9- Cambios

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Estoy tumbado dentro de mi saco de dormir esperando a que caiga la noche. Hojeo un pequeño librito de poemas que me regaló Mika. La poesía no es lo mío, pero hay uno que me encanta:

No esperes otro resultado con el mismo experimento ya,
que vivir es arriesgar,
tirarte al vacío sin seguridad y volar,
romper moldes para no ser vegetal,
tirarte al mar para saborear la sal,
sentir la realidad, ser real, despertar,
perder el miedo a la oscuridad,
y empezar a caminar...

¿No es precioso? El chico tiene talento, aunque creo que este no lo escribió él. Se nota por la acentuación de las palabras. Puede que sea de su exnovia, no sé. Ambos componían.

A Mika le encantaba cantar canciones en los mercadillos acompañado de su charango, un pequeño instrumento de cuerda andino, para después pasar su gorra de payaso y recoger todas las monedas que le quisieran dar. A veces lo echo de menos. Supongo que andará por Sudamérica de nuevo. En realidad, se llama Miguel, Mikambur es su nombre artístico.

Hablando de nombres, puede que te sorprendas de los nombres tan exóticos que tienen algunas de las personas que conozco. Resulta que en el pueblo en el que sigue viviendo mi madre se ha puesto de moda buscar nombres extraños como Kyra, Selva, Ananda, Hada, Brahma o muchos otros. Quizá sea porque la tranquilidad, la vegetación y la cantidad de pozas para bañarse de la zona resultan ser un potente imán para toda esa gente llamada New Age por algunos. Urbanitas que se han cansado de vivir en la ciudad y buscan un sitio apartado del estrés. No te creas que el «Culto» sea la única orden religiosa asentada en esa zona. Hay muchas otras: budistas, musulmanes u organizaciones cristianas de diverso tipo. Es un pueblo interesante para vivir, más si tienes pasta. Se dan clases y talleres de un montón de cosas: Costura, yoga, aikido, karate, circo, cocina de todos los lugares del mundo, meditaciones y mucho más. Mejor paro de contar porque la lista es larga y te aburriría. Además, está oscureciendo. Creo que el sueño me llevará pronto. Después de una larga caminata no sueles tener problemas para dormir.

Algo suave roza mi piel. Creo que estoy soñando. Hace frio, mis dientes castañean. Abro los ojos de golpe e intento pegar un brinco del sobresalto. El saco me impide incorporarme. ¿Dónde estoy? Los pelos de mis brazos se erizan ante el contacto húmedo de gotas que caen silenciosas en la oscuridad. ¡Mierda! Sigo en medio del monte. No hay un sitio cercano donde refugiarme. Miro el cielo. Está tan negro que ni siquiera se ve la luna. ¿De dónde habrán salido todas estas nubes de repente?

Me enredo con mi saco de dormir al intentar salir de él a toda prisa. Me suelto con una patada. Busco mi mochila a tientas. Está donde la dejé. Saco mi linterna y la prendo para iluminar los alrededores.

La situación aún no parece demasiado grave. Ni mi saco ni mi mochila están demasiado mojados. Debí haber despertado con las primeras gotas. Envuelvo la mochila con su funda impermeable. Me vuelvo a meter dentro del saco de dormir y me enrollo en el plástico de emergencia que cargo para estas ocasiones. Total, tampoco llueve mucho. Espero que siga siendo así. Me coloco en posición fetal y abrazo mis piernas contra el pecho. Acurrucado conservas mejor el calor. Dejo de tiritar enseguida y el sueño me invade de nuevo.

Escucho un ruido. ¿Qué será? Otro ruido más fuerte. La noche se ilumina y al instante estoy despierto por completo, ¡tormenta! Otro ruido. Toda la montaña retumba a lo lejos como si fuera a venirse abajo. Algo se desliza por dentro de mi saco desde mi cabeza hasta los pies. Está frío como un reptil, tengo la espalda congelada. Creo que es agua, se precipita desde el cielo y se cuela por todas partes. Trato de incorporarme. El saco se me pega a la piel. Busco la cremallera para salir. ¿Cómo no me he despertado antes? Estoy calado hasta los huesos, nunca mejor dicho. No puedo seguir aquí en medio de la nada de esta manera o cogeré una pulmonía. Lo último que quieres cuando viajas es caer enfermo. Me levanto a trompicones. Estoy disgustado. ¿Cómo he podido malinterpretar el tiempo de esta manera? Ni que fuera la primera vez que acampo en el monte.

Vuelvo a prender mi linterna. El contenido de mi mochila se ha mantenido bastante seco. Menos mal que la coloqué en alto o la funda habría servido de poco. Me quito la ropa empapada de encima y me pongo la más seca que encuentro. Por suerte también llevo un chubasquero.

Otro rayo ilumina la noche. Cuento hasta cinco, suena el trueno. Retuerzo mi saco de dormir para tratar de escurrirlo. No sirve de mucho, se vuelve a empapar con la misma rapidez bajo la lluvia que me envuelve. Tirito. Es imposible que quede seco bajo estas aguas torrenciales. Lo ato encima de mi mochila por fuera de la funda. Ya tendrá tiempo de secarse mañana o eso espero. ¡Qué remedio! Tengo que empezar a andar para entrar en calor e intentar encontrar un sitio donde refugiarme.

Me cargo la mochila a los hombros, pesa algo más de la cuenta. El agua forma un río sobre mis mejillas que se pierde entre el cuello de mi jersey. Intento ajustarme el chubasquero con mis dedos entumecidos. Un nuevo rayo. Cuento hasta cuatro antes de que suene el trueno. Se acerca. Empiezo a andar.

Por fin he llegado al asfalto. No sé qué dirección será mejor seguir. Creo que ayer vi un par de construcciones cerca de la carretera unos cuantos kilómetros atrás. Si estás en apuros, mejor ir a lo conocido. Además, por esa zona había bosque y los árboles me podrán proteger de un eventual rayo.

Mi linterna cada vez alumbra menos. Creo que la batería se está agotando, ¡rábanos! No podré llegar muy lejos en la espesa negrura de la noche si se apaga. No tengo ni idea sobre cuánto falta para llegar a las construcciones. Confío en que estén abiertas y ofrezcan refugio. ¿Y si me he pasado ya? Será mejor seguir andando para que al menos no se me congelen los huesos.

Otro rayo ilumina la noche. He visto algo a mi derecha. Uno, dos, tres, truena. Mi linterna está muerta. Espero tiritando. Otro rayo más revela un par de paredes a unos doscientos metros por un camino de tierra. No son las construcciones que vi ayer. Están algo más lejos de la carretera. Da igual, esperemos que me pueda servir. Camino a tientas, despacio, pisando con cuidado para no perder pie. La luz de los rayos ocasionales me ayuda a no desviarme demasiado. Caen cada vez más cerca, empieza a soplar el viento. Cada vez sopla más fuerte. Un rayo impacta cerca, muy cerca. El trueno lo sigue al instante. Huele a ozono, fuerte, penetrante. Se me erizan los vellos de la espalda. Algo duro impacta sobre mi cabeza. Grito de dolor. Me froto mi cuero cabelludo dolorido. Otra piedra cae del cielo e impacta contra mi brazo, luego otra. Están frías. Tamborilean entre las copas de los árboles cada vez con mayor intensidad. Granizo, ¡mierda! Acelero el paso. Segundos después mis pies chocan con algo duro y salgo volando hacia adelante. Extiendo mis manos por instinto y aterrizo sobre una superficie dura.

—¡Ay!

Masajeo mis espinillas doloridas. Ha dejado de caer hielo sobre mi cabeza, pero lo sigo escuchando. Confuso vuelvo a prender mi linterna para tratar de vislumbrar mejor mis alrededores. Ha recuperado algo de carga en el rato que la llevo apagada, pero seguro que no durará mucho.

El haz de luz espectral recae sobre una pared de piedra. Estoy en el porche de una casa. La puerta está cerrada. Me fijo en las gruesas contraventanas de metal que tapan los cristales. Están cerrados con candados. Quizá sea una especie de residencia de vacaciones o algo así, no estoy seguro. Qué pena que no pueda entrar. Aun así, el porche es bastante amplio y rodea todo el edificio. Al otro lado no se siente casi el viento. Me puede servir.

Extiendo mi saco de dormir empapado encima de un banco de piedra. Espero que comience a secarse poco a poco. La batería de mi linterna muere otra vez. Por suerte lleva una placa solar incorporada y la podré volver a cargar cuando salga el sol.

El intenso repicar del hielo sobre el tejado vuelve a dejar paso al suave murmullo de la lluvia.

Comienzo a andar por el porche a tientas para entrar en calor. Me guio por el murmullo del agua que cae sobre el borde del tejado. No creo que pueda dormirme otra vez, pero al menos he encontrado un espacio seco donde refugiarme.

Al cabo de un rato deja de llover. La luna ilumina el bosque adyacente con su luz blanquecina. Impresiona el silencio reinante. No me atrevo a volver al camino ni a aventurarme demasiado lejos aún. No sea que el tiempo cambie de nuevo.

Sigo caminando alrededor de la casa a la luz de la luna. A ver si clarea el alba de una vez.

Un viajero erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora