43- Sin temor al peligro (Viaje 22)

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Estamos parados en una gasolinera. Yo sentado dentro del Opel de Alba, ella perdida por alguna parte. Debe haber ido al baño o algo así después de repostar. Cierro los ojos e inspiro la brisa marina. En mi cabeza se suceden imágenes difusas. El mar. No, no el de la playa que se ve al fondo, otro mar. Una playa inmensa de arena fina y olas gigantescas. Mika contemplándola a mi lado. Una pequeña cala perdida entre rocas y a mi lado Noah intentando pegar mortales impulsándose sobre una bola de gimnasia medio enterrada en la arena. Un montón de jóvenes que tratan de enseñarle y lo animan. ¿Dónde era eso? ¿Málaga? ¿Granada? Emito un suspiro. Otra playa pasa ante mis ojos escondida tras un seto enorme. Una mano sobre una tela, miedo, sudor, gritos, euforia. Los recuerdos se precipitan por mi cabeza como una película a cámara rápida. Me imagino que me tiro sobre el césped de la entrada del Mc Donald's que acabamos de pasar y me rio a carcajadas. La vida es un chiste y hay que vivir jugando.

Escucho un claxon y abro los ojos. Nada. Solo algún loco que pasa por la carretera haciendo rechinar las ruedas. Luego la noche se vuelve a cerrar silenciosa sobre mí. Es la una de la madrugada, pero no estoy cansado. Sigo sin ver a Alba. ¿Qué hace durante tanto tiempo?

—No, no. Perdona. Si te jode que yo sea capaz de conseguirme mis propios trabajos te aguantas —grita alguien por alguna parte. Luego silencio. ¿Era la voz de Alba?

Trato de estirar las piernas en el escaso espacio del Corsa y bajo la ventanilla un poco más. La brisa nocturna me golpea el rostro y me despeina. Por suerte estos coches antiguos no tienen elevalunas eléctricos que se bloquean al sacar la llave. Alba aparece tras una esquina de la tienda de la gasolinera con su móvil pegado a la oreja; haciendo caso omiso de una señal que prohíbe su uso, así como fumar. El vendedor de la tienda, atrincherado tras su cristal blindado, le dirige una mirada asesina; pero ella lo ignora.

—¿Y qué me importa que te han contado que al final actué para Carlos con un amigo? No eres quién para decirme cómo tengo que ganarme la vida —le espeta Alba a su móvil. ¿Estará hablando con un ex rabioso? ¿O con una madre o un padre que no aprueba que su hija se dedique al circo? ¿Será por eso que la chica vive en un piso de su abuela?Siento cierta curiosidad—. ¡A ver si te entra de una vez en el coco que ya soy lo bastante mayorcita como para decidir qué hacer y con quién juntarme! —vuelve a espetar Alba al móvil—. Además, qué me cuentas tú, ¡si fuiste tú quién me fallaste! —Silencio de nuevo. La mano de Alba aprieta el móvil, como el tal Homer que vi el otro día en la tele hace con el cuello de Bart Simpson —¡No! Ni se te ocurra. ¿Estamos?

Veo como la chica se aparta el aparato de la oreja echando chispas por los ojos. Lo mira, parece maldecir en voz baja y luego viene caminando con paso enérgico en mi dirección. Lanza el móvil sobre el asiento trasero y se sienta tras el volante.

—Vayámonos a casa —masculla entre dientes.

—Vale.

—Perdona que te haya hecho esperar tanto, ¿te has aburrido mucho?

—No, no, tranquila.

Volvemos a la carretera sin que Alba diga nada más.

Diez minutos más tarde continuamos en silencio. Me remuevo en el asiento algo incómodo. Si no quiere aclararme nada de lo que pasó, ella sabrá. Sé escuchar si hace falta, digamos que lo aprendí a la fuerza con Noah, pero tampoco pienso apretarla para sacarle información si ella misma no está dispuesta a dármela. Pongo la radio para distraerme. Los altavoces chisporrotean un buen rato hasta que por fin logro sintonizar una cadena de música. I'm blue daba dee daba die, daba deeee daba die, daba dee daba die!

¡Por dios! ¡Esa canción sonaba cuando aún iba a la ESO! ¡Qué recuerdos! —exclama Alba. Pega un pequeño volantazo sin querer que hace que el Corsa se balancee como un barco antes de volver a su ruta marcada.

—Sí, yo también recuerdo escucharla de peque, debe ser de finales de los noventa o por ahí.

Sin querer Alba me acaba de confirmar que es al menos unos cuantos años mayor que yo tal como pensaba, aunque no lo aparenta.

I have a blue house with a blue window! —tararea de repente siguiendo la música.

Blue is the color of al that I weeeaar! —cantamos en coro a pleno pulmón. Alba sonríe. Por fin el gesto sombrío de su rostro se ha esfumado—. Blue are the streets and all the trees are too! I have a girlfriend and she is so blue!

Veo como Alba me guiña el ojo y me sonríe por encima de la música. Poco a poco los acordes se difuminan y dan paso a un anuncio.

No tiene ningún puto sentido —digo mientras bajo el volumen. Espero que los anuncios no duren mucho.

—No —reconoce Alba entre risas—. Menuda cara que pones cuando cantas.

—¿Yo? Deberías mirarte.

Cuatro canciones más tarde ya hemos llegado. Un par de gatos chillan de forma escandalosa delante de la puerta. Al vernos se callan, nos contemplan un instante con sus pupilas dilatadas y después se pierden por dos callejones opuestos. Alba me carga con dos cajas de cartón pesadas que esta mañana no estaban en su coche y subimos las escaleras.

—Abre —me dice una vez que llegamos a su cocina—. Hay cava o champán y vino, y también un pedazo de tarta que sobró de la fiesta. ¡Tocará celebrar el éxito de tu primera actuación!

—Vale —respondo. A pesar de que su repentino estallido de alegría me parece extraño, exagerado.

Dejo mi carga en el suelo junto a la mesa. Alba saca un par de copas de un armario y se me acerca. Por fin logro deshacer las solapas de la caja entrelazadas. Saco una botella a medio terminar con un rótulo de Möet & Chandon sobre el cristal y me levanto. Alba sigue a mis espaldas con las copas tintineantes en la mano. ¿Soy yo, o me estaba mirando el culo?

—Echa —me pide con una sonrisa.

Media hora después seguimos sentados a sendos lados de la mesa con la botella a punto de terminar y un pedazo de tarta de chocolate espachurrado entre nosotros. Los ojos de Alba brillan en la penumbra cuando me mira. ¿Será porque la bombilla está a mis espaldas?

—Oye, saca otra botella, que esto es poco, ¡quiero más! —Esta vez saco una botella rosada y se la paso. Se llena su copa, luego me echa a mí.

—¡Para, para! No quiero más, gracias.

—Pues yo sí quiero.

—Ya sé lo que quieres —digo en un impulso repentino. Sí, nada de arrepentirse ahora. Ya va siendo hora de pasar página de todo y seguir adelante. Levanto la vista y me encuentro con que Alba me mira con la copa a medio camino hacia sus labios. Tiene un pedazo de chocolate pegado en la comisura, bajo la mejilla derecha. Mis rodillas se ablandan, parecen mantequilla que se derrite en una sartén —Sé..., sé lo que quieres, y no te hace falta que me emborraches para conseguirlo.

—¿Có..., cómo?

Un repentino silencio corta el aire entre nosotros cual pared de cristal invisible.

—Lo, lo siento, pen...pensaba que.

—¡Anda, ven! ¡Pillín! No me hagas esperar.

Me rio a carcajada limpia. De pronto Alba está a mi lado y sus labios se elevan hacia los míos. Tienen un gusto fresco y chisporroteante. La alzo en brazos. Sus piernas se cierran tras mi espalda. Pesa tan poco. Me doy cuenta de que tengo dos nalgas frías apoyadas sobre mis manos calientes. Duras y firmes, nalgas de atleta. Doy un par de pasos para sentar a Alba sobre la mesa. Algo blando se escurre entre mis dedos como si fuera plastilina. La tarta.

—Espera —me susurra Alba aloído. Me rodea el cuello con un brazo y se limpia los pegotes de la coberturade chocolate sobre su trasero con la mano libre—. Mejor vamos a mi habitación.

Un viajero erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora