Capitulo 3. Buscando ayuda.

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Galen tenía que encontrar a Lola, ya había dejado pasar otro día y en un momento de desesperación había llamado a su madre Cristina de Mora, algo que nunca, nunca, debió haber hecho.

La mujer de baja estatura y voz chillona, se había puesto mal, muy mal. Había gritado, había maldecido y también dijo que le diría a Dolores, o más bien, obligaría a que regresara con Galen, algo que por supuesto Galen no aprobaba aunque era lo que más quería.

—La engañé —confesó Galen en aquel momento por vía telefónica.

—Ella no te puede dejar por un detalle —contestó de manera insolente.

Esa contestación fue algo que había ofendido en sobremanera a Galen, él era hombre y los hombres suelen ser cabrones, pero esa mujer estaba hablando de su hija y, aunque Galen amaba a Dolores y estaba arrepentido, no le gustó la reacción tan superficial de su suegra. Lola no se había merecido la traición, nadie se merecía una traición.

Así fue como comprendió que el engaño no era un detalle, no era algo que se solucionara tan fácilmente, no era algo sin importancia, no debió de haber llamado pero eso le hizo entender que debía esforzarse más, que si quería que Dolores lo perdonara, no tenía que tratar el asunto como un simple detalle.


Dolores estaba tan enojada con Galen, ahora ya no tanto por haberla engañado, si no, por hablar con su madre, María Cristina de Mora.

«Además de culero infiel, chismoso», pensó Lola en el momento en que su madre entró en su territorio.

La señora había llegado al departamento de Amanda con un traje sastre color blanco, zapatillas Chanel, loción Guess y bolso Prada, estaba furiosa con Lola, pero ella no era la única, así que las cosas se pondrían interesantes.

— ¿Qué quieres, Cristina? —preguntó Lola.

Lola estaba con un pie afuera del departamento de Amanda y otro en casa de su abuela, su madre sólo había ido a retrasar su huida ¿Y qué tal si Galen se hacia el aparecido? Necesitaba salir ya mismo de la ciudad y pensar, pensar mucho.

—No puedo creerlo, ¿cómo se te ocurrió, Dolores? —le gritó Cristina.

— ¿Cómo se me ocurrió qué? —contestó fastidiada, aunque ya sabía por dónde iba la cosa.

—Dejar a tu esposo, hiciste votos, votos sagrados —dijo con falsa preocupación.

—Me engañó, mamá —gritó Lola.

—Todos tenemos deslices —excusó Cristina a Galen—. Necesitas volver con él, verás cómo se te pasa con un viaje a Europa o tal vez a Canadá, no lo sé...bolsas, abrigos...

Las emociones de Lola se mostraron a flor de piel.

—No soy tú, no soy feliz con dinero, no me llena. —Lola hizo una pausa, las lágrimas comenzaban a juntarse en sus ojos—. Sólo quiero amor, quiero ser feliz, no soy mercancía, María Cristina. Creíste que casarme con Galen fue la mejor inversión de tu vida, pues te anuncio, no lo fue. Soy infeliz. ¿Sabes por qué dejé a Galen? Porque era ya casi era una versión tuya. ¿Alguna vez has pensado en mí? ¿En lo que me hace feliz? Tú no naciste para ser madre.

—No me hables así soy tu mamá, te guste o no —dijo Cristina totalmente descolocada.

—Pues no, no me gusta que seas mi madre. —Cristina abofeteó a Lola.

El mundo de Cristina tembló, jamás se sintió tan mal consigo misma, fue como ser destruida desde adentro.

—Me culpas por la muerte de papá, pero aunque estuviera vivo, no hubiera regresado contigo. —Lola se limpió las lágrimas que manchaban su rostro—. Si ya terminaste me voy, iré con mi abuela, con ella sí quiero charlar.

—Lola, hija... —Cristina no pudo detener a Dolores.

De camino a San Luis, Lola no paró de llorar, le latía la cabeza, aún seguía escuchando los mensajes que Galen había dejado en su celular, su corazón estaba roto por todas partes, ahora su madre también era un factor de dolor. Aprovechó para eliminar la grabación que entraba con el buzón y grabar una nueva.

—Hola, habla Lola, deja tu mensaje, si eres Galen ve a dejar tus mentiras a otra parte. —Presionó aceptar y establecer nueva grabación.

Posteriormente escribió un mensaje para él.

«Aparte de puto, chismoso» Enviado.

Ni siquiera lo pensó, sólo lo hizo, le ayudó a calmar el dolor y seguramente a él le ayudaría a mantener la esperanza, pues para bien o para mal, ella le había dado señales de vida.

Caprice No. 24 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora