Hay millones de personas en el mundo, un aproximado de cincuenta casas con otro aproximado de cinco personas en mi vecindario, ochocientos cuerpos llenos de hormonas en mi instituto, y entre todas esas personas con probabilidades de leer algo, estaba yo leyendo una carta de alguien muerto.
Más de tres mil cartas, diversas letras y diversas maneras de pensar; a los dieciséis años es imposible pensar que los unicornios son reales, así como lo hacías cuando tenías once. Y Peter no escribió simplemente algunas cartas, él se había plasmado a él; en unas era niño, en otras era un poco mayor, y en otras, mis favoritas hasta ahora, ni él mismo sabía quién era. Y era ahí donde era quien era, con dudas, el ego por las nubes o con una pierna rota, el momento en el que no se encontraba era donde su verdadero ser salía.
"...podrías ser bailarina, cantante o algo que tenga que ver con el arte. Tú hueles a arte, Mel, y el arte siempre vuelve al artista. Tú pintaste tu propio lienzo.
-P."Él podría haber sido un buen escritor, se notaba por su flexibilidad al narrar; en una carta probaba con la rima, en otra sólo era narrativa simple, pero era bueno, todo era bueno. En realidad, él podría haber sido cualquier cosa que se propusiera, si se hubiera propuesto algo. Pero después de quinientas cartas me di cuenta que él nunca se propuso nada, nunca quiso algo por lo que diera todo, segundos después se cansara y en unos días, tal vez unos meses más, se diera cuenta que eso era lo único que lo hacía feliz.
Peter necesitaba creer en algo, algo que lo hiciera levantarse cada mañana y pensar que lo estaba haciendo bien, sólo porque lo estaba intentando.
Pero si él no tenía nada, yo tenía menos. Es que hay días así, en los que no entiendes qué estás haciendo o si lo estás haciendo bien, te sientes inferior a su vez al ver la manera en la que todos triunfan tras algo y tú sólo estás tras ellos, aplaudiendo su éxito. Pero hay otros días, otros en realidad buenos, donde te despiertas soñando en todo, no te alcanza con querer ser bailarina, también deseas la paz mundial.
-¿Qué estás haciendo?-
De repente, sin poder identificar cuándo sucedió, un figura apareció por detrás, tocando mi espalda con la punta de los dedos.
-¿Qué estás haciendo tú aquí?- Era Sam.
-Quería saludar-
-Ya lo hiciste, puedes irte- en realidad estaba cansada.
-No-
Se sentó en la cama y me comenzó a observar.
-Sigue con lo que estabas haciendo- murmuró.
Y no sé por qué, me sentí en la obligación de hacerlo. Tal vez por la manera en la que me miraba, una
mirada que no decía absolutamente nada cuando yo quería saber todo.-¿Sabes? Cuando era pequeño, mi cosa favorita era escribir. Se burlaban, a todos les gustaba el fútbol o manejar bicicleta. Pero ellos no entendían que a mí me gustaba imaginar e imaginaba que lo estaba haciendo. Habían días en los que llegaba mucho más allá, cerraba los ojos y volaba, abría mis brazos y estaba entre las nubes; era fantástico, aunque muchos no lo creyeran. Tú sabes, pasiones de niños-
No esperaba que me contara nada, en realidad, no esperaba tenerlo ahí. Pero no me incomodaba, no quería que se fuera.
-¿Sigues escribiendo?-
-No- su risa era melódica -Eso es algo muerto para mí. Escribía cartas, imaginaba que algún día se las enviaría a alguien-
-Pero nunca las enviaste- traté de concluir su idea.
-Sí las envié- se sentó a mi lado.
Olía bien, extremadamente bien, de tantos hombres que he olido no recuerdo aquel olor.
-¿No te preguntas dónde estarán?- dejé mis piernas sobre las suyas -Cualquier persona las puede estar leyendo; un traficante de drogas en Rusia, una madre ocupada en India, tal vez una esté en camino a un bebé holandés-
Después de reír paró un segundo antes de hablar y me sonrió de lado. Me hizo sentir idiota, más idiota de lo alguna vez me pude haber sentido, y era porque no entendía el motivo de mi idiotez.
-Sé perfectamente dónde están. Lo tiene la persona más vacía de todo el mundo, pero que me llenó por completo. Ella me dio un sueño, eso se lo agradezco-
-¿Escribías para alguien?-
-Era la musa perfecta para escribir sobre ella, sólo tenía que pararse ahí y pretender que existía, lo demás era mi trabajo-
-Debió ser muy afortunada- me reí- Debes ser muy importante para que escriban sobre ti-
-Ella era importante, pero a veces no lo sabía y otras veces se lo creía demasiado-
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Cartas para ella.
Novela JuvenilPeter Prescott, a sus dieciséis años de edad, posee una gran colección de cartas que ha escrito desde que tiene once años cuando conoció a la joven y extrovertida Melanie Scott. Peter consiguió su primer empleo como cartero una semana después de su...