17.- Lo correcto

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Cuando por fin amaneció, el paisaje había cambiado. Era una madrugada sin sol, nublada y fría, anunciando el invierno que se avecinaba. Los árboles, de madera oscura, casi negra, parecían estar a punto de derrumbarse. Sus pequeñas hojas verdes se balanceaban con el viento helado. 

Lawlien alzó la mirada al cielo. Posiblemente también llovería aquel día. Con la cantidad de contratiempos que habían tenido, sería imposible llegar a Oblibia a tiempo. Se preguntó si después de haber fallado en una misión tan grave como aquella, el Amo les permitiría seguir viviendo. E incluso si su decisión consistía en escapar y esconderse para siempre ¿No tendría que soportar el peso de haber traicionado a su padre durante el resto de su vida?

Frunció los labios y se puso en pie. Había pasado cerca de una hora sentado en el porche de la pequeña casa de madera. La noche anterior habían tenido una suerte inmensa. Tanto Arelis como él habían asumido que Cies moriría en cuestión de segundos, que no llegaría a ver el sol siquiera. Pero ese no había sido el caso. 

El joven entró de nuevo tratando de no hacer mucho ruido. La casa no tenía habitaciones, era solo un salón lleno de muebles que no hacían otra cosa más que estorbar. Un par de sillones, una cama, una mesa de madera maciza, sillas por doquier, y una alfombra. Era acogedor a pesar de la baja temperatura que se filtraba por las grietas y agujeros de la pared. En uno de los sillones un hombre de avanzada edad dormía a pierna suelta con la boca completamente abierta. La noche anterior se había llevado un buen susto al verles, pero había accedido a que entraran sin vacilar.

Su mirada recorrió la estancia hasta pararse sobre la cama. Cies estaba allí, tendido bocarriba, inconsciente aún. Había un pequeño charco de sangre a los pies de la cama. De no ser por el torniquete y la enorme capa de vendas que llevaba, hacía mucho tiempo que se habría desangrado. Arelis dormía con la cabeza apoyada en el colchón y con una mano agarrando el brazo del muchacho. Había insistido en permanecer toda la noche en vela para asegurarse de que Cies no dejaba de respirar, pero finalmente el sueño había vencido.

Se acercó, y con delicadeza incluso, sacudió el hombro de la chica. Arelis se enderezó de golpe, sobresaltada. Miró a su alrededor con los ojos rojos de cansancio, pero al ver que el pecho de Cies aún subía y bajaba levemente, lanzó un suspiro de alivio.

-...Buenos días -murmuró no muy convencida. Sin decir nada más se levantó y fue hasta una cómoda en busca de más gasas y vendas-.

Arelis también se preguntaba qué harían en adelante ¿Seguir su ruta hacia el norte? No, se oponía firmemente a ello. Cies estaba herido. Muy herido. Rozaba la muerte incluso. Frunció los labios y despertó al señor que aún dormía sobre uno de los sillones.

-¿...Pero qué...? –Dijo este al despertar. Miró a su alrededor, perdido.

-¿Tiene usted algún mejunje o crema para las heridas?

La pregunta le pilló completamente por sorpresa. Pareció despertar entonces, volviendo a la terrible realidad. Se levantó, agitado.

-Eh... Yo no... ¡Pero hay una casa a un par de kilómetros de aquí que sí. Es una mujer un poco rara...!

Arelis alzó las cejas, decidiendo si creer su palabra. Finalmente se volteó. Lawlien la observaba, esperando algún comentario.

-Voy a ir por esa crema. Cuida bien de él. Y si despierta no dejes que se mueva -advirtió con pose de madre. Se puso la chaqueta que el día anterior Cies la había proporcionado abrió la puerta-.

-Pero no sabes dónde está -razonó el hombre sin saber muy bien qué hacer-. Debo ir contigo.

Arelis le miró oscilando entre la desconfianza y el desagrado. Si bien les había dado asilo para pasar la noche y cuidar a su amigo, su aspecto no presentaba familiaridad alguna. Nada más el día anterior había abierto la puerta, había mirado a la exprincesa de forma casi vulgar. Además de no ser un hombre para nada agraciado, con aspecto descuidado de barba de varios días que hinchaba su rostro y con calvas en el pelo roñoso.

AlleverbelinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora