Vanta

60 6 0
                                    

Para cuando desperté, ya me encontraba en una habitación de paredes blancas que llegaban a marearme, no podía moverme aun, pero si podía hablar y mirar. No alcanzaba a ver ninguna puerta o ventana, solo veía las paredes blancas. Cerré de nuevo mi ojos, no sabía que más hacer. Era solo yo y esas cuatro paredes blancas que enloquecerían hasta al más cuerdo de todos. De pronto escuché unas pisadas que se dirigían a mí, abrí mis ojos de golpe cuando sentí una respiración sobre mi rostro. Ahí, sobré mi, había un hombre de tez morena que me miraba fijamente con sus ojos avellana. Tenía una espesa barba castaña y algunos cabellos se salían del orden de su cola de cabello, que sostenía su castaño y rizado cabello.

- Para ser una niña - dijo con una voz ronca - Eres bastante fuerte.

Sólo lo miré fijamente, no sabía que responderle o siquiera si era real. Se enderezó y pude notar su atuendo, una bata blanca que apenas y me dejaba ver parte de su cuello, era bastante corpulento, el no parecía pertenecer aquí, desentonaba demasiado. Pude notar que tomó algo pero no alcance a ver que era o de dónde lo había sacado.

- Esto... te dolerá - dijo mientras me miraba fríamente. - Pero creeme que te sentirás mucho mejor...

Levantó la mano y en ella pude ver un tuvo, muy extraño que tenía un líquido gris, me estremecí por dentro. Oprimió un botón en uno de los extremos con el pulgar y una aguja salió del otro. Abrí mis ojos, en ese momento quise salir corriendo.

- No... No, por favor... - supliqué.

El giro el rostro hacía uno de mis brazos y lo tomó, sentí sus dedos fríos tocar mi piel, mi respiración se agitó mientras el iba acercando la aguja, no quería, definitivamente no deseaba que eso tocara.

- Lo lamentó - susurró antes de clavar me la aguja en mi brazo.

Solté un fuerte grito seguido de un sollozó, me ardía. Miré mi brazo y supe que esa no había sido la peor parte, el líquido aún no había sido liberado. El giró el tubo y ahí, fue cuando empezó el verdadero dolor. Siento como el líquido recorre mis venas y siento como quema por donde pasa, literalmente sentía que me estaban derritiendo las venas. Una ola de gritos salió de mí, pero mi dolor físico apenas y me dejaba escuchar o siquiera ver claramente. Poco a poco mi vista se fue volviendo negra, pero el dolor no paraba. Abrí los ojos viendo el resplandeciente techo blanco mientras sentía como aquél dolor llego a mi pecho, haciéndome llorar, sollozaba y gritaba porque no sabía como reaccionar ante esto. Grité con todas mis fuerzas y no sé como me levanté quedando sentada sobre la especie de camilla, mi cuerpo me estaba respondiendo ¿pero a que costó? Increíblemente no pude parar de gritar pues el dolor no sé detenía, apreté los puños y escuché algunas cosas estallar a lo lejos. Luego sentí una fuerte punzada en mi espalda para luego sentir como liberaban otro líquido dentro de mí. No sé que fue lo que hicieron, pero agradecí que pararán el dolor que habían causado. Solté mi último aliento cuando sentí como la retiraban de mi espalda, cerré los ojos y recuerdo caer en los brazos de aquel hombre desentonante, él me miraba preocupado y eso fue lo último que recuerdo antes de perder la conciencia.

A lo lejos escuchaba la voz de mi madre, ella me llamaba desesperada buscándome, rápidamente me levanté de golpe, pero no pude, seguía en aquel lugar, mis brazos estaban sujetados por unas cintas negras a la cama, eran muy raras, eran algo viscosas. Mi cuerpo me respondía, pero no dejaba de doler me mi brazo. No podía dejar de verlo, estaba perfectamente normal, pero cuando me inyectaron ese líquido se había puesto negro y aún en el lugar en el que me lo habían inyectado permanecia de un color negro. Estaba asustada, no puedo negarlo. Mis muñecas estaban atadas al igual que mis tobillos, forceje todo lo que pude pero no podía safarme, miraba hacia todos lados pero solo miraba esas malditas paredes blancas. Volví a forcejear, pero era inútil, estaba bien sujetada, las cintas eran negras y blandas, se ajustaban perfectamente a mis muñecas y a mis tobillos, lo único que llevaba puesto era una blusa de tirantes y un pantalón algo holgado. Aunque tenía miedo de utilizar mis dones, porque sabía que aún no los tenia completamente bajo control, debía intentarlo, ahora podría correr y por lo tanto me sería más fácil escapar, claro si no me mataba a mi misma con mis propios dones. Cerré mis ojos y concentre mi mente para hacer que mis dones se manifestarán solamente en mis manos.

SobrevivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora