-Vaya, ésa sí que es una fantasía atractiva. Que he tenido varias veces. El deseo encendido, marcado en la cara de él, de pronto se enfrió mientras retrocedía un paso y se arreglaba la corbata.
-¿Sí? Eso hace que las cosas sean mucho más interesantes. Sonaba a invitación, pero ¿por qué retrocedía? -¿Por qué?
-¿Todavía eres mi empleada? Ella asintió y una oleada de incomodidad mitigó su pasión.
-Hasta la fusión con Anderson.
-Entonces, nuestras fantasías mutuas seguirán siendo eso. Fantasías -se alisó una arruga de la camisa-. Buenas noches, señorita Everdeen.
Despacio, Katniss se irguió y se bajó la falda por las piernas desnudas. La puerta se cerró en silencio detrás de Peeta al salir. El calor del deseo menguante y quizá algo de bochorno le encendieron las mejillas.
Su plan de seducción no tendría que haber salido de esa manera. Estar tumbada en su escritorio, ardiente, mojada, irritada y sola jamás había entrado en su mente.
Hablando de mentes, Peeta pensaba demasiado. Ahí radicaba su problema. La próxima vez, no repetiría ese error. La próxima vez, e iba a encargarse de que hubiera una próxima vez, no lo dejaría pensar. Ni parar. Sin importar lo que hiciera falta.
Un momento... ¿él había dicho “mutuas”? La excitación hizo que le hormiguearan los dedos. Sí. Había dicho mutuas. Durante un momento, disfrutó con ese conocimiento. De modo que el letal señor Peeta Mellark no había sido inmune. De hecho, su erección casi le había producido una mella en el muslo. Necesitaba algo dulce. Tomó unos malvaviscos recubiertos. Su determinación no iba a vacilar.
-Mañana, Peet, esas fantasías se harán realidad.
¿Qué diablos había pasado? Y lo que era más importante, ¿por qué diablos había besado a Katniss? Volvió a arreglarse la corbata. Señorita Everdeen. Pensar en ella como en Katniss era lo último que necesitaba. La hacía parecer menos secretaria y más mujer.
Una mujer hermosa que le hacía agua la boca. Se puso de pie. Tenía que concretar una fusión. Todo dependía del éxito que tuviera. Su negocio. Su reputación. Las promesas que le había hecho a su madre junto a la cama del hospital y luego las promesas que se había hecho a sí mismo de estar orgulloso del hombre en que se había convertido.
Pero eso seguía sin contestar la pregunta de por qué había besado a Katniss. Era obvio.
Esos ojos que eran como una invitación abierta. Aunque, como un idiota, la respuesta no le había resultado tan obvia unas horas antes. Subió al máximo el aire acondicionado. Luego bajó la ventana.
Necesitaba la temperatura inclemente que sólo una ráfaga de diciembre podía aportar. O una noche en los brazos dispuestos de una mujer.
Los brazos de Katniss. Maldición. “No vayas por ahí”. Había calculado mal con la señorita Everdeen. Algo que no podía permitirse. Despreciaba no poder concentrarse en el objetivo, desear a alguien más que lo que dictaba el sentido común. Quería una persecución.
Perseguir a la señorita Everdeen alrededor de la mesa, tirar los ficheros y el teléfono al suelo, luego volverla loca...
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Como Seducir Al Jefe
RomanceSer mala podía llegar a ser algo muy, muy bueno... Era la ayudante perfecta, o al menos lo fue hasta que accedió a que la hipnotizaran durante una fiesta. De la noche a la mañana, la eficiente y recatada Katniss Everde...