Capítulo 19

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"Ojala fuese tan sencillo como decir no lo pienses para que algo no suceda..."

Mayo al fin estaba tocando a su fin y mi vida seguía como si nada. Procuraba llevar al día los estudios, especialmente ahora que se acercaban los exámenes finales. Intentaba fingir que no pasaba nada, pero si había algo que aún tenía claro era que ya nada volvería a ser como antes.

Mi abuela tuvo un entierro bonito y sencillo al que solo asistimos familiares y viejos amigos. En lo que a todos concernía, Rose había muerto de causas naturales y, tras una larga y provechosa vida, se merecía el mejor de los descansos. No me sorprendió que Tess no asistiera, aunque sí que Kyres se dejase caer por allí. Se me hacía raro verle con ropas mundanas, camuflándose entre la gente y fingiendo ser normal.

El príncipe Frío aprovechó también la coyuntura para preguntarme si él y mi hermana podían quedarse en casa de Rose durante unas semanas. En vista de que la casa la había heredado mi madre, imaginé que no le importaría y que de hecho, casi preferiría que su hija mayor estuviese allí a en cualquier otro sitio. O en nuestra propia casa. Kyres no me dijo nada acerca de Tess ni tampoco intentó disculparla o justificar sus actos. Se comportó con su habitual serenidad y no le volví a ver después de aquella tarde.

Farrow no tuvo la misma suerte que mi abuela. No gozó de ningún tipo de entierro digno, nadie le fue a llevar flores y nadie lloró su pérdida. En su lugar, cuando la policía encontró su cuerpo calcinado bajó kilos de metal fundido, se empezaron a difundir cientos de historias escabrosas por todo el instituto sobre si llevaba una doble vida como profesor y en sus ratos libre se dedicaba a trabajar en un laboratorio de droga. En clase, cada vez que escuchaba alguien cotilleando sobre ese tema, sentía como el nudo de mi estómago se apretaba más y más y las lágrimas afloraban en mis ojos. Era habitual que fulminase con la mirada a más de uno y que les pidiese a voces que dejasen de decir esas cosas. Pero en realidad, ninguno de mis compañeros podía comprender de dónde provenía mi amargura y mi continuo estado de irritabilidad.

Solía aislarme hasta tal punto dentro de mi misma que ni Kevin ni JJ, que sabían la verdad, conseguían aliviarme de algún modo. Es cierto que me consolaba ver que Kevin no había vuelto a tener problemas con su bestia. Me decía que sabía que seguía dentro de él, pero que permanecía dormida. Ahora lo que realmente le preocupaba era yo. Siempre que podía me disuadía de meterme en una discusión o directamente, sin decir nada, me cogía del brazo y nos íbamos a dar una vuelta para que me airease. Ya apenas nos dábamos muestras de cariño. Los besos, los abrazos, las caricias... prácticamente habían desaparecido. Lo añoraba, sí, pero todo lo que tenía que ver con el contacto o la sinceridad me desagradaba. No me merecía sentir esa clase de cosas. No cuando sabía que el odio me estaba consumiendo por dentro lentamente, como si fuese una planta venenosa creciendo alrededor de mi corazón.

Había ido varias veces a la tumba de mi abuela y siempre intentaba, en vano, hacer crecer alguna flor junto a la lápida. Lo intenté más de cien veces y nunca conseguí nada. Quizás lograba mover alguna hebra de hierba, pero nada que fuese más allá de ese simple gesto. Mis poderes me habían abandonado y sabía que se debía a lo ocurrido con Tess, Rose y Sancia. La ira, la tristeza, el odio... Me enfadé más de una vez conmigo misma a causa de las estúpidas reglas que regían mis facultades mágicas, pero después siempre me recordaba que eso tenía sentido. Mis poderes eran de la luz, no de la oscuridad.

Era algo similar a lo de los Jedis de Star Wars. Como tenía tanto tiempo para mí, había estado viendo películas por internet día tras día. Recientemente había visto todas las de Star Wars, y era incapaz de no hacer paralelismos con mi propia vida. El miedo, la ira y el odio llevaban al Lado Oscuro de la Fuerza, convirtiendo a un noble Jedi en un malvado Sith. Y cada día que pasaba me sentía más cerca del Lado Oscuro que del Luminoso. Había demasiado recelo y desprecio dentro de mí y era muy consciente de ello. También de que no sabía cómo solucionarlo.

La Hechicera: Tiempos OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora