Capítulo 7: ¿Alguna vez te has enamorado?

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Fui un chico, uno más del grupo de los interesantes, por una noche. Por un momento no fui Peter Prescott; no fui alguien sin vida social, no tuve una familia desequilibrada, un trabajo poco estable o un físico desagradable. Por una noche no tuve un tumor cerebral.

Cuando desperté en aquella habitación el sol por poco comenzaba a salir. Me encontré con una melena rubia sobre mi torso y recordé cada segundo de la noche anterior. Estuvo de maravilla, todavía lo estaba.

Aunque ella no era Melanie, aunque...Un momento. Esa era la habitación de Melanie, por consecuencia, también era su casa. Y yo seguía allí, desnudo y envuelto en sábanas rosas.

Me levanté lo más rápido que logré y recogí mi ropa antes de colocármela. Sentí haber dejado a aquella chica sola, pero sabía que sería peor para ella si despertaba y me veía ahí, a mí. Porque para ser justos, yo tampoco me acostaría conmigo si se diera el caso; ni siquiera la pude tocar bien, sólo podía usar una mano.

Cerré la puerta y bajé las escaleras mientras revisaba la hora. Era tarde, demasiado tarde como para no preocupar a mi madre.

-¿Nunca te has preguntado por qué llueve en la mañana?- la voz de Melanie era digna de escuchar.

Más de aquella manera; ronca y entrecortada. Esa manera de hablar que de a poco se vuelve desgarradora, sale desde el alma, por lo tanto da la impresión de que te estuviera regalando un pedazo de su interior.

Ella estaba sola, de espaldas a mí en su sofá comprado en Londres, iluminada apenas por la luz de una lámpara de oferta, cubierta en sábanas y con su cabello recogido en un moño completamente despeinado.

-¿Estás hablando conmigo?- pregunté.

Claro que yo era estúpido, pero hay días en los que uno se siente un poco más estúpido que los demás.

-¿Con quién si no fuera el caso?- su risa era amarga.

Ella se giró y me regaló una sonrisa de lado, invitándome a sentar en el acto. Así lo hice.

-Llueve y, de inmediato, te deprimes- se cubrió un poco más con las mantas y siguió mirando hacia el ventanal, donde se veían las gotas inundar su jardín.

-A mí me gusta la lluvia- comenté.

Estaba incómodo, recto en la otra esquina del sofá. La estaba apreciando a ella.

-Eso es porque nunca has hecho algo más divertido que estar en tu habitación. La lluvia nunca ha arruinado tus planes-

-No es verdad- sí lo era, pero no quería que ella lo supiera.

Volvió a reír y se acercó más a mí, tanto así que su manta cubrió un poco mi rodilla.

-Ah,¿No? Cuéntame un poco sobre qué has hecho-

De un momento a otro, de repente, justo como sucede en las novelas de la Sra. McCain, Melanie se acostó entre mis piernas. Con sus pequeños ojos cerrados en dirección al techo y con sus manos cruzadas sobre su abdomen.

-Pues...- Yo no tenía mucho que decir -Ayer le dije a mi mamá que iba a dejar a alguien embarazada, vine aquí y me emborraché, fumé algo de lo que tenía Will y tuve sexo- Con lo último sentí una extraña sensación en el estómago.

-Eso suena interesante- Sonrió.

-Lo es- mentí.

-Pero no es suficiente, Pet-

Yo lo había leído, también lo había visto en películas, donde decían que tu nombre suena mucho más bonito cuando lo dice alguien especial. Pero que ella lo dijera con aquella tonalidad, como si fuera lo más común, era lo que realmente le daba significado a mi nombre.

Escucharlo de sus labios me hacía parecer como un actor famoso, un cantante en su defecto, el punto era que me hacía parecer parte de su mundo. Porque mis amigos me dicen Pet, y ella lo había dicho.

-¿Qué has hecho tú?- tomé el atrevimiento de pasar mis dedos entre su cabello.

-Todo comenzó cuando mis padres se divorciaron; nunca esperas que tu cuento de hadas se rompa de aquella manera. Fue ahí cuando quise dejar de ser rubia, mucho menos quería seguir usando ropa color rosa. He fumado todo tipo de cosas, me he metido en cosas ilegales, esto de la sólo es rutina. Pero sobre todo aquello; me he enamorado-

-Enamorarse dejó de ser interesante cuando las personas encontraron la diversidad- apoyé mi cabeza en el mueble.

-Hablas muy raro- soltó una carcajada de esas que se contagian -Eso se llama promiscuidad-

Fue vergonzoso. Tanto así que opté por levantarme y dirigirme de una buena vez a mi casa.

-Oye- sonrió abriendo los ojos -No te vayas. ¿Tú alguna vez te has enamorado?-

Ella podría ser muy bonita, pero también muy tonta para preguntarme eso a mí. Aunque sus ojos estaban en completa seriedad.

Me paré en mi intento de marcharme y le respondí con la misma seriedad manteniendo la distancia.

-Sí-

-Pues la mejor parte es cuando te rompen el corazón-

-Lo siento- sonreí antes de salir.

Su casa quedaba exactamente a dos cuadras y una casa de la mía, pero el trayecto se hacía demasiado largo cuando te comienzas a marear.

Fue mucho el rato que pasé sin preocuparme por esto. Pero no tiene remedio, siempre vuelven, están ahí dormidos hasta que algo los hace despertar. Mareos, una y otra vez, cada vez más intensos.

Mis manos apoyadas en un árbol cercano y mi cabeza hacia abajo fue lo único que logró acabar con ellos. Era más fuerte de lo normal, claro que eso se mezclaba con una buena cantidad de alcohol y cigarrillos.

Pero ya no importaba, lo único que deseaba era llegar a casa. Pocos lo entendían, pero mi casa era mi refugio, y eso lo hacía divertido. Yo no necesitaba más.

Mi vida era así, no había mucho más; yo no era Melanie. Yo no lloraba los corazones rotos.


Cartas para ella. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora