A la Turca-Mozart

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Realmente tuvimos un mal fin de semana que se resume en tres cosas:

1.- Un esguince en el tobillo derecho y daño en las cervicales.

2.- Un ojo morado y un labio partido.

3.- Esposas.

Todo por el idiota de Marco, creí que estabas molesto conmigo; aunque tal vez imaginé de más, lo importante fue que al final del día me besaste.

No fue mi culpa que las cosas sucedieran así, pero aun así tengo que admitir que fue divertido, bueno... no tanto, al menos cuando lo veo y recuerdo desde este punto me resulta casi gracioso, tienes que imaginar este momento con A la Turca.

Nuestro día había comenzado bien, desperté muy abrazada a ti, o tú a mí, en realidad no sabía cuál era la diferencia, estábamos muy entrelazados, quise moverme sin despertarte; sin embargo, no sirvió de mucho, gruñiste al instante.

Me relajé y me apretaste más, si seguías así no ibas a dejarme respirar, pero al menos moriría feliz.

No podía ver la hora, pero apenas estaba amaneciendo. De un momento a otro volví a dormir, yo creo que fue por la calidez de tus brazos y tu relajada respiración.

Un ruido me despertó, estabas gruñendo en mi oído, iba a reír pero la risa la sustituí por un gemido al sentir el brazo dormido bajo tu cuerpo, despertaste al instante, me diste un beso en la mejilla y te moviste para liberarme el brazo.

—Buen día, nena —dijiste atrayéndome a tu cuerpo.

Te abracé y hundí mi nariz en tu pecho. Dios, olías delicioso. Casi pude imaginarme despertando cada día a tu lado.

— ¿Dormiste bien? —pregunté.

—Sí, totalmente...

—Al final terminaste en mi cuarto... —susurré cerca de tu cuello.

—Estaba muy cansado por el viaje y me ganó el sueño, tu cama es muy cómoda. —Me diste un beso en la frente.

Me sentí sólo un poco decepcionada, sólo te había ganado el sueño.

La puerta de la habitación se abrió tan rápido que no me dio tiempo de moverme o hacer cualquier cosa que nos pudiera salvar de la situación incómoda.

—Oh por Dios, que lindos —dijo mi abuela acercándose a nosotros.

Me levanté rápidamente y me apoyé en los codos.

— ¡Abuela! —reproché sintiendo la cara caliente.

—Buen día, Maga. —Sonreíste.

—Ya me voy, sólo quería decirte que servirán el desayuno en el jardín y que el día está para entrar en la alberca, así que saquen sus bañadores. —Mi abuela caminó en dirección a la puerta, antes de salir nos miró—. Le diré a Carmen que mueva tus cosas para acá, Galencito.

Cerró la puerta y me llevé las manos a la cara tratando de calmar una mezcla de confusión, frustración, vergüenza y... ¿felicidad?

Sentí tus manos en mis hombros, me estabas dando un masaje.

—Relájate, Loli...

Relajé los músculos y me permití disfrutar de lo bien que se sentían tus manos. Pronto ellas desaparecieron y te levantaste de la cama.

—Voy a tomar una ducha y haré unas llamadas, así que te veo abajo en el jardín. —Desapareciste por la puerta.

No me habías dado ni un beso... ni un besito chiquito...

Caprice No. 24 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora