11.- Cielo en llamas

46 2 4
                                    


Ya era pasada media noche cuando las iluminadas calles de piedra de Rian aparecieron a sus pies. Era una ciudad bonita, pero carecía del encanto y belleza de Alleverbelin. Una boina de luz cubría hasta el horizonte, donde el reino acababa. Era el más grande de los cinco, y uno de los más poderosos.

Rian no contaba con murallas. Tenían una filosofía peculiar; lo que te robaban en Rian, se quedaba en Rian. Y quizá por ello les daba igual lo que ocurriese en las calles o ganarse una mala reputación. Con tan solo su ejército y la cantidad de armas que tenían, no necesitarían ayuda para acabar con los cuatro reinos restantes en un par de jornadas.

Lawlien se bajó de su caballo y anduvo a pie por una calle oscura y vacía. Habían conseguido su objetivo de llegar a duras penas. Cuando había comenzado a oscurecer, habían pensado en pasar la noche acampando en el camino. Pero Cies prefería viajar en la oscuridad hacia Rian por razones que no había comentado. Si él provenía de aquel reino ¿No sería mejor confiar en él para algo como eso?

Ambos dejaron sus caballos en una cuadra. Los propietarios no estaban trabajando, lo que les libró de tener que pagar unas monedas. De momento lo único que debían hacer era buscar un sitio donde dormir. Al día siguiente volverían a partir nada más el sol asomara por el horizonte. Posiblemente tendrían que parar al llegar a la frontera con Grenpedar. Habían decidido que de los dos Reinos Gemelos, sería el menos peligroso y el más rápido de atravesar.

Cies le guio por unas calles poco transitadas. No parecía un reino muy animado, aunque también era muy tarde como para deambular por la calle. Se internaron en una taberna que conservaba las luces encendidas. Era un local pequeño, con barriles por mesas y altos bancos donde sentarse. En la barra, un hombre barrigudo, de pelo cano y nariz ganchuda pulía con un trapo la superficie de un vaso. Alzó sus pequeños ojos oscuros al verles entrar.

-¿Clientes a esta hora? -Murmuró con cierto desagrado lo suficientemente alto como para que los dos jóvenes le oyeran.

Sin embargo no eran los únicos, una mujer se sentaba de espaldas a la puerta, vestida con un largo vestido verde oscuro y blanco, llevaba su pelo cobrizo recogido en el cogote por un moño. Sus zapatos taconeaban nerviosamente contra el suelo.

-Queremos una habitación -anunció Cies acercándose al hombre-.

-No tengo ninguna para vosotros. Largaos.

-¿Esa es la forma de tratar a un cliente? Pensaba que usted querría dinero -El joven se pasó una mano por el pelo. Su rostro pecoso se torció en una mueca desafiante al ver la cara del contrario-.

-Mis habitaciones son demasiado caras como para que un par de gandules como vosotros podáis comprar siquiera una noche. Ya  os lo he dicho; largaos.

-¿Y qué hay de unas horas? ¿Hasta el amanecer?

-No hay trato. Muchacho, si quieres dormir ¿Por qué no te buscas un granero?

Cies alzó las manos, rindiéndose. Lawlien observaba la escena con el semblante serio. La forma más rápida hacia una cama sería, sin duda, una muerte. Pero apenas acababa de llegar, no quería armar jaleo. Se encogió de hombros y Cies sonrió. Se quedarían allí plantado o bien hasta que consiguieran una habitación, o bien hasta que de sus pies salieran raíces.

El hombre de la taberna les dirigió una mirada severa, pero no dijo nada. Por el contrario, una voz femenina y aguda habló:

-Vaya manera de desperdiciar la oportunidad de obtener dinero...

Los tres se volvieron hacia la muchacha quien, ahora, les miraba con desaprobación. Era mucho más joven de lo que en un principio había parecido, con su rostro que quedaba a medias entre aniñado y adulto. Sus ojos castaños relucían con picardía, pero ello no sonreía.

AlleverbelinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora