CAPÍTULO 12

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-¡Eres un maldito inválido! ¿Cómo puedes pensar que me quedaré a desperdiciar mi juventud, mi libertad y mi salud, cuidando a alguien que ni siquiera se puede mover?- Espetó la mujer, con coraje y odio, mientras veía a su esposo postrado en la silla de ruedas, debido a la enfermedad degenerativa que sufría.

-Por favor Sara, no me abandones. No sabes lo que es estar así, con esta enfermedad, en completa soledad. Desde que pasó lo de Candy, mis hijos ya no me visitan. Archivald ni siquiera me ha hablado desde ese tiempo. Alistear, solo viene una vez al año, a visitarme, ni siquiera conozco a mis nietos. Y todo, ¿por qué? Porque te apoyé en tu idea de separar a Candy de Albert.-

-Jajajaja, no me hagas reír Richard, no te hagas el inocente. Porque no te importó cuando querías separar a tu hija del “muerto de hambre del chofer”, no te importó cuando te enteraste de su enfermedad, y yo te di la idea de cómo separarlos. ¿Estás solo? Es por tu culpa, a mi no me cargues el muertito.

Richard se quedó callado, sabía que Sara tenía la razón, lamentablemente. Y más lamentable aún, era que en esos momentos, no se había arrepentido. Pero bien le dijo alguna vez la vieja Ely, “algún día se arrepentirá señor”, y sin duda estaba arrepentido.

Hacía cinco años que se le había  diagnosticado esclerosis múltiple. Justo cuando empezó con los primeros síntomas, Sara empezó a tener aventuras, y ahora, su amante en turno era un hombre más joven que ella, quien había conocido en uno de sus viajes que con frecuencia hacía. Todo iba bien, solo que ahora ella había decidido abandonar a Richard, par ir a vivir con su amante. Como Richard no soportaba la soledad, en la que vivía y a causa de su enfermedad que ahora ya lo tenía inmovilizado, no vio más remedio que rogarle a su esposa para que no lo abandonara. No es que la siguiera amando, pero la soledad para él era peor que su propia enfermedad, o al menos eso pensaba en ese instante, que se encontraba en sus mejores días.

-Tienes razón –admitió con tristeza-  Me convertí en alguien como tu. Y por eso estoy pagando las consecuencias. Pero no te preocupes, vete, pero no pienses que será tan fácil volver. Hasta ahora he soportado todo de ti, pero no se ocurra tratar de regresar, porque no podrás.-

-¿Y crees que me importa? No te equivoques, “esposito”, no pienso volver-Y sin decir más, tomó la maleta que estaba llenando con sus pertenencias. Al salir, con todo el rencor que sentía por quien algún día pensó que amaba, azotó la puerta.

Richard se quedó ahí, observando con melancolía la puerta cerrada. Miles de culpas se cernieron sobre él, y ahora se quedaba en la más completa, estúpida y absurda soledad. Porque había tenido todo para ser feliz. Podía haber sido feliz solamente con sus tres hijos, ahora estarían casados y conocería a sus nietos.

Pero no existe el, “hubiera”, si existiera, podríamos cambiar las peores decisiones que tomamos en la vida. Y Richard no podía cambiar el hecho de que al tomar la decisión de separar a Candy de Albert, había arruinado la vida de todos. Había veces que deseaba decir la verdad, pero, ¿cómo hacerlo? Si sus hijos no le podían perdonar todo lo que hizo y que culminó en la muerte de Candy. No, no podía hacerlo. Al menos así, Stear lo visitaba de vez en cuando. Y si le decía la verdad, nunca regresaría.

Richard, sonrío con ironía. Lágrimas escocían sus ojos, al darse cuenta de una realidad, que hasta el momento estaba escondida en su subconsciente. Era un maldito egoísta y egocéntrico que no podía pensar en nadie más que él. Si fuera diferente, les diría la verdad a sus hijos varones, y por fin sabrían que Candy… Candy…estaba viva.

Y todavía no comprendía como fue capaz de seguirle el juego a Sara cuando dijo semejante mentira. Pero lo único que importaba era separar a su hija de ese hombre. No importaba como, solo lo haría. Pero lo hizo…y sin duda, estaba pagando las consecuencias de todo. Y ahora la vida, decidía compensar todo lo que hizo, con esa enfermedad, que lo llevaría a la muerte. Y es que con la misma simpleza con la que decidió, por Candy, con la misma idea con la que se sentía con el poder en la mano…había olvidado una ley importante: “Todo lo que el hombre siembre, eso también segará”…

Del Brazo Y Por La Calle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora