5 primera parte

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Un  escalofrío de  deseo le  recorrió  todo el  cuerpo,  delicioso,  perverso,  embriagador.

¿Cuánto  tiempo  había estado  esperando  que Peet dijera esas  palabras?
Bueno,  cuatro años,  pero ese  día había estado  esperando  al  menos  cinco  minutos.

Ya sabía que  el  truco  de  no  llevar  braguitas  funcionaba. Un  hombre  era  incapaz de mantener  la  mente en  cualquier  otra  cosa...  sabiendo  pero  sin  ver.  Pero  debía reconocer  que Peet  había durado  más  de  lo  previsto...  verdadera prueba de  su increíble  fuerza  de  voluntad.

Recogió  el  cuaderno  de  notas; bien  podía fingir  que  creía que  la había llamado  para trabajar. Llamó  a la puerta y, sin  aguardar  una respuesta, giró  el  pomo.

Los  ojos  azules  de  él la  quemaron  al  observar  cada paso  que  daba. Peeta  supo  que  ésa  era  su  perdición.

Los  pezones  de  Katniss se  contrajeron  contra  la  suavidad de  la  blusa  de  algodón  y adquirieron  una pesadez que  antes  no  tenían.

Se  pasó  el pie  por  la  pantorrilla,  fuerte  y  osada  por  la  satisfacción  de  ver  la  mirada que  se  detenía  en  sus  pies  antes  de  subir  por  sus  piernas.

  Y  continuaba  por  el camino que  ella  había  iniciado,  incluso  más  allá  de  donde  se  había  detenido.

-¿Para  qué  me  necesitabas?  -inquirió con  voz  ronca  y seductora.  Se  pasó  un malvavisco  por  el labio  inferior-.  Estaba  comiendo  un  malvavisco  -acarició  el  sabroso bocado  con  la  punta  de  la  lengua  y  lo  vio  contener  el aliento-.  ¿Te apetece uno?

Peeta  movió  la cabeza. -¿Quizá  querías un  poco  de  café?  -se  inclinó  hacia  él-.  Recuérdamelo... ¿te  gusta caliente  y  dulce?

-¿Estás  hablando  del café?

-Si lo  quieres  rápido,  es  así  cómo  te  lo  daría.  Sólo  disponemos  de  instantáneo  -le informó. 

  Pobre  Peet.  Johanna  tenía  razón,  los  dobles  sentidos  eran  un  arte  delicioso.

-No  quiero  café  -gruñó  él.

Entre  ellos  se  asentó  un  silencio  tenso,  pero  no  incómodo,  preludio  de  lo  que  ambos tenían  que  saber  que  era inevitable. Peet  sería suyo. Pero  primero  tenía que compensarla  por  tantos  años  de  soslayar  su  sensualidad. Fue  contoneándose  hacia  el  escritorio.

-Tengo  que  hacerte  una  confesión  -se  paró junto a  él-.  Mi laca  de  uñas  en  realidad no se  llama  Persuasión.  Lo  dije  sólo  para  que  olvidaras  tus  moda  les.

Él tragó  saliva  y  bajó  la  vista  por  sus  piernas  desnudas  hasta  llegar  a  los  pies. -¿Cómo  se  llama?

Katniss se encogió  de hombros  al  tiempo  que se sentaba  en  el  borde de la  mesa;  la falda  se  le  subió  mucho. -Oh,  algo aburrido.  Rojo bombero.

Colocando  los  pies  en  los  reposabrazos  de  su  sillón  de  ejecutivo,  lo  empujó  hacia atrás.  Los músculos poderosos debajo  de  la  chaqueta se  congestionaron.

Qué  ganas tenía  de darse un  atracón  visual  con  ese cuerpo.

-No parece  muy tentador.

-Cierto, Pero  ¿y  si  hiciera  algo  así?  -primero,  movió  los  dedos  de  los  pies  en  su dirección,  luego  trazó  la  extensión  de  la  pierna  de  Peet  con  el  pie,  acercándose  a su cremallera-. 

Quizá  debería  sugerirles  a  los  fabricantes  el  nuevo  nombre que yo  le he puesto.  Podría  aumentar  sus  ventas.  Tú  me  enseñaste  todo sobre  la  oferta  y la demanda.

Él  cerró  las manos;  después,  las aflojó.  

-Diría  que  es  hora de  apagar  las  llamas.

Con  un  arrebato  de  frustración  sexual  y  fuerza  masculinas,  la  sentó  en  su regazo.

Aterrizó contra  el  muro de  su  pecho. Katniss notó que  sus  ojos  estaban  llenos  de  fuego  y determinación. 

Se  había acostumbrado tanto a  que  Peet mantuviera el  control, que  había  olvidado  su  fama de tiburón  intimidador  y  calculador. 

Un  hombre  de  poder  y  fuerza. Era  inevitable  que  perdiera  el control. Se  acurrucó contra  él.  Sintió la  firmeza  de  ese  cuerpo poderoso  pegado contra  sus puntos más  sensibles.

  Arqueó  las  caderas,  enmarcándolo  con  su  cuerpo.  El gemido que  recibió  era un  sonido  que  anhelaba provocarle  una y  otra  vez.

Ya no  quería verlo  de  ninguna otra manera.  Quería al  verdadero  Peet, con  el  cuerpo tenso  con un poder  natural.

Los  dedos  de  él  le  acariciaron  la  piel  por  encima  de  la  rodilla.  Desde  luego,  sabía  lo que  pensaba.

Tenía que  averiguar  por  sí  mismo  si  llevaba puestas  braguitas.

Los dedos  curiosos  se  encontraron  con  el  bajo  de  la  falda  y  le  frotó  el  material delicado contra  los muslos.

-Te  quiero  desnuda, Katniss.

A ella  le costó  respirar.  De verdad  iba  a  suceder.  Después  de tantos  años  de deseo  y frustración  contenidos,  finalmente  iba  a  hacer  el  amor  con  Peeta Mellark.

Estaba cerca, pero  quería estar  más  cerca. Le  encantaba estar  más  cerca,  tal como  lo  atestiguaba  el ritmo  de  sus  palpitaciones.

Un  momento.Él  volvía  a  tomar  el  control  cuando ése  era  su  espectáculo.  Quería  que durara. Tenía que  compensar  cuatro  años. Los  dos  tenían  que  satisfacer  la fantasía del escritorio.

Se levantó  de  su  regazo y lo miró a  los  ojos.

  -Mmm,  tendente  a  la  espontaneidad, señor  Mellark. Sé  que  le  gusta cazar. ¿Por  qué  no  dejo  que  me  persiga alrededor  de su  mesa y, cuando  me  alcance, le  quito  una de  sus  prendas? Se  puso  de  pie  junto  a  ella  y  la  miró  desde  arriba.  Le  sonrió.

-¿No  debería ser  yo  quien  te  quitara la ropa?   Ella  rió  con  ganas.

-No  permitas  que  te  lo  impida.

Como Seducir Al JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora