48- Una pieza de otro puzzle (Todo igual, todo diferente 4)

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Siempre había pensado que el título de graduado en la ESO era algo que no servía para nada en el mundo laboral. Que solo era un paso intermedio para poder acceder al bachillerato y a estudios posteriores, pero que en el mundo real nunca te lo pedían. Sabía que la mayoría de los jornaleros que trabajaban en los campos de tabaco y pimientos, así como los peones y oficiales de la construcción no lo tenían. Incluso dudaba que te lo pidieran en los puestos de trabajo públicos, gestionados por el ayuntamiento, o para ser camarero en los bares o trabajar de cajero en algún supermercado. Aún no tenía muy claro que siempre hay una excepción a toda regla. Y cuando nos confiamos y creemos que lo tenemos todo controlado, que por fin hemos cogido nuestro destino por las manos y pegado un puñetazo sobre la mesa para que todos noten nuestra presencia, esas excepciones nos golpean de vuelta con el doble de fuerza.

Así me había pasado a mí. Seguía contemplando las letras negras bien legibles que parpadeaban sobre el fondo blanco de la pantalla del ordenador de Noah ante mis narices:

Requisitos: Ser mayor de edad, certificado de graduado en ESO.

Me parecía ridículo. ¿Para qué lo necesitarían?

Me había metido en la página web de una empresa que contrataba a gente para hacer traducciones de escritos por Internet. Un conocido de mi madre trabajaba en eso. Le llegaban los más diversos textos en inglés o en francés a su buzón de correo electrónico. A veces eran libros de cocina; otras, instrucciones de la más diversa maquinaria; otras, vete tú a saber qué. Las traducía al español y después las reenviaba a otra persona que hacía una última revisión antes de dar el visto bueno. Por lo que contaba, cobraba muy bien. Él me recomendó la página que estaba mirando, ya que le había contado que hablaba y escribía alemán y español perfectamente, y también chapurreaba el inglés.

Al principio me pareció que por fin había encontrado el trabajo perfecto. Uno que me permitiría combinar mi vida en la finca de Noah con tener un trabajo estable por mi cuenta. Se cobraba por trabajos hechos, de acuerdo con la cantidad de palabras traducidas, por lo que tú mismo podías elegir la cantidad de escritos que te mirabas al día de acuerdo con el tiempo que quisieras dedicarle. Ni siquiera te exigían certificar tu nivel de idiomas. Ellos mismos se encargaban de evaluar si eras apto o no después de traducirles un par de textos de prueba. Y si resultabas apto, cada mes revisaban la calidad de tus traducciones y te asignaban la dificultad de los textos del mes siguiente y el salario que podías recibir por palabra. Parecía el trabajo perfecto, pero por alguna estúpida razón pedían el certificado de la ESO que yo no tenía.

De hecho, a pesar de que nunca lo había necesitado en toda mi vida, ya era la segunda vez que lo echaba en falta en menos de una semana. Unos días antes me había quedado hablando con Teresa después de clases.

—Oye, ¿nunca has pensado en inscribirte en la escuela de circo de Madrid? —me preguntó. Estaba anudando sus telas a un lado de la sala para que no les estorbaran a los demás que venían a dar clases allí—. Hacen una especie de grado medio. Creo que se te daría genial, y tendrías una formación mucho más completa.

—No sé. —¿Qué hace falta para inscribirse?

—Nada, no es complicado. Solo el graduado en la ESO y tal vez pasar una prueba de aptitud. Pero vamos, estás más que preparado para entrar. Puedo hablar con ellos si quieres. Conozco a la mayoría de los profesores.

Me quedé un rato apoyado contra la puerta sin saber qué decir. No tenía el certificado de la ESO, me daba vergüenza admitirlo, ¿sería un problema?

—No sé, es que no conozco a nadie en Madrid. Y supongo que necesitaría encontrar un curro para pagarme un alquiler y las clases y tal.

Teresa se quedó jugueteando con las telas dubitativa antes de responder.

Un viajero erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora