4 segunda parte

373 35 1
                                    

-Vaya, ésa sí  que  es  una fantasía atractiva. Que  he  tenido  varias  veces. El deseo  encendido,  marcado  en  la  cara  de él,  de pronto  se enfrió  mientras  retrocedía un  paso  y  se  arreglaba la corbata.

-¿Sí? Eso  hace  que  las cosas sean  mucho  más interesantes. Sonaba a invitación, pero  ¿por  qué  retrocedía?  -¿Por  qué?

-¿Todavía  eres  mi empleada? Ella  asintió  y  una  oleada  de  incomodidad mitigó  su  pasión.

-Hasta  la  fusión con Anderson.

-Entonces,  nuestras fantasías mutuas seguirán  siendo  eso.  Fantasías  -se  alisó  una arruga de  la camisa-.  Buenas  noches,  señorita Everdeen.

Despacio, Katniss se  irguió  y  se  bajó  la  falda  por  las  piernas  desnudas.  La  puerta se  cerró  en  silencio  detrás  de Peeta al salir. El calor  del deseo  menguante  y  quizá  algo  de  bochorno  le  encendieron  las  mejillas.

Su  plan  de  seducción  no  tendría  que  haber  salido  de  esa  manera.  Estar  tumbada  en su  escritorio, ardiente,  mojada, irritada y  sola  jamás  había entrado  en  su  mente.

Hablando  de  mentes, Peeta pensaba  demasiado. Ahí  radicaba su  problema. La próxima  vez, no  repetiría ese  error.  La próxima vez,  e  iba a encargarse  de  que hubiera una próxima  vez, no  lo  dejaría  pensar.  Ni parar.  Sin  importar  lo  que  hiciera falta.

Un momento... ¿él  había dicho  “mutuas”? La excitación  hizo  que  le  hormiguearan  los  dedos. Sí. Había dicho  mutuas.  Durante un  momento,  disfrutó  con  ese  conocimiento.  De  modo  que  el  letal  señor Peeta Mellark  no  había  sido  inmune.  De  hecho,  su  erección casi  le  había  producido  una mella  en  el muslo. Necesitaba  algo dulce.  Tomó unos  malvaviscos  recubiertos. Su  determinación  no  iba  a  vacilar.

-Mañana, Peet, esas  fantasías  se  harán  realidad.

¿Qué  diablos  había pasado? Y  lo  que  era  más  importante,  ¿por  qué  diablos  había  besado  a  Katniss?  Volvió  a arreglarse  la corbata. Señorita Everdeen. Pensar  en  ella como  en Katniss  era lo  último que  necesitaba.  La hacía parecer  menos  secretaria y  más  mujer.

Una mujer  hermosa que  le  hacía agua la boca. Se puso  de pie.  Tenía  que concretar  una  fusión.  Todo  dependía  del  éxito  que tuviera. Su  negocio. Su  reputación. Las  promesas  que  le  había hecho  a su  madre  junto  a la cama  del  hospital  y  luego  las  promesas  que  se  había  hecho a  sí  mismo de  estar orgulloso del  hombre  en  que  se  había  convertido.

Pero  eso  seguía sin  contestar  la pregunta de  por  qué  había besado  a Katniss. Era  obvio. 

Esos  ojos  que  eran  como una  invitación  abierta.  Aunque,  como un  idiota, la  respuesta  no  le  había resultado  tan  obvia unas  horas  antes. Subió  al  máximo  el  aire  acondicionado.  Luego  bajó  la  ventana. 

Necesitaba  la temperatura  inclemente  que  sólo  una  ráfaga  de  diciembre  podía  aportar.  O  una noche  en  los brazos dispuestos de  una  mujer.

Los brazos de Katniss. Maldición. “No  vayas  por  ahí”. Había  calculado  mal  con  la  señorita  Everdeen.  Algo  que  no  podía  permitirse.  Despreciaba no  poder  concentrarse  en  el objetivo,  desear  a  alguien  más  que  lo  que  dictaba  el sentido común. Quería  una  persecución.
Perseguir  a la señorita Everdeen  alrededor  de  la  mesa,  tirar  los  ficheros  y  el  teléfono  al suelo, luego  volverla loca...

Como Seducir Al JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora