6.- Princesa de Oblibia

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La noche había caído sobre Alleverbelin. La luz de la luna marcaba con sombras los rincones más oscuros del palacio. La princesa, apoyada en la barandilla del balcón, esperaba a que el Capitán llegara en algún momento. Sabía que no aparecería aquella noche, pues el rey le había mandado salir del palacio para hablar con los condes.

No podía negar su propio miedo. Debía casarse con un hombre que elegiría en tan solo un par de días. Sin saber cuales eran sus verdaderas intenciones ¿Por qué corría tanta prisa casarse? ¿Acaso ella no sería una buena reina por su cuenta? Pero no quería estar por su cuenta. Suspiró, el Capitán de la Guardia no había presentado su nombre. Definitivamente no querría casarse con ella.

Frunció los labios frustrada por su situación. Estaba convencida de que no encontraría un mal hombre, pero ¿Qué haría para no caer en los ojos azules que tanto la gustaban durante el resto de su vida? Tendría que dejar de lado aquellos sentimientos.

Se volvió lentamente para entrar, cuando divisó a contraluz, la figura de un muchacho recostado contra la ventana. Le miró, confusa, como si fuera un espejismo, como si no fuera real. Por un momento pensó que se trataba del capitán, pero descartó la idea al instante. Aquel joven era más flaco.

-¿Quién... Quién sois? -Preguntó, alzando la voz y la barbilla.

-¿Y quién sois vos? -Respondió él sin moverse.

-La princesa Toribia, por supuesto.

-¿Y qué hacéis aquí?

-¿No sería yo la indicada para preguntar eso? Os agradecería si me dejarais sola y abandonarais mis aposentos.

-Pescaréis un resfriado si no entráis a vuestra alcoba. El otoño pronto acabará y comenzará a hacer frío.

Ella no contestó, miró altivamente al joven y se acercó para ver su rostro. Era un chico de piel blanquecina y ojos castaños. Tenía largas pestañas y una sonrisa que despuntaba en sus labios. Llevaba un chaleco verde oscuro con detalles dorados y un abrigo negro sobre sus hombros, el cual se quitó para tendérselo a la princesa. Toribia lo rechazó girando hasta darle la espalda.

-¿Puedo saber vuestro nombre? -Preguntó finalmente.

-Depende ¿Si os lo digo, os casaréis conmigo?

Aquella pregunta hizo que la joven se enderezara. Le miró, como si estuviera completamente loco. Frunció el ceño y abrió la boca para replicar.

-¿Sois uno de los participantes? ¡¿Qué hacéis en palacio?!

-Visitaros -Respondió como si aquello fuera obvio-. En un par de días me iré de viaje, por lo que no podré acabar las pruebas, me temo.

-¿Y habéis venido para ver si conseguís ganarme antes de que empiece? Debéis estar loco de remate.

La princesa se volvió hacia el horizonte negro. Cuando volvió a escuchar la voz del muchacho, fue muy cerca de su oído:

-Mi nombre es Lawlien -murmuró-. No deberíais olvidarlo.

-¿Lawlien? -Se fue a girar, pero al sentir una respiración en su cogote, simplemente se quedó de piedra- Me... estáis incomodando.

El chico se separó y se apoyó en la misma barandilla. Cruzaron una mirada en la que él regaló a la princesa, su más bonita sonrisa. Ella pudo sentir un pálpito en el interior de su pecho ¿Qué había sido aquello?

-Buenas noches. Espero que durmáis bien, y que no os olvidéis de mí.

Apenas dijo nada. Lawlien había desaparecido.

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