20- La crisis

336 51 36
                                    

Los dos chicos negros llevan un rato hablando en árabe entre ellos. Yo llevo un rato contemplando el paisaje en silencio.

Me llama la atención que lleven el coche inmaculadamente limpio. Las ventanas brillan y no soy capaz de encontrar una sola mota de polvo en la tapicería, aparte de bajo mis zapatos, claro. Casi estoy sorprendido. Mi propia ropa me parece aún más sucia en comparación. ¿No hubo un día en que esta camiseta de color caqui que llevo fue de un verde más intenso? Tal vez sí, pero el sol, la lluvia y el tiempo han hecho mella en el tejido.

—¿Quieres patatas, amigo?

—¿Eh?

—¿Que si quieres comer patatas fritas? —pregunta el conductor de nuevo.

—Vale, vale, perdona, estaba pensando. —El otro chico me pasa una gran bolsa de plástico a la que aún le quedan la mitad. Ni me había fijado en el crepitar que hacían al comer. ¿Cómo será capaz de mantener el coche tan impecable comiendo dentro de él? Debe limpiarlo cada día—. ¡Gracias!

—De nada amigo, con la crisis hay que compartir.

La crisis..., escuché hablar de ella por primera vez después de dos años de vivir con Noah. Por aquella época a veces me llamaba en broma su "hijo perdido". Me hacía gracia, supongo que en cierta manera había rellenado el hueco que había dejado en él la marcha de sus propios hijos con su madre. Apenas venían a verlo y mostraban poco interés por lo que hacía.

Vivíamos bastante apartados del resto del mundo, a nuestro aire, sin grandes preocupaciones, menos cuando salíamos a hacer algún trabajo para ganar algo de dinero que Noah necesitaba para poder seguir pasándole la manutención a su exmujer.

Luego empezó la crisis y todo se complicó. Al principio comenzó con la quiebra de un importante banco estadounidense, debido a que había hecho inversiones arriesgadas en inmobiliarias o algo así. Parecía algo lejano, algo que no iba con nosotros, pero sí. ¿Qué te voy a contar? Supongo que también lo recuerdas.

Poco después otros bancos sufrieron la misma suerte. La gente que conocíamos comenzó a ponerse nerviosa. Puede que en nuestra zona el cambio repentino fuera más evidente debido a que la agricultura se había ido abandonando ya tiempo antes en favor del turismo y de la construcción, y nunca había habido industria, no lo sé.

Con la crisis, todo el flujo masivo de turistas que solía pasar por el pueblo empezó a escasear de golpe. Algunos de las docenas de bares y hoteles rurales de la zona se vieron obligados a cerrar. Tampoco quedaba rastro alguno del afán con el que mucha gente foránea se había dedicado a construir residencias secundarias durante tantos años pensando en invertir su dinero y disponer de un sitio tranquilo en el cual pasar sus fines de semana y vacaciones. Como consecuencia había muchos nuevos apuntados al paro en el pueblo. Encontrar trabajos empezó a volverse cada vez más complicado y encima la exmujer de Noah cada vez le apretaba más, o al menos eso me decía él.

Se respiraba tensión en el ambiente, en el pueblo, entre la gente. Nadie tenía muy claro a dónde iba a parar todo aquello.

Para Noah toda la crisis en sí era una gran estafa.

Recuerdo un día en el que Noah estaba viendo las noticias mientras yo lavaba los platos cuando de pronto apagó la tele y se puso a maldecir.

—¿Qué pasa? —pregunté extrañado desde la cocina.

—Pues que el idiota del Zapatero le ha vuelto a regalar un montón de millones a otro banco. Crisis ¡Ja! —masculló entre dientes—. Una estafa, eso es lo que es. Si no hay trabajo en realidad es porque a esos canallas no les da la gana de invertir y la gente no sabe organizarse. Pretenden estafarnos para que les salvemos el culo y poder tenernos esclavizados.

—Pues sí, en cier...

—Han engañado a todo el mundo para que solicitaran préstamos e hipotecas convenciéndoles de que nada podía ir mal y ahora se quedarán con todo, ya verás —me interrumpió Noah—. Y encima cuando les va mal a ellos, parece que tengamos que regalarles el dinero de nuestros impuestos por obligación, por el morro, sin recibir nada a cambio. Y todo para qué, ¿eh? ¡Para que se forren y nos lo puedan volver a prestar con intereses! ¡Ja! De crisis nada, una estafa, eso es lo que es.

—Ya...

—¿Te has fijado en que en realidad el mundo sigue siendo igual que antes? Sigue habiendo las mismas personas, las mismas máquinas, la tierra sigue siendo la misma, se producen las mismas cosechas que antes. Si no hay trabajo en realidad es porque no se quiere invertir o el gobierno hace el panoli como con el Plan "E" ese tan ridículo. ¿Has visto lo que han hecho en el pueblo?

—Sí, sí...

—Han levantado todas las baldosas de la calle que ya embaldosaron hace cinco años y que aún estaban perfectas y han vuelto a asfaltar la misma carretera que ya asfaltaron hace tres. Para dar trabajo dicen, como si eso sirviera pa algo. ¡Están gilipollas! Si al menos aprovecharan para replantar los bosques o hacer programas para plantar huertos en tierras públicas o abandonadas, al menos sacaríamos algo de provecho y la gente tendría de comer. Pero no, se dedican a levantar baldosas, ¡baldosas!

Tenía bastante lógica en mi opinión, yo pensaba parecido. Mas por mucho que lo consideráramos mentira, los efectos sobre la sociedad se notaban. ¿Conoces esa sensación de sentirte como una pequeña hormiga insignificante, incapaz de frenar ni de enfrentarte al resto del hormiguero que de forma ciega sigue los pasos de una reina demente que controla su casa y quiere adueñarse del mundo entero sin importar si solo deja polvo a su paso? Así me sentía yo a veces; una hormiga silenciosa y solitaria, perdida entre las montañas para escapar de un mundo de paisanas salvajes.

A veces pensaba en que en realidad me hubiera gustado vivir por mi cuenta. Sentía que en cierta manera perdía el tiempo cuidando fincas de otra gente como Arno, Noah y demás. Sabía que algún día me tendría que marchar y seguiría sin tener nada propio. Pero no tenía claro a dónde más podría ir ni cómo lograr tener algo mío algún día. Tenía la esperanza de que cuando la crisis pasara, fuera más fácil encontrar trabajo y una manera de vivir en otra parte. Poco a poco el inmenso mundo sin explorar, lejos de un hogar seguro, se me hacía cada vez más atractivo.

Faltaba una semana para que cumpliera los 18 años y fuera mayor de edad cuando Noah me propuso viajar con él hacia el sur de España. Tenía pensado llevar un cargamento de kiwis de los que cultivábamos en la finca para venderlos allá y volver con un cargamento de aguacates que podríamos vender después en el mercadillo del pueblo o a gente conocida para así sacarnos un beneficio. Hay que decirlo, sabía cómo ganarse la vida cuando estaba apurado. Me contó que, en algún sitio del sur de la provincia de Granada, se celebraba una especie de encuentro llamado rainbow en plena naturaleza. No tenía ni idea de qué esperarme de aquello, pero Noah ya había estado en uno el año anterior y me dijo que íbamos a encontrar a bastante gente parecida a nosotros. Que era un espacio de intercambio de experiencias dónde además se impartían talleres de masaje, yoga, danza y muchas cosas más. Quería aprovechar la oportunidad y pasarse por él.

Además, tenía la particularidad de que era un rainbow de crudívoros. Gente que está en contra de cocinar lacomida porque considera que es algo antinatural y destruye muchos nutrientes. Nose me hizo demasiado extraño, nosotros llevábamos tiempo comiendo casi todocrudo, puesto que teníamos fruta, frutos secos y verdura en abundancia. Sentíacuriosidad por ver cómo lo enfocaban otros y me alegré por tener unaoportunidad de viajar y cambiar de aires.

Un viajero erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora