la falsa sangre a Jesús que, con una desagradable sonrisa, unió ambas manos entre sí y las puso dentro del círculo que había dibujado en el espejo. Empezó a recitar unas palabras muy extrañas y empezó a sentir mareos y un fuerte dolor de cabeza. Pero lo peor sucedió una vez terminó de recitar. Se escuchó un golpe fuerte y una suerte de tornado emergió del espejo. La luz que estaba apagada comenzó a destellar de manera intermitente. El tornado comenzó a absorber el brazo de Jesús de a poco. Daniel se asustó y quiso correr pero no lo consiguió, tenía la mano pegada a la de su amigo en el espejo y solo consiguió gritar mientras el tornado lentamente le arrancaba pedazos de carne a Jesús. Los gritos de dolor de Jesús aumentaron cuando al ver a su amigo notó que a él no le pasaba nada, no mostraba ningún signo de verse afectado ni adolorido. Jesús, en cambio era cada vez más adsorbido por el tornado: brazos, piernas, tronco y por último la cabeza. Una vez terminado el ritual Daniel sintió una explosión que lo empujó con tanta fuerza que abrió una de las puertas de los sanitarios y acabó sentado en él, perdiendo la consciencia.

Despertó en el hospital, todos asumieron que Jesús simplemente se había escapado del colegio por lo que Daniel no les contradijo cuando le pidieron afirmar que había perdido la cabeza y que luego de eso lo golpeó y escapó. Pero no podía escaparse de su mente eran los ojos de Jesús. Lo último que vio ese día antes de desmayarse fueron sus ojos inertes en el espejo, observándolo enfurecidos. Pasaban los días y seguía viéndolos en cada espejo con el que se topaba. Cuando por fin volvió a clases sintió que todo iba a volver a la normalidad. En clases de matemáticas la profesora gritó de golpe.

- ¡Daniel! ¡Chico, te sangra la nariz! ¿No lo notas? ¡Anda al baño a limpiarte y ahí vuelves!

Efectivamente estaba sangrando y mucho, no se había dado cuenta. Partió corriendo al baño con la mano en la cara impidiendo que chorreara la sangre en el suelo. Al llegar abrió la llave de agua y mientras se intentaba limpiar escuchó algo extraño... como una risa. Miró al espejo y la imagen lo dejó perplejo. Quiso que no fuese real y en un intento por poner los pies en la tierra, tocó el espejo con su mano ensangrentada...

Encontraron ahí su cuerpo dos de sus compañeros en el recreo. No tenía ojos y no había señal de ellos en todo el baño. La palabra TRAIDOR estaba escrita con sangre en el espejo. Lo más curioso es que la palabra estaba invertida, como si la hubiesen escrito desde el interior del espejo.

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