18.- Invitados

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Una sonrisa se dibujó en el rostro de la princesa al entrar en el salón. Recogió su vestido con ambas manos y se apresuró a acercarse al muchacho que saludaba alegremente al grupo de mujeres y hombres que se sentaban en una mesa.

No había cambiado en lo absoluto, o al menos era aquello lo que ella pensó. Siempre había sido alto, elegantemente alto, de espalda ancha. Su pelo castaño lucía exactamente igual que la última vez, corto y algo rebelde. Y aunque no podía verle el rostro, sabía el intenso de sus ojos oscuros, y cómo era aquella expresión agradable que siempre mostraba.

A su lado se encontraban un hombre y una mujer a los que también conocía de antes. Los nuevos invitados serían muy bien recibidos en palacio. Se trataba de el heredero de Rian: Carlen, y el conde y la condesa. Ambos reyes habían llegado unos días antes para asistir al baile de máscaras.

Toribia y Carlen habían jugado juntos de pequeños en múltiples ocasiones. Era posible que, como el rey hacía siete años se había encontrado completamente solo en la cúspide de Alleverbelin, hubiera buscado aliados cercanos. Eso le había llevado a juntarse con la realeza de Rian, y allí había surgido una buena amistad entre los herederos. Incluso tan buena que la idea de casarles había sido barajada. Por supuesto había sido descartada al decir Toribia que quería casarse por amor.

-¡Bienvenidos! -Saludó la princesa. Como tenía por costumbre abrazó al joven y dejó que el conde y la condesa besaran el dorso de su mano- Creí que llegaríais al atardecer...

-De ninguna manera -sonrió Carlen-, también debemos ayudar a preparar vuestra fiesta.

-Y agradecemos mucho vuestra ayuda -La voz grave del Rey de Alleverbelin resonó a sus espaldas. Todos los presentes se volvieron para mirarle. Toribia le observó de arriba abajo, algo molesta; el día anterior no se había presentado para su reunión. Le acompañaba el Capitán de la Guardia-.

-Ah, padre... -murmuró. Su voz fue eclipsada por la de Carlen.

-¡Su Majestad! -Dijo, sonriente. Se acercó para darle otro abrazo. Si hubiera sido cualquier otro noble, hubiera tenido que besar su mano. Pero los lazos entre las dos familias reales eran fuertes.

-Veo que habéis crecido, Carlen.

-Príncipe Carlen -Esta vez fue el Capitán de la Guardia quien le llamó. Ya se habían visto antes. Cuando el Capitán comenzó a formar parte de la no tan pequeña familia del Palacio, no se le permitía pasar tiempo con los herederos- ¿Habéis logrado encontrar a vuestros padres?

El príncipe sonrió nuevamente.

-Lamentablemente no he podido.

-En ese caso me encargaré, de momento le guiarle a sus aposentos. Más tarde se podrá reunir con ellos.

-¡Os acompañaré! -La princesa trató de hacerse oír por encima de los dos jóvenes.

-No es necesario, Toribia. Tendréis mucho que hablar con vuestro padre.

Y Carlen no estaba equivocado. Era cierto que necesitaba hablar con él, pero lo único que en aquellos momentos quería era evadirle. Le dirigió una mirada de soslayo al Rey y frunció los labios. Se quedó quieta como una estatua, esperando a que los dos jóvenes salieran de la habitación. Pero antes de que nadie pudiera hacer un movimiento, la puerta se abrió de par en par.

-¡Su majestad! -gritó un sirviente mientras entraba. Se produjo un silencio en la sala. El muchacho que se dirigía al Rey tenía cara de pánico- ¡A...Asesinos!

El ambiente que hasta entonces había reinado en el lugar, se heló. Los hombres se levantaron de la mesa, contrariados, y miraron al Rey, quien casi no podía dar crédito a lo que oía. El Capitán y Carlen cruzaron una rápida mirada antes de salir como una exhalación. Toribia, incapaz de quedarse de brazos cruzados, les siguió. A duras penas corrió por el pasillo con el taconeo de sus zapatos haciendo eco entre las paredes.

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