CAPÍTULO 15

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Las siguió casi como un autómata. El único pensamiento coherente para él era hablar con Candy. Tenía que saber, ella tenía que aclararle todo, si ese pequeño rubio resultara ser… ¡su hijo! Sería un milagro hecho realidad, en sus más remotos sueños, siempre imaginó cómo sería un hijo de Candy y él. Se imaginó estrecharlo entre sus brazos, que ese pequeño, pudiera llamarlo: “Papá”. Sonrío ante ese solo pensamiento.

Albert se removía incómodo en su asiento mientras su corazón latía a ritmo desesperado. La camioneta se había detenido en un café cercano a su casa, y bajó Elisa. Ella se quedó ahí, pero Candy y el pequeño no. Albert continuó siguiéndola, hasta que llegó a la mansión donde vivía con sus hermanos.

Después de cinco minutos de estar dentro del auto, tranquilizando sus pensamientos y emociones, salió con paso decidido, dispuesto a hablar con ella.

Con determinación oprimió el botón del interfono.

-Buenas tardes, señor Andrew. ¿En qué puedo ayudarlo? – Contestó  el mayordomo. Para Albert no fue extraño que el hombre no le invitara a pasar dentro de la casa, sabía que Candy le tenía prohibida la entrada a la mansión.

-Buenas tardes, Wilson. Por favor, dile a Candy que quiero hablar con ella. Es urgente. –

-En un momento señor. – Se produjo un silencio tortuoso mientras él esperaba.

Dentro de la mansión, Candy estaba con los nervios de punta. El mayordomo le acababa de decir que Albert quería hablar con ella.

-No. No puedo recibirlo, ¡no así! – Hablaba con Patty y Annie que se habían reunido con ella.

-Pero Candy, si ya quieres aclarar todo con él, ¿no te parece más sensato hablar de una buena vez? – Le comentó Annie.

-No. No entienden, no puedo hablar con él en estos momentos. No cuando Anthony piensa lo peor de él. ¿Cómo le voy a decir que tenemos un hijo, si este lo odia? Necesito aclarar todo con Tony, además, en una hora llegará Jeremy, y no puedo hablar con Albert en una hora. –

-No claro, necesitarás mucho tiempo. Las reconciliaciones, son las mejores – Comentó Patty con una sonrisa pícara.

-¡Patty! – Exclamó Candy ruborizada. – Necesito tiempo amigas, por favor, ayúdenme. – Las tomó de las manos – Hablen con él, díganle que no puedo atenderlo en estos momentos, por favor. Si yo lo veo, no podré resistirme para lanzarme a sus brazos, pero primero debo aclarar todo. –

-Está bien – Contestó pesadamente Annie – hablaremos con él, pero créeme que no será fácil –

Albert se encontraba desesperado, los minutos que habían pasado, le estaban pareciendo horas. Empezó a caminar de aquí para allá, buscando una solución para entrar y hablar con ella.De pronto se le antojó que los muros se veían demasiado fáciles de saltar, y él estaba en buena condición física, así que no habría ningún problema.  Pero al mismo instante, aparecieron las amigas de Candy. Definitivamente, eso no le agradó.

-¿Y Candy? – Preguntó con cierto enfado.

-Albert, lo sentimos mucho, pero Candy te pide que regreses mañana. Hoy tiene que arreglar ciertos asuntos y no tiene tiempo de hablar contigo. – Patty vio como el rostro de Albert se iba endureciendo, tenía el seño fruncido y la mandíbula demasiado apretada. – Por favor, regresa mañana, hoy no puede ser. – La súplica de la chica no hizo que aminorara su frustración, pero no podía desquitarse con ella.

-Solo díganme una cosa, es lo único que quiero saber, ¿Quién es el niño por quien fue al colegio Candy? – La pregunta las dejó sin palabras, no supieron qué decir así que mejor emprendieron la graciosa huida.

-Albert – Lo llamó Annie – creo que será mejor que esperes a hablar con ella. Nosotros no podemos interferir en sus asuntos. Ahora si nos disculpas, hay cosas que debemos hacer. –
Sin decir más, las dos se retiraron dejándolo solo en medio de la calle. Albert comprendió un poco su actitud, eran amigas de ella, no de él. Pero, ¿por qué simplemente no le decían quien era ese niño? No podría seguir tan tranquilo hasta el día siguiente, no podía hacerlo pensando que tenía un hijo… así que una idea pasó por su mente. Elisa debía seguir en ese café, con ella sí podría hablar, ella no saldría corriendo como las dos chicas con quien acababa de hablar. De esa forma, como si lo estuvieran persiguiendo, se dirigió a su auto y sin pensar más emprendió el recorrido…

OoOoOoOoOoO


-Muchas gracias por venir Nick – Elisa se encontraba frente a Nicholas. Se había retrasado unos minutos y ella sintió que se desmoronaría si no llegaba. Lamentablemente, el joven que tenía frente a ella, estaba tan hermético como desde la primera vez que lo volvió a ver.

-No quiero parecer grosero, Elisa, pero por favor, trata de ser lo más breve posible. Tengo mucho trabajo qué hacer antes de regresar a casa. –

-Entiendo. No te quitaré mucho tiempo… Yo…solo quiero que sepas que…bueno, yo… -

-Elisa, sin rodeos por favor. Ve directo al asunto, no hay por qué hacer esto más tardado, ¿o sí? –

-No, por supuesto. Quiero que sepas, que estoy consciente que debes odiarme por la forma en que te traté hace ocho años, que estoy muy arrepentida por la forma en que me comporté. Cuando estábamos comprometidos, fui una egoísta, egocéntrica, manipuladora y dañé tus sentimientos… -

-Dime algo nuevo – La interrumpió él, con sorna.

-Nunca debí desquitarme contigo, por la forma en que Sara me manipulaba. Después de todo tu no tenías la culpa de nada. Sé que tal vez es difícil creerme, pero, lo nuevo que tienes que saber, es que nunca he estado tan arrepentida de algo en mi vida. – Él la miró con una mirada incrédula – No, no me veas así. Estos años en encierro, me hicieron ver mis errores y lo mal que estaba llevando mi vida. Y que en ese inter, le hice daño a mucha gente, tú eres el principal. Siempre me trataste con respeto y… -

-Y amor – Continuó él sin pensarlo. Pero al instante se arrepintió de sus palabras.

-Sí, con amor… -Elisa calló unos momentos, intentando en vano detener las lágrimas que ya corrían por su fino rostro. – Por eso te pido… - De nueva cuenta se detuvo, esta vez porque su voz salía quebrada por el llanto – por eso te pido, que… que me perdones. Por favor. – Nick, se quedó estático, nunca pasó por su mente que Elisa Leagan pudiera hablarle de esa forma, admitir el daño que le había causado y sobre todo, pedirle que la perdonara. Elisa esperó impaciente su respuesta.

-¿Eso es todo? – Le dijo él como si nada. Aunque por dentro quería consolarla, ya que el llanto no cesaba.

-Pues, parece que sí – dijo ella, Nicholas se puso de pie, y sin dejar de verla, se giró y empezó a caminar. Sentía que si decía algo, lo único que saldría de sus labios sería un: “Nunca te he dejado de amar”. Pero no podía exponer su corazón de nuevo.

-¿Nicholas? – Elisa lo había seguido, el volteó a verla y sin querer le preguntó lo que le había estado carcomiendo desde que la volvió a ver:

-¿Lo sigues amando? – No fue necesario que le aclarara a quien se refería.

-No. Creo que solo fue un espejismo, pero definitivamente ya no siento nada por él – La respuesta tan contundente, y dicha sin pensarlo ni un segundo, le dio esperanzas al joven. Elisa agradeció, que a esas horas del día, el café estuviera libre de gente, pues no hubiera podido actuar así con el lugar lleno.

-Bien. Será mejor que me vaya, es demasiado tarde. – Le dijo mirando su fino reloj de pulsera.

-¿Me vas a perdonar? – Volvió a rogar Elisa.

-Es que eso es lo que se te escapa, Elisa. Nunca te he odiado. – Y sin decir más, Nicholas salió del lugar, dejando a Elisa confundida. ¿Qué había tratado de decirle? Quiso gritarle y salir corriendo tras él, pero tal vez la poca dignidad que le quedaba la detuvo. O tal vez, que deseaba en lo más profundo de su corazón que esas palabras solo significaran que podía darle otra oportunidad. En eso estaba cuando una voz familiar le llamó por su nombre.

-Elisa –

Elisa se volvió y tuvo ante sí, al mismo William Albert Andrew. Lo observó detenidamente y aunque sin duda, estaba más atractivo que antaño, efectivamente, ya no sentía nada por él.

-Albert –

-¿Podemos hablar? –

-¿Tu pagarás la cuenta? – Preguntó con una sonrisa en su rostro, pero Albert pudo observar que había estado llorando. Estuvo esperando hasta que ella dejara de hablar con Nick, pero se sorprendió cuando vio la forma en que este, había salido dejando a Elisa sola. Sin embargo, Albert se sentía demasiado desesperado como para esperar un momento más.

-Solo mientras no comas demasiado – Contestó él, siguiéndole el juego. Y ambos se sorprendieron por la forma tan familiar con que se estaban tratando. “Bueno – pensó Elisa – al menos él no la odiaba”. Tomaron asiento en el mismo lugar que minutos antes ocupara con Nicholas.

-¿Qué quieres saber? Porque me imagino que no solo quieres saludarme y preguntar cómo estoy –

-No es necesario preguntártelo, se ve que estás bien. Y sí tienes razón, quiero saber algo… -

- ¿Qué cosa? –

-¿Quién es el niño que fueron a recoger al colegio? – Elisa se sorprendió, todo esperaba menos esa pregunta, se preparó para darle un respuesta satisfactoria…

OoOoOoOoOoO


-Anthony, tienes que decirle a tu mami, por qué de pronto piensas que tu papá no te quiere. ¿Por qué no quieres verlo? – Stear trataba de que su sobrino le dijera la verdad, Candy había estado intentando en vano que hablara con ella, pero solo había logrado hacerlo llorar. Al ver esto, Stear habló solas con el niño.

-Nadie tío –

-Entonces, ¿de donde sacaste que tu papá no te quería? Hasta donde tu mamá me ha comentado, tu querías conocer a tu papá, ¿no es así? –

-Sí – le dijo el niño con sus ojitos llorosos.

-Entonces, ¿quieres que tu mami siga pensando que es su culpa? ¿Qué siga llorando por qué no le dices la razón de que pienses así? Creo que ya estás lo suficientemente grandecito, para que sepas, por qué tu papá no estuvo con ustedes, no fue culpa, ni de tu mamá ni de tu papá. Si él no te buscó en todo este tiempo, es porque no sabía que tenía un hijo. –

-¿Y ahora? ¿Por qué no ha venido a verme? –

-Porque tu mamá y él necesitan hablar primero, y él no sabe aún que tu eres su hijo. Pero te aseguro que en cuanto lo sepa, no dudará ni un momento en venir a conocerte.  –

-¿De verdad, tío Stear? – La mirada del niño conmovió a Stear, sus ojitos hablaban por sí solos. Tenían la esperanza de que su padre sí lo quisiera.

-De verdad, campeón. –

-Es que hice una promesa – Dijo el niño bajando la mirada – Él me dijo que mi papá no me quería, pero también  me dijo que le  prometiera que no le diría a mi mami, para que no llorara. –

-¿Quién es él, Anthony? –

-El tío Jerry – Stear apretó con fuerza los puños. Ya se imaginaba algo así, pero que el pequeño se lo corroborara lo sacó de quicio. ¿Cómo podía un hombre romper las esperanzas de un niño, solo para manejarlo de  acuerdo a sus sucios propósitos?

-Será mejor que se lo digas a tu mami. Está muy preocupada por todo esto –

-¿Se va a enojar conmigo? –

-No. No te preocupes – Stear muy molesto salió para explicarle a Candy y ella entró directamente para abrazar a su hijo.

-¿Por qué no me lo dijiste, Tony? – Preguntó ella.

-El tío Jerry, me dijo que si te decía algo, llorarías mucho. Y yo no quiero verte llorar –

-Pero aún así debiste hacerlo. ¿No te das cuenta que me dolía ver que no querías a tu papi? –

-Pero él me decía que llorabas porque no mi papá no nos quería –

-No es cierto. Nada de lo ese hombre te dijo es cierto. ¡Perdóname! –Lo abrazó fuertemente – nunca debí permitir que él se acercara a ti. –

-Pero no llores mami – Le limpió con sus manitas el llanto que Candy había derramado.

-No. No lo haré más, te lo aseguro. Y muy pronto conocerás a tu papi. Pero nunca pienses que él no te quiere o que te abandonó. Él todavía no sabe que tuvimos un hermoso hijo. –

-¡Ew! –Exclamó horrorizado el niño – yo no soy hermoso, yo soy hombre mami. Solo las mujeres son hermosas. – Declaró muy orgulloso.

-¡Vaya con el jovencito! ¿Entonces ya no eres mi bebé? –

-Sí. Pero, ¿solo puede ser entre tú y yo? –

-Por supuesto que sí. Entre tú y yo siempre serás mi bebé. – Le dio otro abrazo al niño, que incomodo se removió entre sus brazos.

-¿Cuándo conoceré a mi papá? –Le preguntó ansioso.

- Tal vez mañana – Le aseguró Candy.

-Entonces ahora, ¿ya puedo ir con mis tías y mis primos al parque a jugar? –

-Por supuesto – Anthony salió corriendo, y Candy una vez más se sorprendió de la facilidad que tenían los niños de olvidar los temas rápidamente. El que Tony saliera en esos momentos de la casa le ayudaría a enfrentar sin problemas a Jeremy.

Solo unos minutos después que salieran al parque, Jeremy hizo su arribo a la mansión. Se sentía con el triunfo en la mano. Había logrado que Anthony no quisiera saber nada de su padre y estaba cien por ciento seguro que a estas alturas Albert ya había firmado el divorcio. Lo cual le dejaba el camino libre con Candy.  Y ese día volvería a hablar del tema con ella. Lo hicieron pasar al salón, y esperó pacientemente.

Stear se quedó esa tarde en casa con el firme propósito de acompañar a su hermana cuando hablara con el cretino ese. Stear le había pedido a Candy que le permitiera darle una lección, pero Candy se negó, diciéndole que ella era quien debía arreglar todo el asunto. Solo le permitió estar presente, pero sin interrumpir. Lo cierto era que Stear no sabía qué pensaba hacer su hermana.

Cuando Candy hizo su aparición, Jeremy se regocijó. Por fin aceptaría ser su esposa. Pero la figura imponente de Stear detrás de ella, junto con la mirada iracunda de Candy, lo hicieron retroceder de inmediato. Candy caminó hasta él.

¡Plaf! Un sonido hueco se oyó en el salón. Jeremy se llevó una mano hasta la mejilla donde Candy le había plantado una cachetada con todas sus fuerzas.

-¡¿Cómo te has atrevido a utilizar así a mi hijo?! ¡Le mentiste! ¡Jugaste con sus sentimientos, solo lo utilizaste y todavía vienes como si nada! – Le gritó indignada.

-Candy, no sé… -

-¡¿Qué no sabes de qué hablo?! ¡De la estúpida mentira que le dijiste a mi hijo, de que su padre no lo quería, lo hiciste sufrir y nunca te lo perdonaré! –

-Candy, yo solo lo hice por  qué te amo –

-¡AMOR! – Gritó más fuerte Candy, no podía creer el cinismo de ese hombre - ¡¿Hablas de amor?! ¡Tú ni siquiera sabes lo que es eso. Solo sabes que con tal de salirte con la tuya, tienes que engañar y, lo peor de todo romper las ilusiones de un niño. DE MI HIJO! Eres un cínico, sin vergüenza, poco hombre…tonto! – Dijo Candy no hallando palabras adecuadas y que demostraran su educación, porque en esos momentos se le venían a la mente otros insultos más ofensivos, pero menos elegantes y su educación le impedía proferirlos en voz alta.

-¡Lárgate de mi casa! – Con una seña le indicó la salida. Pero increíblemente, el hombre no se movió un centímetro de donde estaba.

-Ya es demasiado tarde – Le dijo con una sonrisa burlona en su rostro, tocándose la mejilla que aún le dolía. Era increíble que una mujer tan menuda como Candy, pudiera tener tanta fuerza. - Le hice una visita a tu amado esposo ayer por la tarde. Le dije que yo era tu futuro esposo, y le exigí que firmara el divorcio. Créeme, Candy, él me creyó cada cosa que le dije. – La desvergüenza de ese hombre sacó de sus casillas a Candy, y poco a poco se acercó hasta él. Stear que se había mantenido recargado en el marco de la puerta, caminó detrás de su hermana. Pero lo que hizo Candy, nadie se lo esperaba.

La rubia cerró con fuerza su pequeño puño derecho y sin que se lo esperara, le dio un puñetazo a Jeremy en la mandíbula. Él había pensado que le daría otra cachetada, y este golpe le dolió. No porque Candy le hubiera hecho demasiado daño, sino porque eso demostraba lo mucho que amaba a su esposo. Candy retrocedió hasta donde estaba Stear, tomándose la mano que sacudía constantemente para sentir los huesos en su lugar, tal vez le había dolido más a ella que a Jeremy, pero tenía que hacerlo. Su hermano le tomó la mano entre las suyas.

-¿Estás bien? – Le preguntó.

-Sí. Por favor, sácalo de aquí –

-Bien doctor – Stear lo tomó por el brazo de la misma manera en que Albert la tarde anterior. Él lo sacó personalmente de su casa. – Será mejor que haya entendido el mensaje, no queremos volver a verlo por aquí. Y dele gracias a mi hermana que me pidiera arreglar esto ella misma. Porque mis planes no se limitaban a una simple cachetada o a un pequeño golpe en el rostro. Lo hubiera mandado al hospital, y no precisamente como cirujano, créamelo. Y si en algo aprecia su estabilidad emocional, laboral, y física,  no se le ocurra, volver a Chicago. Olvídese de que conoció a Candy, haga de cuenta que nunca pasó nada de esto. – Con la amenaza todavía resonando en su mente, el médico se dio la vuelta, y empezó su recorrido por la amplia calle. Había perdido, lo sabía. Y también sabía que el hermano de Candy era un hombre muy influyente, podía hacerle la vida imposible si se lo proponía. Con las manos metidas en los bolsillos, decidió hacer caso al joven magnate, se olvidaría de Candice Cornwell, y jamás regresaría a Chicago…


OoOoOoOoOoO


-¿Y bien? ¿Vas a dejar de darle vueltas al asunto y me dirás lo que quiero saber? – Albert había pasado todo ese tiempo, escuchando a Elisa como su madre la había secuestrado al igual que Candy. No es que le importara que Albert supiera los detalles, pero muy astutamente desvió la conversación para que Albert olvidara el tema. Pero más tarde que temprano, se dio cuenta que eso no sería posible.

-Está bien. ¿Qué quieres saber? –

¿Quién es el niño que fueron a recoger tú y Candy al colegio? Y basta de evasivas, ya sé lo que quieres hacer. –

-Albert, creo que lo mejor es que se lo preguntes a Candy –

-¿Y crees que no lo intenté? Fui hasta su casa, pero me mandó a sus dos guaruras, diciéndome que no podía hablar conmigo. ¿Qué querías, que me metiera a la fuerza, que le gritara en medio de la calle? Ya estoy bastante mayorcito para dar ese tipo de espectáculos… aunque si te soy sincero, sí me pasó por la cabeza saltarme la barda – Confesó apenado.

-¡Ay Albert! Nunca dejarás de ser tú. Eres impulsivo por naturaleza, y por la forma en que lograste que Candy aceptara ser tu esposa en tan poco tiempo me lo confirma. Por cierto, ¿Quiénes son sus guaruras? –

-¿Quién más? Annie y Patty, y cuando les pregunté lo mismo que te estoy preguntando a ti, salieron corriendo. –

-Típico de ellas – contestó Elisa riendo a carcajadas.

-¡Por Dios! No te burles de mi. –

-No me burlo créeme. Pero solo de imaginar la cara que pusieron… la hubieras filmado –

-Tengo cosas más importantes qué hacer, Elisa. Y por lo visto tú no te llevas bien con ellas. –

-No. Me siguen pareciendo aburridas y asustadizas. Creo que el sentimiento es mutuo, ellas no confían en mi y yo no estoy de acuerdo en su forma de apoyar a Candy. Creen que haciendo exactamente todo lo que les dice la están ayudando. Y eso no va conmigo, hemos tenido varios desacuerdos. –

-Pues demuéstralo –

-¿Qué cosa? –

-Que eso no va contigo. Dime quien es el niño. –

-Pues creo que tú ya tienes la respuesta. ¿O me equivoco? –

-Entonces… ¿es cierto? ¿Es mi… es mi hijo? – Preguntó con ansiedad Albert.

-Es un pequeño rubio, de ojos azul verdoso, que hace las mismas muecas que tú. Se llama William Anthony Andrew Conrwell. – Con una mirada divertida, al ver que Albert se había puesto pálido, Elisa se recargó por completo en la silla, y cruzó sus brazos sobre su pecho, esperando una respuesta de parte de él. Después de lo que parecieron siglos, él contestó:

-Ayúdame a hablar con Candy. Hoy mismo… -

-Antes que nada – le dijo muy seria Elisa – quiero que me digas algo. –

-¿Qué cosa? –

-¿Qué pasa con… tú prometida? –

-¿Qué pasa de qué? No pasa nada Elisa, ya hablé con ella y le dije que no podía casarme. Eso es todo. –

-Y, ¿exactamente cuando fue eso? –

-Ayer por la tarde. ¿Por qué? –
-
¿Hace mucho que la conoces? ¿Confías en ella lo suficiente? –

-No sé a donde quieres llegar, pero sí, ella trabaja conmigo desde hace varios años. Y hasta ahora, he podido confiar en ella, ¿por qué? –

-¿Trabaja, dices? –

-Es mi asistente personal – Elisa sintió que se hacía la luz, Albert mencionó las palabras mágicas.

-¿Entonces siempre ha sido tu asistente? –

-Sí –

-Creo que debes saber un par de cosas de tu… bueno, de la persona que trabaja para ti. –

-¿Qué pasa Elisa? Me estás preocupando. –

-Bueno, creo que debes saber que, después de que operaran a Candy y tuviera cierta recuperación, empecé como desesperada a localizarlos. A ti  y a nuestros respectivos  hermanos. – Albert escuchaba atento – Yo localicé el teléfono de tus empresas aquí, y cuando llamé, tu asistente me atendió. Yo le dije que necesitaba hablar contigo de forma urgente, que se trataba de tu esposa. – Elisa hizo una pausa, pero Albert no dijo nada – Ella me dijo que tu esposa estaba muerta, pero que de todas formas no podía informarte nada, porque te encontrabas en Suiza. –

La actitud pasiva que había mostrado Albert, de repente, explotó. Como si le hubieran prendido una carga de dinamita, de súbito hecho su silla hacía atrás, haciendo que  Elisa se sobresaltara. Tal parecía que quisiera aventar lo que tenía a su alrededor.  Con nerviosismo, se pasó una mano sobre su corto cabello y volvió a sentarse en su posición original.

-No puede ser – Susurró Albert más para sí mismo.

-Entiendo que no me creas, Albert. Sé que en el pasado no fui muy confiable, pero ahora… - Elisa pensó que su incredulidad se debía a que ella no le inspiraba mucha confianza.

-No. – La interrumpió él – no quise decir que no te creía. Lo que sucede es que, no puedo creer que Jennifer haya actuado de manera tan… manipuladora. – Elisa lo miró sin entender nada. – Si ella te contestó, quiere decir que yo todavía estaba aquí, en Chicago. Ella viajó con nosotros, no se quedó en la ciudad. Así que me escondió deliberadamente  esa información, si me hubiera enterado en ese instante de que Candy estaba viva, ni siquiera hubiera salido del país y ahora no estaría pasando nada de esto. –

-Creo que fue justamente lo que quería que sucediera, Albert. Sin embargo, hay algo más. Ayer visitó a Candy, imagino que fue después que terminaras con ella. –

-¡¿Cómo?! –

-Le dijo que estaba esperando un hijo tuyo. Le exigió que te diera el divorcio. –

-Pero, ¿esperando un hijo? – Albert empezó a reírse, como si Elisa le estuviera diciendo algún chiste muy gracioso.

-Por Dios, Albert. No creo que sea para que te rías. Esto es muy serio. –

-¿Y qué dijo Candy? ¿Le creyó? –

-Pues sí, después de todo, creo que comprende la situación. – Dijo Elisa ya un tanto molesta, pues Albert parecía muy divertido.

-No hay ninguna “situación”, en este caso Elisa. –

-¿Qué quieres decir? –

-¿Nunca has oído que el mejor anticonceptivo es la abstinencia? –

-¿Cómo? –

-Yo nunca toqué a Jennifer, más allá de un casto beso en los labios. No me sentía preparado para profundizar tanto mi relación con ella, y menos de esa manera. –

-¿Quieres decir que la mustia bruja, engañó a Candy? –

-Creo que ya no debería extrañarnos, no solo la ha engañado a ella, sino a mi y por lo visto a ti también. –

-¡Cómo  íbamos a saber que no era cierto! ¿Qué piensas hacer? –

-No pienso perder mi tiempo en estos momentos yendo a aclarar todo con Jennifer, si es lo que piensas, para eso ya habrá tiempo. Ahora quiero que me ayudes a ver a Candy, necesito estar con ella a solas, sin interrupciones ni nada que pueda impedirme hablar con ella. –

-A estas horas, ella está solo con Stear, Archie está en su oficina y los demás están en el parque con los niños, esa es su rutina… ¿piensas reclamarle a Candy que  no te haya hablado de Anthony? –

-No, ni siquiera puedo pensar en enojarme con ella. Además, para ser sinceros, Candy no ha hablado conmigo acerca de nada, así que no puedo reclamarle eso. Pero quiero oír de sus labios que Anthony es mi hijo. –Albert tenía una mirada soñadora – es curioso pero, aún no lo conozco, y siento que ya lo amo. –

-Creo que es lo más natural del mundo. Es un niño maravilloso, y te adora. Candy se ha encargado de que seas un padre real para él. – Elisa omitió la parte donde Anthony decía no querer conocerlo - ¿irás a verla ahora? –

-Sí. ¿Me ayudarás? –

-¿Cómo? –

Albert le contó con calma un pequeño plan que había elaborado mentalmente mientras hablaba  con Elisa. Ella aceptó gustosa la parte que le correspondió.

-Entonces así quedamos. Yo preparo todo y mientras tu vas con ella. –Dijo Elisa.

-Sí. Solo espero que él nos quiera ayudar. –

-Lo hará. Ahora,  ¡date prisa! Llámale y cuéntale tu plan . – Los dos se pusieron de pie y salieron del establecimiento. Elisa por su parte no quiso hablar de lo que Candy le había confiado en la mañana. Quería que su amiga en persona le dijera a Albert que lo amaba y no quería separarse de él.

-¿Quieres que te lleve? – Preguntó Albert.

-No hace falta. Tomaré un taxi. –

-Elisa… eres una gran mujer. Nick lo sabe, solo hace falta que lo piense bien, ya verás. –

-Gracias Albert. ¡Ahora ve! No pierdas tiempo. -

Después de despedirse, Albert tomó su teléfono celular y marcó un teléfono muy conocido para él. oyó una voz profunda del otro lado de la línea.

-¡Stear, necesito tu ayuda!...


OoOoOoOoOoO


Después de la visita de Jeremy, Candy decidió tomar un baño de burbujas para relajarse un poco. Estaba con los nervios de punta por todo lo acontecido en los últimos días. Pero ella sabía que gran parte era su culpa. Primero, los papeles del divorcio, ¿qué pasaría si Albert ya los había firmado? Segundo, Jeremy. Al menos eso ya había quedado aclarado y Anthony ya sabía la verdad y se había mostrado feliz ante la idea de conocer a su padre, y Jeremy ya había salido de sus vidas para siempre…su mano hinchada y punzante se lo recordaba a cada momento. Tercero, Jennifer Logan y el hijo que esperaba de Albert. No quería sonar egoísta pero, ya no le importaba. Sabía que su esposo tomaría la decisión correcta y no abandonaría al niño, le daría su apellido y quedaría a su amparo… bueno, siempre y cuando Albert aún quisiera regresar con ella. Y esa era su cuarta preocupación, había llamado a Albert a su casa y el mayordomo le había informado que él estaba fuera de casa desde la mañana. No sabía dónde se encontraba, porque no estaba en la empresa y cuando quería desaparecer, utilizaba otro celular para que nadie lo localizara. Solo George y su padre conocían el número de ese teléfono.  Pero Candy no se sentía tan valiente ni con la confianza suficiente, para llamar a alguno de los hombres.

Cuando estaba a punto de vestirse, recordó lo que había traído de su departamento por la mañana. Fue hasta la cómoda donde había dejado la caja y la abrió con lentitud admirando lo que se encontraba dentro. Un hermoso recuerdo se agolpó en su mente, una tarde en el caribe mexicano, su boda, la maravillosa mirada celeste de Albert, observándola como si fuera lo mejor y único en el mundo, sus besos, el amor que prometieron darse hasta la muerte. ¿Cómo pudo haber pensado siquiera que podía vivir sin él?

Tomó con delicadeza el vestido que utilizara el día de su boda. Lo acarició con lentitud, como si temiera estropearlo. La seda blanca seguía sintiéndose suave al tacto. Se giró llevándolo sobrepuesto para poder verlo en un espejo de cuerpo entero. A pesar de que su cuerpo había cambiado con la maternidad, se sintió orgullosa de notar que aún le podía entrar en el. Pudo ponérselo y sonrió, pues parecía que le quedaba mejor que años atrás.

De pronto sintió una mirada detrás de ella.

-¡Albert! – Pudo observarlo  a través del reflejo del espejo, se giró para quedar de frente a él. Pero de pronto se sintió apenada, pues traía el vestido puesto y él solo la observaba sin decir nada. - ¿Pero qué…? ¿Cómo entraste? ¿Qué haces aquí? – Se sintió molesta por la invasión a su espacio personal, o tal vez era que no se sentía preparada para enfrentar al Albert de mirada profunda y seductora que tenía enfrente.

-Fue fácil entrar sin las dos guaruras que tienes por amigas. – Comentó en tono sarcástico - ¿Preparándote para tú boda? – Señaló con la mano el vestido de novia que lucía Candy. Ella se molestó más, ¿había sido él quien le comprara el vestido y ni siquiera lo recordaba?

-¿Qué quieres? Una debe de hacer, lo que debe de hacer. Ya que satisfice tu curiosidad, podrías ser tan amable de abandonar mi habitación y dejarme vestir, no me sentiría muy cómoda hablando contigo vestida de esta manera. –

-No lo creo – contestó ante la mirada atónita de Candy – si deseas cambiarte de ropa, aquí me quedo, no tienes nada que no haya visto y… recuerda que no es la primera vez que te veo sin ropa. – No fue lo que dijo, sino cómo lo dijo, lo que hizo que Candy sintiera que le faltaba el aire y le temblaran las rodillas.

-Eres un tonto – Espetó Candy.

-Entonces, ¿te cambiarás? –

-No. Prefiero quedarme así, antes de satisfacer tu…tu…imaginativa mente. –

-Créeme Candy, mi mente no tiene nada de imaginativa. Al contrario, mi mente está llena de vívidos recuerdos… - Un silencio se apoderó de ellos. Como si, cada uno estuvieran sopesando lo que eso implicaba. Candy quería decirle lo de Anthony y que ya no quería separarse de él, que lo amaba, pero el miedo a que pudiera rechazarla, la invadió y no supo qué decir. Albert solo quería abrazarla y decirle lo mucho que lo amaba, pero tenía que convencerla para que lo aceptara de nuevo.

Ninguno pudo saber que hubiera bastado con decirse lo mucho que se amaban, para terminar con esa absurda situación. Los dos creían saber lo que pensaba el otro. Nada más lejos de la realidad.

-Pero basta de tanta plática. –Albert abandonó el lugar que había estado ocupando desde su lugar y se acercó a Candy. Ella sintió que su proximidad la haría desvanecerse en ese mismo instante. Pero por la forma en que la cargó Albert, podía hacer todo, menos desvanecerse…al menos hacia el suelo.

Albert la tomó en sus brazos y empezó a caminar con ella. Salieron de la habitación y comenzaron a bajar las escaleras. Cuando ella reaccionó, empezó a patalear y a tratar de zafarse, pidiendo que la bajara, pero Albert ni siquiera se inmutaba, los pequeños golpes que le daba ella en su pecho solo podían causarle cosquillas.
Albert estaba en muy buena forma, tuvo que reconocer Candy. Sabía que no era ningún debilucho escuálido, pero sin duda su cuerpo estaba más musculoso que antaño, ella lo estaba comprobando de primera mano. A pesar de eso seguía con sus protestas, aunque solo era para distraerse y no quedarse como tonta frente a él.
-¡Bájame Albert! – Le exigió por enésima vez – Espera, ¿A dónde me llevas? – Preguntó confundida al ver que se seguía de largo hasta la puerta principal. En eso apareció Stear, y ella pensó que su hermano la defendería. Sintió alivio, o quizá no, pero no lo demostraría. -¡Stear, gracias a Dios! – Exclamó notando que Albert se detenía frente a su hermano. -¿Podrías decirle a este bruto que me baje? – Pero Stear parecía divertido de verla así.

-Lo siento hermanita, no puedo hacer nada. –

-¡¿Qué?!

-No te preocupes –Se dirigió a Albert, haciendo caso omiso de Candy – yo le explicaré a Archie y… a ya sabes quien.  ¿Cuándo los esperamos? –

-¡Stear! – Le gritó Candy. Él siguió ignorándola.

-Tal vez mañana –contestó con una sonrisa Albert – yo te aviso. – Sin decir más, se acercó a su auto y la metió con delicadeza en él. Se aseguró que no saliera corriendo y se apresuró a tomar su lugar. La verdad era que Candy nunca tuvo la intensión de escaparse, pero tampoco le gustaba la manera en que la estaba llevando, así, sin explicarle nada.

-¿Se puede saber a dónde vamos y por qué le dijiste a mi hermano que nos esperara hasta mañana? –

-Tienes razón, debí decirle que hasta pasado mañana. – Fue lo que contestó Albert.

-No es gracioso, Albert –

-No quiero serlo, Candy –

-¿A dónde vamos? –

-A un lugar donde podamos hablar sin interrupciones –

-Podíamos haber hablado en mi casa –

-Esa no es tu casa. – “Tendremos nuestra propia casa, donde vivamos los tres,  esa será tu casa”, quiso decirle Albert. Candy ya no dijo nada durante  el camino, notó cierta molestia en la voz de Albert cuando le dijo que no era su casa y por algún motivo no quiso molestarle más.

Candy reconoció el camino. Como no hacerlo si hacía algunas horas, había pasado por el mismo lugar. Albert la llevaba a su viejo departamento. Pero eso en vez de tranquilizarla, la puso más nerviosa, sabía que no sería fácil estar con él en ese lugar lleno de tantos recuerdos. Por eso cuando bajaron del auto, se puso rígida cuando él la tomó de la mano, para entrar al edificio.

-Esto es un secuestro, ¿sabías? –

-No sería la primera vez que sufres algo así – Contestó él encogiéndose de hombros. Esta actitud empezó a molestar a Candy.

-¡No entraré ahí! – Repuso ella resistiéndose.

-Sí lo harás – dijo él con toda la calma del mundo.

-No –

Y sin decir más, la volvió a tomar en sus brazos y empezó una nueva lucha. Llegaron hasta su departamento y Albert caminó a través de este, mientras ella seguía luchando por zafarse.

-¡Eres un bruto! –Grito Candy - ¿Cómo te atreves a traerme así? ¡Bruto, tonto… - Candy interrumpió su pequeño monólogo de ofensas al ver que Albert, ni siquiera le prestaba atención. Su expresión se había vuelto meditabunda y su mirada era triste, ella comprendió que se debía a que los recuerdos se habían hecho presentes. Ella estaba igual, estar en ese mismo lugar con él, sobre sus brazos, sintiendo la calidez de su cuerpo. Candy supo que sentir su calor era lo que tanta falta le había hecho para sentirse con vida. Ella pensó que se desmayaría…pero no fue así.

-¿Qué se supone que hacemos aquí? –Preguntó ella cuando él la puso de pie.

-Solo deseo que me escuches. Sé que no quieres hablar conmigo… -

-Albert no es… -

-No Candy, por favor déjame hablar. Quiero que sepas lo que tengo aquí adentro. – Puso una mano sobre su corazón, ella se sintió desfallecer. – ¿Sabes? Podría perfectamente suprimirte de mi vida. No llamarte para nada, no buscarte continuamente, no pensarte, no desearte. No buscarte en ningún lugar común y no volver a verte. Circular por las calles por donde sé que no pasas, eliminar de mi memoria cada instante que hemos compartido. Cada recuerdo de tu recuerdo. Olvidar tu cara, hasta ser capaz de no reconocerte. Responder con evasivas cuando te pregunten por ti, y hacer como si no hubieras existido nunca… -

Hizo una pausa, y se acercó a Candy. Levantó su mano a la altura de su rostro y lo delineó a la perfección. Acunó su rostro con ambas manos, mientras se perdían con la mirada.

Ella estaba llorando. Secó con cuidado su hermoso rostro y al acercarse a ella susurró cerca de su oído:

-Pero simple y sencillamente… Nada ni nadie podrá borrar lo que hemos vivido, borrar nuestro amor… Porque te amo y eso nunca dejará de ser. Tú eres la luz de mi vida y la razón de mi existencia… - Solo se escuchaban sollozos, pero de pronto cesaron. Albert sintió las pequeñas manos de la mujer que amaba sobre su pecho. Por un momento pensó que lo estaba haciendo para alejarlo de ella. Pero ella le echó los brazos al cuello. Se fundieron en un intenso abrazo, ella se alejó un poco de él para verlo directamente a los ojos.

-Me operaron… del corazón – Él asintió, confundido – Me dijeron que ya estaba bien – Su voz se quebraba por momentos – pero no fue cierto. – Albert la miró sorprendido pensando lo peor – No fue cierto, porque sin ti a mi lado, mi corazón se siente enfermo y late por el simple hecho de hacerlo. Porque me faltas tú, me haces falta para sentir que estoy con vida. Así que, sí. Podrías suprimirme de tu vida, no buscarme, no volver a verme, eliminar cada instante, cada recuerdo vivido a mi lado, hacer como sino hubiera existido nunca… pero aunque así lo hicieras, yo me encargaría de buscarte, y me mantendría presente en tu memoria, en tu vida, en tus deseos…y los haría realidad. Porque simple y sencillamente… Te amo… -

Albert sintió que tocaba el cielo. Pensaba lo peor, que ella ya no quería, que lo rechazaría nuevamente, pero no… ella lo amaba. Lo amaba.

Buscó sus labios. Ella también.

A medida que pasaba el tiempo, profundizaban el beso. Ella le permitió probar el dulce néctar de las profundidades de su boca y ella disfrutó reconociendo su sabor. Se embriagó de su aroma varonil, de la forma en que sus brazos la abrazaban con posesión. La delicadeza en que sus manos recorrían su cuerpo.

Él sentía que volaba. Cuantas veces había soñado con ella, respondiéndole así, de la misma forma. Sus pequeñas y frágiles manos, viajaban por todo su cuerpo. Sin duda alguna, se estaba deleitando de su musculoso cuerpo. El beso era ávido, pasional, dulce, lleno de ternura y amor. Contenía todos los matices que podían existir en el amor. Ni siquiera supieron cuanto tiempo había pasado, hasta que fueron calmándose poco a poco. Tenían que hablar y aclarar muchas cosas.

Candy suspiró cuando él abandonó sus labios. Él sonrió complacido. Sin premeditación, la levantó nuevamente entre sus brazos y la llevó hasta la habitación principal. Candy recargó su cabeza sobre su pecho, mientras lo abrazaba del cuello. Ni dijeron nada, no hacía falta.

Ella se sorprendió. La habitación estaba a media luz, llena de velas aromáticas. Sobre la alfombra y la amplia cama, pétalos de rosa estaban esparcidos. Una escena por demás romántica.

-¿Tú hiciste esto? – Le preguntó ella.

-Tuve un poco de ayuda – Le confesó. Se sentó sobre la cama, con ella sobre sus piernas. – Debemos hablar, amor. – Y ella volvió a suspirar. Le encantaba que la llamara de esa forma.

-Sí, es necesario. Creo que empezaré yo… nunca estuve comprometida. Solo fue algo que inventé para convencerte de que te alejaras de mí. – Confesó apenada. – No quería que te alejaras de mí, pero sentí que tu… bueno, esa chica no se merecía sufrir. Ahora sé que no es tan inocente, como yo creí… -

-No. No lo es. – Le dijo él acariciando su rostro – Ella no me avisó de la llamada que hizo Elisa a la empresa, todavía no viajábamos a Suiza. Pudimos estar juntos desde hace tiempo, pero simplemente ella me engañó. Y sobre el hijo que te dijo que espera… -

-Albert, yo no… -

-Shhhh – la silenció poniendo un dedo sobre sus labios – nunca estuve con ella de esa manera. Nunca la toqué, Candy, no contigo siempre presente. Sé que cometí un error al comprometerme con alguien a quien no amaba. Pero creí que eso cambiaría con el tiempo. Creí que era sincera y… bueno, el punto es que, si está embarazada, te aseguro que no es por mí. – Candy sintió que le quitaban un peso de encima. Supo que era momento de hablar de Anthony.

-Hablando de embarazos… creo que hay algo que debes saber. –

-¿Qué es? –

-Bueno pues, tú… yo… es decir, tú y yo… - Candy suspiró fuertemente, tratando de poner en orden sus ideas – Estaba embarazada cuando desaparecí, tenemos un hijo, Albert. Eres papá. –

Albert pensó que cuando ella se lo dijera, no pasaría nada. Pero se dio cuenta que escucharlo de labios de Candy, lo hacía más creíble, más tangible, más real. Sintió de pronto, sus mejillas estaban humedecidas. Las lágrimas surcaban su rostro. Candy lo acarició con dulzura y ternura, y lo abrazó con fuerza.

-Me has hecho el hombre más dichoso sobre la tierra. –

Ese fue el momento en que todos sus sentimientos contenidos salieron a flote. Albert tomó posesión de su boca con dulzura infinita. Y ella le correspondió de la misma forma. El la colocó con cuidado sobre la cama, sin abandonar un momento su dulce sabor.

Candy le correspondió todo el amor y deseo contenido por tantos años. El era el hombre de su vida. O mejor dicho su vida le pertenecía a aquel maravilloso hombre. Sintió las fuertes manos de Albert vagar libremente por todo su cuerpo, y ella no se quedó atrás.

De pronto, todo y todos a su alrededor desaparecieron y solo existían ellos dos en su mundo. Se desató el deseo y la pasión. Entre caricias y palabras llenas de amor, alcanzaron juntos las nubes. Como su primera vez, o mejor aún, pues ahora su amor era más fuerte.

La ironía se hacía presente… tantos años separados, solo sirvieron para hacer más fuerte su amor. Los lazos invisibles que los habían unido desde siempre ahora eran más fuertes e indestructibles.

-“La vida es mía, pero el corazón es tuyo” – Decía ella.

-“La sonrisa es tuya, pero el motivo…eres tú. Y de ahora en adelante, solo contaré insomnios en tu cuerpo” – Decía él. 


OoOoOoOoOoO


La mañana los sorprendió abrazados, durante la noche se amaron varias veces, y otras tantas solo hablaban de los años perdidos, y con alegría de los años venideros.

Era más de medio día cuando salieron del departamento para reunirse con Anthony. Al llegar a la casa de su hermano, Candy buscó a su hijo. Lo encontró en el jardín, con sus primos.

-¡Anthony! – Lo llamó. El niño llegó corriendo hasta ella.

-¡Mami! Te extrañé mucho. Pero mis tíos me dijeron que estabas con mi papá, ¿es cierto? –

-Es cierto – Contestó una voz detrás de ellos. El niño observó al hombre alto y rubio que estaba ahí. Abandonó el lado de su madre y se acercó con precaución a él.

Albert se inclinó hasta la altura de su hijo.

-Hola – Le dijo el niño. Albert se había quedado sin palabras, y solo observaba a su hijo como asegurándose que no fuera una ilusión.

-Hola, Anthony. ¿Me das un abrazo? –

El niño se abalanzó sobre él con gran fuerza, haciéndole perder el equilibrio y quedar sobre el suelo. Pero a nadie le importó. De pronto, Anthony le dijo a Albert:

-Te quiero mucho papi –

Candy se acercó hasta ellos y los tres con lágrimas en los ojos y abrazados, supieron que nada en el mundo los separaría…



CONTINUARÁ...

Del Brazo Y Por La Calle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora