La noticia de que Albert y Candy se habían reconciliado, corrió como pólvora entre sus familiares y amigos más cercanos. Albert llevó a su familia a conocer a su padre. William Andrew, los recibió con lágrimas en los ojos. Ver a su pequeño nieto ser una copia perfecta de su hijo, lo emocionó profundamente. Anthony, sin necesidad de esfuerzo, se ganó el amor de su abuelo. Fueron dos semanas llenas de alegría y amor. Y al finalizar ese tiempo, se encontraban escogiendo con cuidado una casa apropiada para ellos, y para la hermosa “gran familia” que querían formar.
Jennifer se vio forzada en pedir una licencia para alejarse del trabajo por unos días. Su pequeño hermano había sido hospitalizado por una fiebre que se había presentado debido al trasplante que recibió unos meses atrás.
Pero él ya se encontraba mejor. Así que ese día lo consideró el mejor para presentarse de nuevo frente a Albert. No sabía qué había pasado entre él y su esposa, pero estaba segura que Candy ya le había otorgado el divorcio. No podía ser de otra manera, ninguna mujer podría ser tan egoísta como para negarle a un pequeño la oportunidad de tener a su padre.
Con esa idea, llegó hasta la oficina. Se extrañó que el portero del edificio le preguntara si ya se estaba presentando a trabajar. Pero no le dio la suficiente importancia. Sin embargo, se quedó helada cuando llegó al piso de presidencia y en su lugar estaba Emilie Watson, secretaria ejecutiva de George Johnson. Emilie tenía centrada su atención en el monitor de su computadora, cuando sintió la presencia de alguien más.
-Jennifer – La joven secretaria la miró sin inmutarse. Con un leve asentamiento de cabeza la saludó.
-¿Qué haces aquí? ¿Trabajo temporal en presidencia? –
-Será mejor que hables con los jefes, Jennifer. En seguida te anuncio. – Jennifer se quedó estática. Supo enseguida que algo andaba mal.
-¿Qué pasa, Emilie? – Preguntó angustiada. La otra chica la contemplo con cierta compasión. A esas alturas, todos en la empresa sabían de los pocos escrúpulos con los que había actuado Jennifer.
-Lo siento, Jennifer. Pero creo que no soy la indicada para hablar de esos asuntos… los jefes te esperan. – Jennifer caminó como autómata. Tocó dos veces, y oyó la voz profunda de Albert dándole el pase.
-Bue…buenos días – Dijo con su entrecortada voz. Detrás del escritorio, estaba sentado Albert, a su lado, estaba su padre. Ella quiso que se la tragara la tierra, la mirada que le estaba dirigiendo el padre de Albert, la hizo temblar por dentro. Albert se limitó a observarla, ya no existía la calidez en su mirada de la que ella se había enamorado.
-¿William? – En un intento por romper el incómodo silencio, se le ocurrió que podía llamar a Albert con la misma familiaridad de siempre.
-Señor Andrew para ti, Jennifer Logan. – William Sr. habló con su voz grave y profunda, de tal manera que hizo que Jennifer brincara de susto. William caminó directamente hacia ella, y la enfrentó. – Nos hemos enterado de tu manera poco ética de manejarte en cierto asunto relacionado con la esposa de mi hijo. – A ella se le fueron los colores del rostro.
-No…no entiendo, señor –
-Es fácil Jennifer – por fin habló Albert – me he enterado que antes de viajar a Suiza, una amiga hizo una llamada, intentando localizarme. Al parecer, te informó que era urgente hablar conmigo, por algo relacionado con mi esposa. – Si no hubiera estado recargada en la puerta, ella estaba segura que se habría desvanecido.
-Es…cierto – confesó bajando la cabeza – ¡pero lo había olvidado, lo se los aseguro! –
-Y no conforme con eso, fuiste capaz de decirle a Candy que estabas esperando un hijo mío – La calma con a que Albert le hablaba la estaba poniendo más nerviosa - ¿qué pensabas? ¿Qué nunca me enteraría? Yo confié en ti, Jennifer. Tontamente creí que tu eras diferente a las demás, por eso te pedí matrimonio, esperaba enamorarme de ti. Pero veo que solo eres una manipuladora. -
-William…Albert…señor Andrew, por favor… - Jennifer ya no pudo contener las lágrimas, no lloraba de arrepentimiento, sino por haber sido descubierta y no tener excusa para ello.
-Será mejor que hablemos de su futuro en la empresa, Jennifer – El padre de Albert, volvió a tomar la palabra, mientras que su hijo solo observaba desde su escritorio.
-¿William? – Lo llamó la chica –
-Ya te dije todo lo que tenía que decirte, Jennifer. No te estoy pidiendo explicaciones y no quiero oír ninguna excusa tonta al respecto. Gracias a Dios, mi matrimonio está más sólido que nunca, mi esposa me ama, yo a ella y me ha dado un hijo del que estoy sumamente orgulloso. Y al que amo más que a mi vida. No quiero saber nada acerca de ti –
-¡Pero tienes que escucharme! – Suplicó ella, acercándose hasta el escritorio.
-Si en algo aprecias tu lugar en esta empresa, será mejor que no compliques más las cosas – William Andrew, habló una vez más, dando por descontado que Albert no quería hablar más con ella.
-¿Qué quiere decir? – Preguntó ella, limpiándose las lágrimas.
-Debido a tu falta de ética profesional, estamos en todo nuestro derecho de despedirte. Permitiste que tus… intereses personales, por llamarlos de alguna manera, interfirieran en tu trabajo. Porque si mal no recuerdo, en el momento de la llamada que realizó la señorita Leagan, tu no eras más que una empleada, y era tu deber informarle a mi hijo, cosa que no hiciste. – William hizo una pausa, a ella le pareció que duraba años, y todo pasó a segundo plano. No podía quedarse sin trabajo en ese momento, sin duda no le darían cartas de recomendación y no podría utilizar el nombre de la empresa para conseguir un trabajo con todos los beneficios médicos que le daba el actual. Especialmente ahora que su hermano necesitaba urgentemente la mejor atención médica. – E irónicamente, tendrás que estar agradecida con mi linda nuera, ya que ella abogó por ti –
-¿Cómo dice? – De todas las personas a las que no quería estar agradecida, ¿por qué tenía que ser Candice Andrew?
-Le comenté a mi nuera de nuestros planes acerca de ti - ¿Nuestros? Esa palabra resonó en la mente de la chica. – Pero ella nos hizo ver que tu hermano necesitaba la atención médica que está recibiendo en estos momentos, si ahora te ves privada de empleo alguno, no podrá seguir con el actual tratamiento y no creo que tu puedas pagarlo. Y nadie te dará un seguro médico de tal envergadura siendo recién contratada y menos con las referencias que llevarás. –
-Sin duda entonces, debo estar sumamente agradecida con… la señora – Casi se atragantó con las palabras.
-El punto es, Jennifer, si quieres seguir disfrutando de empleo en la empresa, deberás aceptar trasladarte a Suiza –
-¿Qué? – preguntó incrédula y completamente anonadada.
-Te manejaste muy bien en ese país, y creo que comprenderás que ni mi hijo ni yo, te queremos cerca de su familia. Así que esa es la condición para seguir con tu trabajo. Puedes llevarte a tu familia a Suiza y la empresa te proveerá un departamento, el cual pagarás a bajo costo por pertenecer a la empresa. Pero mientras trabajes para nosotros y no hagas ninguna tontería, disfrutarás de los beneficios que conlleva trabajar para los Andrew. Además, en ese país, tu hermano disfrutará de una atención especializada, en Suiza hay muy buenos médicos. –
-¿Y si no acepto? –
-Serás despedida inmediatamente y demás está decir que no contarás con ninguna buena recomendación de nuestra parte. – Ella se lo pensó muy bien, tal vez era hora de comprender cual era su lugar, y aunque no quería renunciar a Albert, supo que si en esos momentos seguía con su necedad, no solo perjudicaría su futuro laboral, sino también a su familia y su bienestar. Sería mejor aceptar y olvidarse de todo.
-¿Cuándo debemos viajar? –
-Mañana mismo – contestó Albert – ya está todo preparado, ustedes solo deben hacer sus maletas y salir del país. ¡Espero no verte nunca más! ¡Ah! Lo olvidaba, no trabajarás directamente con nosotros, serás transferida a una de las filiales, en la que estuvimos trabajando. Así que no creas que nos verás continuamente. –
-No lo esperaba así –
-Muy bien. Entonces, te puedes retirar y hasta nunca Jennifer Logan – Abandono, frialdad, desamor, tristeza, un corazón desecho, un sueño roto, algo comparado al exilio, derrota. Todos esos sentimientos afloraron en Jennifer Logan, una vez que abandonó el lujoso edificio Andrew. Sí, había manipulado, mentido, ocultado información y hasta inventado el cuento chino de su embarazo, todo para que William Albert Andrew, terminara siendo su esposo. Pero ahora, ¿Quién manipulaba a quien? Sin embargo, ya nada importaba, saldría del país con la poca dignidad que le quedaba, con un trabajo y atención médica asegurada, y todo gracias a la señora Andrew. No quería deberle nada a nadie y menos a esa mujer, pero ahora no podía hacer nada. Solo irse y no regresar nunca más…
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-Mami, no tengo sueño – Dijo Anthony dando una gran bostezo. Candy lo estaba arropando para que durmiera. El niño había esperado impacientemente a su padre, quien le había prometido llevarle un guante, una pelota y un bate de béisbol. Pero ya pasaban de las nueve de la noche y Albert no llegaba.
-Claro que tienes sueño jovencito. Este día estuviste muy hiperactivo, debo hablar con tu papá para que no te consienta tanto, comiste demasiado helado durante la comida. – Habían comido juntos, Albert los había llevado a su restaurant favorito.
-Es que estaba muy rico, mami. –
-Ya lo sé – le dijo Candy acariciando su cabecita y esbozando una sonrisa – pero tienes que dormir. Mañana tienes escuela y no puedes esperar a papá, no sabemos a qué hora llegará. Te prometo que mañana te permitiré jugar un rato, antes de ir al colegio. –
-¿De verdad? – Preguntó abriendo sus hermosos ojos, con su cara llena de ilusión. – Pero, ¿le dirás a papá que estuve esperándolo? –
-Claro que sí, yo le diré. Pero ahora duerme –
-Sí. Ya quiero jugar… - Sin decir una palabra más, el niño fue al mundo de los sueños. Candy salió de su habitación, ese día había ido al doctor por algunos malestares que sentía. Albert se había preocupado, demasiado debido a su anterior condición cardiaca y no permitió que ella retrasara su visita al doctor. Pero lo que ella no se esperaba, era la noticia que le dieron. No había distinguido los malestares debido a que, el embarazo de Anthony no fue un embarazo normal, debido a su enfermedad. Pero ahora, ya habían pasado dos meses desde su reconciliación con Albert y ya llevaba su fruto dentro de ella. Sonrió ampliamente, no podía ser más feliz.
-Buenas noches señora bonita – Le dijo Albert en su oído. La abrazó por detrás y aspiró su fragancia. Había veces que se preguntaba, cómo podía estar sin abrazarla tantas horas seguidas. Ella se giró hasta quedar frente a él.
-Buenas noches, mi amor. – le dio un beso en sus labios, y se abrazó a su cintura. – Tony te estuvo esperando, no quería dormirse, a pesar de estar cayéndose de sueño. ¿Le trajiste su regalo? –
-Claro que sí. Archie me acompañó, salí algo tarde de la oficina y no encontraba ninguna juguetería abierta, de pronto me acordé que tus hermanos tienen participación en una juguetería muy grande y utilicé un poco mis influencias. –
-Tramposo –
-Solo soy un padre que quiere cumplir su promesa a su hijo. No tiene nada de malo. –
-Lo consientes demasiado –
-Nunca será lo suficiente. Quiero recompensar todo el tiempo que no estuve con él… - Un brillo apareció en sus ojos y la miró pícaramente – pero creo que no le vendría mal, tener un hermanito. ¿Y si practicamos? – Sus manos empezaron a recorrer la espalda de su esposa, con ansiedad. Pero Candy se zafó de su abrazo y caminó hacia su recamara.
-No creo que sea necesario practicar- Le dijo muy seria. Albert no comprendió y le dio pánico. Había veces que simplemente no creía tanta felicidad y pensaba que en cualquier momento podría perder a Candy.
-¿Por… por qué no? – Le asustaba el hecho de que ella ya no quisiera estar con él… o peor aún, que el médico le hubiera dicho que estaba mal nuevamente. Candy observó su rostro y comprendió la situación, muchas veces, él le hablaba de sus más profundos temores. Así que se volvió a él y tomó su rostro con ambas manos, lo inclinó hasta ella y le dio un profundo beso.
-Porque no es necesario que practiquemos, para darle un hermanito a Tony. – La miró a los ojos, aún sin comprender, pero la sonrisa de Candy y ese brillo especial que tenía en los ojos lo hicieron comprender poco a poco, por qué no era necesario practicar para tener otro hijo.
-¿Qué te dijo el doctor? –
-¿Tu que crees? – Se amplió más su sonrisa. Albert se quedó de una sola pieza, tardó unos minutos en asimilar lo que estaba pensando. De pronto, un grito de felicidad, se oyó en la habitación.
-¿¡De verdad, preciosa!? ¿Estás embarazada? –
-Sí. Al parecer fue producto de nuestra reconciliación, tengo dos meses de embarazo. – Albert la cargó en brazos y giró con ella por todo el lugar. Los dos reían y lloraban al tiempo que se besaban.
-Me has hecho el hombre más feliz sobre la tierra... una vez más. - Le dijo cuando paró, y la recostó sobre la cama.
-Ya tienes a Tony. No es que vayas a ser padre primerizo –
-No me malinterpretes, Anthony, es y será mi consentido. Mi orgullo. Y lo amo demasiado. Pero ahora será diferente, con Anthony, me perdí la mayor parte de su niñez. No pude cargarlo de recién nacido, no compartí contigo tus malestares, no le ayudé a dar sus primeros pasos, ni escuché su primera palabra. Solo fui un nombre en su infancia, ni siquiera me conocía. No puedo regresar a esos años, y no sabes como quisiera hacerlo. – Candy percibió la melancolía en sus palabras.
-Fuiste un nombre que nos dio las fuerzas para vivir. A pesar de que no te conocía, para él eras real y estabas presente en todo lo que hacía. No podemos remediar el pasado, pero si podemos planear un futuro, y aún tienes a un Anthony pequeño, créeme, nos dará tantos dolores de cabeza que no recordarás todo lo que perdiste. Y ahora con este bebé… –
-Con este bebé será diferente. Porque estaré contigo paso a paso… Te amo Candy. – Se fundieron en una entrega llena de ternura y pasión, él le susurraba al oído lo mucho que la amaba. Y ella se aferraba a él como si su vida se le fuera en ello. Se amaron varias veces, hasta quedar exhaustos. A pesar de todo, nunca se cansaban de amarse con una entrega total.
Amanecía, y Candy descansaba sobre el amplio y fuerte pecho de su esposo, ninguno de los dos había conciliado el sueño. Albert le acariciaba su pelo y espalda, cuando recordó lo que había hablado Archie con él.
-¿Pequeña? –
-¿Hmmm? –
-Archie, me pidió que hablara contigo. –
-¿Qué pasa? – Alarmada, Candy se enderezó y recargó su barbilla sobre Albert para verlo mejor. - ¿Pasa algo con Annie? – Hacía un mes que Archie y Annie habían formalizado su noviazgo a tal grado que se casarían en tan solo cinco meses.
-No, ellos están bien. Es… es tu padre. – Candy frunció el ceño. Desde que habían regresado no quiso saber nada de su padre. Ni siquiera sabía qué tan enfermo estaba.
-¿Qué pasa con él? –
-Bueno, sabes que está enfermo. –
-Sí, pero no sé muy bien de qué. –
-Cariño, no quiero romper este maravilloso momento de tenerte así entre mis brazos, pero es necesario que lo sepas. Es algo muy grave, Candy. Tu padre sufre de esclerosis múltiple, ¿sabes algo de esa enfermedad? – Ella lo observó durante unos minutos, tratando de asimilar lo que eso significaba.
-Sí. Es una enfermedad autoinmune. Tiene que ver con un daño sufrido a la mielina. Lo que provoca daño en el sistema nervioso. –
-¿Cómo sabes todo eso? –
-En la escuela en clase de biología, nos hicieron investigar toda clase de enfermedades autoinmunes, tuve que memorizar causas y síntomas de varias de ellas. Creo que lo memoricé, más que por una calificación, por el impacto que causaron en mi. –
-Tu padre se encuentra postrado en cama, hay días que le va mejor, pero creo que ya no camina con facilidad, tiene que usar silla de ruedas. Ha tenido una recaída, tiene espasmos musculares dolorosos y está perdiendo la visión de uno de sus ojos, por no hablar del entumecimiento que sufre en los brazos –
-¿Todo eso te lo dijo Archie? – Preguntó sollozando. No podía imaginarse así a su padre, y a pesar de todo lo seguía queriendo. - ¿Por qué no habló conmigo? –
-Al parecer quiso hacerlo, pero no se lo permitiste. Él tampoco quería saber nada de él, como bien sabes, pero mañana irá a verle junto a Stear. ¿Deseas acompañarlos? –
-No quiero ir sin ti – Le dijo con gran convicción – pero sé que mañana tienes reuniones muy importantes, será mejor que esperemos hasta que tengas tiempo. –
-No hay nada más importante para mi que tú. Le hablaré a George para que prepare todo sin mí, Anthony no irá a la escuela. Creo que es buena idea que conozca a su abuelo. ¿Qué te parece? –
-¡Oh Albert! Te amo tanto – se abrazó a él con todas sus fuerzas, solo él podía darle la calma que necesitaba. Él la acurrucó en un abrazo y empezó a tranquilizarla.
-Duerme un poco, mañana necesitarás energía extra –
-Mi energía me la das tú, no necesito más. Y dormiré solo si duermes también. –
-Está bien. Solo descansa. – Ella cerró inmediatamente los ojos, pero él no pudo hacerlo. Candy no lo sabía pero, había noches que se la pasaba en vela, cuidando su sueño, solo con verla dormir era suficiente para él. Se paseaba entre la recamara de Tony y la de ellos, verlos dormir plácidamente, le reportaba el descanso que necesitaba.
Unas horas después, todos llegaban a San Francisco, que es donde residía su padre. Cuando llegaron a la casa, un tumulto de recuerdos se agolparon en su mente. Recordaron cuando les dieron la noticia de la supuesta muerte, y ahora regresaban para ver al hombre que tomó parte en esa magistral mentira. Cuando subían las escaleras guiados por el único hombre que podía pagar Richard, los tres hermanos desearon salir corriendo de ahí, pues sintieron cierto resentimiento hacia el hombre que les dio la vida.
Pero todo eso se esfumó, cuando lo vieron tendido en cama, solo y sin poder moverse.
-Señor – El hombre que lo cuidaba le despertó – tiene visitas. –
-¿Visitas? – Richard no podía moverse por sí solo, y necesitó la ayuda del hombre, para poder sentarlo en la cama. Le acomodó varias almohadas para que quedara en una posición cómoda. Cuando Richard enfocó su poca visión, los ojos se empañaron de lágrimas. Sencillamente no podía creer que sus hijos estuvieran ahí. En especial Candy.
-Creo que estoy teniendo un maravilloso sueño – Susurró entrecortadamente por el llanto. – Mi Candy está aquí junto a Archie y Stear. Gracias Dios – De verdad Richard pensó que estaba soñando, pues esa misma visión la había tenido otras veces.
-No es un sueño – Contestó Candy anegada de lágrimas – estamos aquí. Porque eres nuestro padre y a pesar de todo, te queremos – se fue acercando a la cama y tomó la mano de su padre.
-Mi niña, ¿de verdad eres tú? – La empezó a palpar, tocó su rostro, lo que supuso un gran esfuerzo para sus entumecidas manos – ¡Perdóname! ¡Por favor, perdóname! – Desde lo más profundo de su corazón suplicó perdón, a ella y viendo a sus dos hijos varones también les suplicó su perdón - ¡Perdónenme! Por no ser el padre que debí haber sido, no los cuidé lo suficiente. Te hice daño, Candy, les hice daño a todos. No tengo excusas, podría fácilmente culpar a terceras personas, pero admito mis errores. Pude haber puesto fin a esa situación, en cualquier momento, pero fui un estúpido egoísta. – Stear se dio cuenta el esfuerzo tan grande que hacia su padre al hablar con ellos.
-Es suficiente papá. –Le dijo – Creo que el que estemos aquí, significa que comprendemos la situación y lo olvidamos todo. –
-Sí papá, todo está olvidado – Le dijo Archie. Ninguno se sintió con ánimos para reprocharle nada.
Candy se acercó a él y le dio un fuerte abrazo, sus hermanos la imitaron y no pudieron evitar derramar lágrimas por su padre. Era demasiado verlo en ese estado, el siempre había sido un hombre lleno de vitalidad y energía. Y ahora solo quedaba la sombra de quien fuera Richard Cornwell. Pero ahí estaba, arrepentido y suplicando perdón. ¿Cómo no perdonarlo? ¿Cómo no sufrir por verlo así?
-¿Quieres conocer a tus nietos? – Preguntó Candy.
Candy se levantó y caminó hacia la puerta. Llamó a sus respectivos cónyuges e hijos. Annie también los había acompañado. Cuando entraron todos a la habitación, le presentaron a su abuelo. Richard no paraba de llorar, pero inexplicablemente, se sintió con un poco más de fuerzas y convivió con sus nietos que no dejaban de hacerle preguntas o platicarle sus travesuras. Ese fue un día maravilloso, todos se reconciliaron. Incluso Richard se disculpó con Albert. Pero este con su noble corazón, no le guardaba rencor.
Hicieron los arreglos para que su padre fuera a vivir con Stear. Candy quería tenerlo en su casa, pero su padre se negó, alegando que era como si estuviera recién casada y él no pensaba interferir más en su matrimonio. Además con su embarazo, Anthony, y los preparativos de la boda de Archie, no quisieron que se sobrecargara más.
Richard no dejaba de agradecer a Dios y a la vida, por permitirle una oportunidad para reivindicarse con sus hijos. Nunca podría volver el tiempo atrás, pero trataría de ser un buen padre y abuelo, lo que le restaba de vida. Aunque solo fuera un poco tiempo…
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-Estoy cansadísima. Me duelen los pies y siento que ya no podré más. Gracias al cielo que la boda será en unos días, porque te aseguro que ya no tengo fuerzas. Me siento gorda y fea, hace tiempo que no me doy un baño relajante, y tengo los nervios de punta. – Exhausta, Candy se dejó caer en el asiento del auto. Había pasado todo el día en casa de su hermano, preparando la boda de Annie, a quien entre ella, Elisa y Patty, querían ahorcar por todas sus exigencias. Anthony estaba más tremendo que nunca, y tenía demasiada energía para ella, que con siete meses de embarazo ya no podía ni con su alma. Además se aseguraba que su padre tuviera la mejor atención médica y que las enfermeras contratadas para cuidarle en casa, cumplieran con su deber. Albert sentó en la parte trasera a Anthony y le puso el cinturón de seguridad. Pero en cuanto su padre cerró la puerta del auto, para dirigirse a conducir, el niño se lo quitó y empezó a brincar sobre el asiento. Candy con los ojos cerrados, empezó a sentir el movimiento del coche.
-Siéntate Anthony – Le dijo y el niño se calmó un poco. Albert entró en el auto y le dio un beso fugaz en los labios.
-No estás ni gorda, ni fea. Eres la mujer embarazada más sexy que he visto, y pobre de quien se atreva a decir lo contrario – Le susurró al oído – y llegando a casa, tomaremos ese baño relajante que tanto deseas. Yo me encargaré de relajarte lo más que pueda. – Ante la promesa implícita en ese “baño relajante”, Candy sonrió y le dedicó a su esposo una mirada que le hablaba de lo mucho que anhelaba que llegaran a casa. Se pusieron en marcha y Anthony empezó a brincar nuevamente, al mismo tiempo que llenaba a su mamá de preguntas sobre su hermanita.
-¿Y por qué es niña, mami? Yo quiero un hermano para jugar con él. ¿Cómo se llamará? ¿A quien se va a parecer? Yo me parezco a mi papá. ¿Ella será como tú? Mis abuelos dicen que se parecerá a ti, pero, ¿a quien se parecerá? –
-Anthony – Habló una cansada y ofuscada Candy. Por lo regular soportaba tantas preguntas y más, pero en esos momentos no estaba de humor – No puedo contestar tantas preguntas al mismo tiempo. Siéntate por favor y abróchate el cinturón –
-Pero mami… -
-¡William Andrew! – Le gritó su padre una vez que estacionó por un momento el auto y se volvió a mirarlo. - Tu madre te está hablando desde hace un rato, yo te abroché el cinturón y tu tienes el cinismo de quitártelo y brincar por todo el asiento. Ahora quiero que obedezcas y dejes de hablar, tu mamá está cansada y tu no haces nada para ayudarle – El niño solo lo observaba con sus ojitos llorosos. Pocas veces le hablaba su padre así, pero cuando lo hacía, era porque estaba muy enojado con él. - ¡Ahora jovencito! – El niño obedeció y esperó que Candy saliera en su defensa pero no lo hizo.
Así llegaron hasta su casa. Tony estaba muy triste y subió las escaleras corriendo. Candy quiso ir tras él, pero lo que vio la hizo desistir de la idea de consolar a su hijo.
-¡William Anthony! - Gritó. El niño se paró en seco, cuando sus padres utilizaban su nombre completo, estaba perdido – Te pedí que antes de salir de casa, recogieras tus juguetes, y no lo hiciste. No puedo creerlo, ¿por qué no obedeces al instante en que se te manda algo? – Mientras ella hablaba, empezó a recoger los juguetes regados por todos lados. Pero Albert la detuvo.
-Deja eso ahí, Candy. Anthony tiene qué recogerlos porque así lo mandaste. Tu ve a la recamara y en un momento iré contigo –
-No seas tan duro con él – Pidió ella en voz baja.
-No lo seré – Le prometió. Después de un momento, Tony ya estaba en su habitación arreglando sus juguetes, bajo la mirada escudriñadora de su padre. – No quiero volver a hablarte así, Anthony, te quiero por sobre todas las cosas, pero no puedo permitir que seas un desobediente y no ayudes a tu mamá para nada. Ella está muy cansada y necesita que la cuidemos, no que le demos problemas. O que la llenemos de preguntas que a su tiempo tendrán su respuesta. –
-Perdón – Dijo el niño sentado al borde de la cama son sus deditos entrelazados y la mirada baja – no lo vuelvo a hacer. –
-Está bien, pero no te librarás del castigo que pienso ponerte. Desobedeciste a mamá, y a mi, al quitarte el cinturón de seguridad. No jugaremos béisbol en una semana, ni podrás sacar los juguetes de tu habitación, nada de X-box, por el momento y olvídate de la consola nueva que me habías pedido. Así que por una semana no invites a tus primos a jugar en nada. ¿Entendido? – El niño quiso protestar pero la mirada de su padre lo convenció de lo contrario. - ¿Entendido? –
-Si, papi. Entendido. –
- Muy bien, ahora mandaré a la señora Wilson para que te dé un baño. Tu mamá me comentó que tienes tarea aún sin hacer, te sugiero que la hagas. Antes de las nueve de la noche, vendré a revisar tu trabajo y arroparte para dormir –
-Sí, está bien. –
Después de dejar a Anthony en su recamara. Se dirigió al ama de llaves para pedirle que se hiciera cargo de su niño en lo que él iba a ver a Candy. A petición de su esposa, no contrataron niñera, ella quería ser la responsable de cuidar y educar a sus hijos, pero cuando era muy urgente, la señora Wilson se ofrecía en ayudarle.
Albert llegó a su habitación y encontró a Candy dormida y tumbada en la cama. Se adentró en el baño y preparó la tina con sales relajantes y la fragancia favorita de su esposa. La despertó con calma, y después de explicarle lo que había pasado con Anthony, la desvistió y la llevó cargando hasta la tina de baño. La sumergió en el agua y sintió que su cuerpo tenso se relajaba. Candy más animada le pidió que se uniera a ella y él no dudó ni un segundo en hacerlo. Él se sentó detrás de ella y empezó a masajearle todo su cuerpo, no era la primera vez que compartían un baño de esa forma, en especial desde que su pequeña hija había empezado a mostrarse inquieta por las noches. Albert había encontrado ese remedio para relajar tanto a su esposa como a su hija. Y aunque extrañaba el otro tipo de “baño”, donde compartían más intimidad y terminaban con sus cuerpos entrelazados, disfrutando otra maravillosa manera de unirse a ella, no cambiaría por nada del mundo ese momento con sus grandes amores.
Después de unas horas, Albert dejó recostada a Candy en su cama descansando. Él salió para averiguar cómo estaba Anthony. Pero el mayordomo le informó de la visita inesperada de los hermanos Leagan. Además solicitaban la presencia de Candy. Así que después de dejar dormido a Anthony, salió en busca de su esposa. Cuando bajaron a la sala, Candy se sorprendió de ver a Elisa llorosa. Y se preocupó aún más porque durante los últimos días, la había notado ausente.
-¡Por Dios, Elisa! ¿Qué pasa? – Preguntó muy preocupada. Se sentó junto a ella y Elisa solo miró nerviosamente a Neal.
-¿Qué pasa, Neal? – Preguntó Albert ansioso. Neal emitió un suspiro cargado de frustración.
-Es Sara –
Candy se llevó las manos a la boca para evitar un grito. Albert pudo reconocer que a pesar de todo, su esposa aún se sentía insegura ante el recuerdo y la inevitable verdad de lo que era capaz Sara Leagan. Así que notando su palidez, Albert se acercó hasta ella y la abrazó protectoramente.
-Tranquila, cariño – la besó en la frente con sumo cuidado tratando de calmarla – no pasará nada, esta vez será diferente, yo no te dejaré y no estarás sola. No te angusties corazón – Ante la voz y abrazo sobreprotector de su esposo, ella se aferró a él.
-De hecho, esta vez sí será diferente – Afirmó Neal – ella está detenida en una prisión de Connecticut. Al parecer, la detuvieron después de intentar entrar a la casa donde pasaron sus últimos años cautivas. Como tiene nuevos dueños, la acusaron de invasión de la propiedad. Cuando la llevaron a la estación de policía, descubrieron quien era. Nos llamaron hace unos días, para informarnos de su detención, pero Elisa no quería ir… sin embargo, nos llamaron nuevamente, al parecer tuvo una pelea con las demás presas, y descubrieron que… bueno…es VIH positivo –
-¿Qué? –Exclamó Candy
-Era – habló Elisa con voz apagada – al no recibir tratamiento, ha desarrollado SIDA. Ahora sufre de Emaciación crónica, pérdida de peso a causa de la enfermedad, así como diversas infecciones. – Elisa negó con la cabeza – Al parecer ya está en tratamiento, y quiere vernos. Por eso estuve así durante estos días, la verdad no quiero verla. Solo deseo que la policía se encargue de ella… Lo siento, Candy, no quería molestarte con eso, pero Neal me dijo que necesitabas saberlo –
-Tiene razón, Elisa. A pesar de todo, necesitaba saberlo, sé que no debo decirlo, pero, estoy más tranquila con ella en la cárcel. – Candy se acercó a Elisa, y la abrazó – es tu madre, después de todo, tal vez necesites hablar con ella para dar por cerrado ese asunto en tu vida. – La imagen del padre arrepentido, que Elisa había visto en Richard Cornwell, se hizo presente, y por un minuto deseó que su madre tuviera la misma actitud.
-¿De verdad lo crees? – Preguntó con voz trémula.
-Así lo creo – Elisa deseo que nunca hubieran encontrado a su madre. Lo cierto era que tenía sentimientos encontrados al respecto. Pero quiso pensarlo un momento, tal vez era mejor verla, como decía Candy, y tal vez, solo tal vez estuviera arrepentida.
-Entonces será mejor que salgamos cuanto antes. –
Después de una larga despedida, los hermanos salieron rumbo al aeropuerto. No tardarían en regresar, no tenían planeado nada respecto a su madre, primero querían ver como estaba Sara.
-¿Crees que estén bien? Siento pena que tengan que pasar por esto solos. – Le preguntó Candy a su esposo, mientras se metían en la cama.
-Estarán bien. Son fuertes y venga lo que venga, lo superaran. Aunque espero que no se lleven una decepción, no creo que esa mujer haya cambiado a pesar de sus desafortunadas circunstancias. –Le dijo Albert abrazándola con amor. – Pero por favor, corazón, deja esos pensamiento a un lado, y trata de descansar. Estás muy cansada y no quiero que te vayas a enfermar. –
-Está bien – Mientras Candy se acurrucaba en el pecho de su esposo, dio un bostezo que hizo sonreír a Albert. Así, él supo que su adorada mujer, no tardaría en dormir.
-Duerme, que yo velaré tu sueño… – Musitó, mientras le acariciaba su rubia cabellera. En segundos, ella fue a parar al mundo de los sueños, mientras Albert, efectivamente, velaba su sueño. Sentía que no podía perderla de vista, sentía que cada día que pasaba, la amaba más, si es que eso era posible…
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Centro penitenciario, Danbury, Connecticut, Estados Unidos.
-Lo cierto es que he visto a pacientes más enfermos responder adecuadamente al tratamiento y recuperarse en ese momento. No quiero decir que su madre se curará del todo, pues esta enfermedad no tiene cura, como bien saben. Solo quiero decir que nada es seguro en estos casos.–
-Le agradecemos mucho doctor, ¿podemos pasar a verla? – La voz de Neal se oía algo insegura.
-Claro que sí. Tal vez su visita le ayude a relajarse un poco. Ha estado muy alterada –
Al entrar a la enfermería del hospital, el lugar estaba vacío, solo una cama estaba ocupada. La otrora Sara Leagan, imponente en presencia y arrogante en exceso, estaba tumbada en la cama, con el cuerpo en estado deplorable, demasiado delgada, con apariencia cadavérica. Se fueron acercando a su lado y ella advirtió su presencia. Abrió los ojos, y solo observó a sus hijos por un momento, ellos no supieron cómo reaccionar. El ver a su madre así, los había impresionado en gran manera. Pero fue Sara quien rompió el silencio.
-¡Estúpidos! ¿Cuanto tiempo pensaron que podía estar en este horrible lugar? ¿Ya pagaste la fianza Neal? ¡Quiero salir inmediatamente, y tener una atención médica de primera calidad, no soporto a estos médicos de quinta que no saben con quien están tratando. Pero no se queden ahí, con cara de imbéciles, ayúdame a vestirme Elisa! – Elisa y Neal, solo la observaron, si pensaban que en ese cuerpo maltrecho y carcomido por la enfermedad, había algo de arrepentimiento y amor hacia ellos, estaban demasiado equivocados.
-Creo que eso será imposible madre – La voz de Neal sonó apagada – no pienso pagar ninguna fianza, lo único que puedo hacer por ti, será pagar un abogado defensor, pero nada más. –
-¡¿Qué?! Pero, ¿qué estás diciendo? –
-Que si esperas que alguien pague la fianza, tendrás que esperar a que el fulano que te pegó esa enfermedad venga a hacerlo. O mejor aún, espera a quien te dejo como muerta de hambre, estoy segura que a estas alturas, se estará acordando mucho de ti. Digo, si no fue él quien te contagio. – Elisa no pudo evitar hablarle con amargura a su madre.
-Pero, ¿Quién te crees…? –
-No soy nadie, Sara. Así que no gastes tus fuerzas, que bien las necesitas. Venimos a verte, porque nos informaron de tu estado de salud. Pero no creas que menearemos un solo dedo para que salgas de aquí. Las acusaciones están bien sostenidas. En cuanto a la atención médica, pues tendrás que conformarte con la que dispone este centro, si necesitas algo que el estado no pueda darte, pueden recurrir a nosotros, pero solo para eso –
-¿Bien sostenidas? La acusación de una mustia, buena para nada, a punto de morir, no debería valer en este caso. Deberían darme las gracias por privar al mundo de alguien como esa imbécil. – Refiriéndose a Candy. - Y dime querida Elisa, ya que te volviste su defensora, y te pusiste en mi contra, ¿en qué panteón quedó la idiota? – Elisa sabía del resentimiento de Sara hacia Candy, pero la sonrisa maquiavélica que se formó en su rostro, al pensar que Candy estaba muerta, supo que todos esos años había estado equivocada. Sara no tenía resentimiento hacia Candy, la odiaba a muerte, nunca supo el por qué de esa predisposición hacia la rubia, y no pensaba averiguarlo. Pero ya estaba acostumbrada a ese tipo de comentarios de parte de su madre, así que ni siquiera se inmutó. El que permaneció estupefacto, fue Neal, pero no pudo intervenir, un nudo se formó en su garganta y bajó a su estomago, produciéndole nauseas. Todo en esa habitación de repente le pareció asqueroso.
-Te tengo tres noticias madre – habló Elisa con una voz tranquila y pausada. – La primera, lamento informarte que Candy no fue la única que te denunció, también lo hice yo, y no pienso retirar la denuncia en tu contra. La segunda, no encontrarás a Candy en ningún panteón, esta vivita y coleando en Chicago, a lado de su esposo William Albert Andrew, y Anthony. ¡Ah! Y para dentro de un par de meses, la pequeña. Beth, nos alegrará la existencia con su nacimiento. –Sara se puso pálida, si es que se podía más, pero de pronto un rojo grana, pintó su rostro, se hizo evidente que estaba hirviendo de coraje. Pero Elisa, siguió hablando. – Sí, tal como lo sospechas, a ella la operaron del corazón, se supo toda la verdad, y ahora ya están esperando una beba, ¿no te produce emoción? – Preguntó con sarcasmo – Y la tercera, pero no menos importante, que Richard fue perdonado por sus hijos, y ahora se encuentra viviendo con Alistear. Y ya heredó en vida a sus hijos y nietos. –
-Pero sus cuentas y acciones estaban bloqueadas – Afirmó Sara. La familia de Candy, había tomado esa decisión, al enterarse de la muerte de esta, y de la participación que Richard había tenido en todos los sucesos. Esa había sido la razón principal de que Sara lo abandonara, buscando a un hombre que sí le cumpliera sus caprichos, pero no contaba que en el inter, la despojarían de todo su dinero.
-Pues ya no. Le devolvieron toda su fortuna y ahora ya le pertenece su familia –
Se quedó petrificada. Si no estuvieran hablando con ella, los hermanos afirmarían que estaba muerta. Sara no sabía qué pensar, un odio profundo brotó de su ser. Todo ese dinero, debería haber sido para ella, Candy debería estar bien muerta, su hijo en un orfanato y Albert sufriendo eternamente por su amor perdido. ¿En donde había fallado? Si tan solo tuviera las fuerzas suficientes, pelearía con uñas y dientes para salir de ese lugar y darle su merecido a todos a los que odiaba. Sin embargo, la voz de Neal la sacó de sus cavilaciones.
-Bueno, ya vimos cómo estás y que no necesitas de nosotros. Al menos, no te podemos dar lo que nos exiges. Nos vamos, madre, nuestro vuelo nos espera, espero que te recuperes pronto. El abogado se pondrá en contacto contigo en cuanto estés bien… - Sara desvió su mirada. Al ver que no decía nada se dirigió a su hermana – Vámonos Elisa. –
Elisa salió detrás de su hermano. Antes de cruzar el umbral, volteó a ver si su madre los estaba viendo, pero seguía con la mirada perdida hacia otro lugar. De esa manera, Sara Leagan, renunció a sus hijos, pensando que eran unos traidores. No valían la pena, podría seguir sin ellos.
Pero al poco tiempo descubriría que estar en la cárcel, teniendo SIDA, y más sola que una ostra, haría que su vida se fuera mermando, aún más…
OoOoOoOoOoO
Unos días después, se celebraba la boda más esperada del año. Archivald Cornwell y Annie Britter, unían sus vidas para siempre. Una historia de amor que había comenzado con cierto rechazo y recelo del uno hacia el otro, pero que felizmente había culminado para bien.
Durante la recepción, Nicholas se acercó a Candy para felicitarla por su embarazo.
-Me da gusto que hayas podido rehacer tu vida, Candy. No te mereces otra cosa, salvo eso, después de tanto sufrimiento. Y se ve que son inmensamente felices –
-Lo somos, Nick. Y tú tuviste mucho que ver, si no hubiera sido por ti, no sé cómo le habríamos hecho –
-Pues me da gusto que haya ayudado un poco – Candy se percató que su amigo buscaba a alguien con la mirada, por lo que abordó con mucha sutileza el tema – Elisa fue de gran ayuda para mi. No sé qué habría sido de mi hijo, si no decide desafiar a su madre y ayudarme –
-Supe que Sara está en prisión –
-Así es, pero hace unos días que tanto Elisa como Neal, fueron a verle, se dieron cuenta que no había cambiado para nada. Ante la decisión que tomaron los chicos de solo pagar los honorarios de un abogado defensor y darle las noticias de todo lo ocurrido, los ignoró por completo. Regresaron muy desanimados, Neal dice que no pasa nada, pero yo sé que guardaba una esperanza de que su madre pudiera haber cambiado un poco. Así que decidió salir de viaje, puso de pretexto que tenía trabajo qué hacer, pero mis hermanos dicen que no es cierto. Al menos él lo está manejando a su manera. La que me preocupa es Elisa. –
-¿Qué pasa con ella? –
-Está enferma, desarrolló un cuadro gripal que los doctores diagnosticaron como: una reacción ante el estrés y la depresión. Está hospedándose en mi casa, y pues, como puedes notar, no quiso venir a la fiesta. ¿Por qué no la visitas? Tal vez platicar con alguien diferente le ayude un poco –
-Candy, sabes bien que ella y yo… -
-Lo único que sé, es que esa mujer ha cambiado, Nicholas. No es la misma egoísta de antaño, creo que lo ha demostrado con creces. Te pidió perdón, y tu muy digno, ni siquiera le hiciste el favor de darle tu respuesta. Te alejaste como el macho ofendido –
-Tengo miedo de volver a confiar en ella –
-Ese miedo solo se debe a que la sigues amando, ¿no es así? – El joven después de pensarlo y tomarse dos copas de champagne, asintió meditabundo. – No sabes todo lo que ella soportó durante el tiempo que estuvimos cautivas, ella se volvió en mi fuerza y mi protectora, aún en contra de su propia madre. Sé que ahora está sufriendo, pero tal vez si tú le dices lo que sientes por ella, le ayudará a que sea más pasajero lo que está viviendo ahora. –
-¿Y si me rechaza? –
-Habrás ganado a una amiga, una gran amiga. Pero no creo que sea el caso –
-¿Te ha dicho algo? –
-No. Pero creo que puedes averiguarlo – Candy le extendió las llaves de su casa y lo animó a que saliera a buscar a su amiga. Lo que más deseaba, era que fueran felices…
Nick llegó a la casa de Candy y entró sigilosamente. Elisa estaba en la cocina preparándose un té. Tenía un aspecto digno de burla. El cabello mojado, pues acababa de bañarse, la nariz congestionada, el fluido nasal no ayudaba a que su nariz dejara de estar roja. Se sentía Rodolfo el reno. El cuerpo cortado y los ojos llorosos. Sentía un cansancio y una tristeza muy profundos, sabía que su estado de ánimo no ayudaba mucho a su enfermedad, pero no podía remediar nada. Candy le había pedido que pasara unos días en casa, mientras Neal decidía regresar y Albert volvía de un viaje de negocios. Albert había llegado ese mismo día, pero Neal, no lo había hecho. Así que se resignó a pasar otro tiempo en compañía de los Andrew.
Pero de pronto, sus sentidos se alertaron. Los sirvientes tenían el día libre y ella estaba sola en casa. Con el rabillo del ojo, alcanzó a ver una sombra a la entrada de la cocina y dio un grito que resonó en toda la casa, mientras su taza con té se derramaba sobre el piso.
-¡Nicholas! – Le reclamó una vez que él se hizo presente – Me diste un susto de muerte, ¿Cómo entraste? – Nick no respondió inmediatamente. No podía aguantarse el ataque de risa que estaba apunto de tener. El ver la cara de susto de Elisa y su atuendo y estado físico, no le favorecían mucho a la pelirroja, pero aún así y su estado de vulnerabilidad, se veía hermosa a sus ojos.
-Lo…Lo siento mucho. – Contestó una vez que se calmó – Candy me dijo que podía venir a visitarte y me dio sus llaves –
-¡Ah! – Fue la escueta respuesta de la chica.
-Deberías estar acostada descansando. –
-Ya me cansé de estar acostada. Creo que me pongo más enferma así. ¿Deseas tomar algo? –
-¿Qué te parece si preparo el té? Así lo tomamos los dos. Mientras tanto, ve a tomar asiento. –
-Está bien –
Elisa obedeció con una gran sonrisa en el rostro. La primera desde su vuelta de Connecticut. Recordó con cariño que así era Nick, con ella, siempre procurando su bienestar y cuidado. Cuando él se unió a ella en el sofá, con las tazas en mano, se pusieron a platicar como viejos amigos. Elisa dejó de sentir tanto malestar y empezó a preocuparse por su apariencia. Pero ¿qué más daba? Nick ya la había visto así. Después de un rato, se quedaron callados, cada uno meditando en sus sentimientos. Él fue el primero en hablar, ya era tiempo.
-Estuve pensando en todo lo que me dijiste la última vez que nos vimos. No quise irme así, sin darte una respuesta, pero no supe qué más hacer. He visto que en realidad has cambiado mucho, el hecho que Candy te quiera como a su hermana, habla mucho de ello. Así que ahora soy yo quien te pide que me perdones. –
-No hay nada qué perdonar, Nick. Solo olvidemos el pasado, ¿quieres? –
-Pero no podría hacerlo –
-¿Cómo dices? –
-Si olvido el pasado, olvidaría tus besos, tus caricias y los momentos que pasamos juntos. Esos momentos, en los que estoy seguro, fuiste feliz a mi lado – Elisa se quedó muda y un intenso rubor apareció en su rostro, le dio gracias al cielo que debido a su estado, no podía distinguirse el tono que adquirió su piel. Nunca esperó que Nick, le hiciera esa confesión. Y supo que tenía razón, ella había sido feliz a su lado, y también recordaba todos lo momentos vividos con él. Pero ahora era diferente, ahora sabía que lo amaba. Y solo esperaba que él le permitiera demostrárselo.
-¿Y… y no quieres olvidarlos? ¿Por qué? –
-Porque te sigo amando, tontita – La tomó de las manos para que no se le fuera escapar. Tenía miedo que ella no sintiera lo mismo por él. - ¿Qué sientes por mi, Elisa? Aunque sea un mínimo sentimiento, dímelo por favor – Suplicó mirándola a los ojos.
-No es mínimo, sé con seguridad que también te amo, Nick. Solo me tomó casi nueve años para comprenderlo y poder decirlo en voz alta. –
-¿De verdad? – Acunó su rostro entre las manos, y poco a poco se inclinó para apoderarse de sus labios.
-Te voy a contagiar – Repuso ella con el poco raciocinio que le quedaba.
-No me importa – Se adueñó de sus labios y disfrutó del sentimiento de que por primera vez, Elisa Leagan le respondía de igual forma, con amor y una entrega total, que terminó por derrumbar hasta el último vestigio de duda. En ese momento, Nick supo que no pasaría mucho tiempo en convertirla en su esposa…
OoOoOoOoOoO
Era media noche y la tranquilidad del hogar se disipó por unos instantes. La pequeña Elizabeth Andrew Cornwell, pidió su alimento nocturno. Hacía un mes que la pequeña había llegado y todos estaban por demás felices. Si Anthony era la réplica exacta de su padre, la pequeña Beth, lo era de su madre, solo que en ella había prevalecido el azul celeste en su mirada digno de todo Andrew. Anthony estaba loco por su hermana, e inexplicablemente, se había vuelto más obediente y trataba de ayudar a Candy en todo. “Es que cuando papá no está, soy el hombre de la casa”, le había dicho a Candy. Para Albert, era un milagro que pudiera disfrutar a su familia de esa forma, después de todo lo que habían pasado. Beth era su adoración y Tony su más grande orgullo. Pero el amor de su vida era su maravillosa esposa, la mujer más fuerte y valiente del mundo. Y cada día que pasaba sentía que no cabía tanto amor en su corazón.
Para Candy, sus hijos eran la realización de sus sueños y el amor hecho realidad. Porque el amor que sentían Albert y Candy, era más potente que la poderosa fuerza de gravedad y más luminosa que un rayo atravesando el firmamento en una noche oscura. Así era su amor y así sería por siempre…
-Deja yo la llevo a su cuna – Le susurró Albert, una vez que terminó de amamantar a le pequeña. La tomó en brazos y la llevó a su cuna a unos cuantos pasos de su cama. Pudo ver el rostro satisfecho de su hijita, y su pecho se hinchó de amor y orgullo. Pensando que Candy estaba dormida, caminó hasta la puerta de la habitación.
-¿A dónde vas, amor? – Le preguntó Candy toda adormilada.
-Solo iré a la recamara de Anthony, quiero ver cómo está – Pero ella ya no respondió. Se había quedado dormida.
Después de arropar a su hijo, que parecía un remolino a la hora de dormir, volvió a su recamara. Candy sintió su presencia y su abrazó a él. Albert, con toda la delicadeza del mundo, le acarició sus suaves rizos y empezó a susurrar solo para ella:Duerme, que yo velaré tu sueño. Duerme, que yo cuidaré de ti.
Y mañana cuando despiertes, me permitas seguir amándote, me permitas regresar a ti.
Para que juntos olvidemos el pasado, para que dejemos atrás un futuro incierto.
Y junto a nuestros hijos, caminemos de la mano construyendo un futuro lleno de esperanza.
Para amarnos como la primera vez, enamorándonos cada día más.
Haciendo nuestros sueños realidad, agradeciendo cada segundo vivido a tú lado.
Para amarnos eternamente…
Para que caminemos hasta el fin…
Del brazo y por la calle.
FIN.Wiiiiiiiii, jajajajajaja. Por fin, el fin. Muchas gracias por todo su apoyo, por sus votos, sus comentarios, espero que les vuelva a gustar, en el caso de las que ya lo habían leído. Y espero que les guste, a las que lo lean por primera vez.
Nos seguimos leyendo.
Hasta la próxima!!
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Del Brazo Y Por La Calle.
FanfictionElla es una joven millonaria, que regresa a Estados Unidos después de pasar un tiempo alejada de su familia. Él, un joven atormentado por el pasado que ha renunciado a su verdadero apellido. Vive con una familia humilde que trabaja para ese tipo de...