Tacones altos y un corazón roto no casaban.
Arrastró esos tacones con lentitud de vuelta a la oficina. A partir de ese momento, la regla sería: suaves y prácticos.
Mirando por el cristal del despacho, vio a Peeta ir de un lado a otro de la alfombra delante de su escritorio.
Irradiaba energía. Los hombros se le hundieron con un cansancio que nunca antes había sentido.Ese era el Peeta real.
El hombre dominante y poderoso que ansiaba alcanzar un acuerdo y convencer a la gente, lleno de ideas e ideales, pero según sus términos.Y ella, volvía a ser la verdadera Katniss . La antigua Katniss . Ésa a la que no había mirado una segunda vez. Al verlo, le dolió el corazón.
¿Volvería a descansar alguna vez contra esos hombros anchos?
¿Se encendería bajo la caricia de sus dedos?
¿Lo oiría gemir mientras le daba placer?
No. Porque Peeta no quería ni deseaba a la verdadera Katniss Everdeen.La fusión. Se quedaría a su lado hasta que saliera el voto del congreso y él ocupara su nuevo puesto de co-presidente en Anderson. Luego recuperaría el plan de asesorar financieramente a la gente.
Respiró hondo. Probablemente, Peeta se sentiría aliviado cuando se marchara, después de que comprendiera que no se trataba de la misma mujer que lo había seducido en el escritorio. Pero por el momento, debería comportarse como si nada hubiera sucedido.
Él no tenía que notar que se le estaba partiendo el corazón ante la idea de no volver a verlo jamás. Pero era lo correcto. Por la fusión. Por él.
Abrió la puerta. Cuando alzó la vista y la vio, sonrió, y la tensión que le marcaba la frente se mitigó.
¿Era ella quien conseguía surtir ese efecto?
En dos zancadas, Peeta se plantó a su lado. La tomó por la cintura, la levantó y la hizo girar en los brazos. Con un grito encantado, se permitió ese momento de placer puramente egoísta. Se daba cuenta de que sus emociones se rebelaban...
-Está funcionando. Encontré a la congresista que frena todo. Taggert. He recibido una llamada de ella ahora mismo. Es del estado de Texas. ¿Cómo puede estar en contra de la ley?
-Es estupendo. Primero se alegró, pero luego el corazón se le hundió. No habría manera de alargarlo. Ningún disfrute de último minuto con Peeta . La ley se aprobaría y la fusión iría viento en popa y entonces sería el momento de marcharse. Los pocos días con los que había contado podían haberse convertido en simples horas.
Peeta indicó la mesa con la cabeza. -Te he comprado algo para celebrarlo.
En el centro del escritorio había una caja pequeña envuelta con un lazo púrpura de satén. La etiqueta de la confitería indicaba que procedía del local caro que había en el vestíbulo de su edificio. Con dedos trémulos deshizo el lazo y alargó el momento todo lo que pudo.Peeta le había comprado un regalo. Al levantar la tapa, el aroma a chocolate y azúcar atrajo su atención. Sintió un nudo en la garganta y pasaron varios momentos antes de que pudiera decir algo.
-Me has comprado unas galletitas.
-Y no tienen frutos secos.
Le dio la espalda. Los hombres ya le habían hecho regalos antes, más caros que una caja de galletitas. Pero ninguno se había tomado la molestia de recordar y elegir exactamente lo que a ella le gustaba. Iba a ponerse a llorar. Él le ofreció el consuelo de sus brazos fuertes y de sus hombros anchos. Amaba tanto a ese hombre.
Le alzó el mentón. -¿Qué sucede, Katniss ? ¿Ha pasado algo entre Johanna y tú? La preocupación en su voz, la ternura de su contacto, la pasión y las promesas de algo más que veía en sus ojos, el hecho de que a él le importara... Tenía que poner fin a esa farsa.
Acabar con esa aventura falsa antes de que él se enamorara de algo, de alguien que no era, y antes de que ella misma olvidara que realmente era otra persona. Ya deseaba ser, más que nada en el mundo, la Katniss de hacía veinte minutos. Pero esos pensamientos y anhelos sólo podían aportarle más dolor.
Movió la cabeza. -He de irme. “Sí, guarda tus cosas y lárgate”. Sonaba como un buen mantra. Fue a su mesa y abrió el último cajón. En su bolso cayó un paquete de malvaviscos, derramando diminutos globos verdes, amarillos y rosados en el interior nuevo. Con el pie cerró el cajón. Abrió el del medio y buscó sus llaves. En la bandeja de los lápices, el frasco de laca que había usado para crear “Persuasión” rodó adelante y atrás. -Esto no soy yo. Estas cosas no son mías.
Peeta apoyó las manos en sus hombros y estudió su rostro. -¿De qué estás hablando? Claro que esas cosas son tuyas. -
Quiero decir, no de la verdadera Katniss Everdeen. Escucha, me voy. No te molestes en enviarme nada de esto. Además, jamás guardé nada personal en mí mesa y estas cosas nuevas... No las quiero. Tíralo todo.
-Eh, aguarda -le aferró con más fuerza los hombros. El calor de sus dedos atravesó con facilidad la tela fina del vestido sexy que llevaba. Un vestido sexy para ir al trabajo. ¿En qué diablos había estado pensando?
Con gentileza, Peeta la hizo dar la vuelta para mirarlo. -No puedes irte ahora. Estamos a punto de conseguir un importante triunfo legislativo. Y lo mejor es que en el proceso derribaremos a Snow del pedestal en el que él mismo se puso.
Era maravilloso. Y la miraba con tanta preocupación; era todo lo que alguna vez podía soñar en un hombre. Su hombre. Que fácil sería rodearle el cuello con los brazos y besarlo. Quebró el abrazo y fue hacia la puerta. Giró la cabeza para echar un último vistazo.
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Como Seducir Al Jefe
RomanceSer mala podía llegar a ser algo muy, muy bueno... Era la ayudante perfecta, o al menos lo fue hasta que accedió a que la hipnotizaran durante una fiesta. De la noche a la mañana, la eficiente y recatada Katniss Everde...