Ahogandome para desahogarme.

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La táctica de "hacerse el sordo" siempre me resultaba útil, sólo quería despertar rápido de esa pesadilla. Porque sólo eso podía ser, una maldita pesadilla.
El silencio me hizo pensar que quizás, aquel extraño de voz conocida había hablado a alguien más; así que, como mi cuerpo demandaba, pedí más de mi salvación.
- ¡Otro!- Exclamé sin medir el volumen de mi voz y enseguida, a pesar de las copas de más, reconocí en mí aquel timbre tan particular de las personal alcoholizadas.
Sentí al vidrio chocar con la madera e inmediatamente, estiré mis brazos para alcanzar el vaso. Tomé un largo trago y me indigné.
- ¡Esto no es lo mismo que estaba tomando!.- grité mientras me terminaba el jugo de pera que rellenaba el vaso. Y entrecerraba los ojos sin levantar la vista.
- Por supuesto que no.- dijo con serenidad aquella familiar voz y alcé la vista en busca de respuestas, dejando de lado el temor y la indignación.
Ahí estaba: camisa blanca, chaleco negro, los ojos preocupados y la barba crecida... Ahí, Bob.
Volví a mirar la barra por miedo de que pudiera descifrar que algo no estaba bien en mis ojos, pero creo que se sobreentendía que era así y no sólo por mis ojos, sino también por los diez vasos vacíos frente a mí.
- ¿Me puedes servir otro, Bob?- cuestioné con voz apagada. El ángulo de la luz me permitía darme cuenta de que Bob se había marchado gracias a los movimientos de su sombra; pocos minutos después, regresó.
- El último.-dijo entregándome el vaso. No era doble como el que venía consumiendo hasta el momento, pero al menos llenaba el vacío. Lo tomé de un solo sorbo, sin levantar la vista.
"A algunos el miedo nunca nos abandona."
- Es temprano, Frank y estas en este bar, que es pésimo, borracho y medio llorando. Ahora quiero explicaciones.- dijo en ese tono tan típico de un padre, tan amenazante y comprensivo a la vez, aquel que mi padre rara vez utilizaba.
Sonreí melancólico y levanté la vista.
- Problemas en casa, nada de mucha trascendencia.- argumenté.
- Mientes. Frank, somos amigos, hace un mes que te conozco y aunque el tiempo no sea demasiado te conozco lo suficiente.- hizo una pequeña pausa a la espera de una respuesta de mi parte; una que no recibió.- Voy a llamar a Gee.
Reaccioné, fue inevitable, fue un impulso.
- ¡NO!- le grité y al mismo tiempo me subí a la barra para tomarlo de los brazos, suplicante. El abrió demasiado los ojos, lo que me dio la pauta de lo brusco de mis actitudes.
Lo solté lentamente y fijé mi vista en el borde del bazo número siete.
- Gerard está ocupado y no lo quiero preocupar.- argumenté.
- Okay, entonces hacemos esto así: si dejas de chupar como esponja, porque por lo que veo, ya desabasteciste el local; te pasas para este lado de la barra y te pones a mirar la televisión o hablas conmigo y dentro de un rato vamos juntos para el cabaret, ¿si?.- asentí y di la vuelta entera a la barra sosteniéndome a ella gracias a los mareos que no hacían otra cosa que impulsarme de un lado a otro. Me ubiqué en un silloncito algo desgastado y me dejé envolver por su extraña comodidad. Miraba a Bob desplazarse de un lado a otro de la barra intentando satisfacer los deseos etílicos de todos aquellos señores que, al parecer, se sentían solos y buscaban un poco de compañía ficticia. Me miraba de vez en cuando con mucha preocupación, y yo intentaba tranquilizarlo con una sonrisa y algún movimiento que indicara que el efecto de los tragos pasaba rápidamente.
Subí las piernas al asiento y tiré la cabeza hacia atrás en busca de un poco de relajación. Miré las manchas de humedad dibujadas en las paredes y el techo. Me perdí en ellas, y me dormí.
El cansancio de la noche anterior, el alcohol y la tristeza no me daban insomnio más me hacían dormir, y mucho.
Me desperté con unas afectuosas caricias en el cuello, me asusté, debo reconocerlo. La idea de que Bob estuviera proporcionándome esas sensaciones me hacía sentir peor aún de lo mal que me sentía con anterioridad.
Lentamente abrí los ojos para encontrarme con unos verdes preocupados y odié a Bob Bryar por traidor.
- ¿Te llamó Bob?- le pregunté intentando contener el enojo que crecía en mi pecho.
- Noup, pasé después de hacer los trámites a charlar con él un rato y a tomar algo y me dijo que estabas aqui y te quedaste dormido porque había mucha gente y no te podía prestar atención.- Suspiré lo más bajo posible y miré hacia atrás de Gee, ahí estaba el rubio haciéndome un gesto silenciador con el dedo índice y regalándome una guiñada en complicidad.
Y así volví a quererlo...
- ¿Qué hora es?- dije al notar que las luces del local se hallaban encendidas y que la luz solar no se filtraba por las cortinas. Él miró su reloj y me volvió su vista a mí con una enorme sonrisa.
- Nueve y media.- se acercó a mi y me besó; un beso que no duró mucho.- Umm... Alguien estuvo festejando y no me avisó nada.- dijo y volvió a besarme.- Martini; me encanta.- dijo dejándome y dándose la vuelta hacia donde se encontraba nuestro amigo, trabajando.- ¡Bob!- gritó.
-¿Qué?.-
- Traeme dos Martinis dobles, por favor y recuerdame que cuando lleguemos te de la plata.- pidió y mi cara se desfiguró.
El alcohol no va hacer otra cosa que recordarme por qué estoy acá.
- No quiero más, Gee.- pedí.
- ¿Por qué no?.-
- No quiero terminar borracho, después no me acuerdo de lo que hago.
- Mmm... Buen punto, me convence. Igual me los puedo tomar yo solito.- contestó y me sacó la lengua.
- Borracho.-
- ¿Qué dijiste, Frankie?.- cuestinó con astucia.
Y la mente olvida, el recuerdo se bloquea. Y me hipnotiza, solo lo veo a Él.
- ¿Y si nos vamos a tu casa?.-
Y la perdición está a un paso, la entera felicidad a unas cuadras y la noche me ampara; Nos ampara.
Bob le entregó los tragos y él los tomó rápidamente, sin dejar de observarme.
- ¡Te vemos más tarde, Bob!- gritó y me tomó de la mano para que me incorporara y dirigirnos al auto.
- Los veo.- contestó sin despegar la mirada de el vaso que secaba.
- ¡¡Geraarrdd!! Me duele el cuerpo, hombre. No corras.- imploré. Él se volteó a mirarme.
- Aww... ¡Tan inocente!.- dijo dándome un inocentísimo beso en la mejilla.- hoy te voy a dar un respiro entonces.- Susurró en mi oído.
- ¡Gerard!- reclamé y a cambio solo recibí unas molestas risitas.
¿Quién dijo que quiero un respiro?

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