11- La cabaña

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Por fin el horizonte empieza a clarear. Tengo sueño, era de esperar después de pasar media noche en vela. De todas formas, prefiero comenzar a andar. Sigue haciendo fresco. Ya habrá tiempo de descansar en el rainbow. ¿Te puedes creer que no hay ninguna nube a la vista? ¡Menudo tiempo más loco y cambiante! Espero no pillar un resfriado o algo peor después del diluvio de la noche pasada. Debería empezar a tener más cuidado.

Compruebo el contenido de mi mochila. Está casi seco. La tinta de mi diario de viaje se ha corrido un poco. Por increíble que parezca, aún resulta legible. Solo mi saco de dormir está algo húmedo todavía. Ya se secará de camino.

Hojeo el mapa mientras desayuno. Necesito alguna referencia para poder describir hacia dónde voy grosso modo si alguien me coge a dedo. He marcado el sitio en el cual tengo que salirme de la carretera y coger un camino de tierra con una cruz; pero nadie te dejaría en medio de la nada, si no sabes explicárselo de alguna forma. Me quedo con el nombre de un puerto hacia el cual sube la carretera y que según el mapa se encuentra unos tres kilómetros más adelante de mi marca. Es el punto de referencia más obvio, puesto que no hay pueblos cercanos.

Vuelvo a caminar sobre el asfalto agrietado. Pasan un par de coches cuyos conductores fingen no reparar en mí. ¡Cómo si alguien pudiera pasarte por alto pasando a tu lado a cuarenta kilómetros por hora! Después de media hora, escucho otro motor subir renqueando detrás de mí. Contamina el aire limpio de la mañana con una nube de gasoil mal quemado. Dos focos se prenden y se vuelven a apagar, como si el coche me estuviera guiñando los ojos, es una vieja Renault Express blanca. Para al llegar a mi altura.

El conductor resulta ser un hombre de mediana edad que se está quedando calvo. Abre la ventana y me sonríe. Va acompañado de una chica rubia de unos doce o trece años, supongo que será su hija. El hombre me dirige la mirada y pregunta algo en francés. No entiendo nada. Señala a la parte trasera del vehículo. Me doy cuenta de que está llena de trastos. ¿Querrá que me sienta entre ellos? Vuelve a señalar y abro la puerta trasera con cuidado de que nada salga rodando por los suelos. Han sacado los asientos y todo el maletero es una sola plataforma de madera. Como nos vea algún agente de tráfico tendremos problemas; pero si no le preocupa al hombre, no voy a preocuparme yo tampoco. Me acomodo entre una nevera portátil, un fogón de gas y una tienda de campaña plegada. Supongo que se dirigen hacia algún sitio a acampar. ¿Y si van al rainbow? Creo que no la verdad. No tienen mucha pinta de hippies. Deben ir a un camping normal y corriente. Según mi mapa hay varios por la zona.

Subimos despacio hacia las montañas. Están hablando entre ellos. Sigo sin enterarme de nada. El hombre me mira por el espejo y me dice algo. Creo que es otra pregunta.

—Je ne comprend pas. Do you speak english?

Niega con la cabeza, pero señala a la chica que está sentada a su lado.

Entiendo las palabras Michelle y école, supongo que me quiere decir que su hija estudia inglés en el colegio y que se llama así. Le dice algo a la niña. Creo que la quiere animar a que hable conmigo. La chica me lanza una mirada furtiva, se sonroja y se queda callada. El calvo se encoge de hombros como intentando disculparse.

—Doesn't matter.

La chica fija sus ojos verdes en mí. Creo que me ha entendido, pero sus labios siguen sellados.

Me acuerdo de que todavía no les he dicho mi destino. Paso de pronunciarlo mal otra vez. Saco mi mapa de la mochila y lo despliego. No ha sufrido mucho con la tormenta, bendita sea la funda impermeable. Paso el mapa entre los dos asientos y se lo señalo a la chica. Me lanza una mirada asustada y se aparta un poco.

Un viajero erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora