Fue ese momento en el que comencé a extrañar las paredes coloridas del hospital para niños. Eso acompañado de extrañar mis tardes repartiendo cartas, con Will o yendo a la secundaria.
Nadie está preparado para irse. Nunca te enseñan a tratar con el cáncer o a asumir estas realidades. Y para mí era espeluznante ver que todos, sin excepción, mostraban y contaban las historias de los sobrevivientes. Y las personas como nosotros, los que murieron o estamos a punto de morir, quedamos en la memoria de los que de verdad nos conocieron.
Esto era una especie de gobierno donde el tumor aparecía en dictadura. Y donde mostraban sólo el lado bueno del tumor; fue duro pero sobrevivió, valió la pena ir a aquella terapia, después de la tormenta sale el sol. Pero eso no es para todos, unos simplemente estamos destinados a morir un poco antes que la mayoría. Nosotros nunca seremos recordados.
Tampoco era como si quisiéramos ser recordados por lo que un día estuvo en nosotros y nos acabó. ¿Qué hay de nosotros un lunes por la tarde? ¿Tenemos tareas? ¿Alguna vez nos enamoramos? No, nadie se pregunta sobre las cosas básicas. Es como si fuéramos una especie de extraterrestres.
-Necesita descansar, Sra.Prescott- escuché a Will mientras entraba en la habitación.
Mi madre no había hecho un buen trabajo con esto de mantenerme internado. No me gustaban las mantas verdes, yo prefería el olor a menta que al de uva y el intento de colocar todas las inyecciones me dejó de un extraño color morado.
-Gracias- no lograba distinguir bien las sombras, pero sabía que se había ido.
-Pet, regresa- Will tomó mi mano.
Él, tras su fachada de chico simpático y sociable, era un completo marica.
-Lo siento. Siento haberte dejado solo la mayoría del tiempo-
En ese momento también extrañé mi voz. Quería decirle que eso ya no importaba, que él sería mi mejor para siempre y que, lamentablemente, todos cometemos errores. Todos olvidamos y a todos nos olvidan. Pero todos tenemos la capacidad de que, en algún momento, los recuerdos vengan a nosotros.
Pero no podía decirle nada, no podía ser su mejor amigo por mucho tiempo.
Lo escuché lamentarse una y otra vez y podía imaginar que estaba caminando de un lado a otro, tal vez encendiendo un cigarrillo o llorando un poco. También podía imaginar que se había dejado crecer la barba ésta última semana en la que yo he estado internado. Podía imaginar muchas cosas postrado en una cama.
Para no aburrirlos les contaré qué fue de mí éste último mes. Me consumió, unos días iba lento y otros simplemente me llevaba por completo. Comencé a ver borroso, dejé de caminar, poco a poco comencé a olvidarme de cosas sencillas y no lograba hablar. Era frustrante ver cómo de un día para otro pasas de ser un chico promedio a un chico que prácticamente está muerto.
Fueron días duros frente a un espejo. Un día tu reflejo te muestra joven, al otro te muestra lleno de signos que te anuncian que vas hacia el final; y, en compañía de tu rabia interna, sólo culpas al espejo.
Mis padres lloraban y Will desapareció. Estaba solo, más solo que de costumbre. Y no culpaba a Will por ello. La soledad no recaía en los que estaban a tu alrededor o no, consistía en sentirte seguro estando solo.
Y cuando tu reflejo te muestra a otra persona, te comienzas a preocupar. Dejas de pensar en tu traje para el baile de graduación y comienzas a pensar si de verdad existiría una cura. Quieres más, te sientes incompleto y mediocre. Pero, ¿Quién no se siente mediocre a los dieciséis años?
Dejé de ir a la escuela y mis notas dejaron de importar. Ya dejas tus estúpidas preocupaciones de adolescentes y te vuelves un poco más adulto, luego ya estás anciano y comienzas a contar los días.
Melanie llamó unas cuantas veces, pero no la dejé entrar. Una noche ni te conoce y a la otra ya te piensa, te busca y sin razón alguna quiere entra en tu vida. Pero ya yo no tenía suficiente vida.
También le había dicho que era yo el que le enviaba aquellas cartas. Puedo recordar su rostro a la perfección; estaba confundida, un poco aterrada y decepcionada a la vez. Recuerdo que se lo dije el último día que trabajé como cartero, ella sólo dijo "gracias por la correspondencia"
Ya no dolía el rechazo, dolía decepcionarla. Ella, tras su fachada de chica popular, sólo tenía el corazón roto.
Y yo la amaba, y nunca dejaría de amarla. Ella sería mi primer amor por siempre. Con errores, con defectos y en silencio; mi primer y único amor. Fuera estúpido o no, irreal o común, yo amaba a una desconocida.
Porque por más que yo quisiera, no era posible conocer a alguien con el simple hecho de amarla. Pero para amarla no necesitas conocerla.
Will pasó la tarde allí, yo lo sabía, podía oír sus lágrimas. Si yo pudiera llorar también lo hiciera, comenzaba la cuenta atrás.
Podía sentir como me iba, poco a poco y sin tanto dolor.
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Cartas para ella.
Teen FictionPeter Prescott, a sus dieciséis años de edad, posee una gran colección de cartas que ha escrito desde que tiene once años cuando conoció a la joven y extrovertida Melanie Scott. Peter consiguió su primer empleo como cartero una semana después de su...