Capítulo 3
¡Yo no quiero aprender ajedrez!
Sin duda la chica a su lado era sensual y bella. Podía babear mirándola. Alejandra caminaba junto a Valeria y a Cristina, rumbo al edificio de artes.
—Dime Ale, ¿qué estudias? —preguntó curiosa la pelirroja.
—Estoy en el tercer año de la licenciatura en artes musicales.
—Oh vaya, una artista.
—¿Y tú qué estudias?
—Estoy en segundo año de Derecho.
—¡Qué bien! —exclamó la boba castaña, mirando como la brisa mecía el cabello rojo de la chica a su lado.
—¡Claro que no, detesto Derecho! Pero mis padres querían que estudiara eso y...
Alejandra pasó la siguiente hora sonriéndole a su nueva amiga que parecía empeñarse en tenerla sujeta del brazo. Valeria era tan sexy, tan femenina... Y le dirigió varios guiños para nada heterosexuales. Si por ella hubiera sido preferiría haberse quedado con Valeria, pero su hermana la apresuró para ir rumbo a la oficina de su padre. Así que después de una despedida demasiado efusiva por parte de la pelirroja , las dos San Román estaban de nuevo en la camioneta.
—Y, ¿para qué nos espera tu papá? —dijo Ale para romper el repentino silencio.
—Quiere hablar contigo —se limitó a responder Cris.
—Sí, pero de qué.
—De tus responsabilidades, supongo.
—Ehm, ¿por qué estás tan seria?
—Así soy siempre —contestó tajante la azabache.
Alejandra observó a su hermana que miraba hacia la ventana. Parecía enojada, ofendida... así que ella decidió quedarse en silencio. La avenida Imperial parecía interminable. Los centros comerciales, tiendas de lujo, hospitales, agencias automotrices y demás pasaban veloces junto a ella.
—¡Wow!
La castaña miró un edificio muy alto al final de la transitada calle. Tenía ventanales enormes que parecían espejos y en la cima, el nombre de las empresas San Román. Caminó un poco nerviosa junto a Cristina que avanzaba segura y con un porte gallardo. Las personas en el interior se hacían a un lado después de inclinar la cabeza. Sin hablar con alguien, Cristina se metió al elevador y presionó el botón del vigésimo piso. Cuando las puertas se abrieron, sintió que sus pupilas le ardían ante tanta limpieza y orden. Todo frente a ella era de mármol y los muebles eran elegantes.
—Esto parece un psiquiátrico... —le susurró a Cris quien solo esbozó una pequeña sonrisa.
—Buenos días vizcondesa, bienvenida —saludó una mujer madura.
—Buenos días Amelia, ¿mi padre está ocupado?
—Así es. Sin embargo, no debe demorar en su reunión. Si gusta le informo en cuanto se desocupe.
—Sí, por favor. Por cierto, te presento a mi prima, Alejandra San Román —escuchar su nombre la hizo concentrarse en el presente, pues ya empezaba a divagar por el espacio sideral.
—Mucho gusto, doña Amelia. —Alejandra le sonrió gentil a la mujer.
—¡Oh señorita, que amable! El gusto es mío —respondió sonrojada la aludida.
—Llámeme Ale. —La mujer parpadeó varias veces viéndola ¿Qué le pasaba a esa gente?
—Amelia, avísanos en cuanto mi padre pueda recibirnos —dijo Cristina ya caminando hacia una puerta al costado izquierdo. Ella solo la siguió y entraron a otra oficina. Cristina rodeó el escritorio y se sentó en la cómoda silla ejecutiva,
—No me digas que es tuya esta oficina —dijo Ale sentándose en una de las dos sillas frente al escritorio.
—Sí, así es.
—¡Pero si tienes apenas dieciocho años! —exclamó frustrada subiendo los pies y cruzándolos.
—¡Baja los pies de ahí!
—¿Por qué? Es más cómodo así. Anda tú también sube los pies.
—No, ya bájalos.
—Oblígame. —Cristina la miró con enojo pero luego de respirar hondo encendió una laptop y empezó a escribir sin prestarle la más mínima atención—. Cris...
—¿Si?
—¿Por qué tienes una oficina aquí?
—Porque trabajo aquí.
—¿Tan joven? —Al fin Alejandra bajó sus apestosos pies del escritorio.
—Según la ley, a los 16 años de edad el heredero de un título ingresa a la vida pública y se le pueden delegar ciertas funciones, según lo que decida la familia en cuestión. En mi caso represento a mi padre en diversos eventos, impulso proyectos sociales para el condado y ayudo aquí, en la empresa familiar. Así que me encargo de esto, de aquello y de la universidad.
—Por Dios, eres un robot.
—No seas tonta. —Cris le tiró un bolígrafo en la cara, pero Ale lo atrapó en el aire.
—Creí que como cabeza del gobierno, tu padre tendría su oficina en el zócalo o algo así...
—La tiene —aclaró la azabache—, pero la ha usado en contadas ocasiones. Supongo que hay algo en el Palacio de Gobierno que no le gusta, o tal vez es solo que le resulta más práctico atender sus asuntos aquí.
—¿Y qué negocios tiene la familia? —pregunto Ale garabateando una hoja que encontró por ahí.
—Básicamente estamos diversificados, pero tenemos mayor participación en la rama turística —dijo Cris sin dejar de leer y escribir en su lap—. Entre otras cosas somos dueños de una cadena internacional de hoteles de lujo, una aerolínea, somos socios de petroleros árabes y tenemos varias inversiones en empresas de telecomunicaciones y desarrollo de tecnología.
—Vaya, eso suena... a mucho trabajo. —Había dibujado un perro... más bien parecía un caballo. Era mala dibujando.
—Así es. Por eso mi papá siempre anda ocupado. Generalmente intenta delegar todo lo que puede de la empresa y centrarse más en la gobernanza. Por eso con frecuencia es trabajo de Álvaro cerrar algún negocio o visitar algún hotel. Y es cuando mi papá recurre a mí para cubrirlo en algún frente.
—¿Y te gusta esto? —Ale pudo ver a Cris levantar sus ojos hasta ella y observarla unos segundos.
—Amo Castilnovo —respondió la azabache al fin.
—¿Y la diversión qué?
—No tengo mucho tiempo para eso —se sinceró la chica.
—Bueno, ahora que estoy aquí podríamos salir a dar un paseo —dijo con algo de prudencia, pues los ojos de Cristina denotaban miedo, pero ¿a qué?
—Es que... prefiero no salir mucho.
—¿Por qué no?
—No me gusta que me sigan —dijo la chica apenas en un susurro, pero la escuchó.
—Nadie nos seguirá. Yo te cuidaré. —Su hermana sonrió de lado, tal vez algo incrédula—. Hay algo que quiero saber. ¿Por qué cuando nos presentamos en el pueblo no me dijiste que eras la vizcondesa?
—Porque parecer alguien común es algo relajante a veces.
¡Pit pit! Un sonido las interrumpió.
—Señorita Cristina, su padre las espera. —La voz de Amelia sonó desde el intercomunicador.
—Gracias. Ya vamos —contestó Cris presionando un botón del aparato.
—Ya era hora.
—No exageres, no esperamos mucho tiempo.
Las dos caminaron hasta una puerta enorme de cristal tintado y Cristina dio dos golpes.
—Adelante —escuchó decir a su padre.
El conde se encontraba sentado detrás de su escritorio y un hombre estaba junto a él señalando algo en la pantalla del ordenador.
—¡Álvaro! —Alejandra corrió a abrazar al sujeto.
—Hola, por fin nos encontramos. ¡Qué alta estás! ¡Y qué pinta de rebelde!
—Ya sabes que soy cool —respondió ella con una sonrisa.
—Sigues siendo arrogante. —Álvaro fingió una mueca de fastidio—. Cristina qué gusto verte. —El hombre saludó de beso a su hermana.
—También me alegra verte, ¿de donde conoces a Alejandra? —La castaña se quedó en silencio sabiendo que había metido la pata.
—¿Quién crees que fue a buscar a esta testaruda? —habló Álvaro con toda naturalidad—. Yo fui a decirle que su familia la esperaba aquí. Me costó bastante pero lo logré.
—Que bien. —La azabache sonrió—. ¿Cuándo volviste?
—Hace un par de horas. Fue un viaje rápido.
—Luego podrán platicar, ahora tenemos prisa. —Los apresuró Guillermo mientras se servía un poco de agua. Alejandra notó el semblante cansado del hombre—. Cristina, acompaña a Álvaro a su oficina para que te entregue los datos que trajo de Nueva York. —Cris y Álvaro salieron de la oficina y ella se sentó frente a su padre.
—¿Para qué querías verme?
—Tenemos que hablar de tus responsabilidades y de otros asuntos.
—¿Qué responsabilidades?
—Ten. —El conde le entregó una carpeta. Dentro encontró unos papeles y un sobre. Lo primero que vio fue... ¿un horario?
—¿Qué es esto?
—Tu itinerario de actividades y clases extra.
—¿Clases extras? ¿Estás loco?
—Alejandra...—Su padre le dirigió una mirada de advertencia.
—Disculpa, lo de "loco" no es en serio pero, ¿esgrima? ¿equitación? ¿ajedrez? ¿idiomas? ¿etiqueta? ¿geopolítica?
—Es todo lo que tienes que aprender.
—¿Para qué? Tengo suficiente con la universidad como para que me llenes la tarde de clases inútiles.
—No son inútiles, son parte de tu formación.
—Lo que me interesa aprender es composición, piano, solfeo... ¿para qué quiero aprender ajedrez? ¿Para morir de aburrimiento?
—Eres parte de esta familia y debes ser educada como tal. Desde pequeña se te debió dar esta formación, sin embargo no es tarde para que aprendas. Tus hermanos reciben clases de música y de diferentes instrumentos, pero por obvias razones tú no las necesitas. No te quejes, revisé que no estuviera muy cargado.
—¿No está muy cargado? ¡Aquí me marca hasta la hora para ir al baño!
—Claro que no.
—Bueno pero solo eso faltaba. Lo siento, no pienso tomar estas clases. Tal vez la de idiomas sí, aunque en la universidad ya he tomado inglés y ahora estoy en italiano II...
—Asistirás a todas tus clases.
—¡Pero no me interesa aprender equitación o política!
—Se espera que tus conocimientos y comportamiento estén a la altura de una San Román.
—Yo no quiero andar por ahí exhibiéndome y tampoco quiero conocer a tus amistades refinadas. Solo quiero ser una chica más. Ir a la universidad, tocar mi música, tener amigos.
—Ya te he dicho que eres parte de esta familia y como tal asistirás a los eventos sociales que se presenten. —La regañó el conde.
—No me agrada vestirme elegante, ¡ni siquiera me gusta usar ropa!
—Alejandra, por favor... —Pidió Guillermo con voz cansada—. No quiero discutir. ¿Te parece si vamos hablando de esto conforme se presenten las ocasiones?
—Vale, vale. —Tampoco ella quería discutir, ya luego vería la forma de volarse las dichosas clases y todo lo demás.
—Bien. Abre el sobre. —Hizo lo que su padre le pedía. Sacó dos tarjetas y un celular.
—¿Qué es esto?
—Son tus tarjetas. Una es de crédito ilimitado, puedes usarla en cualquier parte del mundo. La otra es de tu cuenta bancaria. Cuando Tony murió, al ser yo su familiar varón más cercano, heredé todo su patrimonio. Sin embargo ahora se te ha reconocido como su hija y al hacerlo, eres su heredera universal. Mi primo poseía una cuantiosa fortuna y gran cantidad de acciones aquí en la empresa. Él nunca se involucró en los negocios, así que siempre fue Álvaro el encargado de administrar esa fortuna y lo hizo de manera excelente, ya que aumentó en varios millones. Todo ese capital es tuyo ahora, al igual que diversas propiedades. Todos los detalles están en la carpeta, puedes tomar posesión de tu herencia a partir de este momento. Solo firma esos documentos y todo será tuyo. —Alejandra miró las hojas que para ella estaban en chino. Al final había un renglón con su nuevo nombre.
—No, gracias. —Dejo la carpeta sobre el escritorio.
—¿Por qué no?
—Nada de esto me corresponde. No soy hija de Antonio. Vamos, ni lo conocí. Dudo que él quisiera que yo heredara todo.
—En eso te equivocas. Estoy seguro de que tú serías su sobrina favorita. —Guillermo sonrió.
—Tal vez tuvo hijos...
—No, no los tuvo.
—¿Cómo sabes?
—Lo sé. Mi primo y yo no teníamos secretos. Si él hubiera tenido un hijo, yo lo sabría.
—Yo no quiero nada de esto. ¿Qué haré con tanto dinero?
—Lo que quieras. Viajar, comprarte cosas innecesarias, no sé qué cosas hacen las chicas de tu edad ahora.
—No me gusta viajar ni ir de compras.
—Entonces ayuda a las personas. Dispón de ese dinero a tu manera.
—¿Por qué no se lo das a mis hermanos?
—A Cristina se le dio un obsequio similar al cumplir la mayoría de edad. Además, así puedes comprar tus cosas personales sin tener que pedirme dinero. Todo estará en tu cuenta.
—No necesito tanto dinero.
—Tienes derecho. —Dinero, dinero, dinero, dinero... su padre le hablaba de algo tan común como el dinero, mientras que ella quería hablar de otras cosas con él, conocerlo.
—¿Y los enanos?
—Ellos tendrán lo que les corresponde al hacerse mayores. —Miró a su padre a los ojos unos segundos. ¿Qué sabía de él? Que le gustaban las motos... que trabajaba mucho... y... y...
—De acuerdo —dijo resignada firmando los estúpidos papeles. Si a su padre no le interesaba conocerla aun teniéndola cerca, a ella tampoco le interesaría.
—El lunes empezarán tus clases, así que mañana será tu último día libre. Con respecto a la universidad recuerda que debes comportarte siempre teniendo en mente a qué familia perteneces. No quiero escándalos, así que sé prudente y discreta. —El conde la miró significativamente.
—Entiendo. Nada de andar solo con una tanga en público.
—Cuidado con esos comentarios.
—¿Algo más, Señor conde? —Puta madre, ¡puta madre!
—Es todo. Puedes retirarte. —Ale se quedó esperando un segundo, queriendo preguntarle tantas cosas a ese hombre.
Guillermo le dirigió una última mirada severa antes de que saliera enfadada de la oficina. La chica castaña no estaba dispuesta a hacer nada de lo que su papá quería. Nunca le había gustado que controlaran su vida, ¡ella no podía ser controlada! (¡Divergente, fuck yeah!) No sabía cómo su hermana podía con ese estilo de vida. Alejandra regresó sola, pues Cristina tenía trabajo que hacer y ella no estaba de humor para soportar todo eso.
Como no se le pegaba la gana de ir al palacio, se dirigió a la iglesia del pueblo. Necesitaba hablar con su tío.
—¿Y qué tal van las cosas? —preguntó el viejo sentado frente a ella tomando su refresco
—No sé. Él complica todo.
—¿Tu papá?
—Si, él.
—Llámalo por lo que es: tu padre.
—No creo llamarlo así alguna vez. No tenemos nada en común. Él es súper serio, estricto, inflexible. Es un ogro.
—¡¿Guillermo?! ¡Claro que no lo es! Tú estás predispuesta en su contra. Vienes con tantas ideas erróneas en tu cabezota que no le das una oportunidad de redimirse ante tus ojos.
—¿Por qué lo defiendes? ¡Me abandonó!
—Él no te abandonó. Debes entender que tus padres buscaban lo mejor para ti. Él te ama, al igual que a sus otros hijos.
—Pero con ellos si ha estado siempre. —Aunque lo intentó, Alejandra no pudo evitar que aquellas palabras salieran de su boca.
—¿Les guardas rencor a ellos?
—No, no es rencor....
—¿Envidia? —¿Qué diablos sentía?
—Él me confunde.
—¿Por qué? —Sebastián dejó a un lado su bebida y se sentó al borde de su silla para poner toda su atención en la chica
—No lo sé. A veces, por una fracción de segundo, su mirada cambia. Como si fuera un ser humano sensible... pero luego sus ojos vuelven a ser severos.
—La vida de Guillermo no ha sido fácil.
—¡¿No?! ¡Su familia es multimillonaria! Además es un maldito conde y antes de eso fue el hijo de uno, ¿dime que pudo faltarle?
—Te fijas solo en lo material y la vida no se trata solo de objetos. A tu padre le faltaron muchas cosas. Atención, comprensión, afecto. Solamente le he conocido un par de amigos sinceros, los demás son puros buitres que andan rondando a tu familia para sacar algún provecho.
—No parece muy interesado en conocerme.
—Claro que lo está, solo que tu levantas un muro entre ustedes. Lo miras y solo ves al hombre que siempre te hizo falta. Recuerdo que cada día del padre te enfadabas cuando descubrías que era de noche y él no había ido a verte, que no habías podido entregarle el regalo que año tras año le comprabas.
—¿Cómo... cómo sabes eso? —Ale sintió su cara ardiendo.
—Tu madre.
—¡Le pedí que nunca contara eso!
—Ella estaba preocupada por ti. No quería que tu alma se llenara de rencor, pero tampoco quería perderte. No quería que Guillermo te trajera aquí y te educara como su hija.
—Nunca entenderé ese estúpido trato. —Alejandra se quedó callada un momento, pensando.
—Yo creo que pudieron encontrar otra forma, pero bueno... seguro creyeron que eso era lo mejor para ti.
—Él hizo unos arreglos y me entregó la herencia de Antonio.
—¿Eso hizo? —Su tío tenía la boca abierta— ¡Eso es una enorme fortuna!
—Si. —Sacó la carpeta de su mochila y se la extendió al anciano—. No quiero nada, puedes quedarte con todo el dinero.
—¡¿Estás loca?! —Sebastián le arrebató la carpeta solo para golpearle la cabeza con ella—. Esto es tuyo.
—Ya te dije que yo no...
—¡Basta! —La interrumpió su tío—. Deja de ser tan testaruda y tan inmadura.
— Alejandra se quedó callada pues rara vez veía al viejo en verdad enfadado—. Si Guillermo te dio esto lo hizo de corazón, porque cree que es lo correcto. Además, ¿crees que a tu papá o a la empresa le hará falta este dinero? Mejor utilízalo para hacer cosas buenas.
—Si, está bien —aceptó algo apenada—. Ahm... donaré una parte para la parroquia y podemos... no sé... dar becas escolares y artísticas a los niños de aquí —dijo cuando su cerebro se iluminó.
—Esa es una gran idea. Buscaré entre mis feligreses niños que merecen y necesitan esa ayuda. Gracias —dijo el anciano con una sonrisa amigable. Su mal humor ya se había esfumado.
—También me dio un tonto horario con clases extra. Quieren hacer de mí una señorita de la alta.
—Entiendo. Verás... —Sebastián se rascó la barbilla, pensativo—. Tu padre creció en ese mundo y es la forma en que educa a tus hermanos. Así que supongo que en su mente, él está haciendo lo correcto contigo al darte la misma educación que a ellos.
—¡Pero yo no quiero eso! Él no sabe nada de mi, de lo que me gusta, de lo que espero de mi vida o de mi futuro.
—Entonces, haz que te conozca. Alejandra, es verdad que no eres muy brillante... —dijo Sebastián con expresión de burla.
—¡Tío! —El anciano rió.
—Tú puedes con eso y más. Eres la hija de tu madre, ella era muy talentosa y por otro lado...
—¿Por otro lado?
—Eres más parecida a tu padre de lo que crees. Y no me refiero al físico, sino al interior. Yo conocí a Guillermo hace tiempo, mucho antes de que sea un conde y te aseguro que es alguien totalmente diferente a lo que refleja. No es un ogro, eh. Si se comporta así es porque su trabajo y su posición se lo exigen. Mi consejo es: realiza lo que te pide sin dejar a un lado tu forma de ser y verás que eso bastará para acercarte a él.
—No estoy segura de querer acercarme a él.
—Claro que quieres. Es por eso que andas enfadada desde que llegaste aquí. Sé que te asusta conocer a tu padre pero es algo que has querido siempre, no desaproveches la oportunidad de recuperar los años perdidos.
—Yo... ¿qué hago con todo el rencor que siento? Solo con tenerlo enfrente siento la sangre hervir, siento tantas ganas de gritarle, de echarle en cara el mal padre que ha sido para mi.
—Pues gritale. Explota. Pero haz algo.
—-No sé... —El viejo se colocó frente a ella sujetándola de los hombros.
—Ten fe. En Dios, en tu padre y en ti. Las cosas volverán a su sitio.
—Si tú lo dices. —Alejandra no estaba convencida pero ¿qué le quedaba? Tenía que controlarse y confiar en que todo iría bien.
—¿Y qué tal te llevas con el resto de la familia?
—Pues, bien. Son bastante formales en algunas cosas.
—Son aristócratas.
—Lo sé. Es solo que a veces no sé si mi forma de hablar y comportarme son correctas.
—Tu madre te educó muy bien. Y aunque es verdad que te vistes horriblemente...
—Luzco mejor que tú con el vestido que usas.
—Se llama sotana, irrespetuosa.
—Es que... Cristina se viste tan bien, es como una princesa y yo...
—Tú eres María la del Barrio.
—Viejo tonto. El glamour y yo no congeniamos —dijo la castaña soltando un suspiro.
—Eso no importa, o ¿acaso tu padre te ha pedido cambiar?
—No, él solo habla conmigo de dinero.
—No te preocupes, dale tiempo. Además él está enterado de tus preferencias.
—¿Tú le dijiste?
—Lo sabe desde hace años. ¿Por qué crees que en tu guardarropa no incluyó vestidos de princesa?
—Pues ¿gracias?
—Anda, ya anochece. Te llevaré a tu casa.
—No te preocupes tío. Caminaré, solo son 2 km y me hará bien el aire fresco.
Alejandra se despidió del anciano y emprendió el viaje de regreso al palacio. La carretera hasta ahí estaba iluminada por farolas a determinada distancia. Los enormes árboles a los costados, con las hojas moviéndose a merced del viento la relajaban. Su tío tenía razón, nadie dijo que su nueva vida sería fácil. Y ella no era una cobarde.
—Señorita Alejandra, ¿vino caminando? —preguntó asombrado el guardia.
—Si. —¿Acaso estaba prohibido caminar?
—Hubiera pedido que fuéramos por usted.
—No te preocupes, me gusta caminar.
Cuando se acercó más, vio a Cristina en la puerta del palacio. Parecía enojada.
—¿Dónde estabas?
—Con el padre Sebastián.
—Estaba preocupada, ¿viniste sola?
—Si, tranquila ¿de acuerdo?
—No es propio andar sola y menos a esta hora.
—Solo quería aire fresco. Además, se me hace tonto ir con chofer de aquí para allá.
—¿Me estás llamando tonta? —Cristina giró sobre sus talones y caminó rápido hasta los escalones.
—Cris, espera.
—Estoy cansada. Hablamos después.
—¿Mucho trabajo? —Ale siguió el paso de la chica hasta la habitación.
—Como siempre.
—¿Y tu papá?
—Tiene una cena con unos funcionarios de la Corona, vuelve más tarde.
—Creí que lo acompañabas a esas cenas.
—En esta ocasión no pude, tengo deberes escolares atrasados.
—¿Estás enojada conmigo?
—No —dijo la azabache cerrando la puerta en sus narices.
Toc toc.
—¡Cris, abre par favar! —Silencio—. Cris, abre o tiraré tu puerta.
—Entra. —¡Perfecto! Solo tenía que amenazar con violencia y asunto arreglado. La habitación de su hermana era demasiado seria para su gusto. No había nada fuera de lugar. Se sentó frente a ella en la cama.
—¿Estás bien?
—Si.
—No parece. Te ves cansada y enfadada. Cris... —Ale puso una mano sobre la que la chica tenía en la cama.
—Estoy... estoy cansada, eso es todo. Perdón por ser brusca contigo —susurró la menor intentando contener un bostezo.
—Supongo que tú eres la que carga con más responsabilidades ¿Verdad?
—Si, normalmente después de la universidad voy a la oficina o vengo al palacio a tomar alguna clase extra.
—Entiendo. —Alejandra estaba segura de que Cristina no solía mostrarse así ante muchas personas—. Cualquier cosa que necesites me lo pides ¿va? Si quieres ayuda con algo, hablar o que golpee a alguien por ti.
—¡Alejandra! No serías capaz ¿o sí? —Su hermana adoptó una expresión analítica, como si quisiera descubrir en sus ojos que tan loca psicópata era.
—¿Por ti? ¡Claro!
—Pero no creo que golpees a Valeria, se nota que te encantó —dijo suspicaz la azabache.
—Si bueno, yo...
—¿Te gustan las chicas? —preguntó Cris de golpe y sin aviso.
—¿Tan obvia fui?
—Bueno, se te caía la baba y en ningún momento le quitaste los ojos de encima.
—¿Por eso te pusiste rara conmigo? —La azabache dudó un momento antes de responder. Negó con la cabeza.
—Perdona mis arranques. No fue por ti, fue por Valeria.
—¿Te llevas mal con ella? —Alejandra se acomodó mejor en la cama en espera de la información.
—Valeria es muy cercana a un chico que me pretende y... a veces siento que ambos se inmiscuyen demasiado en mis asuntos, como si dieran por hecho una relación que no existe. Y bueno, tú... —Cristina conectó su mirada gris a la suya. Alejandra notó cierta vergüenza en esos ojos.
—Puedes decirlo.
—Suena patético en mi cabeza, seguro sonará peor en voz alta.
—Anda, sé valiente. —Cris tomó aire.
—Quiero que seas mi amiga, no de ella... es decir, sé que puedes tener a los amigos que tú quieras, pero yo... no tengo demasiados. Supuse que al ser primas y estar en el mismo barco, sería más fácil poder... Que tonta —Cris se tapó la cara con ambas manos—. Sonó humillante, ¿cierto?
—Creo que eres la chica más tierna que he conocido —dijo Alejandra riendo por la «terrible confesión» de su hermana. Jalo las manos de Cris para descubrir su rostro y cruzó sus meñiques.
—¿Qué haces?
—Una promesa. Seré tu aliada más leal, todo lo que me cuentes será un secreto absoluto entre las dos. Sí, seguramente tendré más amigos, pero tú siempre serás mi favorita... Puedes confiar en mí, Cristina.
—Puedes confiar en mí, Alejandra —respondió su hermana, sellando la promesa.
—Entonces... ¿sabes qué vamos a cenar? Muero de hambre.
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De Aristocracia y Otras Estupideces.
RomanceA sus veinte años, Alejandra no conoce a su padre, pero esa situación pronto cambiará. Por diversas circunstancias tendrá que mudarse a la casa de su familia paterna y vivir con ellos ocultando su verdadera identidad, ya que el prestigio de los San...