Un segundo, dos minutos, tres días, dos semanas, un mes...

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Hacía mucho tiempo que no me dolía el cuerpo como aquella mañana y al mismo tiempo... ¡Me sentía tan estúpidamente feliz!

Un segundo...
El tiempo que me tomó recordar el porqué del dolor y la felicidad.

Dos minutos...
El tiempo transcurrido desde mi despertar hasta la entrada de mi madre a la habitación.
- ¡Uy Frankie! ¡Estás radiante!- exclamó ella sentándose a mi lado una vez que le hice espacio en la cama.
- Ajá.- contesté sonriendo en demasía. Me acomodé en la cama para poder observarla mejor mientras conversábamos, pero mi cuerpo se quejó y en la misma mueca de dolor, solté una carcajada.
- ¿Hay algo que quieras contarle a mami, Frank?- dijo ella sonriendo.
- No hoy, má.- contesté y la tiré conmigo a la cama conmigo como hacía siempre que tenía la oportunidad.
- Los hijos no son tan confidentes después de la mayoría de edad, hijito.- me dijo con suavidad.- nos quedan tres días.

Tres días...
En tres días cumplía mis dieciocho añitos, mi mayoría de edad, mi libertad para salir y no dar explicaciones de a donde, mi vida comenzaba en tres días
- ¿Seguro que no pasó nada con Gerard?- volvió a preguntar alzando las cejas en gesto de complicidad.
- ¡Mamá!- grité y me cubrí la cara con la almohada más cercana.

Dos semanas...
Hacía dos semanas que había contado a mi madre de mi relación con Gee. Ahí lo comprendió todo: mis días de angustia, mis ganas de huir de casa, y la extrema felicidad que me rodeaba desde hacía ya casi dos meses.
Y eso mismo la hacía preguntarse el por qué de mi extremísima felicidad en el día de hoy y mis dolores corporales.
Aún no se conocían en persona, pero habían hablado por teléfono un par de veces y ella ya lo adoraba.
Mi madre corrió la almohada que cubría mi rostro con suavidad para propinarme un beso en la frente seguido por una de sus contagiosas sonrisas y se marchó.
Fijé mi vista en un punto desconocido y comencé a pensar en lo maravilloso que había resultado todo el día anterior...

<< Mi padre no estaba en casa y mi madre ya sabía que estaba con Gee, por lo que no era necesario hacer que Ray me cubriera, ni que mamá fingiera saber perfectamente donde me encontraba cuando en realidad solo tenía conocimiento de mi compañía.
Habíamos acordado compartir aquella cena que Ray había ofrecido el día que Gerard y yo oficializamos nuestra relación. Se realizaría en casa de mi pareja para no levantar sospechas y que así él pudiera solucionar en persona los problemas que día por medio se creaban con los clientes del cabaret.
Esa tarde le mostré a mi amigo el lugar donde había conocido a Gee ya que a pesar de saber de su existencia, no conocía el lugar físicamente. Pasamos el rato allí recordando eventos de nuestra infancia, anécdotas graciosas y preguntándonos en qué lugar del mundo se encontrarían aquellos niños que concurrían a la escuela con nosotros.
Estaba atravesando no sólo por la etapa más feliz de mi vida sino también por la más cursi. Me había vuelto adicto a las frases melosas, las cenas románticas, las películas con finales felices, a los regalitos envueltos con papeles brillantes.
Él había despertado todas esas cosas en mí y yo lo había dejado.

No podía controlar mi ansiedad, el día anterior no había podido verlo y las ganas de estar frente a él me mataban internamente. Pasé la tarde entera mirando el reloj y contando los segundos cuando Ray daba paso a unos momentos de silencio.
Cuando por fin el sol se ocultó tras el horizonte supe que no aguantaría un segundo más sentado en aquel lugar. Me paré de inmediato y comencé a caminar. Ray me seguía unos pasos más atrás muerto de risa; según él yo estaba aún más entusiasmado que Caperucita Roja por ver a su abuela e iba dando saltitos al igual que ella. Cuando quise refutar eso, me di cuenta, que tenía razón...
Al llegar empujé la puerta lo más fuerte que pude y entré a los gritos reclamando su presencia.
Bob reía fuertemente detrás de la barra acompañado por Lindsey.
Nos llevábamos bien ahora, bueno, en realidad nunca nos habíamos llevado mal, pero ella estaba tan enamorada de Gee como yo y eso podría representar un inconveniente.
Cuatro gritos y no aparecía, comenzaba a frustrarme así que me acerqué a ellos junto con Ray para saludarlos.
- Gee fue a comprar unas cosas para armar la comida, Frankie. Ya vuelve.- me dijo la chica con una enorme sonrisa mostrando sus grandes y blancos dientes.
- ¿Se fue hace mucho?.- pregunté intentando no sonar desesperado; pero al parecer no funcionó. Una fuerte carcajada hizo eco en el salón casi vacío en que nos encontrábamos; Bob.
- Sí, hace como media hora. Ya está por llegar.- me dijo el rubio.
- ¿Y si le pasó algo? Lo voy a buscar.- dije intentando girarme, pero unos brazos rodeándome lo impedían.
- ¿A quién vas a buscar?.- me preguntó más que hablando en un ronroneo.
- A Gee Gee el Avioncito.- dije ahora sí dándome la vuelta para enfrentarlo.
No hacía mucho que lo llamaba así, pero a ambos nos encantaba.
- ¡Qué apodo más ridículo!- gritaron los tres al mismo tiempo.
- Hey.- dijo él defendiéndose.- Ustedes porque no son tiernos, gorditos y adorables como yo.- finalizó la frase sacándoles la lengua para luego besarme por unos gloriosos minutos.
El resto fingía toser y nosotros sólo podíamos seguir en la misma situación.
- Bueno, mientras estos sigue en la misma. Me voy a cocinar. ¿Vienen?- preguntó Ray. Justo en ese momento, nos separamos.
- Vamos.- dijeron.
- Sí, vamos.- contestamos nosotros y nos encaminamos al apartamento.
Mientras hacían la comida, nos ubicamos en el sillón de tres cuerpos del recibidor y volvimos a lo mismo.
Una hora después, entraron, los tres con una fuente de pasta, una botella de vino y cinco copas.
Arreglamos la mesa y nos dispusimos a comer; yo sentado en las piernas de Gerard.
Ellos conversaban animadamente, pero nosotros no podíamos parar.
Un beso llevaba a otro y mis manos comenzaban a temblar de la desesperación; al parecer, el resto se dio cuenta.
- Bueno, nosotros los dejamos solos. Nos vemos.-
Los saludamos con la mano sin separarnos; cuando escuchamos el sonido de la puerta al cerrarse, Gerard me tomó en bazos y me condujo al cuarto recostándome en la cama.
Esta vez, nada iba a interponerse.

Los besos acalorados, las manos desesperadas por encontrar un pedacito de piel al descubierto y nada ni nadie que interrumpiera.
Así sucedió, allí en su habitación, agonizando por un poquito de atención ajena.
Así perdí "mi condición", así me sentí tocar las estrellas. Así me quedé adolorido.
Así sucedió, así fue mi primera vez, nuestra primera vez...>>

Sonriéndo, malditamente feliz luego de recordar y con ganas de seguir repasando imagen por imagen los hechos ocurridos.

¿Un mes?
No sé que sucederá en un mes. Me importa el presente, el mío, el nuestro...
El destino dirá que va a suceder en un mes...

Es Mejor Si Lo Haces Tu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora