Me quedaré contigo

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Capítulo 6

Me quedaré contigo

Su teléfono sonaba pero Alejandra no le hacía caso. Su pie derecho presionaba con furia el acelerador. Solo conducía sin rumbo. Quería alejarse de ahí mientras apretaba con fuerza el volante.
La mandíbula le dolía por la tensión que tenía en ella. Los ojos le ardían y en su mente podía escuchar una y otra vez lo que su papá le había dicho.
Pisó el freno de golpe al percatarse de que el camino había terminado, ¿Dónde estaba? Respiró hondo intentando conectar su cerebro. El olor a salitre entraba por sus fosas nasales, la brisa de la playa revolvía su cabello. ¿De donde carajo había salido ese lugar? Bajó del auto y miró hacia todos lados. Veía la carretera a unos cien metros de ahí, ¿había girado para entrar a ese camino? No recordaba. Regresó la vista al mar. El agua se veía clara, transparente. Cerró su coche y caminó hacia la orilla, quitándose los zapatos para sentir la arena entre sus dedos. A lo lejos veía a unas cuantas personas jugando una gran pelota y un poco más a la derecha de donde ella se encontraba, había algunas palmeras que proyectaban sombra así que decidió tumbarse ahí. Se sentó y apoyó la espalda contra el tronco de una palmera, intentando pensar con claridad.
Eran muy pocas las ocasiones en las que se había enfadado tanto. Ella no solía estallar de esa manera, pero ese hombre... Guillermo estaba arrepentido de haberla acogido en su casa y eso era algo que le molestaba, que le dolía. Era verdad que se había empeñado toda su vida en detestar a ese sujeto, en mantener enterrado el deseo de convivir con él, pero debía ser sincera con ella misma. Ella quería a su padre en su vida. Quería que él la amara. Que la hubiera tenido cerca desde pequeña. Toda su vida sintió la indiferencia de su padre. Él nunca la llamó, ni la buscó. Ale nunca le había contado a nadie pero cuando era pequeña, cuando era de noche y estaba ya en la cama lista para dormir, imaginaba que su papá era un superhéroe y que no podía ir a verla porque estaba viajando por el mundo ayudando a las personas. Que ingenua era. Ahora que lo conocía se daba cuenta que Guillermo era un simple humano más, que solo era un hombre de negocios.
¿Qué le había visto su madre a ese hombre? Ella era extraordinaria. No se la imaginaba con alguien como su padre, que parecía tan distante y perdido en su mundo. ¿O ella era el problema? ¿De verdad era una mala influencia?
Su teléfono volvió a sonar. Era Cristina. Tenía muchísimas llamadas no contestadas. Revisó su buzón. Escuchó la voz angustiada de la chica preguntándole sobre su paradero y si se encontraba bien. También había mensajes de Álvaro. Pero ninguno de su padre.
Volvió a guardar el celular sin tener ganas de responderle a nadie. Se recostó sobre la arena y se quedó con la mente en blanco. Solo quería estar ahí tirada en silencio.

*******

Cuando Alejandra al fin abrió los ojos, sintió la cara entumecida. Estaba llena de arena y hasta la podía sentir en la boca. Escupió varias veces pues la sensación era desagradable. Miró su reloj. Habían pasado dos horas ya desde que había llegado a ese lugar. Su teléfono estaba repleto de más llamadas y mensajes de voz. Abrió el whats app y le mando algo a su hermana. Ni dos segundos habían pasado cuando la chica le llamó.
¿Estás bien? —escuchó al otro lado de la línea.
—Sí, no te preocupes.
¿Dónde estás?
No tengo idea. En una playa.
¿Ves algo cerca? —Ale miró de nuevo a su alrededor.
—Solo veo un faro un poco más allá y me parece que unas cabañas.
Ya se donde es. Estás a media hora del pueblo. Voy para allá. —Ale escuchó como si la chica se levantara de su silla y acomodara varias cosas a la vez.
—No es necesario.
¿Ya irás a la casa? —Silencio—. ¿Ale?
Iré a la casa a recoger mis cosas. —De nuevo silencio.
No —dijo la azabache de manera tajante—. Tú no harás eso.
Cristina...
Que no —volvió a decir su hermana—. Te veo en la casa en media hora. —Se cortó la llamada.
No le fue difícil orientarse una vez que llegó a la carretera y encontró los letreros con las indicaciones. Había puesto música para relajarse y su hermana tenía razón, estaba a media hora del pueblo. Pensó en detenerse para hablar con su tío pero seguramente Cristina ya la estaba esperando.
Cuando llegó al palacio, dejó el auto frente a la casa y entró. En el recibidor estaba sentada la azabache, quien inmediatamente corrió hacia ella y la abrazó.
—Cris... —Se separó de la chica para mirarla a los ojos.
—No.
—Él no me quiere aquí.
—Pero yo sí. —A Cristina le tembló la voz—. Tienes una responsabilidad conmigo, no puedes irte.
—¡No quiero estar aquí!
—¡Pues no tienes más remedio, Alejandra! Tu lugar es aquí, con nosotros... por favor, quédate. —Ale observó un momento las pupilas grises de su hermana. Estaba decidida a irse y abrió la boca para comunicárselo a la chica, pero...
—Me quedaré contigo. —Cris volvió a abrazarla.
—Gracias.
—Alejandra... —Frunció el ceño al escuchar la voz de Guillermo. Giró sobre sus talones para ver a su padre parado a unos metros de ellas—. ¿Podemos hablar? —Ale sintió la mano de Cris en su espalda, invitándole a hablar con su papá. Pensó un momento antes de responder.
—Claro.
—Sígueme.
Ale caminó unos pasos detrás del hombre, que la guiaba rumbo a las caballerizas, al otro lado de donde estaban el jardín y la alberca. Ahí había algunos trabajadores atendiendo a los caballos. Su papá siguió de largo, alejándose de las personas y sentándose en una banquita en un pequeño huerto—. ¿Ya habías venido por aquí antes?
—No, no he explorado todo el terreno.
—Hazlo. Te gustará... Ale, no espero que entiendas lo duro que es mi trabajo a veces, solo te pido que me disculpes por la forma en la que te hablé. —El hombre miraba hacia el frente, como si estuviera entretenido observando a los caballerangos cargando los costales de alimento para los animales—. Me exalté, lo reconozco. Pero el saber que se expusieron así me puso los pelos de punta. No quisiera que nadie las dañara.
—Deberías confiar más en nosotras y en tu ciudad.
—Lo difícil de ser parte del gobierno de un condado, es que por más cosas que hagas, las personas siempre estarán inconformes. Siempre tendrás oposición y muchas veces esa oposición puede ser violenta.
—Entiendo. Pero, ¿acaso tú no hacías locuras de joven? —Guillermo giró la cabeza hacia ella y por fin pudo conectar sus ojos con los de su padre. El hombre sonrió, ¡sonrió!
—Hice demasiadas locuras. Y tu madre estuvo en muchas de ellas. —Alejandra también sonrió—. Solo que ahora que soy padre me aterra pensar que les suceda algo a mis hijos, a cualquiera de los cuatro.
—¿Por qué nunca me buscaste? —preguntó al fin eso que llevaba años atorado en su garganta—. ¿Por qué no me quieres?
—¿Qué? —Su papá acomodó su cuerpo para estar totalmente frente a ella—. Jamás digas que no te quiero. Hija, yo siempre te he amado —Guillermo la sujetó de las manos.
—Entonces, ¿por qué me abandonaste?
—He cometido muchos errores en mi vida. Mantenerte lejos fue uno de ellos. Hay muchas cosas que quisiera decirte. Sé que nuestra relación es difícil. Sé que hace rato dije cosas hirientes. Lo cierto es que me encanta que vivas aquí y que te lleves bien con todos, en especial con tus hermanos. Te prometo que cuando llegue el momento hablaremos del pasado, pero nunca pongas en duda mi amor por ti. Tú eres parte de mi y lo que viví con tu madre es algo que llevo conmigo siempre.
—¿De verdad la amabas?
—Sí. La amé con todo mi corazón, pero en la vida hay que tomar decisiones duras. Tu mamá y yo tomamos la nuestra.
—Quisiera saber más de lo que pasó.
—Y lo sabrás. A su momento.
—De acuerdo. —Ambos se quedaron callados unos segundos, cada uno sumido en sus pensamientos.
—Escuché que querías irte de aquí —dijo al fin Guillermo.
—Así es.
—Pero no lo harás, ¿verdad?
—No, ya no. Discúlpame también por lo que te grité en tu oficina. Fue irrespetuoso.
—Creo que los dos gritamos. ¿Te parece si olvidamos ese asunto?
—Me parece. —Guillermo volvió a sonreírle.
—Ahora bien... Cristina. Créeme: lo que me dijiste hace mucho lo sé. Sé que le exijo demasiado, sé que la presiono y sé que aún es muy joven. Pero entiende que el cargo que un día ocupará amerita esa preparación. Pero intentaré no ser tan duro con ella.
—¿Lo prometes?
—Por supuesto. Gracias por preocuparte por tu hermana. Ella también se preocupa por ti. Después de que te fuiste así, entró a mi oficina y por primera vez en su vida, me gritó.
—¿En serio? Creo que de verdad soy una mala influencia para ella.
—Si... —Su papá cerró los ojos y los apretó fuerte un momento—. Perdón por decir eso.
—Ya no importa. ¿De verdad Cris discutió contigo?
—Si. Me dijo que tú eras parte de esta familia y que con lo que hacía solo te lastimaba. Y que lo solucionara o me retiraría la palabra por el resto de su vida.
—Que intensa. —Sonrió imaginando a su hermana volviéndose loca.
—Yo no quiero lastimarte más. Al contrario, quiero sanar las heridas que tengas por mi culpa. Solo que... no sé cómo hacerlo. Soy capaz de solucionar problemas bélicos o económicos, pero creo que soy incapaz de sanar mi relación con mi primogénita —admitió el conde con una mueca de culpabilidad.
—Yo tampoco he sido de mucha ayuda. No voy a mentirte, te he detestado toda mi vida. —Guillermo desvió la mirada y se quedó en silencio.
—Me lo merezco —dijo al final.
—Pero... también te he añorado —se sinceró la chica. Se sentía incómoda confesando eso. Su papá volvió a mirarla a los ojos—. Siempre he tenido sentimientos encontrados con respecto a ti. Había días en los que te odiaba y otros en los que estaba a nada de pedirle a mi mamá que te llamara y te pidiera que me recibieras. —El conde sonrió—. Yo... supongo que heredé tu incapacidad para resolver esto.
—Sin duda, eso te lo pasé yo —dijo su papá riendo.
—No te prometo no volver a gritarte ni a enfadarme contigo, creo que mi temperamento saldrá a relucir de nuevo. Pero te prometo intentar llevar la fiesta en paz y trabajar para ya no tener días de odio hacia ti.
—Me parece bien. Ahora yo te prometo platicar más contigo y pasar más tiempo juntos. Creo que debemos conocernos. Empezar de cero. También seré más flexible con la cuestión de los permisos para salir, siempre y cuando una escolta las acompañe.
—Eso de la escolta me incomoda.
—Solo así estaré tranquilo.
—Está bien.

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De Aristocracia y Otras Estupideces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora