XIII

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La tarde comenzaba a caer, al igual que las lágrimas del joven frente a aquella tumba

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La tarde comenzaba a caer, al igual que las lágrimas del joven frente a aquella tumba. El sol se ocultaba dando un paso a la oscuridad, fría, solitaria, conocida.

Llevaba horas sentado frente a ella, observando el frío concreto sobre el cual descansaba un ramo de flores marchitas, los bordes de los pétalos aún conservaban un azul opaco, tanto el tallo como las hojas se convirtieron en un café podrido, sin vida, haciéndolo dudar si alguna vez fueron hermosas. Ahora como todo a su alrededor, con el tiempo murieron.

No tenía dudas, su padre visitaba con regularidad aquel lugar, como si esperara algo, algo que no iba a pasar. Sabía que la extrañaba, más de diez años después y sospechaba que aún estaba enamorado.

Era irónico que aquellas fueran sus flores favoritas, unas marchitas "no me olvides". Y eso fue lo que él hizo. La olvidó. Al igual que todo a su alrededor. No era el mejor hijo del mundo, ni si quiera sabía si aún podía llamarse hijo de alguien. Por mucho tiempo fue más fácil ignorar el dolor, olvidar que la amó y la perdió.

Fueron minutos, quizá segundos los que pasaron cuando los recuerdos llegaron a él, al igual que siempre, sin permiso, con dureza.

—Adivina quién está invitado a una pijamada. —Sonrió, al escuchar el tono juguetón.

—¿Yo? —preguntó entre risas causadas por el ataque de cosquillas que sufría.

—¡Sí! ¡El bebé más guapo de mundo! —gritó repartiendo besos por sus mejillas, dejándolas rojizas al apretarlas. Un pequeño ceño se marcó entre las pobladas y castañas cejas del pequeño.

—Mamá —se quejó alargando la palabra—. No soy un bebé.

—Se equivoca, señorito —negó, mientras le despeinaba los cabellos—. Usted siempre será mi bebé, así tenga 70 años y camine con andador. Ahora vamos, no se puede ir a una pijamada sin pijama.

Un ardor en la garganta lo hizo soltar los sollozos que durante mucho tiempo intentaba retener, derrotado, esta vez  no luchó contra ellos, se permitió llorar, se rompió.  Dejando las lágrimas vagar, y al dolor hurgar dentro.

—Mamá, te e-xtra-ño —se esforzó en pronunciar, superando aquel llanto lleno de lamentos que le impedía completar palabra alguna—. Me extraño.

Extrañaba la inocencia, la felicidad fácil y duradera. Extrañaba el sentimiento de pertenencia, extrañaba todo aquello que perdió:, el amor. Ahora no tenía nada, ni siquiera a sí mismo.

Las palabras se escuchaban tan claras.

—Estoy orgullosa de ti.

Recuerdos de ella apoyándolo en su primer partido de fútbol.

—¡Vamos! No estés nervioso sé que lo harás bien.

Sus palabras de consuelo.

—No llores, cariño, solo fue un raspón.

Podía sentir los besos en su mejilla y escuchar el dulce susurro de su voz.

Aquella noche que se despidió.

—Dale un abrazo a mamá. Te amo, bebé.

La silenciosa promesa que no cumplió.

—Volveremos para la cena.

Aún podía escuchar la agonía en las palabras de su padre, repitiéndose una y otra vez, los ojos acuosos, el cabello desordenado al igual que su ropa, podía verlo, desorientado, herido, culpable. 

—Ella no volverá.

—Creo que ahora, no estarías tan orgullosa de este hombre. Y lo siento, siento tantas cosas, me absorben las preguntas, las dudas, las disculpas, debo tanto, pero no tengo nada. Te culpé por dejarme, culpé a papá por tu muerte, la culpé a ella por mi inconformidad, por el vacío que me tragaba, y ahora toda esa culpa recae sobre mí. Recuerdo que decías que debía ser un buen hombre. No lo soy, jamás lo he sido.

Frente aquella tumba, la tumba de su madre lloró como aquel día, el día en que se fue. El niño que creyó perdido volvió ahogado de dolor, deseoso de recibir el consuelo que otorga un abrazo de mamá, algo imposible.

—Esperaba encontrarte aquí.

Conocía aquella voz, y quizá él también lo esperó.

 






Dedicado a AlejandroRojas23457
Muchas gracias por todos tus comentarios n.n ¡Me alegra que te guste la historia! 

No fui yo, fuiste tú quien falló Donde viven las historias. Descúbrelo ahora