10 Primera parte

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Tacones  altos  y un  corazón  roto no casaban. 

Arrastró esos  tacones  con  lentitud  de vuelta  a  la  oficina.  A  partir  de  ese  momento, la regla sería:  suaves  y  prácticos.

Mirando  por  el cristal del despacho,  vio  a Peeta  ir  de  un  lado  a  otro  de  la  alfombra delante  de  su  escritorio. 
Irradiaba  energía. Los  hombros  se  le  hundieron con un cansancio  que  nunca  antes  había  sentido.

Ese era  el Peeta  real.
El  hombre  dominante  y  poderoso  que  ansiaba alcanzar  un acuerdo  y  convencer  a  la  gente,  lleno  de ideas  e ideales,  pero  según  sus  términos.

Y  ella, volvía a ser  la verdadera Katniss .  La antigua Katniss .  Ésa a  la que  no había mirado  una segunda  vez.  Al verlo,  le  dolió  el corazón.

¿Volvería  a  descansar  alguna  vez  contra  esos hombros anchos?
¿Se  encendería  bajo  la caricia  de  sus  dedos? 
¿Lo  oiría  gemir  mientras  le  daba  placer? 
No. Porque  Peeta  no  quería ni  deseaba a la verdadera Katniss Everdeen.

La fusión. Se  quedaría  a su  lado  hasta que  saliera el  voto  del  congreso  y  él  ocupara su nuevo  puesto  de co-presidente en  Anderson. Luego  recuperaría  el  plan  de  asesorar  financieramente  a  la  gente. 

Respiró  hondo. Probablemente, Peeta  se  sentiría aliviado  cuando  se  marchara, después  de  que comprendiera que  no  se  trataba de  la misma mujer  que  lo  había seducido  en  el escritorio.  Pero por  el  momento,  debería  comportarse  como  si  nada  hubiera sucedido. 

Él no  tenía  que  notar  que  se  le  estaba  partiendo  el corazón  ante  la  idea  de no  volver a  verlo  jamás. Pero era  lo correcto.  Por  la  fusión.  Por  él. 

Abrió la  puerta.  Cuando alzó la  vista  y la vio, sonrió, y  la  tensión  que  le  marcaba la frente  se  mitigó.

¿Era  ella quien  conseguía surtir  ese efecto?

En  dos  zancadas,  Peeta   se  plantó  a su  lado. La tomó  por  la cintura, la levantó  y  la hizo girar  en  los  brazos.  Con  un  grito  encantado,  se  permitió ese  momento de  placer puramente egoísta.  Se  daba  cuenta  de que sus  emociones  se rebelaban...

-Está  funcionando.  Encontré  a  la  congresista  que  frena  todo.  Taggert.  He  recibido una llamada  de  ella  ahora  mismo.  Es  del estado  de  Texas.  ¿Cómo  puede  estar  en  contra de  la  ley?

-Es  estupendo. Primero se  alegró,  pero luego el  corazón  se  le  hundió.  No habría  manera  de  alargarlo. Ningún  disfrute  de  último minuto con  Peeta .  La  ley se  aprobaría  y la  fusión  iría viento en  popa  y entonces  sería  el  momento de  marcharse.  Los  pocos  días  con  los  que había  contado  podían  haberse  convertido  en  simples  horas.

Peeta   indicó  la mesa con  la cabeza.   -Te  he  comprado  algo  para  celebrarlo.
En  el centro  del escritorio  había  una  caja  pequeña  envuelta  con  un  lazo  púrpura  de satén.  La  etiqueta  de  la  confitería  indicaba  que  procedía  del local caro  que  había  en  el vestíbulo  de  su  edificio. Con  dedos  trémulos  deshizo el  lazo y alargó  el  momento todo lo que  pudo.

Peeta le  había comprado  un  regalo.  Al  levantar  la  tapa, el  aroma a chocolate  y azúcar  atrajo  su  atención. Sintió  un  nudo  en  la garganta  y  pasaron  varios  momentos antes  de  que  pudiera  decir  algo.

   -Me  has comprado  unas  galletitas.  

-Y  no tienen  frutos  secos.

Le  dio  la espalda. Los  hombres  ya le  habían  hecho  regalos  antes, más  caros  que  una caja  de  galletitas.  Pero ninguno se  había  tomado la  molestia  de  recordar  y elegir exactamente  lo  que  a ella le  gustaba. Iba  a  ponerse  a  llorar. Él  le  ofreció  el  consuelo  de  sus brazos fuertes y  de  sus hombros anchos. Amaba tanto  a ese  hombre.

Le  alzó  el  mentón. -¿Qué  sucede,  Katniss ?  ¿Ha  pasado algo entre  Johanna  y tú? La preocupación  en  su  voz, la ternura de  su  contacto, la  pasión  y  las  promesas  de algo  más  que  veía en  sus  ojos, el  hecho  de  que  a él  le  importara... Tenía que  poner  fin a esa farsa.

Acabar  con  esa aventura  falsa antes  de  que  él  se  enamorara  de  algo, de alguien  que  no  era, y  antes  de  que  ella  misma olvidara que  realmente era  otra persona. Ya  deseaba  ser,  más  que  nada  en  el mundo,  la  Katniss   de  hacía  veinte  minutos. Pero esos  pensamientos  y anhelos  sólo podían  aportarle  más  dolor.

Movió  la cabeza.   -He de irme. “Sí, guarda tus  cosas  y  lárgate”. Sonaba  como  un  buen  mantra.  Fue  a  su mesa  y  abrió el  último cajón.  En  su  bolso cayó  un  paquete  de  malvaviscos,  derramando  diminutos  globos  verdes,  amarillos  y rosados  en  el interior  nuevo. Con  el pie  cerró  el cajón.  Abrió  el  del medio  y  buscó  sus  llaves.  En  la  bandeja  de  los lápices, el  frasco  de  laca que  había usado  para crear  “Persuasión”  rodó  adelante  y atrás. -Esto no soy yo.  Estas  cosas  no son  mías.

   Peeta   apoyó las  manos  en  sus  hombros  y estudió su  rostro. -¿De  qué  estás hablando? Claro  que  esas cosas son  tuyas. -

Quiero  decir,  no  de  la  verdadera  Katniss Everdeen.  Escucha,  me  voy.  No  te  molestes en  enviarme  nada de  esto. Además, jamás  guardé  nada personal  en  mí  mesa y  estas cosas  nuevas... No  las  quiero. Tíralo  todo.

-Eh, aguarda  -le  aferró  con  más  fuerza  los  hombros. El calor  de  sus  dedos  atravesó  con  facilidad  la  tela  fina  del vestido  sexy  que  llevaba. Un vestido  sexy  para  ir  al trabajo.  ¿En  qué  diablos  había  estado  pensando?

Con  gentileza, Peeta  la hizo  dar  la vuelta para mirarlo. -No  puedes  irte  ahora.  Estamos  a  punto de  conseguir  un  importante  triunfo legislativo.  Y  lo  mejor  es  que  en  el proceso  derribaremos  a  Snow  del pedestal en  el que  él mismo  se  puso.

Era maravilloso. Y  la  miraba con  tanta preocupación; era todo  lo  que  alguna vez podía  soñar  en un hombre.  Su  hombre.  Que  fácil sería  rodearle  el cuello  con  los brazos  y  besarlo. Quebró  el  abrazo  y  fue  hacia la puerta. Giró  la cabeza para echar  un  último  vistazo.

Como Seducir Al JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora