Albert caminaba de un lado a otro en su despacho. No podía creer lo que estaba leyendo. Y encima estaba la ausencia de Jennifer, la chica no quiso acompañarlo en su regreso a América, alegando trabajo pendiente.
Lo que no sabía Albert, era que su “prometida”, se había negado a acompañarlo, para que el rubio se sintiera obligado a regresar, para que no se quedara en Chicago. Solo que no contaba con que Albert la llamaría el mismo día que había vuelto a ver a Candy. Le pidió que regresara, pues tenía que decirle algo muy importante, pero ella no lo había hecho.
Ya hacía una semana de ello y simplemente no podía sacar a Candy de su cabeza. ¿Cómo podía pensar siquiera, que podía estar con alguien más que no fuera ella? Con un sentimiento de impotencia aventó los papeles que Candy le enviara unas horas antes… los papeles del divorcio. Se sentía frustrado, y desesperado, había platicado con Stear y Archie, y le dijeron que su hermana simplemente estaba cerrada en su mutismo. No escuchaba a nadie, ni siquiera a su abuela y demás familiares que habían llegado de Londres. Ni siquiera a Patty o Annie. Pero lo que le sorprendió al rubio, fue que le hayan asegurado que tal vez Elisa pudiera ayudarlos. No tenía buenos recuerdos de esa chica, pero al parecer, mientras las tenían cautivas, se había forjado una relación más que estrecha entre ellas.
“¡Eso es!”, pensó Albert. Situaciones desesperadas, requieren medidas desesperadas. Una hermosa sonrisa apareció por su rostro. La única que podía ayudarlo era, irónicamente Elisa Leagan.
-Vaya, creí que terminarías cavando una zanja en medio de la habitación – su padre apareció en ese momento, recogiendo los papeles que Albert tirara minutos antes. Les dio una rápida hojeada y con incredulidad levantó una ceja al dirigirse a su hijo - ¿Divorcio? Al parecer Candice está hablando en serio. ¿También lo habrá hecho con lo de su futura boda? –
-Lo de la boda no me lo creí ni por un segundo –Replicó molesto Albert – y creo que olvidó cuando le dije que jamás firmaría esos papeles. Solo estoy esperando a Jennifer para hablar con ella y empezar a… a… a hacer lo posible porque Candy regrese conmigo – El tono triste de su voz, le dio a entender a William Andrew que Albert no estaba tan tranquilo como aparentaba. Tal vez la noticia que le llevaba lo ayudaría un poco a calmar su ansiedad.
-Jennifer está aquí – Albert salió como rayo. Ni siquiera le dijo algo a su padre. Quería terminar el asunto “Jennifer” lo más pronto posible, le dolería hacerle daño, pero esperaba que la nobleza de la chica le ayudara a comprender que con esa inesperada situación, le era imposible casarse con ella. Sonaba cruel, pero sería más cruel estar a su lado sin amarla.
-Jennifer – Musitó Albert al verla de pie, admirando el gran jardín, de la mansión Andrew. Ella se sentía capaz de conquistar el mundo en ese instante, y ya se imaginaba siendo la dueña y señora de la casa. Cuando oyó la voz de su prometido, salió disparada hacia sus brazos, ella se refugió entre ellos y quiso darle un beso en la boca. Pero Albert envuelto en un total hermetismo, movió lo suficiente su rostro para que el beso que ella quería plantarle, se lo diera cerca del pómulo.
-¿Qué… qué pasa? – Preguntó temerosa.
-Jenn – comenzó Albert, sabía que sería demasiado brusca la manera de decírselo, pero ya no quería posponer más lo que estaba planeando para recuperar a Candy – tú sabías que yo era… bueno, digamos que era viudo… -
-¿Eras? – Replicó Jennifer ante el uso de la palabra en tiempo pasado que había utilizado Albert. Un escalofrío le recorrió todo su cuerpo.
-Era. – Afirmó Albert – Ahora que volví a Chicago, me he enterado de que mi esposa, nunca estuvo muerta. Ella esta viva, solo fue una mentira que urdió su madrastra para vengarse por Dios sabe qué cosa. –Hizo una pausa, esperando que ella dijera algo, su silencio lo animo a seguir – Yo… esto es muy embarazoso para mí, pero no puedo evitarlo. Mi estado civil me obliga a declinar mi propuesta de matrimonio –
-Pe…pero, pero – tartamudeaba ella – es algo muy sencillo por arreglar. Yo puedo esperar a que te divorcies, no hay ningún problema. – Sonrió nerviosamente – Mamá ya está empezando los preparativos para la boda, aunque papá no está muy contento de que no te hayas presentado aún para pedir mi mano – Albert la miró confundido. ¿Acaso no había oído bien? Tal vez no le había entendido. – Así que, ¿Cuándo le digo que irás a verle? –
-Jenn…tal vez no me expresé bien. Yo no puedo casarme contigo – la chica la miró con los ojos cristalizados, negando vigorosamente con la cabeza – lo siento, de verdad, pero no puedo –
-¡Pero puedes divorciarte! – Gritó a voz en cuello - ¡Ella no puede obligarte a seguir a su lado, después de ocho años! ¡No puedes permitir que nos haga esto! – Se derrumbó en el sofá y tapándose el rostro con ambas manos, sollozó fuertemente - ¡Ella estaba muerta! ¡MUERTA! ¡Así estaba bien! ¿Por qué no se quedó así? – Ante el odio que las palabras de Jennifer, manifestaban en contra de Candy, Albert sintió que el vestigio de culpabilidad que había sentido hacía unos instantes, se evaporaba.
-Ella no le está haciendo nada a nadie – Dijo Albert con solemnidad. Después de un silencio que la chica no supo como descifrar, dejó de berrear inmediatamente. Lo miró y vio en él una mirada que hasta ese momento nunca le había visto – Simplemente – continuó él – no he dejado de amarla. Y nunca lo haré. –
Ante la contundencia de sus palabras, Jennifer se dio cuenta que había perdido una batalla que nunca había ganado. Se sintió ridícula y estúpida, ante la escena que le había hecho a Albert, pero quería demorar la confesión que sabía vendría después de la noticia de que su esposa estaba viva. Y sabía que tenía que salir de ese lugar con la poca dignidad que le quedaba, pero no pudo.
-¿Entonces nunca me quisiste? Solo jugaste conmigo – Aseveró. Solo quería hacerlo sentir culpable – Me diste tu palabra, ¿eso no significa nada para ti? –
-Nunca te engañé, lo sabes bien. Antes de proponerte matrimonio, te dije que no podía dejar de pensar en ella. Y… a ella le di mi palabra hace ocho años –
-Entonces simplemente me dejas, así, como así. Me has destrozado, William, - la chica volvió a llorar. Era su último intento por chantajearlo - ¡Yo te amo! – Y gritando, salió corriendo de la mansión. Tapándose la cara para esconder las lágrimas que surgían de sus ojos. Sabía que algo saldría mal cuando él regreso a Chicago. Lo sabía. Pero no se daría por vencida, haría hasta lo imposible para que William Andrew fuera su esposo.
Mientras tanto Albert sufría una intensa confusión. Volvía a sentirse un poco culpable por la situación en que él mismo había puesto a Jennifer. Y eso le molestaba un poco. Tendría que hacer algo por ella. Aunque tenía muy claro que lo que no haría era casarse con ella. Eso no estaba a discusión. Un poco contristado, miró el reloj y vio que ya casi daban las tres de la tarde. Ya no quería esperar más. Encontraría la manera de llegar hasta Candy.
-¿Ya se fue? Al parecer no lo tomó muy bien – Comentó el padre de Albert, pues oyó claramente los berridos de la chica.
-No. No lo tomó bien. Me siento un poco culpable, pero no había más remedio. Ahora debo ver como acercarme a Candy –
-William, tenemos un contrato por firmar en unas horas –
-Eso puede esperar padre. Ya esperé ocho años por ella, no pienso esperar más tiempo. Estoy seguro que George y tu, sabrán manejar la situación –
-Nos las arreglaremos – dijo su padre.
-Señores – Los llamó el mayordomo – hay un hombre que desea verle – Apuntó el mayordomo a Albert.
-¿Quién es? –Preguntó intrigado el rubio.
-Dice que es el doctor Jeremy Hoffman. Que es algo relacionado con su esposa – Albert se tensó inmediatamente, un súbito temor se apoderó de él, sin embargo, no quería pensar antes de tiempo.
-Dile que pase – Contestó irritado.
-William, ¿quieres que me quede? –
-No papá, debes atender ese negocio. Yo sabré manejar a ese médico –
-Está bien hijo – Le dio una palmada en el hombro y salió. Demasiado preocupado, esperaba que todo salera bien con su hijo.
Al poco tiempo, el mayordomo anunció la presencia del doctor.
-Buenas tardes – saludó Albert con cortesía. Jeremy solo se quedó viendo fijamente a Albert. Tenía que hacer exactamente como lo había planeado. En cuanto supo que Candy se había negado a regresar con su esposo, y la excusa que había puesto, acerca de casarse con alguien más, supo que era su momento de aprovechar esa situación. Así que sin más preámbulos fue directo al grano.
-Señor Andrew, seré directo. Sé que Candice le informó de nuestro próximo enlace. Así que mi visita solo es mera cortesía. Le exijo que no interfiera entre ella y yo, sé que ya le envió los papeles del divorcio, así que será mejor que los firme y acabe con esto de una buena vez – Albert lo miró impasible. Por varios minutos solo lo observó en silencio, el doctor empezó a ponerse nervioso, la presencia imponente de Albert de pronto llenó toda la sala. Por fin Albert habló, con una sonrisa de medio lado.
-La verdad doctor… me tiene sin cuidado sus planes. Candy es mi esposa y no dejará de serlo – Y diciendo eso, lo tomó del brazo y llamando al mayordomo, lo aventó hacia el empleado – Pon la basura en su lugar, Edson – Albert lo dejó a cargo de su empleado, con desesperación, subió las escaleras tan rápido como pudo. Entre más avanzaba iba dejando atrás las recriminaciones del médico. Hastiado, llegó a su recamara y literalmente se tumbó boca arriba en su amplia cama. Tenía mil pensamientos rodando por la cabeza, preguntas y miedos, pero algo tenía muy en claro… nunca renunciaría a Candy. No. No lo haría. Lucharía por ella con uñas y dientes, una hermosa sonrisa se dibujó en sus sensuales labios al recordar el beso tan intimo que había compartido una semana atrás.
Ella lo amaba. Se lo había dicho, su forma de corresponderle. Dejó a su mente divagar en ese hermoso recuerdo. Y extrañamente, sintió la paz que había necesitado todos esos días, llevaba noches sin dormir, y su cuerpo se fue relajando hasta caer en un profundo sueño, donde la principal protagonista era una rubia de hermosos ojos esmeralda…
OoOoOoOoOoO
Candy se despertó al día siguiente. Era muy temprano todavía, pero le dolía todo el cuerpo, y apenas y había dormido unas horas. Estaba demasiado inquieta recordando la visita inesperada del día anterior… y más inquieta aún, pensando en Albert.
Recordó como Jennifer había llegado por la tarde mientras ella estaba sola. Patty y Annie adoptaron la costumbre de salir con los pequeños al parque, mientras ella se quedaba sola en la mansión, pensando, sin llegar a ninguna solución. Elisa, había decidido vivir en el departamento de Neal, pero siempre estaba al pendiente de Candy.
De esa forma, Candy estaba en la biblioteca intentando concentrarse en la lectura de un libro de arte. Había estado pensando en terminar su carrera, pero simplemente, mientras su cabeza no dejara de pensar en Albert, nunca terminaría o empezaría absolutamente nada…
***-Señora – la interrumpió el mayordomo – la busca una señorita… - el hombre hizo una pausa deliberada – dice ser… Jennifer Logan, y afirma ser la prometida del señor Andrew – Todo el cuerpo de la rubia se tensó, nunca esperó recibir esa visita, sabía de su existencia pero solo imaginaba como sería, ¿podría vivir conociendo en carne y hueso a la mujer que había escogido Albert para casarse?
-Hazla pasar – Dijo con seguridad. El mayordomo así lo hizo y cuando Jennifer tuvo enfrente a la esposa de Albert, comprendió, muy a su pesar, que no tenía punto de comparación con esa mujer. Candy estaba vestida de una manera muy sencilla, pero sobria, elegante y contradictoriamente juvenil. Un fino vestido de seda, que le daba un aire de belleza innata, la chica no llevaba nada de maquillaje y a pesar de todo, su piel era perfecta. Nada en comparación con ella. Se sintió de pronto más pequeña que una hormiga e insignificante como una mota de polvo. Ante esta revelación, se irguió lo más que pudo y busco serenidad en su voz, la cual no sentía en absoluto.
-Señora Cornwell – La llamó deliberadamente omitiendo el hecho de que al ser esposa de Albert era la señora Andrew. Esto no pasó desapercibido para Candy, que notó hostilidad de parte de la joven asistente.
-Candice Andrew. –Puntualizó Candy sin más explicaciones, y sintiendo el antagonismo creciente en le ambiente – mucho gusto – con elegancia extendió su mano para saludar a la otra joven, ella respondió con cierta timidez – Dígame señorita Logan, ¿qué desea? –
-Seré breve, señora. No quiero perder mi tiempo ni hacérselo perder a usted –
-La escucho –
-Creo que sabe perfectamente bien quien soy – Candy asintió con un movimiento de cabeza – Su aparición nos ha tomado por sorpresa. Sé que no es culpa suya regresar después de haberla creído muerta, ni fue su culpa que haya sido privada de su libertad. Pero yo tampoco soy culpable, y amo a William, él , me propuso matrimonio mucho antes de que usted apareciera. Como sabrá, él y yo no podemos casarnos, porque al aparecer con vida, el vínculo legal entre ustedes dos sigue vigente… - hizo una pausa – así que le pido que libere a William de ese vínculo y le otorgue el divorcio.-
Candy se quedó estupefacta, se había imaginado a una chica llorosa, enamorada y que a estas alturas estaría sufriendo lo indecible, pero lo único que tenía frente a ella era a alguien egoísta y manipuladora; ni siquiera había mencionado a Albert en todo eso. Ella esperaba algo como: “William no quiere separarse de mi, pero su compromiso se lo impide, está sufriendo por tomar la mejor decisión” o algo por el estilo. En cambio, solo había escuchado el pronombre “ella”. “Ella quería”
-¿Y qué quiere Albert? – Jennifer no se esperaba esa pregunta. Se puso nerviosa.
-William y yo no hemos hablado – Aseguró.
-Creo que es algo extraño – meditó Candy – eso quiere decir que, desde hace una semana Albert sabe que estoy viva, y en todo ese tiempo, usted, siendo su prometida no ha hablado con él. Entonces, me pregunto yo, ¿Cómo supo que estaba viva? – Jennifer palideció. Nunca se esperó esa pregunta, intentó disimular su nerviosismo, y al mismo tiempo, inventar algo que la ayudara a salir del atolladero.
-Bueno… yo…William…él está confundido – Candy sintió que un peso menos encima, por un momento creyó que Albert sí quería casarse con ella.
-Ah! Ya veo, entonces usted… - no dejó que Candy terminara.
-¡Él tiene que casarse conmigo! – Le dijo casi gritando – estoy esperando un hijo de él – Mintió descaradamente. Candy por unos minutos se quedó inmóvil. – No creo que usted sea capaz de separar a un hijo de su padre. Mi hijo debe llevar un apellido legítimo. – Sí, sabía que su mentira era algo absurda, pues Albert jamás la había tocado. Pero eso le daría tiempo, y cuando se casara con él, esa mentira se volvería realidad. Candy sintió un nudo en la garganta, sintiendo pena por la joven y su bebé, pero la voz de Anthony rompió bruscamente sus pensamientos y la trajo de vuelta a la realidad.
-¡Mami! Mira lo que me compró mi tía Annie – el niño entró corriendo, para enseñarle su nuevo juguete. Ante la visión de un niño idéntico a William Andrew, Jennifer sintió desfallecer.
-Anthony, ve a tu recamara. Yo iré en un momento más – El niño obedeció inmediatamente, sin prestar atención a la mujer que solo lo siguió con la mirada. Candy estaba más repuesta y le dijo a Jennifer:
-¿Y usted? – Preguntó Candy - ¿Usted sería capaz de separar a mi hijo de su padre? – Jennifer se congeló ante esa pregunta. Se sintió humillada, la mentira que acababa de inventar, era una realidad para Candice Andrew. De pronto se preguntó si podría seguir con eso.
-Será mejor que me vaya. Solo apelo a su buen corazón – sin decir más, salió de la casa. Dejando a Candy muy pensativa…***
La visita de Jennifer, hizo sentir a Candy como una egoísta. ¿Con Jennifer?
No.
Con Anthony y Albert. ¿Cómo les podía hacer eso? Los mantenía separados y estaba plenamente consciente de la actitud huraña que mantenía Anthony hacia su padre. Y lo peor, era que ella no había hecho nada por aclarar el asunto. De pronto, entró Stear y Candy volvió la vista hacía su reloj, eran las cinco de la mañana.
-¡Por amor de Dios, Stear! – Le recriminó Candy incorporándose en su propia cama – creí que con los años se te quitaría la costumbre de entrar sin llamar a mi recamara. Menos mal que ya estaba despierta –
-Las costumbres se convierten en hábitos hermanita – le contestó Stear, con una sonrisa burlona.
-¡Pero podría no estar visible! –
-Candy, siempre serás mi hermanita pequeña. Y en cuanto a no estar visible, a menos que desaparezcas y atravieses paredes, siempre estás visible – Ante la cara de enojo de su hermana, Stear soltó una carcajada.
-Muy gracioso – Candy se cruzó de brazos - ¿Qué cosa es tan importante como para que entres así, a estás horas? La última vez, si mal no recuerdo, fue para casarte con Patty, no quiero imaginarme qué será ahora –
-Pues también tiene que ver con un matrimonio… el tuyo –
-¿Qué quieres decir? –
-Vístete, y te esperamos abajo. Haremos un pequeño viaje –
-¿Me esperan? ¿Quiénes? – Preguntó con el ceño fruncido.
-Archie y yo. Apresúrate – dio la vuelta y salió. Quince minutos más tarde, bajó y encontró a sus hermanos en la puerta de la casa. Los tres salieron y aunque Candy les preguntaba a donde se dirigían, sus hermanos solo contestaban: “Espera y verás”. Una hora después, Candy estaba preocupada por regresar a tiempo, para alistar a Anthony para la escuela. Sin prestar demasiada atención al camino, les dijo:
-Espero que lo que sea, me dé tiempo de regresar para… -Adelantándose a su comentario Archie le contestó con seriedad.
-Le pedimos a las chicas que si no regresábamos a tiempo, se ocuparan de Anthony. De todas formas no creo que nos tardemos. Ya llegamos –
Candy miró hacia afuera y lo que vio la dejó sin palabras. Ante ella estaba el edificio de departamentos que de recién casada ocupara con Albert. Los ojos le escocieron, y salió con rapidez. El edificio estaba remodelado, pero el barrio seguía igual. Por inercia, entró al lugar y subió por las escaleras, hasta llegar hasta su antigua morada. Ya estaba llorando. Stear se acercó a la puerta y sacó la llave para abrirla.
-Albert nos dio una copia del departamento hace años – Le aclaró ante la evidente cara de confusión de Candy. – Hemos venido hasta aquí, porque queremos que veas esto. – Candy iba a hablar, pero su hermano levantó su mano interrumpiéndola – Y a partir de ahora, solo escucharas, no quiero interrupciones Candy – Ella notó que Stear usaba el tono de autoridad que no solía usar con ella – después sacarás tus propias conclusiones. ¿Está bien? –
-Sí – Contesto ella de forma apenas audible. Archie se sentó en un sofá para escuchar a su hermano.
-Quiero que observes bien todo el lugar. – Stear le dio tiempo de ver su entorno. Ella se sorprendió, porque se dio cuenta, de que nada había cambiado en ese lugar. Todo estaba exactamente como cuando ella se fue. Stear comprendió su silencio y continuó. – Sí. Todo está como cuando desapareciste…Albert convirtió este lugar en su santuario personal. Compró el edificio, solo para que nadie más ocupara el espacio que compartió contigo. Venía aquí después de una larga noche sin poder dormir, o después de soñar contigo toda la noche. En ocho años, apenas tuvo ojos para otra mujer… siempre eras tú. Había veces que pensaba verte entre la multitud, y una vez me confesó, que solo llamaba a tu celular para escuchar el mensaje que habías grabado en el buzón de voz. Vivió de tu recuerdo, y ahora que puede volver a ser feliz, tu te sientes una salvadora, la mártir, dejando el espacio libre para que se case con alguien a quien solo aceptó por… soledad, agradecimiento, solo Dios sabe por qué lo hizo. Y no dejas que sepa que es padre de ese niño tan maravilloso como lo es Anthony. – Candy ya estaba llorando desconsoladamente. Y comprendió que, a pesar de todo, su amado Albert había sufrido mil veces más que ella. No, no solo estaba siendo egoísta, estaba siendo realmente estúpida.
-Y lo peor de todo –Continuó Archie – es que dejas que Anthony crea lo peor de su padre. Lo expones a la compañía de ese doctor que solo Dios sabe que intenciones tenga –
-¿Qué… qué quieres decir? – Preguntó ella secándose las lágrimas.
-¿Sabes acaso quien le metió en la cabeza a Anthony que su padre no lo quería? –
-No. Yo no… - Y de pronto un pensamiento vino a su mente – él empezó a pensar así, poco antes de regresar, cuando vivíamos con Jeremy – Un silenció se apoderó de ellos. Y los tres comprendieron de qué se trataba todo eso.
-Prométeme que pensarás en todo esto Candy – Le pidió Stear. La verdad era que le había partido el corazón ver así a su hermana después de todo lo que sufrió. Pero era necesario.
-Lo haré – Dijo Candy decidida – de eso no te quepa la menor duda. Creo que he sido un poco testaruda –
-¿Un poco? – Preguntaron sus hermanos al unísono. Los tres rieron a carcajadas y se fundieron en un abrazo.
-No quería verme como la mártir – Aclaró ella haciendo un puchero.
-Lo sé – Le dijo Stear – pero de una manera u otra teníamos que hacerte entender. ¿Me perdonas? –
-Ya sabes que sí, tonto. –
-Será mejor que nos vayamos – les recordó Archie – son más de las siete – Sus hermanos asintieron.
-Esperen por favor – pidió Candy – debo traer algo – Y sin dar más explicaciones, salió corriendo hacia la recamara. Después de unos minutos, salió con una caja rectangular.
-¿Qué es eso? –
-Un hermoso recuerdo… -
No pudo alcanzar a Anthony, llegaron después de la hora en que solía partir con sus primos a la escuela. Candy no perdió más tiempo y llamó a Jeremy, lo citó en su casa por la tarde.
Mientras tanto, Annie había salido a la piscina a nadar un rato. Estaba recostada sobre el camastro, descansando un poco. Ella ignoraba que Archie la observaba detenidamente desde la entrada. La verdad desde la supuesta muerte de Candy, la comunicación entre ellos se había vuelto nula. Al parecer, las peleas constantes era su medio de comunicación. Y Archie se dio cuenta que extrañaba su sonrisa y su ingeniosa mente para responder con rapidez a las bromas de mal gusto que él le hacía. Había tenido novias y una que otra aventura, pero con ninguna se sentía como con ella. “He madurado, ya es tiempo de que siente cabeza”, se dijo. Y se dio cuenta que durante ese tiempo se mantuvo alejada de ella, porque sentía que no merecía ser feliz, si su hermana no estaba con ellos. Pero eso cambiaría, Annie Britter era, en pocas palabras, la mujer de su vida.
-¡Hola! – Habló él, con algo de timidez, al acercarse a la chica y sentarse en el camastro a lado de ella.
-Hola Archie – Contestó ella un poco perturbada ante la magnífica presencia masculina.
-Quiero darte las gracias por el apoyo que le estás brindando a Candy durante estos días – Annie parpadeó varias veces, los rayos luminosos del sol, le conferían un hermoso brillo al rostro del joven. Y el tono de su voz, denotaba cierta masculinidad, mezclada con una inherente ternura que hizo que Annie, sintiera mariposas en el estomago. Tuvo que admitir, que toda su vida había estado enamorada de Archivald Cornwell.
-No tienes que agradecer nada – Contestó ella cuando pudo articular palabra – sabes que quiero a Candy como a mi hermana y lo que sea por ella. Además, ya me hacía falta regresar a Estados Unidos, no sé por qué, pero en esta tierra me siento como en casa. –
-Pues espero que te quedes con nosotros un buen tiempo. – Annie lo miró preguntándose a qué se refería. Él la comprendió – tal vez yo podría ayudarte a conocer algunos lugares que estoy seguro te agradarán. –
-Oh! – Exclamó Annie, como si estuviera esperando alguna confesión de parte de Archie – sí, me gustaría mucho. Te lo agradezco. –
-¡Qué bien! – contestó Archie demasiado entusiasmado. Al momento, corrigió su postura, esperando que Annie no hubiera tomado atención a su evidente ánimo. – Me pregunto si… ¿tienes planes para cenar? – Le preguntó de pronto, conforme empezaba a incorporarse.
-¿Planes? – Preguntó Annie perpleja – Pues, solo los que tengo con todos ustedes aquí –
-Genial. Entonces, ¿te gustaría acompañarme a cenar a un restaurant italiano, que acaban de inaugurar? –
-Claro Archie, me encantaría – Con una sonrisa llena de coquetería, levantó la vista para verlo. Fue el turno de Archie de sentirse perturbado.
-Entonces, ¿te parece bien a las siete? –
-Me parece perfecto –
-Bueno, nos vemos en la noche. – Archie se despidió de ella, tomando su mano muy galantemente depositando un beso en el dorso. Le guiñó el ojo y con su elegancia natural, comenzó a caminar hacia la casa.
-Hasta la noche Archie – Se despidió Annie en un susurro, solo para ella. no desaprovecharía la oportunidad de conquistar a Archivald Conrwell…
OoOoOoOoOoO
-Estoy muy nerviosa, Elisa. No sé cómo hacer para acercarme a Albert y decirle que tenemos un hijo. Me va a odiar – Candy se estaba alistando para ir a recoger a Anthony al colegio. Elisa había llegado tal como lo había prometido.
-No te odiará, te lo aseguro. Solo ya no demores más tiempo en decírselo – Contestó Elisa con aire ausente.
-¿Qué pasa? – Preguntó Candy, al notar a su amiga algo distante.
-Le pedí a Nick encontrarnos esta tarde, no se mostró muy feliz aceptando, pero al menos podré hablar con él –
-Estoy segura que no insististe mucho. Tranquilízate, solo habla con el corazón en la mano, dile la verdad y… -
-¿Piensas que me creerá cuando le diga que estoy arrepentida? –
-Pienso que se merecen otra oportunidad. Y lo que piensas hacer, puede ser el principio de algo bueno. –
-Eso espero. Y ahora dime, ¿qué más tienes en esa cabecita rubia y testaruda? –
-¿Yo? Nada, solo lo de Anthony –
-¿De verdad piensas que te creo? Por ocho largos años conviví contigo, creo que te conozco mejor que a mi misma. Así que sé que te traes algo más. –
-Está bien – Candy suspiró en derrota - Creo saber que fue Jeremy quien habló con Anthony, para que no quisiera ver a Albert. –
-Dime algo nuevo – Comentó Elisa sin mucho ánimo, ante la mirada estupefacta de su amiga. Evidentemente, todo mundo se había dado cuenta de ello, menos ella.
-Bueno, ayer recibí la visita de Jennifer Logan – Elisa abrió los ojos con evidente sorpresa – me pidió que le diera el divorcio a Albert… además, está esperando un hijo de él. –
-¡Vaya! La mosquita muerta no perdió el tiempo, aseguró su futuro con un hijo y te quiere hacer sentir culpable por quitarle su padre al niño, ¿me equivoco? –
-No –
-¿Y qué piensas? –
-Pues irónicamente, su visita me puso a dudar acerca de lo que estaba haciendo, si sería lo correcto. No puedo apartar a Anthony de su padre y no puedo negarle a Albert, la oportunidad de saber que tiene un hijo… y no puedo negarnos la oportunidad de ser felices –
-¡Eso es maravilloso Candy! – Elisa saltaba por la habitación como una niña. Mientras las dos reían a carcajada abierta, Candy le siguió el juego. Pero de pronto se detuvo para ver la hora, ya debían salir rumbo al colegio. El chofer las esperaba al pie de la camioneta. Las dos subieron a toda prisa.
Al salir hacia la calle, nadie se percató de que había un auto estacionado a unos cuantos metros. El conductor del automóvil, enfundado en ropa deportiva, junto con lentes negros y una gorra para terminar de cubrirse el rostro, reconoció de inmediato a las chicas. Y en cuanto tuvo la oportunidad, encendió el auto, para seguirlas de manera imperceptible. Así lo hizo, durante el largo camino hasta el colegio. Al darse cuenta del lugar al que había seguido a las chicas, el conductor empezó a confundirse, ¿qué hacían ellas en un colegio? Inmediatamente, le vino a la memoria los sobrinos de la joven, ese pensamiento lo dejó más tranquilo.
Pero lo que vio a continuación lo dejo literalmente helado. Del colegio, salió a tropel un pequeño rubio, de aproximadamente siete u ocho años. Elisa bajó primero, y el niño le dio un beso en la mejilla. Pero cuando bajó Candy, el pequeño le dio un abrazo fuerte y con un beso en la mejilla, pronunció las palabras que terminaron de congelar en su sitio al joven conductor:
-¡Mami! –
El hombre sintió que el oxigeno en ese espacio tan reducido, la cabina del auto, se esfumaba. Sin embargo, no podía hacer otra cosa que permanecer inmóvil ante la escena tan conmovedora entre madre e hijo. Un leve mareo, tal vez debido a una baja de presión, le hizo notar que estaba aferrado fuertemente al volante del auto, tenía las manos frías y los nudillos blancos, por la presión ejercida.
No sabía lo que estaba sucediendo, pero se aseguraría de descubrirlo esa misma tarde…CONTINUARÁ...
Ya sólo faltan dos capítulos!!!!
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Del Brazo Y Por La Calle.
FanfictionElla es una joven millonaria, que regresa a Estados Unidos después de pasar un tiempo alejada de su familia. Él, un joven atormentado por el pasado que ha renunciado a su verdadero apellido. Vive con una familia humilde que trabaja para ese tipo de...