Capítulo 1
La trampa
La luz del ocaso se proyectaba sobre el valle que se extendía entre un grupo de colinas, regalando una vista maravillosa a los afortunados testigos de ese espectáculo.
Mientras el autobús bajaba por una de esas colinas, alguien dentro de él pensaba que todo aquello era una tremenda estupidez. Alejandra García realmente estaba incómoda con aquella mudanza. Una parte de ella quería ir de regreso a su ciudad natal y otra parte estaba dispuesta a radicar en aquel sitio. Esa batalla interna la tenía bastante enojada, de muy mal genio. Jamás estuvo en sus planes vivir en ese lugar ni estar tan cerca de esa gente.
Después de que su madre muriera hacía más de dos años, Alejandra se las había arreglado como podía para vivir sola y pagar la universidad. A sus veinte años de edad, ella sabía muy bien lo que era pasar hambre, sabía lo que era vivir con lo necesario, y a veces sin eso. Y aunque esos años había logrado mantenerse gracias a que tocaba en una banda de rock en un bar local, al final su tío abuelo la había convencido de mudarse hasta ahí.
Antes de llegar a la Ciudad de Montejo, el transporte hacía una breve parada en San Juan, un poblado pequeño que era el lugar donde Ale al fin bajaría. Su madre había vivido en ese pueblo por una temporada, ¿alguien la recordaría?
Alejandra salió de golpe de sus pensamientos, con el tiempo justo para tomar su equipaje del compartimento arriba de su cabeza y dirigirse a la salida. Al bajar percibió enseguida el aire fresco azotando su cara y se quedó de pie unos segundos observando el camión alejándose, tratando de contener el impulso de correr hacia él... ya estaba hecho, estaba ahí por fin. Se escuchaba música que provenía de una tienda, justo frente al parque central. La gente caminaba en las calles, los niños jugaban en sus bicicletas. El aroma a fritanga salía de unos pequeños puestos ubicados frente a la iglesia... ahí era a donde ella se dirigía.
Arrastrando una maleta y echándose al hombro una mochila y una guitarra, Alejandra caminó hacia el viejo templo.
Toc-toc.
Toc-toc.
—¡Voy! —se escuchó una voz cansada del otro lado de la puerta de la sacristía. Luego unos pasos acercándose y el sonido de la cerradura.
—Buenas noches, tío —saludó al anciano.
—¡Alejandra! —El viejo la abrazó paternalmente—. Te esperaba hasta el domingo, ¡pasa, pasa!
—Al mal paso darle prisa, ¿no? —dijo Alejandra encogiendo los hombros. Su tío la guió hasta una pequeña sala donde ambos se sentaron.
—¿Piensas que fue una mala idea mudarte?
—Pienso que fue una pésima idea.
—¿No quieres ni un poco a este pobre tío tuyo?
—Sigues siendo un chantajista profesional. La verdad estoy feliz de verte y sí... alguien tiene que cuidarte, viejo terco. —Ale siempre le hablaba en ese tono a Sebastián.
—Si soy viejo, pero tu tío y además un sacerdote, ¡así que respétame chiquilla fea! —respondió el anciano soltando luego una carcajada.
—Te respeto, es solo que... no sé, me parece súper raro vivir aquí, tan lejos de mi hogar.
—Lo sé —respondió su tío caminando fuera de la sala—. ¡Pero Dios siempre nos sorprende, ¿no crees?! —gritó Sebastián desde donde estaba.
—Ya lo creo —murmuró Alejandra para sí misma. Después de unos minutos su tío volvió.
—Supongo que debes tener hambre, ten chiquilla. —Sebastián le extendió una bandeja con muchos bocadillos y un vaso lleno de un líquido oscuro.
—Gracias, viejo. —Ale le dio un sorbo a su bebida— ¡Aaargh! ¿Qué es esto? ¿Vino?
—El mejor vino de la iglesia.
—¡Tío! ¿Eso no es pecado? —Si algo le gustaba de su tío, era su cinismo y que siempre había sido un sacerdote poco ortodoxo. Tanto, que le importaba muy poco que a ella le gustaran las chicas.
—Jesús tomaba vino, ¿por qué yo no? Además, estamos celebrando tu llegada.
—Eres terrible, viejo.
Alejandra y Sebastián siguieron platicando por un par de horas más. Tenían mucho que decirse, pues hacía un año que no se veían y su tío era muy chismoso, o dicho de forma elegante, "comunicativo". El viejo le contó algunas cosas de la parroquia, del pueblo y de las mejoras que quería hacer en el jardín. Alejandra por su parte le contó de los trámites que tendría que realizar en su nuevo colegio. Estaba a mitad del tercer año de la licenciatura en artes musicales, simplemente la música era lo que más le apasionaba en la vida.
Cerca de medianoche su tío le enseñó su habitación y la dejó ahí para descansar. Su alcoba era pequeña, tenía un closet con algunos peldaños para acomodar su ropa, un camastro con sábanas muy blancas y un lavabo para su aseo personal.
«Espero no haberme equivocado al venir aquí», pensó Ale lanzando un suspiro antes de cerrar los ojos y quedarse dormida.
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De Aristocracia y Otras Estupideces.
RomanceA sus veinte años, Alejandra no conoce a su padre, pero esa situación pronto cambiará. Por diversas circunstancias tendrá que mudarse a la casa de su familia paterna y vivir con ellos ocultando su verdadera identidad, ya que el prestigio de los San...