Ministerio de Magia

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—Eres un idiota. —declaró molesta mientras se bajaba de la Nimbus 2001.

—Ya era hora que lo reconocieras, Hermione. —bufó Harry.

—Dime algo que no me hayas dicho ya, Granger. —sonrió, ignorando al azabache.

—Ya cállate, hurón.

—A ver, ratón, dinos cómo vamos a entrar.

—¿Trajiste la capa, Harry? —preguntó, disponiéndose a seguir con el recorrido planeado.

—Sí.

—¿Qué demonios es esto? —inquirió el rubio mirando la cabina telefónica con el ceño fruncido.

—Se llama teléfono público, Malfoy. —respondió Harry con burla.

—Vamos, entremos. —anunció Hermione, interrumpiendo las miradas asesinas que el rubio le daba a su amigo.

—¡No pienso entrar en esa cosa! —sentenció con disgusto.

—¿Qué pasa, Malfoy? ¿Tienes miedo?

—¡Cállate, cara rajada! ¡Un Malfoy nunca tiene miedo! —exclamó molesto.

Pero, ¿y si me traga y no vuelvo a ver la luz del día? ¡Malditos objetos muggles! —pensó, metiéndose con temor al estrecho "armario".

—¿Traes dinero, Mione?

—Sí, aquí está. —respondió mientras metía en el pequeño agujero unas cuantas monedas y digitaba los números correspondientes de entrada.

—Bienvenidos al Ministerio de Magia. —habló una voz del otro lado del teléfono.

¡Salazar no dejes que muera en esta endemoniada cosa! —suplicó al sentir como comenzaba de descender y Hermione les echaba la capa por encima.

—Con esto y un poco de suerte lograremos pasar por desapercibidos. —susurró Hermione una vez llegado al Atrio del Ministerio.

—Creo que con un sorbo bastará, Herms. —anunció Harry con una sonrisa, tendiéndole el pequeño frasco de Felix Felicis que hacía algunos días el profesor Slughorn le había obsequiado por el buen rendimiento en su poción.

—¿Un poco de suerte? ¡Maldición, Granger! Está repleto de guardias. —se escandalizó.

—Cállate y bébetelo. —cortó Hermione haciendo que el rubio con una mueca bebiera el sorbo correspondiente.

—Bien, ahora debemos ir a los ascensores. —manifestó el azabache comenzando el largo recorrido.

—Ya lo sabemos, cara rajada. —rodó los ojos.

—Será mejor que te agaches un poco, Malfoy, nos pueden ver los pies. —declaró la castaña, llevándose un bufido de respuesta.

En silencio caminaron hasta los ascensores, donde subieron al noveno piso y se encontraron con aquel pasillo de azulejos negros muy conocido para los Gryffindor.

—Harry, ¿recuerdas que puerta era? —preguntó Hermione al encontrarse con las seis puertas que eran distribuidas por el lugar.

—No, tendremos que buscarla.

—¿Cómo pueden no acordarse por cuál maldita puerta entraron? —resopló Draco.

—Le hubieses preguntado a tú padre, Malfoy, tal vez él sí recuerde dónde casi nos matan. —respondió azabache con molestia.

—¡Harry!

—¡¿Por qué siempre lo defiendes, Hermione?! ¡¿Ya no recuerdas cuando su amiguito Dolohov te hechizó?! ¡¿O cuando su padre me amenazó con querer matarlos?!

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