Capítulo 4
¡Ay, no jodas!
—¡Valeria! —La repentina llegada de la pelirroja había tomado por sorpresa a Alejandra.
—Hola, ¿les molesta si las acompaño?
—Claro que no. —Recibió un beso en la mejilla por parte de su amiga.
—Buenos días, Valeria —saludó Cris, después de que la pelirroja le dirigiera sus respetos.
Las tres caminaron por los jardines hasta llegar al área de edificios. La primera en despedirse fue Cristina, así que Valeria la acompañó hasta su salón.
—¿Sabes a qué hora tendrás tu primer descanso? —le preguntó la chica.
—Permíteme... —Alejandra sacó su horario de la mochila—. A las diez.
—¡Genial! Vendré por ti para ir juntas a la cafetería.
—Perfecto.
—Nos vemos al rato. —Con otro beso, Valeria se despidió.
Alejandra se quedó embobada viéndola alejarse, con ese movimiento de cadera tan sensual y ese cabello rojo como cortina cubriendo su espalda... Esa chica le encantaba en serio. El sonido de un violín la hizo regresar al mundo de los vivos. Entró a su salón, donde una chica de aspecto siniestro y gótico tocaba el instrumento con fuerza. Sus ojos parecían perdidos en algún punto de la habitación mientras ejecutaba la melodía como si estuviera poseída. Una chica rubia con aire soñador danzaba al ritmo del violín. Parecía drogada pero no podía estarlo, ¿o sí?
Un muchacho pelinegro con la cara larga y pálida tocaba la flauta. Unas diez personas más estaban dentro del salón, cada quien en lo suyo, ignorando al trío de raros.
—Hola —saludó cuando la música terminó—. Tocas muy bien —le dijo a la gótica.
—Gracias —respondió seria la chica.
—Me llamo Alejandra.
—Natalia. —Se estrecharon la mano.
—Yo soy Lisa —le dijo la rubia aún con ese aire perdido—. Y él es Nicolás.
—Hola Alejandra, bienvenida.
—Gracias.
Un hombre chaparro y con el cabello muy rizado entró al salón. Era el profesor de italiano. Así pasó las primeras dos horas de clases, intentando entender y pronunciar correctamente las palabras... y riéndose de Nico, que se la pasaba inventando palabras con una pésima dicción. El timbre sonó para anunciar el descanso.
—¿Vas a la cafetería con nosotros? —preguntó Nico, quien tenía puesto su mochila de cabeza intentando que cayera de ella todo el dinero posible, pero por lo que Alejandra veía, el chico no tenía éxito en su búsqueda.
—Claro. —Caminó detrás de sus compañeros pero al llegar a la puerta, Valeria la esperaba.
—Hola, ¿lista? —Ale había olvidado que la vería.
—¿Eh? Si, claro ¿te molesta si nos acompañan? —Señaló al trío de raros.
—Va-Va-Valeria —tartamudeó Nico con cara de pendejo. La pelirroja los miró inexpresivamente por un minuto.
—Claro que no, vamos. —Valeria la jaló para caminar delante de los otros.
—¡Que bien huele! ¿Quieren un café chicos? —preguntó Alejandra, gentil con sus nuevos compañeros cuando estaban cerca de la cafetería.
—Claro.
—¿Qué tal si van por el café ustedes? —Sugirió Valeria dándole un billete a Nico—. Nosotras estaremos ahí. —Señaló a un grupo de chicos.
—Pero también quiero ver que hay para comer —se quejó Ale, ¡tenía hambre!
—Después —terminó de decir Valeria llevando a la castaña.
—¡Miren quien llego! ¡Mi bella hermanastra! —dijo un chavo como de su edad, alto, con cabello y ojos castaños.
—Hola Alberto. Te quiero presentar a Alejandra San Román
—¿San Román? —preguntó uno de los amigos de Alberto.
—Así es, Jorge. Es sobrina del conde y prima de Cristina.
—No sabía que Cristina tenía una prima —intervino Alberto, examinándola con una sonrisa—, pero eres muy parecida a ellos. Sin duda llevas su sangre. Y eso quiere decir que también eres mi prima. Mi abuela y el abuelo de Cristina eran primos. Yo soy Alberto de Aragón y Salamanca, hijo de tu tío Tomás de Aragón y Robledo.
—¿Eh? —¿hijo del primo del vecino del amigo del perro? No entendía por dónde venía su parentesco. Sin duda las personas aristócratas andaban buscando parientes por donde fuera—. Si, si, hola.
—Yo soy Jorge Mier y Terán.
—Yo me llamo Alicia Mendicuti Rivas.
—Yo...
Alejandra estrechó la mano de varias personas que la tenían rodeada como moscas al plato de miel. El que parecía el líder de todos era Alberto, quien mantenía una pose altiva. Toda aquella conversación le resultaba demasiado aburrida e incómoda, pues solo asentía y se forzaba a sonreír. Valeria estaba bien sujeta a su brazo, encantada de tenerla pegada a ella.
—Quiero proponer un brindis por Alejandra —dijo Alberto sujetando la botella de jugo que Jorge iba entregando a todos—. Sé que por tu posición deberíamos brindar con el mejor vino pero estamos en el colegio. —Todos soltaron una carcajada. Ale solo torció el gesto, intentando parecer contenta—. ¡Salud por nuestra nueva amiga!
—¡Salud! —exclamaron todos.
—Alejandra —Alberto se acercó a ella—, daré una gran fiesta en mi mansión para celebrar tu llegada. —Los presentes chillaron emocionados—. Que todos sepan que al igual que nuestras familias, nosotros también somos amigos.
—Por supuesto. —Sonrió gentil. Tenía que portarse bien, se lo había pedido Guillermo.
Un momento después, Alejandra vio a Nico parado a unos metros de ella con un frappé de chocolate en la mano. Aun con la visible molestia de Valeria, Ale se despidió de la bola de amigos de la chica y fue casi casi corriendo hacia Nico. Se sintió mucho mejor sentada con el trío de raros en la terraza lateral, bajo unos frondosos árboles.
Ahí estaba platicando con los tres chiflados y disfrutando de su frappe, cuando vio a su hermana caminando a la cafetería. Iba con dos compañeras y parecía relajada, hasta que su expresión cambió a una forzada y tensa.
Siguió la mirada de Cristina y vio como Alberto también la observaba... y le sonreía. Cris caminó al interior de la cafetería y Alejandra la perdió de vista. Entonces Alberto se separó de su grupo de amigos y caminó por donde la azabache había desaparecido.
Con el ceño fruncido, Ale también fue hasta ese lugar. Cris y Alberto hablaban.
—...pasaré por ti —escuchó decir a Alberto.
—Ya te dije que no puedo ir.
—¿Hay algo más importante que yo? —preguntó arrogante. Cris dio un paso atrás para marcharse.
—Tengo un compromiso agendado. Será en otra ocasión. —Su hermana quiso salir huyendo pero Alberto la tomó del brazo.
—Dime que es lo que te impide salir conmigo.
—De hecho, yo —intervino Alejandra. Le había disgustado mucho la actitud de Alberto hacia su hermana menor.
—Alejandra, ¿tú...? —Alberto le sonrió pero poco a poco esa sonrisa se desvaneció al notar que eso iba en serio.
—Le pedí ayuda para un asunto personal y ella aceptó. —Ale se acercó y soltó el agarre de Alberto sobre Cris, empujando suavemente al chico para apartarlo de su hermana.
—Así es. Lo siento, Alberto. Me comprometí a ayudarla. —Cris le siguió el juego.
—Ok. Pero en cuanto terminen esos asuntos personales saldrás conmigo, ¿verdad?
—Ya veremos —dijo Cris sin comprometerse.
—Bien. Hasta luego. —Alberto hizo una reverencia y se marchó bastante ofendido.
—Gracias —susurró Cristina sin cambiar su expresión seria.
—De nada. ¿Estás bien? —Cris se sobó el brazo, justo donde Alberto la había sujetado.
—Si, es solo que a veces se pone muy pesado y no puedo esquivarlo con facilidad.
—No debió tocarte así —dijo Alejandra molesta.
—Él suele ser arrogante y no le agradan mis rechazos. Eso hiere su ego.
—Eso no justifica que te trate de esa manera. ¿Qué quiere de ti?
—Salir.
—Espera... el pretendiente del que me hablaste, ¿es él?
—Sí.
—¿Y te gusta?
—Es complicado.
—Entonces cuéntame.
—Aquí no. Más tarde, en casa.
—Me parece bien —aceptó Alejandra.
—¿Cómo te conoce?
—Valeria nos presentó hace unos minutos.
—Así que estuviste con Valeria...
—Sí, me presentó a varias personas pero salí huyendo. Son demasiado odiosos para mi. —Cristina esbozó una sonrisa. Caminaron hacia donde pedían la comida.
—¿Y con quien has estado durante el descanso? —Su hermana tomó un recipiente con ensalada, un jugo y un café.
—Con Nico, Natalia y Lisa.
—Oh, con Lisa. La conozco. Es una buena chica. Algo rara pero buena persona.
—Si, dice cosas extrañas. Yo pago. —Ale se adelantó a pagar lo que Cris había pedido—. Y también cobre este baguette. —Le pidió a la señora. Ñam Ñam, baguette mío.
—¿Tú pagarás? —preguntó Cris con un gesto de ironía.
—Soy una Castilnovo ¿no? El dinero brota por mis poros.
—Que boba eres. —La azabache rió y le dio un golpe juguetón en el hombro. Varias personas a su alrededor las observaban.
—¿Qué pasa? ¿Por qué siempre nos miran? —Caminaban juntas hacia la salida. Las compañeras de su hermana charlaban junto a la puerta.
—Supongo que muchos aún no saben quién eres... y creo que se asombran por verme sonreírle a una extraña... bueno, tal vez sea solo por verme sonreír. —Cris se detuvo junto a la puerta.
—¿Nunca sonríes o qué? —Alejandra dio una enorme mordida a su baguette.
—Solo con algunas personas. —Cris seguía sonriéndole.
—¡Qué afortunada soy!
—No hables con la boca llena. —La reprendió su hermana.
—¡Ay, perdón! Bueno, su majestad... —Se inclinó ante la chica y sonrió de lado—. Con su permiso, regresaré a mi vida plebeya.
—Deja de burlarte de nuestro rango. —Al menos Cris si entendía su sarcasmo—. Lárgate.
—Que vizcondesa tan grosera. —Se apresuró a huir pues tuvo la impresión de que Cristina le arrojaría el café caliente a la cara.
El resto del día pasó sin contratiempos. Las clases eran geniales, al igual que sus compañeros, aunque ella se mantuvo cerca del trío. Le agradaban mucho. Durante el segundo descanso Nico la acompañó a inscribirse al taller de composición, mientras Lisa y Natalia iban por frituras.
—¡Wow, entonces eres sobrina del conde!
—¿Cómo sabes? —Alejandra no les había mencionado su apellido.
—Bueno, te vimos hablar con Valeria y Alberto de Aragón y ¡con la mismísima vizcondesa! Y averiguamos...
—¿Tan sorprendente es?
—Es que no cualquiera habla con ellos. Ya sabes, por su posición. Un plebeyo como yo nunca podría acercarse... ¡Espera! T-tú eres una San Román ¡y e-estoy hablando contigo!
—¿Por qué no te tranquilizas? —A Nico iba a darle un infarto si no se calmaba.
—¿Cómo debo hablarte? ¿De "usted"? ¿Cómo se hacen las reverencias? —El chico intentó inclinarse pero ella lo detuvo.
—¡Hey! Nada de chingaderas. Trátame como lo has hecho hasta ahora.
|—Pero tú eres... tu familia es de sangre azul.
—Me he lesionado infinidad de veces y créeme, mi sangre es tan roja que aburre —bromeó Ale.
—¿Segura que puedo tratarte como alguien común? Es que tus parientes son algo... —Notó temor en Nico.
—¿Algo? Vamos habla, prometo no mandarte azotar. —Al chico se le escapó una carcajada.
—Algo engreídos. Son de la nobleza, por eso no suelen mezclarse con los demás.
—Creí que todos los de esta universidad eran hijos de ricos o de aristócratas.
—Naah. Es la universidad más prestigiosa de esta parte del país, pero no es exclusiva.
—Entiendo.
—Por eso nos sorprendimos al descubrir que eres de esa familia.
—Lo que menos debe importar en esta vida son los apellidos.
—Eres cool, Ale.
—Tú también. Tocas genial la flauta.
—¿En verdad lo crees?
—Si. Y Natalia y su violín ¡Wow! Impresionante.
—Deberías escuchar a Lisa al piano. Es fabulosa ¿Qué instrumento es tu especialidad?
—La guitarra.
—¿Qué te parece hacer un cuarteto?
—¡Fantástico! Podríamos ensayar en mi casa.
—¿En tu casa? —Nico paró de golpe.
—Sí, ¿por qué? —Alejandra también se detuvo y giró para mirar al chico.
—Nunca creí poder entrar a esa casa.
—Pues entrarás, amigo mío. —Aseguró Ale colocando una mano en el hombro de Nico.
***** *****
—¿Por qué tú no tienes clases de ajedrez, esgrima y todo eso?
—Porque las tomé a los 6 años —respondió Cris como si nada. Se dirigían a la oficina de su padre y Alejandra se la había pasado quejándose de su estúpido horario.
—Mm.
—Te divertirás.
—Si, mira mi cara de diversión ►.◄
—No sé qué haré contigo.
—Dile a una asiática sensual que me de un masaje. —Cris la fulminó con los ojos—. Ok, no... ¡Ya sé! Dejaré todas mis clases y me volveré tu asistente.
—Asistonta querrás decir.
—¿Acabas de hacer una broma? ¡Cristi acaba de bromear!
—No grites, no me llames Cristi y ¡por el amor de Dios, conduce despacio!
—Cristi suena épico —respondió Ale, acelerando antes de que el verde del semáforo cambiara a rojo.
—¡Suena infantil y estúpido!
—¡Suena lindo!
—Mejor vete a casa.
—Qué mandona eres. —Alejandra por fin paró frente a la empresa y Cristina bajó del auto—. Vamos Cris, apoya a tu prima querida. Inventa que me necesitas, pues tu vida es muy aburrida. ¡Sálvame de esas tontas clases!
—No —respondió cruel su hermana, mirándola desde la ventanilla del copiloto.
—¿Necesitas que venga por ti? —¡Help!
—No te preocupes, me iré con mi papá. —Cristina le dirigió una última sonrisa maquiavélica.
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De Aristocracia y Otras Estupideces.
RomansaA sus veinte años, Alejandra no conoce a su padre, pero esa situación pronto cambiará. Por diversas circunstancias tendrá que mudarse a la casa de su familia paterna y vivir con ellos ocultando su verdadera identidad, ya que el prestigio de los San...