CAPÍTULO 11

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-Te amo, Albert-
Con dificultad, Albert fue abriendo sus ojos. Tuvo que parpadear varias veces para reconocer el lugar en donde se encontraba, el viejo  departamento, donde vivía con Candy. Se incorporó de a poco en la cama, y se sorprendió gratamente por la visión que tenía enfrente. Unos ojos esmeralda lo observaban con curiosidad, y con amor. Ella estaba frente a él y solo una sábana cubría su prefecta desnudez.
-¿Qué tienes mi amor? Te noto preocupado. ¿Es porque vas a viajar, para ver a tu padre? Ya te dije que no es necesario, yo no necesito dinero, lo único que necesito es a ti-Albert se dio cuenta que eran las 12 de la noche, al día siguiente viajaría a encontrarse con su padre, en esos momentos su principal preocupación era su Candy y esa maldita enfermedad. Quería que estuviera bien atendida y por ella haría cualquier sacrificio.
-Sabes bien que no es por el dinero, cariño-Le contestó Albert, mientras con suma delicadeza acariciaba su tersa mejilla-pero es necesario lo que voy a hacer, no quiero que por falta de buena atención médica y especializada, te pueda pasar algo.- Candy le sonrió con ternura, al tiempo que atrapaba con su mano la fuerte mano de él en su rostro. Ya habían hablado de ese tema y Albert no daría su brazo a torcer, él ya había tomado su decisión y ella lo respetaría.
-Te amo-le dijo nuevamente. Y se acercó a él para darle un profundo beso, cargado de amor, entrega, y pasión. Albert le correspondió acariciando con vehemencia el cuerpo desnudo de su esposa, la pasión que ella le transmitía en ese beso, lo haría hacer algo que, aunque deseaba con toda su alma, no haría por la salud de Candy.
-Y yo a ti-Le contestó entre beso y beso. - Pero…
-No hay pero que valga, te necesito, te necesito demasiado-Contestó ella viéndolo directamente a los ojos. Unos ojos que hablaban de una pasión contenida de parte de los dos.
-Amor, yo te necesito más. Pero te puede hacer daño, apenas hace un par de horas que…-Candy lo silenció con otro beso.
-¡Ámame! Por favor-Albert no pudo negarse a la petición de su esposa. Parecía como si no se volverían a ver. La noche estuvo llena de amor, pasión y caricias tiernas, se amaron una y otra vez.
Eran las cuatro de la mañana y Albert no podía dormir. Esa noche había sido maravillosa, solo esperaba que no le afectara a Candy en su precaria salud, había algunos días que la veía muy desmejorada. Solo que ahora, a pesar de todo, la veía rozagante y con una ligera sonrisa en su hermoso rostro. Después de asegurarse que dormía plácidamente, él decidió hacerle compañía, la abrazó por la cintura y la estrechó junto a su cuerpo. Adoraba dormir con ella de esa manera, sintiendo la tibieza de su cuerpo al natural. Y a pesar del tiempo que había pasado, seguía preguntándose, ¿cómo es que Candy se enamoró de alguien como él? Era un pobre diablo cuando la conoció, y lo seguía siendo. Pero ella siempre le brindaba una sonrisa, esa sonrisa que le daba paz a su alma y que necesitaba para seguir viviendo. Porque ahora ella era su vida entera, ahora no podía concebir la vida sin ella. ¿Cómo podría seguir viviendo sin ella en su mundo? No creía que sería capaz de hacerlo, pero estaba seguro que haría lo imposible para que siempre estuvieran juntos…de una forma... Con ese pensamiento, Albert se unió al mundo de los sueños de Candy, donde solo eran ellos dos…

OoOoOoOoOoOo

Un pequeño rayo de luz se coló por la ventana. Pegó directamente en los ojos celestes de Albert que yacía dormido en la amplia cama. Con pereza abrió sus ojos, tuvo que parpadear varias veces para reconocer el lugar en donde se encontraba. Y lo hizo…estaba en su amplia alcoba, lujosamente decorada, en donde hacía unas horas había estado recordando lo que había sucedido después de su visita a su padre. Con frustración, se llevó las manos a su cabello, y recordó el maravilloso sueño que había tenido. Solo que no era un sueño, era un claro recuerdo de lo había sucedido la ultima noche que había estado con su Candy. ¡Había sido tan vívido! Todavía podía sentir la calidez, el amor, la pasión.
Pudo percatarse de la hora, eran apenas las 7:30 de la mañana. Hacia unas dos horas que había conciliado el sueño. Por lo regular, a esa hora ya estaba en el gimnasio, no acostumbraba levantarse más tarde de las seis de la mañana. Casi nunca podía dormir más de cinco horas seguidas, y no tenía caso seguir en cama.
Con lentitud, como si estuviera cargando una pesada loza de concreto, se dispuso a ducharse. Tenía una cita con su padre y con Neal al mediodía, para cerrar un negocio que tenían con los Cornwell.
Así que tenía demasiado tiempo para hacer una visita. Siempre prometía no hacerla más, siempre salía del lugar decidido a nunca jamás regresar. Pero había algo ahí que lo llamaba, e inevitablemente él sentía la imperiosa necesidad de asistir, como si de una cita se tratara. Sin más, después de vestirse, bajó las escaleras como si alguien lo persiguiera, como si corriera por su vida. El chofer, que ya había aprendido a conocer todas las facetas del patrón, lo esperaba en la puerta de la mansión, con el auto listo para emprender la marcha. Por lo regular, cuando el joven magnate se levantaba hasta tarde, cosa nada regular en él, siempre hacía la  visita al mismo lugar.
Mientras Albert abordaba el automóvil, el fiel hombre que había conocido a ese joven desecho hacia ocho años, se preguntaba, qué clase de mujer había sido Candice Andrew para que ese joven en la plenitud de su vida, se negara a vivir, a ser feliz. A conocer, tal vez a alguien más y enamorarse, reconocía que las mujeres que siempre se acercaban al joven era por su dinero. Pero si tan solo su joven jefe, viera a la hermosa asistente que se desvivía por atenderlo, una joven que trabajaba por sacar adelante a su familia, nada que ver con las señoritas estiradas que rondaban a William Andrew. Él se había dado cuenta que su asistente, era muy eficiente en su trabajo, pero lo que la motivaba era el amor que sentía por su patrón. ¿Por qué simplemente no se olvidaba de su difunta esposa y trataba de ser feliz? Jennifer Logan, era la mujer perfecta para William Andrew. Pero esos eran sus pensamientos, y nunca, nunca, se los expresaría a su patrón. Pero tal vez esos dos necesitarían alguna ayuda.
-La señorita Jennifer, habló por teléfono hace un rato señor-Comentó rompiendo el silencio y los pensamientos de Albert.
-¿Qué pasa? Le dije que nos veríamos hasta el mediodía con mi papá y Neal.-
-Parece ser que su hermano, será operado de urgencia. O mejor dicho, creo que encontraron al donador para su riñón. Me pidió que le informara eso, pero que no se preocupara, estaría al mediodía según lo planeado-
-Vaya, buenas noticias. Me alegro por ella, será mejor que le llame para decirle que no es necesario que asista a la reunión. Puede tomarse unos días libres, creo que los necesitará-
-Si me permite, señor, ¿por qué no se lo dice en persona? El hospital queda de camino, no se desviará mucho-
-No. Sabes que tengo otra cosa más importante que hacer. Le llamaré después-Fue la rotunda respuesta de Albert, que no permitió  más interrupción de parte de su empleado.
-Como usted ordene señor-
Albert se sabía de memoria el camino. Y su corazón daba un salto cada que veía ese complejo de departamentos, que ahora ya no se veía tan destartalado como antaño. Ahora ya lucía diferente, renovado y recién pintado, tuvo mucho que ver el hecho de que los Andrew compraran el edificio. Observó la vieja tienda donde compraban los víveres, y donde había pasado momentos maravillosos son Candy. Cuando por fin llegaron al lugar,  sin demora bajó del auto y metió su mano al bolsillo del pantalón donde siempre cargaba las llaves de su viejo departamento. Antes de entrar, el chofer lo detuvo.
-Señor, aunque me diga que no me importa, se lo diré. Tal vez sea hora de formar nuevos recuerdos. Es joven y tiene una vida por delante, no se estanque en el pasado, vea hacia el futuro, y medite en su presente…-Albert lo observó unos minutos, quería decirle que se fuera mucho al caño, pero algo en su interior le dijo que tenía razón. Y dado que absolutamente nadie le había hablado así, no supo que responder. Solo salió de su boca:
-Gracias, Joe-
En cuanto puso un pie en la estancia del lugar, una serie de recuerdos se agolparon en su mente. Parecía que la veía a su lado sonriendo, al subir por las escaleras recordó cuando llegaron por primera vez, él la subió en sus brazos hasta la puerta de su nuevo hogar. Ella se había colgado de su cuello mientras jugueteaba en su oído, solo para desconcentrarlo, la cálida risa que ella emitía, le traía alivio, y se sorprendió al sentirlo de nuevo, como si la estuviera escuchando.
Llegó al departamento al que alguna vez había llamado hogar. Aunque todo el lugar había sido remodelado, el departamento lo había dejado tal y como estaba cuando Candy lo dejó.
Se adentró un poco más. Se detuvo cerca de la mesa, un jarrón viejo, con unas flores que en su día fueron rojas, estaban deshojadas. Y como si la estuviera viendo, volvió de nueva cuenta en sus recuerdos…esos recuerdos que nunca la abandonaban…
-“Quisiera que no hubiera terminado…las rosas que me dejaste, lentamente se desvanecieron a gris. Tu abrigo sobre la silla, y el aroma de tu cabello que extraño. El reloj en la pared, me recuerda todos los buenos momentos que pasamos. Los paseos en el parque y cuando nos susurrábamos en la oscuridad. Sí, nos reímos y lloramos. Y nunca supe en realidad, que donde quiera que tú estuvieras, lo podía llamar hogar.
Sin tus labios sobre los míos, no, el sol ya no brilla. Y no, no puedo respirar. Tus palabras son y serán la sinfonía, música que canta para mi.
Oh, pasé por la tienda donde nos sentábamos en el suelo y comimos como reyes. Y alguien dijo:  “¡Hey!, estamos cerrando, no es tiempo de jugar”, cuando en realidad estábamos besándonos y acariciándonos como un par de adolescentes.
Te amaré hasta la eternidad, hasta que el sol deje de alumbrar. Sin tus labios sobre los míos, el sol ya no brilla…y no puedo respirar…”
A cada pensamiento que evocaba su mente, sentía que se iba despidiendo de ella, de su gran amor. Le dolía el corazón, pero sabía que ella viviría por siempre ahí. Era hora de formar nuevos recuerdos…aunque una parte de su vida la perdió hace ocho años, cuando le dijeron que su Candy había muerto. Una idea se formó en su mente, y esa misma tarde se la diría a su padre…
Salió del departamento, sintiendo su corazón romperse en mil pedazos. Pasaría mucho tiempo para que él volviera a pisar ese suelo. Si antes no lo podía cumplir, estaba seguro que un gran océano de por medio lo ayudaría.  Alzó sus ojos al cielo, evitando que una lágrima traicionera saliera de sus ojos. Se estaba despidiendo de su gran amor, pero nunca la olvidaría…
-Joe, ¿dices que el hospital está cerca?-
-Sí señor-
-Bien- Soltó un suspiro. Llévame…hay que crear nuevos recuerdos…-
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San Francisco.
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-¡Vaya hombre! Hasta que te dejas ver-
-Jajaja, lo mismo digo Stear. Se supone que hace un mes nos veríamos, después de la reunión con los Andrew. Pero mis jefes, como siempre,  no me dejan descansar-
-Vamos Neal, no te quejes, que bien que te gusta viajar. ¿Acaso no eres como los marineros? En cada puerto un amor-
-Pues, para que me quejo. Tienes razón. Pero por más que me esfuerzo, no logro verme como hombre de hogar. Todo lo diferente de ti…por cierto, ¿donde están Patty y los niños? –
- Salieron al parque, con los niños de vacaciones nos estamos volviendo locos. Y Patty no quiere meterlos a un curso de verano, no quiere que pasen su niñez alejados de nosotros, como ocurrió en nuestro caso –
-Creo que tiene razón. Lo más saludable es que los niños crezcan junto a sus padres. Creo que todos nosotros somos el vivo ejemplo de lo que sucede cuando tus padres te hacen a un lado-Neal lo dijo con recelo y tristeza en su voz.
-Afortunadamente, no torcimos nuestro camino. Pero cuéntame, ¿Qué tal está mi cuñado?-
-Igual que siempre. Solo que ahora lo vi más delgado y estaba demasiado demacrado. Dijo que no había dormido bien. Pero todos sabemos que nunca duerme bien. Tiene la misma mirada triste de siempre. Llegó un poco tarde, al parecer su asistente tenía a un familiar en el hospital, y él la acompañó-
-¿Jennifer? Vaya… -Stear sabía de la existencia de esa chica, por la convivencia que tenía con Albert, y al igual que el chofer, se había dado cuenta de los sentimientos de la chica para con el rubio.
-¿Te molestaría si…?-
-No es que esté brincando de alegría, pero creo que ocho años son más que suficientes para que Albert haya guardado luto. Solo espero que sepa escoger, aunque siempre creeré que nadie mejor que mi hermana –
-Además… -
-¿Qué pasa?-
-Al parecer se irán a radicar a Suiza. Tienen negocios por iniciar ahí, pero yo creo más bien que Albert quiere alejarse de todo.-
-Lo entiendo. ¿Cuándo se irán?-
-El mes que viene. Dijo que vendría a despedirse de todos-
-Creo que quien más lo extrañará, será la pequeña Candy. Es la consentida de su tío, se quieren demasiado-
-Creo que el hecho que se parezca a su esposa tiene mucho que ver con eso. Tu hija, a excepción de las pecas, es la viva imagen de Candy.- Stear se quedó callado, la inmensa tristeza en que se había sumido Albert desde la muerte de Candy era evidente, Albert le había comentado que cuando veía a su hija, se imaginaba que así podría haber sido una hija entre Candy y él. Y en el fondo, sabía que Albert  debía tratar de volver a vivir…de verdad.
-Todavía recuerdo aquel día…-dijo más para sí mismo. Neal lo secundó- ¿cómo olvidarlo…?-
***Se habían instalado en un hotel ahí mismo, en San Francisco. Esperando a la familia de Candy que llegaría de Londres, para los funerales. Una semana después,  todos estaban demasiado tristes, pero ya nada tenían que hacer en ese lugar. En cuanto al matrimonio Cornwell , Richard y Sara, los habían exiliado de la familia. En especial Stear y Archie, no querían volver a ver a su padre nunca más. Annie y Archie también habían llegado, y para sorpresa de todos, habían dejado de pelearse. Albert en todo ese tiempo se mantuvo encerrado en sí mismo, casi no hablaba y no comía. Y nunca lo habían visto llorar.
Fue una ocasión en que aprovecharon para conocer mejor al esposo de Candy. Y se sorprendieron, cuando, se enteraron de quien era hijo. Extrañamente, y contrario a lo que todos pensaban, Neal, comprendió la situación y cuando se enteró de todo lo que había pasado en ese tiempo, reconoció que él nunca hubiera hecho feliz a Candy. Y, extrañamente, si aún más se podía, se ganó la estimación de todos, pues se dieron cuenta que no era como Elisa o Sara. Y más, después de que se enfrentó a su madre y le dijo que se olvidara que tenía hijo.
Así fue como una semana después, todos estaban emprendiendo el regreso a sus hogares. Todo se conjugó ese triste día, una lluvia torrencial caía sobre la ciudad. Todos se despedían tristemente, deseaban con el corazón haberse conocido en otras circunstancias. Tal vez en la boda de alguno de los chicos, o en el nacimiento de sus hijos, pero nunca jamás así. Cuando llegó el momento de despedirse, Albert se encerró en la habitación que ocupaba. Todos lo comprendieron, y sin más, salieron rumbo al aeropuerto, hasta William y George fueron a despedirlos. Solo quedaron ellos, Stear, Archie y Patty.
Al regresar al hotel, ya pasaban de las siete de la noche. William fue a buscar inmediatamente a Albert, pues no había comido en todo el día. Estuvo tocando con insistencia a su puerta. Finalmente pudo abrir y se sorprendió en sumo grado cuando descubrió que Albert ya no estaba.
Bajaron desesperados hacia la recepción, y preguntaron por él.
-Señor, su hijo pidió un taxi hace aproximadamente  dos horas.  Si gusta puedo proporcionarle el nombre del chofer, afortunadamente utilizamos un sitio de taxis que trabaja en unidad con el hotel, si así lo desea, puedo llamarlo para pedirle la información- La recepcionista, recordaba con claridad a Albert, un hombre tan guapo como él no podía pasar desapercibido. Pero lo que también llamó la atención de la joven fue la mirada triste y perdida del joven de ojos azules.
Después de que William se entrevistó con el taxista, se horrorizó,  cuando le informó a donde había llevado a Albert. ¡Era increíble! ¿Cómo podía su hijo estar en ese lugar con ese clima tan terrible?
William, George, Stear y Archie, se apresuraron a salir inmediatamente al lugar. Cuando arribaron, el lugar se veía tétrico, apenas eran las siete de la noche, pero debido al tempestuoso clima, parecía media noche, el lugar estaba desierto.
Pero sabían hacia donde se dirigían, habían estado ahí, apenas hacía una semana.
Al llegar, lo encontraron ahí, recostado sobre la lujosa sepultura de su amada esposa. Los truenos y la fuerte lluvia, a duras penas podían escuchar el lamento de Albert. Un tumulto de, ¿Por qué? Inundaban el lugar, y él…él estaba derramando todas las lágrimas que había guardado desde su muerte. Y a pesar del fuerte aguacero, sus lágrimas no se confundían con el.
-¿Por qué te dejé sola? ¿Por qué no te hice caso y me quedé contigo? ¿Por qué lo hice, por qué? Perdóname, por favor, mi amor.-Las lágrimas seguían saliendo de sus ojos y los reclamos parecían que nunca pararían. Estaba empapado hasta los huesos,  pero él no lo sentía. Se aferraba a la tumba de tal forma, que la tierra recién removida y convertida en lodo se adhería a su torso y rostro. Era una clara muestra de desesperación, tristeza y abandono a las ganas de vivir, que tal parecía que deseaba acompañar a Candy en la muerte. Consciente de  la terrible situación de su hijo, William se acercó a él.
-Hijo, por favor- lo tocó por el hombro, pero Albert parecía encontrarse en otro mundo. William se acercó más a él. –¡Albert, por favor! No es sano que continúes aquí, no tiene caso –
-¿Qué no tiene caso? ¿¡Qué  no tiene caso?! ¡Perdí la única razón que tengo para vivir! Lo único que me anclaba a este cochino mundo…- terminó en un susurro-y no tiene caso seguir viviendo…-
William se alarmó por el tono de voz que utilizó su hijo. Se inclinó hasta estar a su misma altura y le tomó el rostro, fue ahí que se percató de algo, que lo alarmó aún más.
-¡Por Dios! George, por favor ayúdame! ¡Está ardiendo en temperatura!
Los tres hombres que se habían limitado a observar de lejos, con el corazón destrozado, por semejante escena, se acercaron y ayudaron a llevarlo al hospital. Lamentablemente, lo que vendría sería muy difícil, Albert tenía neumonía.
Una semana después, los doctores decidieron hablar con William de la condición de su hijo, la cual no mejoraba.
-Está respondiendo favorablemente  al tratamiento, señor Andrew. Pero lamentamos informarle que…no se le ven ánimos de vivir. Tal pareciera que ha dejado de luchar, y si es ese el caso, me temo que no hay nada que la medicina pueda hacer-
-Gracias, doctor.-El médico se alejó dejando muy pensativo a William, ¿qué podría hacer? Archie y Neal, que había llegado unos días antes, se acercaron a él.
-¿Qué pasa?-Preguntaron al unísono.
-Está respondiendo al tratamiento, pero no tiene ganas de vivir-dijo con tristeza en su voz.
-Tal vez…si habla con él. Es decir, ya sé su situación, pero tal vez necesite que alguien le recuerde, que en este mundo todavía hay quien lo quiere y a quien le haría mucha falta-Fue la opinión de Neal, Archie le dio la razón. Después de un momento, William, entró a donde Albert. Estaba dormido. Se acercó hasta su cama y le tomó la mano, con lágrimas en los ojos, empezó a hablar:
-Hijo mío, sé que…no soy nadie para decirte esto. Incluso me siento culpable de que hayas tenido que dejar a Candy, sé lo mucho que la amas y sé de igual forma que nunca dejarás de hacerlo. No te lo pido, ni siquiera lo intento, pero sí me gustaría que tuvieras en cuenta que…en este mundo todavía hay mucho por qué luchar, y por qué vivir. –Su voz se le quebraba.-Yo… yo, te quiero demasiado, perdimos mucho tiempo separados debido a las intrigas que rodearon mi matrimonio con tu mamá, y solo te suplico que me permitas  recuperar ese tiempo, por favor…te lo suplico…ahora que por fin te encontré…permíteme estar junto a ti. Lucha por vivir, hijo, permítenos esta oportunidad…por nosotros…-William ya no se contuvo más y lloró… y lloró.
Después de un rato, sintió la mano de Albert sobre su cabeza, levantó la vista, y ahí se encontró con los ojos de su hijo. Albert, le dio una débil sonrisa y le dijo:
-Está bien… por nosotros…***
Stear y Neal volvieron a la realidad, los recuerdos eran demasiado fuertes.
-Y, dime Neal, ¿cómo va lo de Elisa?- Preguntó Stear.
-Igual. Nadie sabe nada de ella. Según Nick, ella salió al poco tiempo de que mi madre regresara a Chicago. Y mi madre sigue afirmando que nunca fue a la casa. Esto ya es demasiado.-
-Tranquilízate, verás que pronto tendrás noticias.-
-Las vengo esperando desde hace años-Se formó un silencio. Ese era un gran problema con el que lidiaba Neal, pues a pesar de que casi no se llevaba bien con su hermana, su repentina desaparición le asustaba.  Y Stear lo comprendía muy bien, pues casi al mismo tiempo  habían perdido a Candy.
-Anímate, mira, Patty y los niños ya llegaron- A parte de la pequeña, Candy de siete años, Stear y Patty tenían un niño de cinco años, al que llamaron Samuel. Cuando se vieron, Patty inmediatamente lo invitó a comer. Increíblemente, Neal se había vuelto muy querido en la familia…
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Greenwich, Connecticut.
-Anda, James, yo sé que tú eres buenito. Solo una llamada, mi prometido debe estar muy preocupado-
-Señorita, no soy tonto. Logan ya me informó que a su prometido no lo ve hace mucho tiempo. Además, es mi primera semana, y si hago algo mal, perderé mi empleo-
-Si pierdes tu empleo, yo me aseguraré de que no te quedes sin uno, mi hermano trabaja para gente importante y te aseguro que te ayudará. Por favor-Juntando las manos, la joven suplicaba interiormente, que esta vez si le resultara su idea.
-Pero señorita… si me descubren…
-No lo harán, y ya te dije lo que pasará si te despiden. Solo confía en mi-
-No lo sé…-El joven, se mantenía indeciso, parecía que estaba a punto de acceder a la petición, cuando…
-¡Tía, tía!-La llamó un pequeño se siete años de edad.
-Ahora no-Contestó la joven, un poco molesta por la interrupción, pues estaba a punto de convencer al guardia. Aunque para ser honesta, ella nunca podría enojarse son el angelito.
-Es que es mi mami-Le contestó el niño, con lágrimas en sus ojitos. Ella sintió que se le rompía el corazón, y al mismo tiempo se preocupó demasiado.-Estaba leyéndome un cuento y se durmió, pero no me contesta-El pequeño, seguía derramando lágrimas, muy asustado.
-¡Ahora sí vas a tener que dejarme hacer una llamada!-le gritó la joven, al guardia-y no precisamente a mi novio. Tiene que venir una ambulancia, es urgente! ¿O quieres llevar una tragedia encima?-
El joven con mucho nerviosismo, le extendió el celular, el único que había en ese inmenso lugar. Ella lo tomó, y mientras se encaminaba con el pequeño hacia la alcoba, marcó el único teléfono que tenía y le rogó al cielo que no fuera demasiado tarde…


 
 
CONTINUARÁ...

Este capítulo está inspirado en la canción " Breathe" de mis musos personales, The Backstreet boys.
Escúchenla!!!

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