3.- La noche de caza

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El rey se alzó, y barriendo el salón con sus ojos verdes, carraspeó.

-Señoras y caballeros –comenzó con su voz grave-, hoy solo queda una semana para decimosexto cumpleaños de mi preciosa hija. Y como tal, la princesa Toribia habló conmigo seriamente en base al futuro nuestro reino, estoy seguro de que será una magnífica reina. Pero para ser tal reina, necesita un rey propio, al que ame, y a quien se le pueda confiar el reino sin motivo de temer. Es por eso, queridos invitados, que todos aquellos muchachos con la suficiente valentía de batirse en duelo y de enamorar a mi hija, será el futuro rey. No tenemos necesidad de casar a la princesa con el heredero de otro reino, siempre y cuando haya tratados de paz y promesas de sangre. De esa forma, conseguiremos que sea feliz. Por consecuencia de su cumpleaños y por la memoria del anterior rey y por el futuro del reino, Alleberveling tendrá, siete jornadas de fiesta, para todos sin excepción.

La sala quedó en silencio antes de estallar en un mar de aplausos. Todos contentos por lo que el rey acababa de decir, comenzaron en el baile de máscaras. Los músicos tocaban un tema alegre con un violín, flautas, un arpa y un pequeño teclado.

La princesa Toribia bailó con varias personas. Por supuesto con su tío, y con su padre, con sus dos primos, e incluso con uno de los condes gemelos. Pero aquello no le gustó del todo. Esperando que apareciera el Capitán de la guardia con aquellos ojos tras su máscara. Esperó, y esperó, pero él no llegó en ningún momento. Poco después recordó la terraza, y cuando tuvo oportunidad de escaparse, allí se dirigió. Estaba sentado en la barandilla, viendo la cálida luz del reino a lo lejos. De noche era una ciudad preciosa, y de día lo seguía siendo.

-Veo que realmente estaréis aquí toda la noche –comentó caminando a sus espaldas, pero su intención de sorprender al muchacho fracasó-.

-Por supuesto. Los sitios con demasiada gente me incomodan, princesa.

-Eso decís siempre, sin embargo más de una dama os busca para bailar...

-¿Os incluís en esa lista? –preguntó volviéndose a la par que levantaba una ceja algo divertido.

-No os lo puedo negar –sonrió ella-. Llevo muchos años queriendo bailar con vos.

-¿Tanto interés a qué se debe?

-Cuando dos personas bailan, hablan de una forma distinta.

-Supongo que tendréis razón, pero mucho me temo que no se me da bien bailar. Lo único que haría sería pisaros los pies.

Toribia frunció los labios. No pensaba insistir, si el capitán no quería bailar con ella, sería su problema. Tenía a muchos invitados esperando y no podía insistir. Hizo una reverencia a la que él contestó con un movimiento de cabeza y se marchó estirando el cuello. El Capitán de la guardia sonrió al verla marchar, y dejó que su máscara resbalara de su rostro.



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El joven miró a ambos lados del pasillo antes de tomar el camino de la izquierda. Si no se daba prisa llegaría tarde, y eso no le haría ninguna gracia al Amo. Aceleró el paso levemente, pero no tardó en llegar a una grandísima puerta. La abrió, dejando que las bisagras se quejaran con un chirrido. Gran parte del salón se volvió para mirarle, sin embargo dejó escapar un suspiro de alivio al ver que el Amo aún no había llegado.

Recorrió la sala con la mirada en busca de sus dos fieles compañeros. Era un comedor con mesas de madera alargadas, en el que se presentaba una barra de bebidas donde los hombres más hombres hincaban el codo para beber. Estaba iluminada (como la mayoría de salas) por lámparas de aceite y antorchas, por ello el reflejo contra los muros era de color anaranjado. Hacía calor.

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