VIII

8K 1K 86
                                    

No notaron el daño que se provocaban el uno al otro. Cada vez se herían más.

¿Algún día todo fue hermoso?

Lo fue.

No existía esa despiadada realidad, ni corazones opacos sin vida, presos del feroz dolor que dejó la decepción.

Eran un par de niños que ignoraban las emociones de los adultos, ingenuos ante el dolor que éstas podían provocar. No conocían la realidad, ni la dureza con la que ésta los podía tratar.

Lo recordó con una sonrisa triste en su rostro, recuerdos perdidos que aún guardaba como un viejo tesoro que se creía olvidado.

Solo dos pequeños niños llenos de sueños y promesas que, si bien no se cumplían, para ellos eran lo más importante.

Extrañaba su amistad.

Todo cambió, pero... ¿cuándo pasó? ¿De qué servía recordar lo perdido?

Fácil. De nada. Pero el caso era que le resultaba imposible no hacerlo. Aquellas cartas habían abierto la caja de pandora y ésta estaba llena de instantes que creía desterrados.

Ellos en algún momento se pertenecieron, sin errores, sin maldad, sin arrepentimientos.

Sin mentiras.

Desde que tenía memoria fue su amiga, no mentía.

Compartieron pañales y lágrimas; ellos incluso compartieron sus primeras palabras; caminaron sus primeros pasos; se convirtieron en niños juntos; pasaron por la pubertad tomados de la mano. Pero la adolescencia lo arruinó todo, los alejó. La pureza de su amistad se vio ensuciada por: Los sentimientos de adulto.

Su dulce amigo quien se dejó consolar, en quien depositó su confianza, aquel a quien le entregó parte de su ser, desapareció para dejar al chico que la rompió en mil pedazos.

Pero no todo fue así, no. Sino que su dulce amiga se perdió al conocer lo estafadores que eran los sentimientos, dejando sólo a la chica que lo amó. Y él abandonó.

Continuó con su lectura, sentía eterna su desdicha, era un hombre infeliz, los días eran vacíos, las noches parecían no tener fin, llenas de soledad, de arrepentimientos que ya no valían la pena, que llegaron demasiado tarde perdiendo su oportunidad de reparar las heridas abiertas.

Noches llenas de letras.

Llenas de la notable ausencia de ella.

Lo arruinamos, ¿no es verdad? Tú lo arruinaste, al igual que yo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Lo arruinamos, ¿no es verdad? Tú lo arruinaste, al igual que yo. Fuimos una imagen errónea que confundíamos con la realidad.

Quizá lo nuestro no iba a funcionar. Tal vez teníamos el final tatuado en la piel, en el tiempo que pasamos mintiendo.

Mi error fue amarte, ahora lo sé. Te amé con la intensidad de un adulto cuando solo era una tonta adolescente. Entregue más de lo que tenía y te pedí algo que no me podías dar.

 
Pensé que nos conocíamos lo suficiente, tanto así, que las mentiras entre nosotros no existían. Después de tantos años, intenté volar alto. Pero nunca creí que me amarías algún día de la misma manera, siempre escondí lo que sentía por ti, no imaginé que era tan obvia.

 
Aun así, lo más importante para mí era nuestra amistad. Fui una mártir, no me importaba enterrar dentro de mí el amor que sentía por ti. El temor a no ser correspondida, a ser lastimada por tu rechazo: me aterrorizaba que todo cambiara. Callé. Ese fue mi error, amarte y callarlo.

 
—Te quiero, renacuajo.

 
¿Lo recuerdas?

 
Ese te quiero nunca debió convertirse en un "te amo".

 Ese te quiero nunca debió convertirse en un "te amo"

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

10 años

Las lágrimas bajaban por el rostro del pequeño de cabello castaño, cayendo silenciosas, tenía la mirada fija en el piso. El temor consumía su alma ahogándolo en un mar de confusión, que para ese momento él no sabía qué significaba.

Demasiado pequeño, demasiado inocente para comprender todas esas emociones que se mezclaban llenando de desdicha su espíritu.

Las ganas de gritar y romperse eran contenidas. Se limpió las lágrimas con la manga de su suéter tejido. Los niños no debían de llorar, debían de ser fuertes.

Su padre estaba sentado con la vista clavada en aquel féretro. Ausente, sintiendo que una parte de él permanecía en aquél ataúd junto a su amada esposa.

El pequeño corazón del niño se encogía con cada recuerdo que no volvería a vivir. No lo entendía. Las personas se iban al cielo cuando eran demasiado viejas y sus cuerpos estaban cansados. Su mamá no estaba enferma, ¿entonces por qué estaba en el cielo?

¡No! ¡Mamá debía volver!

Quiso gritar pero no tenía voz. Su cuerpo se tensó mientras sentía cómo se ahogaba con el llanto callado. Se sentía débil, frágil, como si en cualquier segundo se caería al suelo.

Una pequeña a su lado sostenía su mano con delicadeza, ambos estaban perdidos en sus propios mundos, ambos con una desconocida tristeza la cual no sabían cómo afrontar.

Las personas desfilaban frente a ellos, todos vestidos de negro, con sonrisas tristes; algunos simplemente los observaban con piedad, esto solo lo ponía nervioso, porque algo en la mirada de aquellas personas le molestaba. Pero no sabía qué era.

Permaneció cabizbajo, ocultando su semblante afligido, perdido, dolido.

La pequeña observó a su madre con los ojos enrojecidos, no entendía el por qué. Solo le habían dicho que la tía Abril estaba en el cielo. Pero aunque aún eran niños, sabían el peso tortuoso que cargaban tales palabras. La tía Abril no volvería. La mamá de su mejor amigo estaba muerta. Su mejor ami...

Giró su rostro y no pudo evitar romper a llorar al verlo tan triste. No soportaba lo mucho que la lastimaba verlo así.

Al sentir unos pequeños brazos rodearle mientras la dueña de éstos sollozaba, soltando todo el dolor que él guardaba, se dejó llevar por el consuelo que le daba. Se aferró a ella, ambos aún inocentes, frágiles como para soportar tal dolor. Ambos lloraron hasta que sus cuerpos se agotaron y sus almas se vaciaron, dejando esa seca tristeza guardada al cerrar los ojos y estar a punto de perderse en un exigente sueño...

—Te quiero, renacuajo.

Esas palabras dichas con genuina inocencia y dolor, tan llenas de verdad. Un te quiero sincero, sin segundas intenciones, un te quiero real. Uno de los últimos que logró escuchar.

 

No fui yo, fuiste tú quien falló Donde viven las historias. Descúbrelo ahora