Prólogo

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Se miraron; estaban preparados. El primero hizo una seña con la cabeza, y el segundo asintió con una sonrisa. Observó cómo el primer muchacho corría por las tejas, agarrándose con fuerza a uno de los salientes de la chimenea. Cuando estuvo seguro de que nadie de la calle le observaba, se colgó del tejado y, balanceando los pies, saltó para aterrizar con el mayor sigilo posible sobre el balcón desierto de la casa. Un par de minutos después su compañero se encontraba detrás de él.

-Tenemos que revisarlo todo -Le dijo-. Seguro que esconden un montón de joyas por todas partes.

El muchacho no escuchaba, ya había abierto un grueso saco de tela marrón y lo llenaba de piedras preciosas y monedas.

-¡Oye Law! -Se quejó el muchacho frunciendo el ceño- Escúchame cuando te hablo. Intento hacer las cosas divertidas.

Lawlien alzó la mirada al escuchar su nombre y abrió los ojos sorprendido, como si realmente no le hubiera estado escuchando. Lanzó una sonrisa de disculpa y fijó nuevamente sus grandes ojos castaños sobre el pequeño tocador.

-Apuesto a que madre se pone muy contenta cuando volvamos con los bolsillos llenos de dinero. Por fin podremos comprar su medicina. Además le voy a regalar el colgante más bonito que robemos -Se tiró sobre la acolchada cama con dosel de la habitación y suspiró mirando al techo-. Seguro que nos pagan una buena cantidad. Law, hoy te tienes que quedar a cenar ¡Estoy seguro de que quieres ver a E...!

El chico enmudeció: se oían pasos rápidos por el pasillo. El suelo crujió al otro lado de la puerta. Los compañeros cruzaron una mirada cuando esa persona llamó con el puño y cogió el pomo.

-¿Señorita? ¿Puedo pasar? -Una voz ahogada preguntó del otro lado. Lawlien tiró de su amigo hasta el balcón, echándose el saco al hombro preparado para saltar en cualquier momento. La puerta se abrió, una mujer vestida de sirvienta con una túnica negra y un delantal gris les miró sin entender qué ocurría. Entonces todo cobró sentido para ella, aquellos dos niños que no pasaban de los doce años se habían colado en la casa para robar. Su rostro se contrajo en una mueca de horror a la par que sacudía la cabeza. Sin embargo, cuando comenzó a correr ya era demasiado tarde: los dos muchachos habían saltado al tejado y corrían como alma que lleva el diablo tratando de no resbalarse por el camino. Alzó la cabeza, dispuesta a seguirlos, pero la idea fue rechazada en cuestión de segundos, ella era incapaz de seguirles- ¡MALDITOS NIÑOS, VOLVED AQUÍ! -Gritar fue su única opción, tratando de alertar al resto de personas de la calle.

Lawlien iba en cabeza, agarrándose a los salientes, y cuando por fin alcanzó la parte más alta del tejado, sonrió triunfante y se volvió a ayudar a su compañero.

-Cean, aprisa -Le dijo, tendiendo su mano. Cean la aceptó, y los dos juntos comenzaron a correr una vez estuvieron estabilizados. La gente les miraba, pero ni los hombres, ni las mujeres, ni los niños iban a ser capaces de atraparles. Saltaron de tejado en tejado, poniendo un pie delante de otro con destreza, presumiendo de haber practicado aquellos movimientos una y otra vez. Sabían cada grieta, cada subida y bajada. En sus mentes se guardaba el mapa de todos los tejados del reino.

Por fin bajaron, por la pared que daba a un establo. En esta ocasión fue Cean quien bajó primero, descendiendo con cuidado entre salientes hasta la mitad y entonces saltando para aterrizar sobre la paja doblando las rodillas. Lawlien le imitó, y poco después fueron gateando hasta la entrada, donde tuvieron serios problemas para ocultar el enorme vulto del saco. Anduvieron cerca de quince minutos, escondidos entre las sombras para evitar sospechas, Pero cuando vieron alzarse (entre muchas otras), una vieja casa de madera tupida de hojas verdes, corrieron hacia allí sin importar lo más mínimo las miradas peligrosas del resto de personas que pasaban por allí.

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