Capítulo dos.

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Había un ascensorista esperándola. Introdujo una tarjeta en la ranura, pulsó el botón marcado con la letra N y salió del ascensor tras hacer una reverencia.
-Buenas noches, señorita.
Las puertas se cerraron y Hinata se quedó mirando su propio reflejo borroso.
«Oh, Dios, por favor, que me ayude. Haré cualquier cosa», pensó.
Varios segundos después las puertas volvieron a abrirse en el ático; una sala amplia con puerta negras de granito, tenuemente iluminado y profusamente amueblado. Las paredes podían haber estado forradas con billetes y dejaban claro el patrimonio del dueño.
Hinata entró en la sala y su vista aterrizó en él. Estaba de pie junto a la barra situada al otro extremo del salón. Alto, bronceado, distante. Miraba hacia la ventana, y su espalda ancha llenaba por completo los hombros de su chaqueta. El corazón le dio un vuelco al dar otro paso hacia adelante; el sonido de sus tacones sobre el suelo de granito intensificaba el sonido.
-Espero que hayas tenido un trayecto agradable.
-Así es. Gracias por enviar un coche, y por recibirme sin mucha antelación -contestó ella.
Con inquietud creciente, Hinata avanzó hacia el salón y tropezó con la alfombra persa. Él no se dio la vuelta.
Allí estaba ella, en su apartamento, dispuesta a enfrentarse a aquel hombre atrevido y viril con el que había fantaseado. Dispuesta a rogarle.
No importaba que Hinata tuviera una vida de éxito, que intentaba cumplir a rajatabla. No importaba que hubiera pagado facturas a tiempo ni que hubiera intentado mantenerse alejada de los problemas. No importaba nada salvo lo que había que hacer. Salvar a su padre.
Podría haber jurado que Naruto le había leído el pensamiento, pues susurró:
-¿Tienes algún problema, Hinata? -aun así no se apartó de la ventana, como si estuviese hipnotizado por las luces de la ciudad.
-Eso parece
-¿Y has venido a pedirme ayuda?
-Necesito tu ayuda, Naruto.
Por fin se dio la vuelta y Hinata se quedó inmóvil bajo el poder de su mirada azulada.
-¿Cuánto?
El corazón se le aceleró. Su rostro era tan masculino, y había algo perverso en él, que una parte de ella lo encontraba excitante y aterrador al mismo tiempo.
Naruto deslizó la mirada lentamente por su cuerpo hasta que Hinata no pudo resistirlo más. Levantó la barbilla con orgullo, aunque el modo en que retorcía las manos frente a ella no resultaba muy convincente.
- No... no espero nada gratis. Quería hablar contigo sobre un posible adelanto. Un préstamo. Tal vez podría trabajar mas para ti. Encargarme de proyectos especiales.
Naruto entornó los párpados al fijarse en sus labios.
-Estas muy guapa esta noche, Hinata.
La seducción de sus palabras hizo que el corazón se le encogiera. Luchó contra aquella sensación diciéndose a sí misma que era un hombre sexy y viril, y que debía de mirar a todas las mujeres así. Cuando la miraba, hacía que se sintiera como la mujer más sexy del planeta.
-Estoy intentando reunir... -hizo una pausa y convocó todo su valor-. Estoy intentando reunir cien mil dólares. ¿Puedes ayudarme? -le preguntó, y agachó la cabeza. Mientras hablaba se sentía tan barata, tan humillada por tener que pedir dinero...
-¿Eso es todo lo que necesitas? - preguntó él. Como si no fuera nada. Una suma insignificante. Y para él, con todos sus millones, sin duda debía de serlo.
- ¿Y puedo preguntar para qué necesitas el dinero?
Ella lo miró y negó con la cabeza. No podía soportarlo.
-¿No quieres decírmelo? -preguntó Naruto con una sonrisa inquietante.
-Si no te importa -murmuró ella. Tiró del dobladillo del vestido hacia abajo cuando la mirada de Naruto se posó en sus piernas-. ¿No hay nada que pueda hacer por ti a cambio de ese préstamo?
Él se carcajeó. Hinata no creía haberlo escuchado reír antes.
Naruto dejó su copa en la barra y señaló hacia los sillones de cuero.
-Siéntate.
Ella se sentó. Tenía la espalda rígida mientras lo veía moverse por la sala.
-¿Vino?
-No.
Sirvió dos copas de igual modo. Sus manos se movían con suavidad; demasiada suavidad para pasar inadvertidas.
-Toma- le dijo mientras le ofrecía una de las copas. Ella agarró la copa y se quedó mirando una escultura de bronce, intentando no respirar por miedo a lo que su aroma pudiera provocarle. Olía tan bien. Mantuvo la respiración hasta que por fin Naruto se sentó en el otro sillón, frente a ella.
Cuando estiró los brazos por detrás de él, hizo que el sillón pareciese pequeño. Bajo su chaqueta llevaba la camisa desabrochada por el cuello, lo que le proporcionaba una visión de su piel bronceada y de una cruz dorada.
Deseaba tocarlo. Se preguntaba cómo sería esa piel bronceada bajo sus dedos, si su cruz estaría fría o caliente...
De pronto sintió una mirada, alzó la barbilla y sonrió.
Naruto arqueó una ceja, abrió su mano y la señalo.
-No estás bebiendo.
Hinata dio un Respingo y obedeció.
-Está... bueno. Muy bueno.
-¿Alguna vez te he mordido?
Hinata estuvo a punto de atragantarse con el vino. Parpadeó y luego vio su sonrisa. Una sonrisa sensual.
-Entiendo que esto es difícil para ti -dijo él.
-No. Quiero decir, sí. Lo es.
Naruto dejo su copa, se cruzó de brazos y se recostó como si se dispusiera a ver una película.
-¿No confías en mí?
¿Confiar en él? Lo respetaba. Lo admiraba. Estaba asombrada con él y, debido a su poder, le tenía un poco de miedo. Y tal vez confiará en él. Por lo que había visto, Naruto había demostrado ser un campeón para su gente. Un león que protegía a sus cachorros. Cuando Tayuya, secretaria número dos, se había pasado meses llorando tras el nacimiento de sus gemelos, Naruto había contratado un ejército de niñeras y la había enviado a una segunda luna de miel en Hawai con su marido.
Tayuya aún hablaba de Maui.
Y cuando el marido de la señora Senju murió, la mujer derramó más lágrimas recordando todo lo que Naruto había hecho por ayudar a su familia de las que había derramado en el funeral.
No importaba lo humillante que aquello fuera, lo horrible que fuera su situación, pues sabía que Naruto era firme como una montaña.

Un pacto con el jefe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora