2.- Máscaras

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Tashvania dejó atrás el ruido y los bares para dirigirse a uno de los edificios más altos de la nave. Construido con piedra se alzaba varios metros con arcos y balcones adornados con volutas y gárgolas. Se internó en él y subió las escaleras hasta llegar al segundo piso, era un pasillo oscuro, iluminado por pequeñas velas. Sacó una llave y con un elegante sigilo entró en su habitación.

Era pequeña, de piedra gris y con una ventana cerrada por barrotes que daba hacia un muro donde colgaba una bandera con el símbolo del gremio. Sacó todas sus armas de debajo de su túnica, eso incluía (a parte de su daga), dos puñales y una espada pequeña, además de unas ganzúas. También sacó el saquito de dinero y la cadena de oro y lo arrojó todo a la cama. Se deshizo de su túnica y caminó hasta el baño. Se metió en la bañera, que ya estaba llena y se recostó contra el borde, suspirando.

Susurró una melodía, las notas salían de su boca al ritmo de la música que se estaba tocando en el palacio.


   *****


Todo era perfecto. La alfombra roja se extendía sobre el suelo del palacio. Las mesas estaban dispuestas alrededor de la sala, dejando un espacio de baile en el centro. Las hermosas lámparas de adornos de metal y cristal se balanceaban sutilmente y los amplios ventanales dejaban pasar la escasa luz de la luna. La sala iluminada hacía que los cubiertos y la exquisita bajilla reluciesen como nunca. La fiesta estaba en su máximo esplendor.

Los invitados bajaban por familias con máscaras en la mano, dispuestos para tan increíble fiesta. Vestidos de gala con trajes y vestidos únicos y de distintos diseñadores. Mientras que los músicos tocaban una alegre melodía.

La princesa bajó alzando su cuello blanco como si de un cisne se tratara. Llevaba un hermoso vestido amarillo pálido con adornos blancos y varias piedras preciosas cosidas al tejido de alta calidad. Una corona de plumas se alzaba por encima de su cabello color canela, y sus ojos verdes resplandecían al encontrarse de frente con el color rojo de la piedra más grande que llevaba colgada del cuello.

Bajaba las escaleras, con su brazo enganchado de una sutil forma, al de su padre. Y al ver al Capitán de la Guardia a lo lejos, tuvo que aguantar las inmensas ganas que tuvo de correr hacia él. Ella sería el centro de atención durante toda la noche, y si por algún casual delataba el más mínimo de sus movimientos, se vería en una tragedia. Elevó la mirada, mientras los invitados aplaudían su llegada con alegría y cierta gracia. A pesar de sus máscaras, la joven podía saber perfectamente de quién se trataba cada uno de los invitados.

La mujer gorda y de un ancho vestido rojo que portaba más polvo blanco del que debería y un lunar bajo los labios que salían de su máscara era la esposa de Lord Ritell. Y también habían asistido los dos gemelos, condes del reino vecino, ambos de canoso pelo blanco, portando máscaras de distintos tonos azules. Y cómo podía faltar la familia real del también reino vecino, aquellos con los que habían pactado paz para siempre, eran tres contando con su hijo, quien miraba sin demasiada ilusión a través de su máscara blanca.

-Padre –susurró la princesa mientras seguía bajando los escalones- ¿Podré bailar con quien quiera?

-Deberás bailar con quien te pida, pero por supuesto podrás bailar con quien quieras.

Ella asintió, mirando nuevamente al Capitán de la Guardia, quien devolvió la sonrisa. La joven pudo apreciar sus ojos azules al otro lado de la máscara, y supo que sería imposible perderle de vista en toda la noche. Cuando pisó el último escalón, una pareja se adelantó hasta ella. El hombre besó el dorso de su mano como saludo, y la mujer sonrió afablemente.

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