Hay días fríos, y no específicamente por la temperatura. Hay días en los que el sol está en su punto más brillante, pero dentro de ti, dentro de ese saco hecho de piel y huesos, hay una especie de congelador.
Aunque la gota de sudor caía sobre mi frente mientras pasaba el secador por mi cabello, aunque mi madre pasaba una y otra vez con su abanico diciendo que me apurara, aún así mis manos temblaban. Nunca imaginé temblar por Peter.
Guardé una de las cartas y me apresuré al auto bajando mi vestido negro. El camino al cementerio se hizo largo, no sabía si era por las que mi hermano o por la sensación de vacío en mi estomago, pero aquí estaba; con más pánico que dolor.
-Mel, ¿Podrías bajar de una vez?- no me había dado cuenta que mi madre llevaba unos largos minutos llamándome.
Y así lo hice, me bajé y caminé hasta donde todos estaban; unos llorando y otros consolando, tomados de la mano o distanciados, queriendo escapar de allí. De un momento a otro sentí haberme vuelto un perro, viendo todo en blanco y negro, con un sentido del olfato un poco más intenso.
De a poco una señora un tanto mayor se me acercó a mí. Llevaba un vestido naranja de lentejuelas, como si no supiera que estaba en un funeral.
-¿Tú eres la famosa Melanie Scott?- preguntó con una sonrisa, cosa que no lograba divisar entre los demás asistentes.
-La fama sólo la recibe quien ha trabajado por ella. Pero sí, en supuesto caso, yo soy Melanie Scott- le tendí mi mano esperando saber su nombre.
-Penélope McCain- saludó de vuelta -Deberías sentirte honrada, ese chico te amó lo suficiente como para generar tu fama sin tú trabajarla- volvió a sonreír, ésta vez de lado.
Ella sólo obtuvo silencio.
Aún ahí, a la orilla de un césped recién cortado y con el sol haciendo cada vez más ajustado mi atuendo, lograba sentir frío. Pero puede que el frío se confunda con el vacío.
-¿Tú lo amaste?- preguntó de la nada, viendo al ataúd.
Era eso, era eso lo que generaba un vacío en mí. Porque era imposible amar a Peter Prescott, y no por el hecho de ser Perter Prescott, sino porque no puedes amar algo irreal. Algo que nunca estuvo a pesar de estar. ¿Cómo puede el sol amar a la luna si nunca han estado en el mismo lugar? Para él, yo era un mundo. Para mí, él era un grano de arena.
-Lo siento- le respondí.
-Él te amaba sin importar eso-
-Él no me pudo amar de verdad- mi risa sonó amarga.
-No eres quién para juzgar su manera de amar, mucho menos si a quien amaba era a ti-
Así se fue alejando hasta estar frente al ataúd, dejando una rosa y sonriendo ante el acto. La vi voltear un segundo hacia mí y susurrar algo de vuelta. Ella en realidad estaba algo loca.
Traté acercarme a Will, pero éste sólo me se volteó, secó una lágrima y cambió de rumbo. A uno mucho más lejos de mí. En él había resentimiento, pero no es justo que lo sintiera hacia mí. Yo nunca quise que Peter se enamorara de mí. Por consiguiente, yo nunca quise lastimarlo.
Ese día no hizo más que calor, era como si las culpas de todos los presentes se convirtieran en rayos de sol. Peter llevaba un traje gris, parecía estar realmente feliz, pero es estúpido suponer el estado de ánimo de alguien que está muerto.
La Sra.Prescott parecía treinta años mayor; despeinada y con más canas. Cuando comenzó a hablar se quebró, se descompuso en brazos de su esposo hasta el mundo de gritar. Pero ella era más fuerte de lo que parecía, segundos después el discurso comenzó.
-Peter, tan precavido hasta el último momento, me hizo prometerle que yo no haría ningún discurso. En cambio, él escribió su propio discurso.
"A todos los que estén presentes en éste momento les pido que cierren los ojos. Si ya lo hicieron recuerden algo lindo sobre mí, y si no tienen nada lindo para recordar, simplemente lo imaginan. No hay mentira más bonita que alguien con imaginación.
Ahora, si ya pensaron en mí, les pido que esa sea la última vez. Porque sí hay vida después de la vida. No, no me refiero a reencarnaciones, yo todavía no lo sé, pero pronto lo haré. Me refiero a que ustedes tienen una vida después de mi muerte.
No se preocupen, no lloren y se quejen cuando me vean tendido ahí. Yo no tengo miedo, no lo tengan ustedes. Vivan por mí; tengan lindas familias, ejerzan lo que aman y siéntanse lo suficientemente infinitos como para escribir un libro. Hagan como si los días contaran con 365 horas en lugar de 24. Y...Los amo, los amaré hasta mi último respiro. En éste caso, un poco más." - terminó de leer su madre con lágrimas rodando por su rostro.
Después de eso no quedó más. Después de unas simples palabras se fue todo lo que quedaba de aquella personas con más esperanzas que posibilidades, a más de tres metros de distancia. Seguido fueron desapareciendo todos, hasta yo.
-Necesito que me dejes en casa de Alec- anuncié a mi madre mientras me introducía en el auto.
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Cartas para ella.
Teen FictionPeter Prescott, a sus dieciséis años de edad, posee una gran colección de cartas que ha escrito desde que tiene once años cuando conoció a la joven y extrovertida Melanie Scott. Peter consiguió su primer empleo como cartero una semana después de su...