Capítulo 12

73 11 0
                                    


Kyres

"Tener a Theresa una vez más a mi lado es algo que me hace volver a sentir una chispa de felicidad. Sin embargo, las palabras de Lady Vestra también han hecho mella en mí. Me preocupa que todo esto se desmorone sin que me dé cuenta. Y lo más importante: me inquieta que a Theresa también le hayan afectado... sé que está ocultando algo."

─¿No puedes dormir? ─le pregunté a Theresa en voz baja.

─Como tú, supongo –respondió con el mismo tono.

Habían pasado un par de horas desde que llegamos a la cueva. Mientras que Tara había cogido el sueño relativamente pronto, Theresa y yo seguíamos despiertos. Ella estaba acurrucada a mi lado y yo la rodeaba cariñosamente con mi brazo. Respiraba con lentitud y apenas se movía. Los dos contemplábamos hipnotizados el crepitar de las llamas de la hoguera. Yo no necesitaba de aquel calor para mantenerme vivo, pero para ellas la presencia de aquel fuego era imprescindible para sobrevivir al frío de la cordillera de Kerequesa.

─Sí tienes frío me aparto ─susurré y ella como respuesta se acercó más a mí.

─No, no lo hagas. Resulta agradable tenerte tan cerca, aunque estés frío como un tempano.

─Tú, por el contrario, eres tan cálida como las estrellas.

Pero lo cierto es que me gustaba esa sensación. Me gustaba el tacto de su piel, suave y vibrante. Y sus labios, tan llenos de energía y fuerza cuando me besaban, hacían que perdiera la consciencia sobre mí mismo.

─¿Y tú por qué no puedes dormir? –me preguntó al rato─. ¿No será porque ayer nos pasamos casi toda la noche muy despiertos?

─Puede que tenga algo que ver –admití, siguiéndole el juego─. Me hiciste daño en la espalda con tus uñas.

Theresa se rio por lo bajo al oír eso. Sin duda alguna, la noche anterior había sido un frenesí de emociones y de contacto piel fría contra piel cálida. La añoranza que sentíamos el uno por el otro había provocado eso y lo cierto es que ni en mis mejores sueños habría imaginado un reencuentro mejor.

─Bueno, si te consuela, yo apenas me podía sentar en el caballo esta mañana y eso es por culpa tuya –replicó ella medio sonriendo.

Estiró el cuello en busca de mis labios y yo la correspondí con un beso. Me habría gustado prolongar aquel gesto, pero justo en ese momento, desapareció de su sonrisa y recupero su actitud melancólica.

─¿Vas a decirme que te ocurre o no? –insistí de nuevo.

Theresa empezó a dibujar círculos en el aire con su dedo índice y un par de ascuas de la hoguera la imitaron. Tanto los poderes de su hermana como los de ella (pero sobre todo los de Theresa), me resultaban fascinantes.

─¿Qué piensas de nosotros? –dijo ella finalmente─. De nuestra relación, concretamente.

─Supongo que va bien, a pesar de haber estado tanto tiempo separados, ¿no? ¿Has notado que tus poderes se volvían contra ti?

La energía de la Flor negra que daba poderes a Theresa extraía su potencial de cualquier sentimiento negativo de su anfitriona. De modo que ella debía controlar cualquier sentimiento similar a la alegría o el amor. Podía sentirlos sí, pero siempre con cuidado. Ya me había contado alguna anécdota de cómo el amor casi la mata. Pero por fortuna, durante nuestra relación no había sucedido nada. Aunque conociéndola, no me habría sorprendido que me estuviese ocultando algo por no hacerme daño.

─No, en absoluto. Eso es lo curioso del tema: que todavía estoy bien, a pesar de que no veía el momento de volver a estar contigo.

─La añoranza se asemeja a la tristeza. Quizás por eso, la Flor Negra no te ha hecho nada.

La Hechicera: Tiempos OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora