Sabía perfectamente el lugar en que Alec escondía las llaves, era su salida rápida de cualquier apuro; si lo atrapaban bebiendo un poco más de lo normal, si conducía demasiado rápido o si estaba demasiado excitado. Todo era mucho más fácil que buscar sus llaves en el auto.
Así que las tomé y me introdujé a su sala quitando mis zapatos, amarré una cola alta y subí aflojando un poco el vestido, abrí una de las cervezas que traía en la mano y abrí su puerta.
-¿Qué haces aquí, Melanie?- espetó poniendo en pausa el televisor.
-Traje cervezas- le sonreí tratando de acercarme para darle un beso.
En éste momento sólo necesitaba eso; besarlo y olvidarme de toda aquella tensión, olvidarme de Will y de Peter, de la señora naranja y discursos pensados. Sólo quería estar con mi novio por un rato, sentirme viva después de ver tanta muerte.
-Sabes que no me gusta que me beses mientras bebes, tu aliento apesta- tomó una de las cervezas y volvió su vista hacia la película que minutos atrás había sido pausada.
Traté de ignorarlo, siempre trataba de ignorarlo, y me acosté junto a él cubriéndonos con la sábana. Miré hacia el techo, el suelo y hasta la imagen de una mujer desnuda pegada en la pared.
-¿Qué haces aquí?- volvió a preguntar de la nada.
-Ya te dije que vine y traje algo de beber- le sonreí lo más que pude.
E imaginaba, en mi humilde ignorancia, que todo nuestro mundo nunca notaría todo el esfuerzo que hacía por sonreír junto a él. Porque para los demás sólo éramos una pareja de chicos populares, ejemplo de que los adolescentes escogen a sus ídolos a conveniencia; lo que se vea más llamativo, más bonito en su exterior, pero nunca ven más allá de lo que ellos piensan que es la realidad. Y, lamentablemente, no todo lo que creemos es.
Él sólo puso en pausa la película, me miró de reojo y se levantó de la cama bostezando. ¿Para qué negarlo? Alec tenía un cuerpo de revista, era como si todo lo que comiera se le fuera a sus abdominales. Pero Alec era simplemente Alec, y ese era mi novio. Y puede que su cuerpo fuera, en definitiva, lo único que me mantenía atada a él.
Porque vamos a ser sinceros, por más que en los libros nos hablen de que los sentimientos es lo que conlleva al amor verdadero, yo no creo que sea cierto. Es una mezcla de ambos; físico y sentimiento. Y no me refiero a que todos debamos ser bellos, sino que hay cierta tensión entre ambas personas a nivel físico, es algo más sexual. Es como si quisieras a dos personas diferentes; una a la que amas, a la que día a día te acostumbrarás a abrazarla al dormir, con la que hablarías por horas y a la que le confiarías hasta tu más oscuro secreto. Por otro lado está la persona con hormonas, esa que va directo al placer. Pero cuando las dos se complementan, es lo más perfecto que pueda haber.
Porque por más que todos quieran creer que el físico no importa para el amor, ellos saben que antes de amar debe haber atracción. Y la atracción es física, banal, es algo vacía; el amor es lo único que la llena, sino, no suele llegar a nada.
-Puedes quedarte aquí si quieres- anunció terminando de colocarse su chaqueta.
-¿Qué estás haciendo?- pregunté lo más calmada que logré mientras me acomodaba en la cama.
-Me voy, Melanie. Hoy tengo una fiesta- rodó los ojos.
Minutos después salió de la habitación. Lo odiaba, odiaba que me hiciera sentir como si esto no valiera la pena, como si en conclusión fuera yo la que no valiera la pena. Pero tampoco me iba a engañar a mí misma diciendo que no lo amaba, porque vamos, toda adolescente es propensa a ilusionarse.
Estar ilusionado no es tan malo como lo suelen describir. Sí duele cuando se termina, te decepcionan y humillan; pero vale la pena. Sabes que vale la pena porque te hizo sentir un huracán en el estómago, porque cada vez que pasabas a su lado el mundo se paraba por un instante. Porque, al final, todos amamos las mentiras. Y muchos más si esas mentiras nos hacen sentir tan bien.
Me senté en la cama y miré en el espejo a una chica castaña de dieciséis años; un poco destruida y humillada. Pero ahí estaba, levantándose de nuevo.
Decidí irme caminando hacia mi casa, sólo porque estaba en la hora justa, era ese momento del día donde todavía no es de noche, pero no podríamos decir que seguimos en la tarde. Es como como nuestra alma; en el punto medio de lo que queremos ser y de lo que los demás quieren que seamos.
De su casa a la mía habían aproximadamente unos veinte kilómetros de distancia, lo que me llevaba a mí casi unos veinte minutos de recorrido. En los cuales, en uno sólo, lograba cambiar el cielo.
Llegué y sólo toqué la puerta, sabía que mi madre abriría de inmediato y no tenía ganas de buscar las llaves en el jarrón de al lado.
-Pensé que estarías hasta tarde- comentó.
-Sólo vine a cambiarme-
Si él tendría una fiesta, yo también lo haría.
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Cartas para ella.
Teen FictionPeter Prescott, a sus dieciséis años de edad, posee una gran colección de cartas que ha escrito desde que tiene once años cuando conoció a la joven y extrovertida Melanie Scott. Peter consiguió su primer empleo como cartero una semana después de su...