Estaba cansado, muy cansado.
-¿Ésta es la última casa?- preguntaba Will cada vez que nos encontrábamos frente a una nueva.
Lo dejé hablar y deposité la correspondencia en el buzón.
-Una más- le dije mientras sentía una gota de sudor bajar por mi cuello.
Muy afortunado de mi parte, a comparación de mi compañero, el cual podría llenar mi bañera con todo el sudor que desprendía.
Así fuimos a parar a casa de Melanie; en silencio, con el sol apoderándose de cada uno de nuestros poros y sintiendo que la vista se me apagaba un poco.
-Melanie Scott- Will pronunció su nombre de la misma manera que un explorador pronunciaría un hallazgo.
Cuando saqué las cartas, mis cartas, él supo lo que estaba haciendo. ¿Por qué no se lo había comentado? Simplemente hay cosas que no son necesarias contar.
Cuando creces, aprendes que tus problemas e inquietudes son sólo tuyas. Tu mejor amigo, por muy amigo que pueda llegar a ser, tiene inquietudes apartadas de las tuyas. No me refiero a que no le importe lo que te esté pasando, pero no puedes esperar que otra persona se preocupe primero por tus problemas que por los suyos. Cuando creces aprendes que todos somos individuos, que, al fin de cuentas, la palabra amistad conlleva sólo a la compañía.
-No, Pet. ¿Qué crees que estás haciendo?- en su voz se notaba que estaba alterado.
-Se las estoy entregando, al fin de cuentas fueron escritas para ella-
-Sí, pero...- mantuvo el silencio.
-¿Pero qué, Will? Es mi decisión-
-Estás enfermo. Te lo he dicho mil veces, Pet, esto que sientes por ella no es normal- secó una gota de sudor.
-Sí, estoy enfermo. Ni siquiera sé qué va a pasar con mi vida, estoy cansado, Will. Pero quiero hacer esto, y ya no necesito tu permiso-
-¿Qué crees que va a pensar ella?- en su voz había reto.
Lo peor del caso era que lo entendía. Él parecía molesto, pero él no estaba molesto; estaba dolido. Will ya no podía salvarme de la muerte, como lo hacía cuando éramos niños y creíamos en eso, por eso quería salvar lo que me quedara de vida.
-No sé qué irá a pensar, ¿Está bien? Tampoco quiero saberlo-
-Peter, por favor, deja ésta fantasía-
-Tú no le entiendes- odia hablar así con Will.
-Y tú no la conoces-
-No necesito conocerla para amarla- seguí caminando.
Yo podía amarla así, estaba seguro de eso. Yo podía ser feliz a su lado. No sólo él, nadie entendía. Yo la amaba porque amaba lo que sentía cuando ella estaba cerca.
-Escucha lo que dices y reacciona-
En medio de esa conversación llegamos a la entrada del instituto.
-Hora de entrar sudoroso- le sonreí de lado.
Si se lo preguntan, no. No era bueno en todo lo que respecta a la escuela. Al contrario, odiaba esto. No servía ni para matemáticas, mucho menos literatura, historia o arte. Y a eso se le suman mis habilidades para socializar. Vemos de nuevo, en esto tampoco resaltaba.
Melanie hoy llevaba una camiseta que dejaba ver gran parte de su pechos, buenos pechos. Tal vez esa fuera una de las razones por la que todos estaban a su alrededor.
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Cartas para ella.
Teen FictionPeter Prescott, a sus dieciséis años de edad, posee una gran colección de cartas que ha escrito desde que tiene once años cuando conoció a la joven y extrovertida Melanie Scott. Peter consiguió su primer empleo como cartero una semana después de su...