Capítulo cuatro.

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Naruto arqueó las cejas y la miró fijamente, como si estuviera desafiándola a discutir.
Hinata estaba soñando si deseaba algo más que un asiento frente a su despacho. Soñando si pensaba que el deseo de sus ojos era por ella.
No podía permitirse seguir teniendo esas fantasías con él. Era inútil y doloroso, además de estúpido.
Naruto estaba ofreciéndole un trabajo.
Cuando la pila de papeles ya no pudo ser más perfecta, la enderezó con toda la dignidad que pudo y dijo:
-Estaré encantada de ser tu acompañante.
-Bien. Excelente. Sabía que llegaríamos a un acuerdo.
Enfrentarse a un tumulto de emociones sin delatarse resultaba difícil. La excitación batallaba con la preocupación; la gratitud, con el deseo.
Una semana con él en México. Haciéndose pasar por su amante; un papel que Hinata había desempeñado muchas veces en su imaginación. Pero aquello sería real; una mentira real, donde ella, inexperta en lo referente a hombres, fingiría ser la amante de un hombre atractivo, un dios, una leyenda.
Se sentía cada vez más inquieta por el trabajo, así que agarró el libro. Monterrey: Tras el tiempo. Se dirigió hacia la puerta y volvió a mirarlo una última vez.
-Gracias, Naruto. Gracias por todo. Buenas noches.
-Hinata -cuando ella ya estaba en el pasillo, la alcanzó y la agarró por la muñeca para que se diera la vuelta-. Es un vuelo de cinco horas. Quiero marcharme mañana por la tarde. ¿Podrás estar preparada entonces?
Hinata sonrió nerviosa y asintió apresuradamente.
Él le agarró la barbilla y la levantó ligeramente.
-¿Estarás preparada, Hinata? -insistió.
-Estaré preparada -le aseguró ella-. Gracias. Sé que podrías pedírselo a otra. Y dudo que tuvieras que pagar por su compañía.
-Sí, pero te deseo a ti.
Un torrente de esperanza se desencadenó en su interior al oír sus palabras. Recorrió su cuerpo desde la cabeza hasta los pies. Naruto no quería decir eso, pero sus oídos se morían por escuchar cualquier cosa que él le dijera.
Deseaba ser diferente a sus ojos. No un acto de caridad. No como su hermanastro, un playboy imprudente al que Naruto tenía que rescatar una y otra vez. No deseaba ser como los desconocidos y amigos que lo llamaban todos los días en busca de consejos, de poder o de ayuda.
Todo el mundo deseaba algo de Naruto Namikaze, pues debajo de su apariencia había un hombre con un corazón de oro.
Hinata se preguntó si habría alguien que le devolviera todo lo que él daba, si alguien cuidaría de él para variar.
Decidió que, fuera lo que fuera lo que él deseara, ella se lo daría.
-No te arrepentirás, Naruto -prometió suavemente-. De ayudarme, quiero decir.
Él sonrió. Esa sonrisa de asombro provocó un vuelco en su estómago, pero no pareció llegar a sus ojos. Esos ojos permanecían insondables. Deslizó un dedo por su mejilla y despertó el fuego de su piel.
-Soy yo el que espera que no te arrepientas de haber venido.

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-¿Tu nueva novia?
Callado, Naruto se quedó de pie junto a la ventana del salón y observó el coche alejarse con Hinata dentro. Desde el ático el Lincoln parecía un escarabajo que se metió en el tráfico intermitente tras el edificio de apartamentos.
La presión que sentía en el pecho aumentaba con la distancia.
La sangre aún le ardía en las venas y la cabeza le daba vueltas con mil pensamientos, todos ellos catalogados X.
-¿O tal vez una amante?
Naruto se dio la vuelta y miró al recién llegado, el inquisitivo Kiba Inuzuka; antiguo espía corporativo y actualmente millonario. Estaba comiéndose una bolsa de almendras que había sacado del bar.
-Mi secretaria -respondió Naruto mientras balanceaba el vaso de whisky que tenía en la mano.
Kiba había llegado a las once en punto como había prometido; aquel texano alto y moreno nunca llegaba tarde y, como un perro amaestrado que escuchara un silbato silencioso, había ladeado la cabeza al ver a Hinata prácticamente entre los brazos de Naruto. Mientras ella se despedía, el instinto de Naruto se había puesto alerta y le había susurrado que en realidad deseaba quedarse.
Pero cuando «Inuzuka el bastardo», como la prensa lo había apodado, decía que entregaría, entregaba. Y por desgracia lo que Naruto necesitaba no podía esperar.
Aun así no podía permitir que su amigo sacase conclusiones erróneas, así que levantó el vaso en un brindis burlón.
-Prepara un café -dijo.
-¿Y en la cama? -preguntó Kiba.
Naruto atravesó el salón y se dirigió hacia el despacho seguido de Kiba.
Dejó el vaso sobre la pila de papeles de su escritorio y se sentó en el sillón de cuero.
-No soy ese tipo de hombres, Kiba. No mezclo los negocios con el placer, ¿recuerdas?
Pero el dulce aroma de Hinata permanecía en el aire. Un tormento para su cuerpo. Una burla a sus palabras.
Respetaba a sus empleadas y se enorgullecía de ser un hombre con moral. Pero en lo que se refería a Hinata Hyuga, parecía quedar reducido al instinto de un cavernícola.
-Lo recuerdo -contestó su amigo con una carcajada-. Pero la pregunta es si lo recuerdas tú. ¿Debería haber traído una cuchara? Porque parecías dispuesto a comértela.
-Tal vez ese viejo refrán sea cierto y algunas reglas estén hechas para romperlas; sobre todo si tú eres el imbécil que vive con esas reglas.
-No vayas por ahí, Naruto -le aconsejó Kiba-. Yo he estado ahí. No es divertido. Ni lo es para ti ni lo es para ella. Los líos de oficina siempre acaban mal. No importa lo bien que lo planees cuando empiezas.
Naruto no quería hacerle daño, pero se había sentido frustrado sexualmente desde el día que la contratara. Era recatada, estaba desesperada y decidida, y Naruto había temido que pudiera ser una distracción. Pero no había contado con el hecho de que su respuesta primitiva hacia ella llegase a un nivel tan intenso.
-Nunca en mi vida me he liado con una empleada, pero ella es diferente, Kiba. Y sí, soy consciente de como suena.
Se recostó en el asiento y se remango la camisa.
De hecho estaba considerándolo, tal vez incluso ya hubiera dejado de considerarlo y se hubiera decidido, para darles a ambos lo que llevaban meses deseando.
Él era un hombre de sangre caliente. Sólo podía soportar hasta cierto punto. Y Hinata... no importaba lo mucho que intentara ocultar sus reacciones hacia él, porque reaccionaba. De manera visceral, primitiva; bajo la apariencia de secretaria había una mujer al fin y al cabo.
Y ahora le había pedido, prácticamente exigido, que pasara una semana con él. Fingiendo ser su amante. En un momento en el que toda su energía y toda su atención debían estar centradas en un premio que había esperado ganar durante mucho tiempo.
Namikaze.
No había estado seguro sobre si pedirle que fuera su acompañante. Era una tentación demasiado grande jugar a ser amantes y él necesitaba estar concentrado para lograr su objetivo.
Pero esa noche la adorable Hinata le había pedido ayuda.
Esa noche él ya no había podido negárselo más.
La deseaba.

Un pacto con el jefe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora